2019: alternativas
populares y de izquierda más allá (y más acá) de las elecciones
14 de enero de 2019
Por Sergio Zeta (Rebelión)
"El pueblo aprendió que estaba solo y que
debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el
silencio, la astucia y la fuerza"
Rodolfo Walsh, Un oscuro día de justicia,
1973.
Con la misma rapidez con que se fantaseó con una derecha imbatible se la pasó a imaginar presta a abordar helicópteros. Fantasía hermosa que alegraba el corazón pero que venía con trampa: alentaba a dejar de lado las imprescindibles tareas acordes a una nueva realidad en cuanto a organización, la lucha y la construcción de propuestas programáticas alternativas del pueblo trabajador.
El
pueblo no fue derrotado en las calles, por eso la victoria electoral macrista
no pudo expresarse como avance ilimitado y la lucha popular siguió expresándose
en todo el país a lo largo de todo este 2018. Sí, en cambio, sufrimos una
derrota cultural, de proyecto, que el macrismo no fue quien causó sino quien la usufructuó. De este
modo puede continuar con su ofensiva a pesar de la resistencia que despierta.
La dispersión en el campo
popular es grande y quienes construyen política desde coyunturas electorales volátiles,
lejos de augurar procesos de largo alcance, suelen ser olvidados en poco
tiempo. La unidad popular sólo puede sostenerse sobre nuevos proyectos
político-sociales que comprendan a los diversos sectores del pueblo trabajador,
sobre nuevas síntesis identitarias plebeyas. No puede levantarse en base a nostalgias más o menos
críticas de alternativas capitalistas responsables de la derrota cultural y del
proyecto emancipador del pueblo. Ni puede sostenerse sobre una limitada y
coyuntural redistribución neodesarrollista que, al toparse con sus límites, no
encontró otra vía de superación que hacia su derecha. (ver Féliz, Pinassi, 2017) Diciembres distintos y políticas diferentes
Un conocido periodista progresista no pierde oportunidad de criticar a las izquierdas “maximalistas” que, según su decir, en sus pretensiones de conseguirlo todo no logran que el pueblo obtenga nada. Este análisis encubre su propia derrota ante la evidencia de que la lucha por ¨lo posible¨ se traduce en falsas ilusiones para el pueblo trabajador y profundiza su pobreza estructural y la precarización de
Los “minimalistas” se dedican entonces al juego que mejor saben y que más les gusta: prepararse para las elecciones. Festejan entonces cada político o burócrata sindical -desorganizadores seriales de los sectores populares- que se suma al “todos contra Macri”. Fórmula que podría traducirse como “todos para que Macri se vaya recién dentro de un año” que, claro, sería más sincera pero menos atractiva.
Tanto la subordinación a estrategias electorales como sostener la posibilidad de retornar a políticas progresivas que en otros tiempos significaron ciertos avances relativos, provocan desorientación y desmoralización, así como aportan a un desinfle burocrático de las luchas. Un ejemplo de esto es la masiva pelea por la educación en todos los niveles, una de las más fuertes que se libraron este año, que podría haber asestado un potente golpe al gobierno.
No
resulta llamativa la actitud de las burocracias políticas y sindicales cuyo
universo transcurre en el capullo electoral del que se nutren mientras esperan
el 2019. Pero necesitamos preguntarnos ¿hubiéramos podido intentar otro rumbo
desde las izquierdas? ¿no hubiera sido necesario impulsar -superando el
corporativismo- un Congreso o Cabildo abierto nacional de todos los niveles y
de toda la comunidad educativa para debatir que educación necesitamos como
pueblo, quien la debe dirigir y cómo luchar para imponerlo, cuando cientos de
miles de compañerxs ocupaban las calles, escuelas y Universidades? ¿No hubiera
sido un salto político para fortalecer la pelea? ¿Acaso la comunidad educativa
de Moreno no nos demostró que era posible articular la escuela con el barrio
para potenciar la lucha? ¿No tenemos las izquierdas una inserción para nada
despreciable en todos los sectores de la educación como para intentarlo? ¿Acaso
eso no hubiera sido hacer política tanto como el presentar candidatos al
Parlamento, aunque el sistema sólo clasifique como “política” esta última
práctica?
Estas posibilidades resaltan el
nefasto rol de la burocracia sindical, que desde las cúpulas de la CGT, las
CTA's, como desde el “Frente Sindical para el Modelo Nacional” aportan a
encausar la bronca en misas, performances catárticas poco efectivas o en
esporádicas protestas sin continuidad ni claros reclamos. Si la posibilidad de que sea “con los
dirigentes a la cabeza” llevó a la explosión del “poné la fecha”, se
hace cada vez más evidente la necesidad de organización por abajo, para hacer
realidad “con la cabeza de los dirigentes”, hacia un sindicalismo de
nuevo tipo, no corporativo, clasista, democrático y combativo.Asimismo, muchas organizaciones territoriales o de economía popular vieron limada su gran potencialidad -demostrada en las calles- por una dirigencia subordinada a la Iglesia y deseosa de sumarse a las internas del PJ.
Las consecuencias se expresaron en un diciembre muy diferente al del año anterior –y a lo que hubiera sido necesario- a tal punto que el ministro Nicolás Dujovne sale a festejar que “nunca se hizo un ajuste de esta magnitud en la Argentina sin que caiga el gobierno”.
El
afán de quienes imaginaban helicópteros y ahora fantasean con urnas se agota en
alumbrar una boleta sábana de “todos contra Macri”, sin importar que en ese
“todos” haya muchos que vienen sosteniendo a Macri y su política. Se olvidan que no toda unidad suma; que
las lógicas del capital y el poder empresarial no habilitan cambios de rumbo si
no se los enfrenta; que no habrá medidas que atenúen los padecimientos
populares si no se rompe con el FMI; que la “unidad” que ahora se postula es
similar al “todos contra Menem” que terminó pariendo un De la Rúa y un Domingo
Cavallo en su tercera temporada. Y sobre todo, mientras se dice buscar reflejar
políticamente las luchas populares, se valora más el aporte de personajes
siniestros como Felipe Solá, Luis Gioja, Gildo Insfrán, Ricardo Pignanelli y
tantos otros, por sobre los aportes del pueblo, que en las calles protagoniza
una persistente lucha y que en su mayoría se siente ajeno –con razón- a los
partidos, instituciones y mecanismos “democráticos” que -a 35 años de la
dictadura- no resultaron panacea de fin de historia sino herramienta de
opresión y padecimientos populares.
Crisis de la “grieta” y
crisis de la democracia
Pobre Argentina. Tan lejos de Dios y tan cerca de las elecciones
Si
las viejas izquierdas se fueron adaptando a esta escisión, una de las novedades
que introdujo una nueva izquierda en las prácticas políticas -con el zapatismo,
las rebeliones populares en Bolivia o la Argentina del 2001, el chavismo
popular, etc- fue la politización de la vida, en tanto “que la política
atraviesa el Estado pero claramente excede al Estado” (Stratta, 2018). Este “exceso”, terreno primordial de una
otra política en tensión con lo aceptable por el sistema, constituye el
principal espacio de construcción de poder popular. De allí lo disruptivo de lxs
trabajadores que han recuperado y hecho funcionar empresas sin sus patrones;
del movimiento feminista al poner en cuestión el rol asignado a las mujeres en
la reproducción social y de la fuerza de trabajo; de los movimientos
socio-ambientales que defienden el agua y la vida frente al extractivismo; de
organizaciones sindicales que como la Federación Aceitera
no aceptan otro valor mínimo de la fuerza de trabajo que el “que le asegure
alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia
sanitaria, transporte y esparcimiento, vacaciones y previsión” (Yofra,
2017); o sectores docentes que no solo pelean por salario sino ponen en
cuestión la educación como reproductora del sistema. Pueblos que han logrado
avanzar a la articulación social y política de los sectores de la clase que
vive de su trabajo han podido alumbrar experiencias avanzadas aunque
incipientes de poder y de proyecto popular alternativo, como las comunas
chavistas, los caracoles zapatistas, o el confederalismo democrático kurdo.
Estas experiencias resaltan que
“… sólo con presión al Estado
no se logra un cambio en las relaciones de fuerza. Por lo tanto, desde esta visión
es indispensable, además, disputar el sentido de las creencias y las
concepciones que regulan la vida social. La presión al Estado no basta, si no
se impugnan al mismo tiempo las ideas que sustentan a la sociedad burguesa.”
(Stratta, 2018)La frustración con la llamada “democracia” crea condiciones para esta impugnación. Pero tras la “normalización” de la política acaecida durante la década kirchnerista, incluso sectores de la nueva izquierda “popular” volvieron a privilegiar al Estado como único terreno de lo político y restringieron lo económico-social a terreno de la mera lucha “que debe expresarse en las elecciones” como supuesta única manera de hacer política de masas.
Los medios resaltan las visiones que dan centralidad a la disputa electoral por el Estado, como
La
primacía de lo electoral desplaza al sujeto protagonista de la política.
Asimismo , se desplazan los debates políticos acerca de
la educación, la salud, el acceso a la energía, la vivienda, el transporte, la
seguridad popular o la soberanía alimentaria. O acerca de la necesidad de
romper con el FMI, desconocer la deuda, terminar con el patriarcado, encontrar
las vías para una refundación clasista y democrática del movimiento obrero o
para el impulso a la integración latinoamericana. Ya no cuenta el pueblo
peleando por imponer su política, construir su poder y referenciar liderazgos.
El protagonismo pasa a los personajes mediáticos, los políticos profesionales,
los aparatos con personería electoral y dinero para costosas campañas
publicitarias. Más de 30 años de Encuentros de Mujeres parecen valer menos que
un twitt tildando de “machirulo” al presidente. La vital pregunta por la unidad de los diversos
fragmentos del pueblo trabajador troca en roscas para construir la unidad del
PJ y sumar al “todos contra Macri”. No como discutible y dolorosa opción de
segunda vuelta sino como construcción estratégica.
Hay compañeros que suponen -en
una visión etapista particular- que el derrotar electoralmente al macrismo de
la mano de Cristina puede posibilitar una radicalización del kirchnerismo en
tanto se podría empujar a una confrontación con sectores del capital.Pero es mucho más probable otra hipótesis más realista y menos fundada en el deseo: que en la lucha contra las miserias a las que nos condena el capitalismo patriarcal y colonial surjan sectores que imaginen, proyecten y peleen por imprescindibles transformaciones, mientras el kirchnerismo opere de contención para esterilizar su esfuerzo. No estamos imaginando, ya sucedió en la década pasada.
Nada de esto significa no dar pelea también en el terreno electoral. Pero sin adaptarse a sus mecanismos ni abandonar el protagonismo colectivo popular, sino introduciendo en la realidad el mensaje de los sin voz. Esa voz colectiva que el sistema intenta acallar y que constituye el terreno donde la izquierda puede y debe tallar, aunque eso espante algunos votos “progres”.
El sistema intenta que no nos sintamos parte de una clase social oprimida –diversa pero con intereses similares- sino nos consideremos “ciudadanxs”. Donde el otro ya no sea un posible compañerx sino un potencial límite a nuestra libertad. Para esto, “… las clases no solo se atomizan, sino que los átomos se reagrupan de tal manera que el concepto de clase llega a parecer poco útil o pertinente para la lucha colectiva ... En el Estado moderno capitalista los ciudadanos son hacinados en todo tipo de agrupamientos: se les clasifica, primeramente y ante todo como familias, pero también como votantes, contribuyentes, inquilinos, padres, pacientes, asalariados, fumadores y abstemios ... Este moldeamiento es una lucha, una lucha por canalizar la acción clasista en las formas fetichizadas de la política burguesa, una lucha por constituir
En nuestros días, “pibes chorros”, “militantes”, “choriplaneros”, “piqueteros”, “sindicalistas”, “mapuches” son constituidos como agrupamientos antagonistas de lxs “ciudadanos”, la “gente” o el falso y nefasto “el que se la gana laburando”. Todo gobierno construye su supuesto antagonista. Cristina Fernández alimentó el huevo de la serpiente construyendo un macrismo a su medida en lo que más tarde Durán Barba denominó “la grieta”. Esta formulación se tornó tan eficaz que forzó a tomar partido, so pena de ser tildado de indiferente o falto de voluntad de poder y bajo la presión de microclimas “progresistas”. Todo otro agrupamiento antagónico, “empresarios-trabajadores”, “izquierdas-derechas”, “pañuelos verdes o celestes”, “pueblo trabajador-imperialismo” devino anacrónico, como argumentó Cristina Fernández en el Foro de Pensamiento Crítico. Vale aclarar que sostener que la “grieta” necesita deconstruirse como antagonismo no significa considerar que ambos polos sean lo mismo. No se trata de similitud ni de antagonismo, sino de complementariedad, en tanto rostros diferentes del mismo capitalismo patriarcal y alternativamente necesarios para un funcionamiento mínimamente armónico del sistema de explotación y opresión.
Lo nuevo es que la crisis erosiona la credibilidad de la “grieta” y desgasta a ambos contendientes, condición necesaria (aunque no suficiente) para su superación.
Un sobrevuelo por esta crisis permite distinguir la caída en picada de la imagen presidencial, un poder judicial recuperando el descrédito que tuviera en las jornadas del 2001, “cuadernos” que develan una feroz pelea por el negocio energético y los contratos con el Estado, demostrando que no hay inocentes en la articulación entre negocios legales e ilegales de un capitalismo que no puede ser “serio” ni “humano”.
Por el lado del PJ la situación no es mejor, o si se quiere, es peor. Un peronismo “sensato” que vacila entre seguir pegado al macrismo o tomar distancia. Y un Consejo Nacional Justicialista que reagrupa todo en un gran container donde caben “progresistas”, burócratas sindicales, “barones” del conurbano, defensores de empresas transnacionales, represores, unidos no por el amor sino por el espanto de perder su poder territorial si no se prenden a la figura de Cristina.
El salto dado por el “riesgo país” no revela solo el temor a la incobrabilidad de la deuda sino la desconfianza en la capacidad del gobierno para superar una crisis que pone en cuestión el sistema político institucional, que puede motorizar tanto salidas reaccionarias como una intervención popular que no acepte promesas de “profundización” de la democracia, sino aspire a otra institucionalidad democrática sobre sus escombros.
Esta disputa no tiene final cantado. Ante el fracaso del reformismo progresista y el deterioro de las instituciones “democráticas”, las derechas avanzan con alternativas neofascistas, como en Brasil.
Las izquierdas también tenemos condiciones de sobra para intervenir. A condición de plantarnos contra la ilusión de una inclusión sin conflicto (y cuestionar la idea misma de inclusión). De rechazar una “democracia” que ni es democracia ni es “el mejor sistema posible” (o seguirán siendo las derechas quienes capitalicen su descrédito). De combinar los reclamos inmediatos con perspectivas que vayan a la raíz de los problemas, evitando la soberbia de quienes suponen que estas cuestiones le interesan más a los partidos e intelectuales que al pueblo. De no ponernos en la vereda de enfrente del descreimiento popular en los “políticos”, en tanto “la repolitización que viene... tiene que pasar primero por una despolitización. Una despolitización positiva, un proceso activo en el que hacemos una “limpieza” de una cantidad de creencias y hábitos que hemos adquirido durante la etapa del asalto institucional” (Fernández Savater, 2018).
Construiremos
alternativa popular a condición de plantarnos desde las luchas. Pero no solo
desde ellas, sino sembrando ideas y construyendo lazos comunitarios por todos
los medios posibles, incluso en las elecciones. Tarea molecular, gris y por
mucho tiempo casi invisible, pero más productiva y eficaz que las maniobras
electorales “brillantes” que terminan abonando al campo de sectores ajenos al
pueblo trabajador.
La
izquierda anticapitalista como alternativa electoral tiene límites importantes
y encuentra un techo en la autoproclamación. Las organizaciones, colectivos
y compañerxs que aún nos consideramos de una nueva izquierda independiente
necesitamos -en forma articulada y unitaria al mismo tiempo que abierta-
reclamar su apertura real y democrática, no sólo ni principalmente al resto de
las izquierdas anticapitalistas y antipatriarcales no trotskistas, sino a todos
los colectivos, movimientos y activistas de la extendida izquierda social.
Necesitamos una articulación amplia de la nueva izquierda que asimismo pueda
debatir el impulso a otras iniciativas y campañas políticas desde abajo y
cotidianas, más allá de declaraciones y elecciones.
La Iglesia: una mano tendida
a la recomposición institucional del capitalismo argentinoLa Iglesia argentina parecía estar contra las cuerdas cuando la lucha de las mujeres conmovió profundamente el país y dotó a los sectores populares de nuevas sensibilidades, renovadas prácticas y lecciones estratégicas.
Sin embargo, lanzó una contraofensiva que le ha permitido mayor injerencia aun en todas las esferas de la política argentina y que apunta a sentar las bases para una recomposición del régimen político y el bipartidismo sobre el que se sostiene la ofensiva del capital.
Esta contraofensiva se hizo evidente con el freno a la legalización del aborto, en los ataques de los autodenominados “provida” contra
Asimismo, recientemente se conoció un documento de todos los sectores del sindicalismo burocrático junto a
Los avances eclesiásticos se hacen notorios cuando agrupaciones feministas pasan a aliarse con un representante del Vaticano como Grabois, enemigo del derecho al aborto y defensor de una “
No
puede haber confusión acerca del Papa Francisco. Su “teología del pueblo” no
tiene nada que ver con la “teología de la liberación”. Mientras el primero se
dirige a los poderosos para que “se acuerden de los pobres”, como señaló
Francisco en su carta al encuentro de Davos, los segundos alentaban al pueblo oprimido a pelear
contra los dueños del poder político y de la riqueza. Solo el
malmenorismo y el abandono de toda esperanza de emancipación social y nacional
puede confundir a unos con otros, en un escenario en que la lucha por la
transformación resulta imprescindible para frenar el tren hacia el abismo.
La
campaña por la separación de la Iglesia del Estado se presenta con más
dificultades que las previstas pero resulta más imprescindible.
El territorio como
construcción de comunidad, de síntesis política y de proyección alternativa Los desafíos de los movimientos territoriales han adquirido nuevos contornos en el transcurso del nuevo siglo. Como señala Fernando Stratta, “... los procesos de acumulación por desposesión, en tanto significan violentos procesos de despojo sobre las poblaciones, generaron nuevas conflictividades, que se observan en diferentes ámbitos de la sociedad: en el trabajo (flexibilización y desregulación laboral), en los territorios (desplazamiento de pueblos originarios), conflictos urbanos (expulsión campesina y periferias de las ciudades), sociales y en los cuerpos (profundización de las violencias de género)”.
Todos estos conflictos se expresan en la falta de escuelas, en la insalubridad (basurales en zonas de viviendas precarias, criaderos de mosquitos, contaminación por plomo, falta de cloacas y de centros de salud de cercanía, etc), zonas urbanas fumigadas con glifosato, creciente mercantilización del deporte y la cultura que las hacen inaccesibles para lxs jóvenes, tarifazos, etc., etc.
Asimismo, “ Esta nueva dinámica de la economía capitalista con centro en las finanzas –caracterizada por la interrelación entre lo formal, lo informal y lo ilegal–, en la medida en que incorpora al crimen como un elemento inherente al proceso de valorización del capital, genera nuevas formas de violencia que se diseminan por el conjunto de la sociedad ”. Nuevamente, es en nuestros barrios donde más se expresa, así como en el accionar de fuerzas complacientes de seguridad con los narcos e impiadosas con nuestros jóvenes.
El
resultado es la fragmentación social como consecuencia buscada en la fase neoliberal
del capitalismo. Se trata, entonces, de revertir la fragmentación en el campo
popular, con herramientas aptas para dar batalla en todos estos terrenos
comprendiendo que de fondo, es una misma y sola batalla.
La Cetep ha surgido como
herramienta de lucha en muchos territorios. Sin desmerecer su valor y más allá
de su conducción, hay que señalar que ha sido construida sobre los moldes y
aspirando a ser parte del viejo sindicalismo que, en la nueva situación,
muestra sus límites.
Asimismo, movimientos territoriales nacidos en los '90 en la vital pelea por
trabajo (así asuman la forma de una relación no salarial, de asignación
estatal) y contra el neoliberalismo, enfrentan el desafío de renovar y ampliar
reclamos y formas organizativas que vayan más allá de los organizados hacia el
conjunto del barrio y -más allá de las urgencias- trascendiendo (sin abandonar)
la pelea por planes y reparto de comida, evitando un corporativismo
despolitizante tal como el de muchos sindicatos que contemplan solo el interés de
sus afiliados por sus ingresos; o que ante la complejidad de la situación, se
rompa el hilo por lo más delgado y se desaten roces y peleas por recursos entre
sectores barriales y organizaciones hermanas. El sentido común que imponen las clases dominantes hace más
natural la guerra de “pobres contra pobres” que “pobres contra ricos”. Solo una
política que articule los intereses diversos del conjunto de los sectores
populares politiza al punto de hacer más natural esta última.
El
barrio resulta un espacio imprescindible para la reconstrucción de lazos
comunitarios, solidarios, identitarios y cuyo valor es difícil de exagerar al
constatar que las peleas más fuertes y persistentes hoy la libran quienes han
mantenido o reconstruido esos lazos comunitarios, como los pueblos originarios
y las mujeres, sororidad mediante. El territorio resulta el espacio desde donde
puede construirse síntesis multisectoriales de la diversidad de problemas que
atraviesan al pueblo trabajador y desde iniciativas político-sociales que emanan
desde abajo y es posible potenciar y multiplicar, hacia la construcción de
potentes movimientos territoriales que, aun cuando necesiten movilizar junto a
la Cetep, se distingan de ella en tanto al ampliar las miras disputen proyectos
políticos alternativos.
¿Dónde están les compañeres? En un texto reciente, Aldo Casas señalaba que “Debemos buscar compañeras y compañeros en esas “otredades” humilladas y marginadas que son las comunidades de pueblos originarios, los colectivos de lucha contra el extractivismo, el pobrerío urbano, los trabajadores que sufren el ajuste y la precarización, en las luchas contra el patriarcado y la violencia de género, etcétera. Nuestro marxismo debe ser capaz de actuar, hablar y pensar con ellos y desde ellos para ayudar a poner de pie una multivariada fuerza social popular capaz de proyectar un nuevo horizonte anticapitalista. Contribuir a imaginar proyectos comunes alternativos y a forjar la voluntad colectiva y revolucionaria de llevarlos a la práctica”. (Casas, 2018)
Parece
de perogrullo, pero son muchas las organizaciones populares hermanas que a la
hora de buscar compañeres, no buscan allí sino en el kirchnerismo, intentando
un diálogo de sordos que cada vez más se demuestra monólogo en el que unos
ordenan y el resto tristemente se amolda mientras “surfea” diferencias.
Es claro que un encuentro de
media hora con Cristina o Axel Kicillof tendrá más prensa que horas mateando
con doñas o jóvenes del barrio. Pero esto último resulta más productivo además
de más agradable. Necesitamos ir a hablar, pero no como los evangelistas,
porque se puede llevar un mensaje de izquierda como se lleva el mensaje de Dios. Necesitamos dialogar, aprender y
enseñar simultáneamente. Diálogo desde donde planificar las próximas movidas,
desde donde construir comunidad.Hay hechos pequeños que sólo son material de anécdotas, pero hay otros que señalan iniciales rumbos de transformación. En las calles constantemente pasan chicas, muy jóvenes, con pañuelos verdes anudados. Esto trasciende la lucha feminista. Hace poco, estando quien escribe en el subte, un hombre le gritó a otro “bolita de m.., por qué no te va a tu país”. Al instante, decenas de mujeres insultaron al agresor hasta hacerlo bajar del subte. En la pelea de las Universidades, en las tomas y clases públicas, las chicas con pañuelo verde también eran vanguardia. En muchas empresas comienzan a organizarse comisiones de mujeres. El país ya no volverá a ser el mismo.
Surge una izquierda social muy extendida y joven, que trasciende en mucho a las orgánicas y que quizás no se dice de izquierda pero tiene prácticas y objetivos que se pueden considerar como tal. Las imprescindibles iniciativas de articulación no pueden entonces limitarse a coordinar organizaciones que, con todo lo valioso que tengan, no resultas suficientes. Necesitamos nuevas formas de encuentro, formaciones políticas conjuntas abiertas, encuentros de debate político, despliegue de iniciativas comunes, construcción de movimientos políticos en diversos terrenos como la educación pública, la soberanía energética o la ruptura del FMI, imprescindibles para la construcción de una nueva alternativa político-social nacida desde abajo, que termine con la escisión entre lo político y social que conduce a valiosxs compañerxs a construir meros aparatos electorales.
Esta
nueva generación despierta esperanzas y temores. Esperanza: la nueva generación
que nace en las luchas no está infectada por las taras del progresismo y en la
que “ir por todo” no es palabrerío hueco sino una realidad. Temor: que tengan
que empezar de cero. Me lo enseñó hace poco una compañera joven que me retrucó,
cuando hablé de recambio generacional, que no necesitamos un “recambio” sino
una integración generacional. Tiene razón, es mucha la experiencia acumulada en
nuestro pueblo.
Se cumplen 100 años del
asesinato de Rosa Luxemburgo, que ya entonces nos advirtió que la disyuntiva al
capitalismo era “socialismo o barbarie”. Lo único en duda de dicha fórmula es
si el capitalismo nos reserva un destino de “barbarie” o un holocausto
planetario.En Argentina, el pueblo nunca ha soportado mucho tiempo las cadenas. La feroz dictadura o el neoliberalismo sin máscara de Menem-De la Rua pueden dar fe de ello. Macri y lo que el significa para el pueblo, será entonces derrotado. No con fórmulas de los de siempre sino, como decía Rodolfo Walsh, con la astucia y la fuerza popular.
Referencias
Casas, Aldo (2018). Nuestro Marx y los
desafíos del presente. En: https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2883
Féliz, Mariano y Pinassi, María Orlanda
(2017). La farsa neodesarrollista y las alternativas populares en América
Latina y el Caribe, Buenos Aires, Herramienta.
Fernández Savater, Amador (2018). En: http://contrahegemoniaweb.com.ar/el-fascismo-que-viene-y-la-disputa-cotidiana-en-el-terreno-de-los-afectos/
Holloway, John (1994), Marxismo, Estado y
capital, Editorial Tierra del Fuego.
Stratta, Fernando (2018). Movimientos Sociales
y Estado. Notas para pensar la construcción de poder popular. En: http://contrahegemoniaweb.com.ar/movimientos-sociales-y-estado-notas-para-pensar-la-construccion-de-poder-popular/
Yofra, Daniel (2017), En: http://federacionaceitera.com.ar/2017/02/01/acerca-del-valor-y-el-precio-de-la-fuerza-de-trabajo/
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=251287
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