Argentina. Aprender a germinar
2 de julio de 2020
Por Natalia Tangona, Resumen Latinoamericano
Sin distribución justa
de la tierra y sin preservación de las semillas nativas, no hay soberanía
alimentaria ni igualdad económica y social realizables. Esto es un principio
básico e indiscutible. La organización territorial impuesta por las
transnacionales -en beneficio del modelo extractivista- ha convertido a América
Latina en la región más inequitativa en relación a la tenencia de la tierra. En Argentina ,
sólo el 1% de la población posee aproximadamente el 36% de la propiedad del
suelo.
“En el caso del Área Metropolitana de
Buenos Aires (AMBA), el acceso masivo de los sectores populares a la ciudad se
produjo, entre 1940 y Allí en San Francisco Solano, en 1981, nació el Centro Ecuménico de Educación Popular (CEDEPO). Allí, la lucha por la tierra urbana se asentó en la apropiación del derecho a la vivienda digna, del derecho a la salud y a la educación, y en la construcción de la soberanía alimentaria a través de
“La historia de La Parcela tiene que ver con la historia de CEDEPO. Nos ubicamos allá en el año 1981, 1982, cuando un grupo de militantes y educadores populares que trabajábamos en alfabetización participamos en una lucha histórica de nuestro pueblo, que fue la lucha por la tierra urbana en San Francisco Solano. Ahí se construyó no una villa, sino un asentamiento con sus calles delimitadas, con sus lugares destinados a plazas, escuelas, a centros sanitarios. Estaban todavía los militares, así que fue muy fuerte la represión, cercaron el asentamiento. Era una ocupación muy grande,
La disputa por la tierra urbana en aquellos años se constituyó, en efecto, como un movimiento social interseccional y territorial. “Una de las características más salientes desarrolladas en las ocupaciones de tierras es un extenso trabajo comunitario, expresado en innumerables instancias participativas en los barrios: las comisiones de salud, de mujeres, de jóvenes; los espacios recreativos y educativos; la resignificación de espacios públicos, entre otros. El componente comunitario viene a fortalecer un tejido social fragmentado por las políticas que encuentran un hilo conductor en la precarización de la vida”
En este sentido, Alicia relata: “La gente trazaba su lote pensando en una vivienda digna, por lo tanto tenía patio, tenía lugar donde producir en una huerta; no era la villa donde nuestro pueblo consigue un pañuelito chiquito para sobrevivir con su famila. Aquí era la búsqueda de una vivienda digna. En ese momento llegaron las elecciones y ganó Armendáriz [iv]. La organización y unidad del pueblo era tan fuerte que el primer anteproyecto de ley que envió al parlamento fue la expropiación de esas tierras, porque era tierra privada, y entonces se logró la conformación de esos barrios, con dignidad. Esas tierras eran basurales, así que, después de trabajarlas, de limpiar, sacar piedras, basura, las familias podían pensar en una huerta. Aquí es necesario mencionar quiénes son esos adultos y jóvenes analfabetos en nuestro conurbano bonaerense. Son los campesinos expulsados de la tierra, del monte, de las chacras. Entonces, de esa experiencia de alfabetización construimos módulos pedagógicos ligados a la producción de huerta, la cría de gallinas, a la alimentación y con esos materiales se alfabetizaba”.
Las luchas populares se entrelazaron en esta experiencia llevada adelante por migrantes de origen agrario, cuyos saberes fueron fundamentales para trazar los cimientos de una organización colectiva con anclaje rural y de agricultura de base campesina en el territorio urbano.
“Esto creció mucho, fue reconocido por un funcionario del Ministerio de Desarrollo de la Provincia, que nos contrató para formar promotores de alfabetización con esta orientación en alimentación. Ese contrato significó un aporte que nos permitió comprar
Hoy, las instalaciones de La Parcela cuentan con
“Esas
El Programa de Desarrollo Local Sustentable ya lleva 25 años en pie y el CEDEPO 34 años de vida. En La Parcela funciona un centro comunitario de salud donde asisten más de 400 familias a las actividades y a la atención del centro comunitario. Alicia comparte que “cuando los médicos consideran que hay problemas alimentarios en una familia, recetan huerta. Así que las mandan atrás donde estamos nosotros y acompañamos a la familia para que produzca su huerta, para mejorar su alimentación”.
En palabras de la organización, la agricultura industrial expulsa a los agricultores del campo e impone el monocultivo como práctica dominante de manejo. Uniendo el conocimiento tradicional de los agricultores con los aportes de la ciencia moderna, se crea un diálogo de saberes que establece principios agroecológicos y agronómicos que guían
“Cuando empezamos esto, comenzamos a producir las semillas de manera informal, asistemática. No nacimos con la Casa de las Semillas, fue una construcción posterior. Nuestras semillas muchas veces no germinaban, no tenían poder germinativo, y si lo hacían germinaban poco, las plantas no tenían vigor, nos costaba mucho conservarlas, se las comían siempre los ratones, los bichos. Fueron muchos años de trabajo y aprendizaje hasta que fuimos gestando en articulación con otras organizaciones de agricultores, como la Mesa provincial de organizaciones de la provincia de Buenos Aires, y ahí fuimos construyendo esta idea de la Casa de las Semillas. Al principio era una participación de los productores locales más informales que se acercaban con sus semillas y llevaban las de otros. Promovimos las que fueron las ferias de semillas provinciales y nacionales. Eso nutrió mucho de semillas a nivel local porque hubo un intercambio riquísimo. Esas ferias se hacían en el Parque Pereyra Iraola, eran multitudinarias, con la presencia de organizaciones de todo el país. Conocimos toda la experiencia de producción de semilla de Jujuy, de Misiones, Santiago del Estero, fue una etapa de mucho enriquecimiento y aprendizaje”.
Las semillas criollas, gracias a un proceso continuo de mejora, están adaptadas a condiciones locales de clima y suelo, y presentan resistencia frente a enfermedades y cambio climático. Además permiten la gestión de la producción por parte del agricultor, que gana independencia y autonomía al poder seleccionar sus propias semillas e ir adaptándolas a sus necesidades y no tener que comprarlas anualmente.
Alicia detalla: “El rescate y preservación de las semillas requiere mucha perseverancia, mucha observación. Conocer el ciclo de las plantas, pero también la relación de las plantas con otros factores de la naturaleza, como la luna y las estaciones, y con la tradición familiar y milenaria de estas semillas. No por casualidad cuando uno estudia esos procesos en la humanidad, esta tarea estuvo principalmente en las manos de las mujeres. No por casualidad. Tiene que ver con esa manera de relacionarnos con la semilla y con todo lo que ella trae atrás. Creemos que cuando cultivamos semillas criollas se da una relación de complementariedad que pasa desde la preparación de la tierra para sembrar esa semilla que va a ser la madre de las semillas, como por el cuidado de la abundancia de la cosecha, de la sanidad y la diversidad de esos alimentos que aseguran salud y autonomía. En relación con los productores de la zona nos preguntábamos por qué un sector importante de los agricultores no usaban ni producían sus semillas criollas, y descubrimos que había una pérdida de confianza. Nos decían que las semillas no servían, que tenían mala germinación, que era una pérdida de tiempo y eso nos llevó a asumir la producción de semilla como un reto. Las semillas criollas tenían que tener mucha calidad, sino podía ser una tarea interesante pero no cumplirían con los objetivos sociopolíticos que nosotros creíamos que tenían que cumplir”.
En el año 2015, la Casa de las Semillas dio un salto cualitativo, al conformar un equipo de trabajo integrado por
“Nosotros creemos que las semillas son una creación colectiva que tiene que ver con la historia de los pueblos, especialmente de las mujeres. Las semillas que tenemos hoy son herencias, son un legado que nos han dejado las comunidades indígenas, campesinas, agricultoras, producto de un largo proceso de domesticación. Millones de guardianas de semillas a lo largo de miles de años crearon la diversidad de alimentos que consumimos. Esto parece tan obvio, pero en general en la sociedad las semillas están bastante ocultas. Es una de las dimensiones ocultas de este capitalismo que hoy se construye y que tanto daño hace a la naturaleza y a los pueblos. Nosotros, los que vivenciamos esa relación que establecimos con la semilla, con la tierra, con el viento, con la lluvia, sabemos que esa semilla tiene incorporados todos esos elementos de la naturaleza junto con conocimientos, afectos, visiones, formas de vida que se ligan con el ámbito de lo sagrado. Las semillas han circulado libremente entre las poblaciones garantizando su soberanía y autonomía alimentaria, caminando miles de años por el mundo. Creemos que esa crianza mutua entre los pueblos y las semillas promovió formas específicas de cultivar y de ver el mundo, que tienen que ver con las relaciones que establecemos entre nosotros, entre los seres humanos, y con la naturaleza, la alimentación, la sanación y con las prácticas ligadas a las normas comunitarias, las responsabilidades, las obligaciones y los derechos. Tienen que ver con todo eso”.
Este vínculo entre la reproducción de semillas, la agroecología y la soberanía alimentaria denota toda una concepción sociocultural y política de organización del mundo. Al cuestionar lo que comemos, cuestionamos el origen y las formas de explotación y saqueo que atraviesan al sistema de producción de alimentos industrializado. Cuestionamos el acaparamiento de la tierra y de los recursos, el monopolio comercial, la manipulación y el patentamiento de las semillas, y la criminalización de las campesinas y los campesinos, de las trabajadoras y los trabajadores rurales, de las defensoras y los defensores de la soberanía de nuestros territorios e identidades.
“Creemos que los derechos para cultivar, guardar reproducir y usar semillas son un campo de batalla clave para determinar quién controla la alimentación y
La agroecología de base campesina es una acción social y colectiva que, con distintas denominaciones de acuerdo a la impronta cultural y territorial, se presenta como una herramienta tanto de base como de transformación global, y como la alianza común entre el campo y
“Creemos firmemente que el desarrollo de huertos familiares y de campesinos y campesinas con tierras en producción agroecológica es la fortaleza última para la lucha por la soberanía alimentaria, contra el hambre, la malnutrición y la erosión de
RedEco
Fuente: https://www.resumenlatinoamericano.org/2020/07/02/argentina-aprender-a-germinar/
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