Crisis civilizatoria y el desafío de los pueblos
La
Doctora en Cs. Antropológicas, becaria posdoctoral CEIL-CONICET, y
militante política, Karina Ciolli, realiza una reflexión sobre los desafíos
organizacionales y políticos que presenta la actual crisis económica atravesada
por la pandemia del Coronavirus.
Por Karina Ciolli*
Desde la antropología, uno de los principales objetos de estudio
ha sido el análisis de las iniciativas civilizatorias a lo largo de la
humanidad, sus estrategias de poder, sus tensiones y desmoronamientos. Hoy,
mientras transitamos una pandemia que expone en toda su dimensión las penurias
que el capitalismo fue engendrando, todo indica que estamos transitando una
crisis civilizatoria sin precedentes. Los llamados bárbaros –extranjeros para
los romanos, herejes para los cristian os,
negros para los esclavistas, proletarios para el capital– tienen una tarea.
Como expresaba Engels: “Sólo bárbaros [son] capaces de rejuvenecer un mundo
senil que sufre una civilización moribunda” (Engels, 1884. “El origen de la
familia, la propiedad privada y el estado”).
En estas líneas proponemos sintetizar algunos indicios de esta
crisis civilizatoria, así como los desafíos que se nos abren para los pueblos.
A partir del gran estallido financiero del año 2008, que significó
un quiebre para el modelo de acumulación global, varios analistas anunciaron el
comienzo de un “estancamiento secular” (Larry Summers), el nacimiento de un
“capitalismo de Siglo XXI” con bajo crecimiento y empeoramiento de la
distribución del ingreso (Thomas Piketty) o de un proceso de “destrucción
creativa” donde la virtualidad destruye empresas y modelos de negocio (Joseph
Schumpeter).
Hoy, más de diez años después, se expresa en toda su dimensión que
el capitalismo no sólo no pudo recomponerse en líneas generales luego de ese
estallido, sino que comenzó a transitar un proceso de acelerada agonía.
La desaceleración de la economía –causada por la agudización de la
“normalidad” capitalista: competencia y carrera tecnológica, sobreproducción,
caída de ganancia– y la consecuente búsqueda de rentabilidad en la especulación
financiera, anticipaban el estallido de una nueva y enorme “burbuja” global a
base del endeudamiento desenfrenado de estados y de grandes corporaciones
globales.
Este combo letal alimentado, además, por la guerra comercial y el
cambio climático, anunciaba que el modelo de acumulación comenzaba a mostrar
límites peligrosos, aunque nadie podía precisar a ciencia cierta cómo ni cuándo
se iban a expresar de manera contundente.
Ahora, la crisis humanitaria que surge con la pandemia del
COVID-19, vino a poner sobre la mesa todo lo que estaba sumergido y
cristalizado como nueva “normalidad”. ¿Se veía venir? ¿Estábamos preparados?
¿Quiénes, de qué manera?
El poder económico-financiero mundial no era ajeno a estos
pronósticos. Por poner sólo un ejemplo, en el último encuentro del Foro de
Davos, los asistentes manifestaban un pesimismo “sin precedentes”: “Las
tensiones comerciales, el cambio climático, el avance del populismo y las dudas
sobre el futuro del capitalismo son todos temas que pesan sobre las
perspectivas de los negocios globales, según los ejecutivos que se reunieron en
el centro turístico suizo Davos la semana pasada” (Davos 2020: “Pesimismo sin
precedentes” entre los ejecutivos. 26/01/2020. El Cronista). Además, venían
anunciando que, en estas condiciones mundiales, hay parte de la humanidad que
“sobra” (discursos pronunciados por Christine Lagarde, entre otros).
Por otro lado, los pueblos, que viven con crudeza las
consecuencias de este agotamiento, comenzaron a expresarse a partir de
estallidos en diversas partes del mundo. Desde las revueltas en Latinoamérica a
fines de los años 90, el movimiento de indignados en Europa y la irrupción de
la llamada “primera árabe”, hasta la llegada de los “chalecos amarillos” en
Francia, y las recientes manifestaciones multitudinarias en Chile, Ecuador,
Colombia, Haití, El Líbano e Irak, entre otros.
El aumento de la desigualdad social, la mercantilización de los
servicios esenciales y el descreimiento y desconfianza hacia estructuras
políticas que no permiten resolver problemáticas estructurales, son algunas de
las demandas que, de manera heterogénea y espontánea, se esparcen por los
pueblos. A pesar de la pregonada “falta de organización”, muchos de estos
estallidos mostraron grandes saltos en la participación y en la acumulación de
experiencias, saltos imposibles de ser transmitidos por televisión.
Es importante resaltar que muchos de estos estallidos se
mantuvieron inclusive durante la amenaza del COVID-19, y otros nacieron con esta pandemia, como los cacerolazos
que surgieron en Brasil contra Bolsonaro entre sectores de “clase media” que lo
habían votado.
A pesar de estas expresiones ineludibles –el poder económico
mundial manifestando preocupación y la necesidad de reinvertarse, por un lado,
y gran parte de los pueblos reaccionando y manifestando rechazo a todo lo
existente, por otro– muchos sectores subalternos se debatieron entre dos
alternativas.
Por un lado, desde el escepticismo se pregonó el viejo slogan de
que “el capitalismo siempre se recicla”. Acusando de “fatalismo” a quienes
venían anunciando que en estas condiciones el sistema global iba a chocar
–llevándose a los pueblos consigo en ese choque–, el escepticismo penetró en
muchos sectores que no quisieron (o no pudieron) ver que las condiciones
actuales nos empujaban a un replanteo de las estrategias como sector
subalterno.
Por otro lado, la confianza en “mejorar el sistema” promovió la
seguridad de que las estructuras, “desde arriba”, podían resolver las
problemáticas estructurales, desconociendo que los estados –aunque cambien los
gobiernos– continúan atados a las lógicas del mercado global.
En el medio, el sentido común dominante esparciéndose capilarmente
por todos los rincones posibles.
Nuestras vidas estaban en peligro antes de la llegada del
coronavirus. Ya sea por la caída en picada del empleo, como por las
consecuencias del cambio climático, las condiciones nos empujaban a pensar cómo
podíamos organizar la vida y el mundo de otra manera. Las dificultades que
plantean las cuarentenas –medidas lógicas para evitar contagios masivos y el
colapso de los sistemas de salud– exponen en la mayoría de los países los
dramas que se habían instalado como una “nueva normalidad”: el empleo informal,
el hacinamiento, la falta de servicios de salubridad en la mayoría de los
hogares.
Pero esta pandemia está movilizando todas nuestras estructuras. El
COVID-19 vino a mostrar que la lógica del mercado no salva vidas, que las
asignaciones universales, tan denostadas, hoy se ofrecen como el único “parche”
posible (EE.UU. inyectará dinero a las familias norteamericanas) y que las
libertades burguesas sólo esclavizan y proponen que nos quedemos atornillados a
un modelo en caída.
Además de estos aprendizajes, el COVID-19 nos hace pensar tanto en
las estrategias del capital más concentrado, como en las nuestras, la de los
pueblos. En relación a las primeras, está claro que el capital, a pesar de
estar en jaque, nunca se suicida, que busca permanentemente estrategias, aunque
eso signifique sacrificar a gran parte de la humanidad. Las
crisis siempre aceleran los procesos de concentración, donde los más grandes
siempre ganan. Marx y Engels ya habían anticipado que cuando el movimiento del
capital se detiene ante la crisis, emergen dos salidas: la socialización de los
medios de producción, o la destrucción de las fuerzas productivas; y las dos
guerras mundiales del siglo pasado nos han dado ejemplo de esto. ¿Estaremos
frente a una nueva guerra?
Esta crudeza nos empuja, entonces, a endurecernos y a radicalizar
nuestras demandas (y construirlas masivamente) y pensar cómo será el momento
post-pandemia. ¿Seguirán rigiendo las leyes de la propiedad privada como
“sagradas”? ¿Cuál será el rol del Estado? ¿Debemos poner en el centro el debate
por el recorte de las horas de trabajo, estatización de los servicios básicos y
las finanzas, entre otras demandas?
Esta crisis civilizatoria nos orienta, además, a buscar
inspiración en nuestras experiencias históricas y a elaborar redes de información
y de debate masivos (en los barrios, escuelas, fábricas) que nos permitan
prepararnos para una tarea difícil, pero urgente, ya que, como decía Fidel, lo
que está en juego es la especie humana.
*Doctora en Cs. Antropológicas. Becaria Posdoctoral
CEIL-CONICET. Integrante de la Agrupación “Pariendo Una Nueva Sociedad”
Fuente: http://www.agenciapacourondo.com.ar/opinion/crisis-civilizatoria-y-el-desafio-de-los-pueblos
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