¿Estamos
en guerra?
11 de abril de 2020
No es una guerra,
es una catástrofe. Para esta batalla no se necesitan soldados sino ciudadanos;
y esos aún están por hacer. La catástrofe es una oportunidad para ‘fabricarlos’.Por Santiago Alba Rico y Yayo Herrero para CTXT – Contexto y Acción.
Se ha impuesto con inquietante espontaneidad la metáfora de la “guerra” como imagen y justificación de las radicales medidas tomadas contra el virus. Conte en Italia, Macron en Francia, Sánchez e Iglesias en España han declarado la “guerra” al virus o han hablado sin cesar de una “situación de guerra”. En nuestro país, al mismo tiempo que se desplegaba el Ejército en algunas ciudades, hemos visto al portavoz de Sanidad, Fernando Simón, escoltado en las ruedas de prensa por el JEMAD general Villarroya, cuyas intervenciones, por su parte, adoptan muchas veces el tono de una arenga de trinchera: habla de una “contienda bélica” y de una “guerra irregular” en la que todos “somos soldados”, invocando una “moral de combate” y reivindicando los “valores militares” para afrontar la amenaza colectiva.
Digámoslo con toda claridad: lo que estamos viviendo no es una guerra, es una catástrofe. En una catástrofe puede ser necesario movilizar todos los recursos disponibles para proteger a la sociedad civil, incluidos los equipos y la experiencia del Ejército, pero el hecho de que una catástrofe exija tomar medidas de excepción, no autoriza sin peligro a emplear una metáfora que, como todas las metáforas, transforma la sensibilidad de los oyentes y moldea la recepción misma de los mensajes. Llamar a las cosas por otro nombre, si no estamos haciendo poesía, si estamos hablando además de cuidar, curar, repartir y proteger, puede resultar una pésima política sanitaria; una pésima política. Ahora que estamos afrontando la realidad –frente al mundo de ilimitada fantasía en que habíamos vivido en Europa las últimas décadas– no deberíamos deformarla con tropos extraídos del peor legado de nuestra tradición occidental. Como marco de apelación, interpretación y decisión, la metáfora de la guerra –salvo que la utilicen los médicos y los sanitarios abrumados por las muertes que no pueden evitar– nos debe suscitar una enorme preocupación.
Guerra, ¿contra quién? ¿Quién es el enemigo? En cuanto pronunciamos la palabra “guerra” comparece ante nuestros ojos un humano negativo que merece ser eliminado. Con esta metáfora de la guerra, en efecto, ocurre algo paradójico: se humaniza al virus, que adquiere de pronto personalidad y voluntad. Se le otorga agencia e intención y se deshumaniza y criminaliza a sus portadores, que en realidad son las víctimas1. El enemigo de este desafío sanitario, si se quiere, está potencialmente dentro de uno mismo, lo que excluye de entrada su transformación en objeto de persecución o agresión bélica.
Por eso, esta resbaladiza idea de “guerra” da razón sin querer a los que, llevados de un pánico medieval, acaban convirtiendo en enemigos a los portadores del virus, olvidándose de que ellos mismos –al menos potencialmente– también lo son. Sólo se puede hacer la guerra entre humanos y a otros humanos y, si hay que “guerrear” contra el virus, acabaremos haciendo la guerra contra los cuerpos que lo portan o, lo que es lo mismo, contra la propia humanidad que queremos bélicamente proteger. En estado de “catástrofe” es sin duda muy necesario “reprimir” severamente, como se hace con los transgresores del código de circulación, a quienes violan el confinamiento poniéndose en peligro a sí mismos, a sus vecinos y al sistema sanitario en general, pero ni siquiera esos pueden ser los “enemigos” de una “contienda bélica”, salvo que queramos confundir, en efecto, el virus con sus potenciales portadores, y generar, además, una “guerra” civil entre los potenciales portadores.
¿Vale el discurso del enemigo para atajar el efecto de un virus?
Los seres humanos somos vulnerables y frágiles. Nuestra historia ha
estado y está atravesada por la enfermedad y la exposición al hambre, los virus
y el abandono. Hemos sobrevivido construyendo relaciones con la naturaleza y
entre las personas para tratar de minimizar el riesgo y la inseguridad. El
cuidado y la cautela, el apoyo mutuo, la cooperación, la sanidad y educación
pública, las cajas de resistencia, el reparto de la riqueza han sido los
inventos que han ido poniendo las sociedades en marcha –de forma marcadamente
desigual e injusta en ocasiones– para asumir y bregar con el inconveniente de
que la vida transcurra encarnada en cuerpos que son frágiles y vulnerables e
incapaces de vivir en solitario.
Un virus no es un enemigo consciente y malvado, es un riesgo
inherente a la propia vida. Lo terrible es construir sociedades ajenas e
ignorantes de que los virus, la enfermedad, la mala cosecha o la tempestad
existen. Construir economías y políticas sobre la fantasía del ser humano, como
un ser sin cuerpo y sin anclaje en la tierra que le sustenta es lo que genera
una guerra contra la vida, contra los ciclos, contra los límites, los
vínculos y las relaciones. En los momentos de bonanza se esconden e
invisibilizan, restándoles valor y despreciando, precisamente las tareas,
oficios y tiempos de cuidado que solo se hacen visibles en las catástrofes y en
las guerras.
En toda guerra, decía Simone Weil, la humanidad se divide entre los que tienen armas y los que no tienen armas, y estos últimos están siempre completamente desprotegidos, con independencia del bando o
No es una guerra, es una catástrofe. Es verdad que para dos
generaciones de europeos (en otros sitios la verdadera guerra es su normalidad
cotidiana) esta paliza de realidad es lo más parecido a un conflicto bélico que
hemos vivido. Pero la crisis del coronavirus es en sustancia lo contrario de
una guerra. Que sea “lo contrario” de la guerra también merece un análisis en
profundidad. Lo real no se nos ha presentado como mala voluntad o identidad
belicosa sino como contingencia impersonal adversa en un contexto capitalista
que (aquí sí está justificada la metáfora) lleva años haciendo la guerra a la
naturaleza, los cuerpos y las cosas. Es la “impersonalidad” no bélica de la
catástrofe capitalista la que hay que revertir y transformar: por eso es tan
importante esta convergencia trágica de responsabilidad individual e
institucional que nos muestra ahora la importancia de los cuidados personales y
colectivos. El fin del capitalismo puede estar acompañado de guerras pero no
será una guerra: su anticipo y su metáfora, como colofón de su dinámica interna
de ilimitación incivilizada, es este “virus” sin cara y replicante que
aparecerá una y otra vez, y cada vez más, en forma de “catástrofe”. Para esta
batalla no se necesitan soldados sino ciudadanos; y esos aún están por hacer.
La catástrofe es una oportunidad para fabricarlos.
Pero esto no es una guerra, es una catástrofe. Bastante duro es afrontar una “catástrofe” como para que, además de temer al virus, acabemos temiendo a nuestras co-víctimas y a los que están intentando protegernos. Los ejemplos ya los tenemos y son tan banales como los de la maldad arendtiana a la que se oponen; y la épica también existe y es igualmente de andar por casa: la de ese hombre o mujer que, en el balcón de enfrente, a cuatro metros de distancia, descubre de pronto en su odioso vecino (al que hasta ayer estrechaba la mano con indiferencia o desagrado) una existencia afín y casi amiga a la que no puede abrazar. No deja de ser hermosamente paradigmático que sea en una situación de aislamiento social impuesta, cuando los besos y los abrazos se proscriben, cuando de repente conocemos los nombres de quienes viven en nuestro bloque, nos preocupamos de si tienen alimento o necesitan medicinas.
Esto no es una guerra, es una catástrofe. Al contrario que en una guerra, no hay ninguna causa superior que la salvación de todas y cada una de las vidas humanas. Venceremos sólo si no hay víctimas humanas. O son las menos posibles.
Venceremos quizás esta vez. Pero habrá que prepararse para la siguiente y esta sacudida que reordena las prioridades puede ser un entrenamiento crucial.
Notas
1. De esta humanización bélica del virus da un
espeluznante y paradójico ejemplo este titular de EFE:“El gobierno de Nicaragua
desafía al coronavirus con una marcha multitudinaria”. Ortega, es decir,desafía
al coronavirus facilitando su reproducción.
AUTORES
Santiago Alba Rico
Es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en
Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha
desarrollado gran parte de su obra. El último de sus libros se titula Ser o no ser (un cuerpo).
Yayo Herrero
Es activista y ecofeminista. Antropóloga,
ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social.
CTXT – Contexto y Acción
Fuente: https://www.anred.org/2020/03/22/estamos-en-guerra/
Fuente: https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2020/04/11/condena-internacional-argentina-culpable-de-violar-derechos-indigenas/
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