Caos sanitario y
avalancha
militarista
Por Raúl
Zibechi
Villa Itatí es parte de la periferia pobre del conurbano de Buenos Aires, situada en Quilmes, en el barrio Don Bosco. El nombre responde a la virgen de la ciudad de Itatí, en la norteña provincia de Corrientes. Entre los 45 mil habitantes de la «villa miseria», la inmensa mayoría provienen del norte y de países limítrofes como Paraguay Bolivia.
En casitas precarias, techos de chapa, piso de tierra, caños de agua fuera de la vivienda, escasos o nulos servicios de drenaje, se hacina toda
En las villas
de Argentina el coronavirus no llego aún, pero la población ya conoce el dengue
y la tuberculosis, que se prendieron con fuerza en los últimos años. De modo
que cuando llegue la pandemia encontrará una población ya muy castigada, con
las defensas por el suelo, con escasa comida, hospitales lejanos y atiborrados.
Al mediodía, bajo un sol macizo, «la larga fila de habitantes de la barriada espera la llegada del camión del ejército que arrastra la cocina de campaña. Desde hace un rato los pobladores se encolumnan, uno tras otro en una cola que se extiende más allá de los ojos y a riguroso metro y medio o dos de distancia, sobre
El hacinamiento en las casas convierte la calle en una suerte de patio colectivo. Y los pasillos que separan las hileras de casitas, siempre transitados por las madres para hacer la compra, y los chicos, y chicas, jugando al fútbol. En las villas no existe estar todo el día encerrado, en casas que pasan de congelador a horno según la temporada, con techos de chapas irregulares o cartones que dejan pasar
La policía es una pesadilla. Apenas los adolescentes y los niños se asoman a la puerta, empiezan a gritar y amenazan para que se metan dentro. Los testimonios son aterradores. Siempre contra los jóvenes pobres que tienen un color de piel algo más oscuro.
Con la crisis las villas se están poblando más y más, con gente que llega del norte, de pequeñas ciudades o del campo, al punto que en algunas viviendas se amontonan hasta cuatro familias, que suman decenas niños.
Los más pobres
no creen en el coronavirus y cuando lo mentan, lo atribuyen a los «ricos que
viajan». La citada crónica de Claudia Rafael y Silvana Melo, pone en negro
sobre blanco un sentimiento popular: «A diferencia de la tuberculosis, el
Chagas o los males del hambre multiplicada, el coronavirus llegó de la mano de
las clases sociales más poderosas». Pero va a afectar a los más débiles, como
también comentan en las favelas de Rio de Janeiro y en los cantegriles de
Montevideo.
El alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, militante de izquierda (Frente Amplio), reclama la presencia de las fuerzas armadas para asegurar la «distancia social» en supermercados y bancos, ya que se producían algunas aglomeraciones (https://bit.ly/2Jv7B71). Es apenas un ejemplo entre muchos otros.
Llegados a este punto, creo necesaria alguna reflexión sobre la militarización que estamos viviendo, en todo el mundo por cierto, pero que suena extraña en este continente que se había caracterizado por un rechazo contundente a los regímenes dictatoriales.
·
La
primera es que las clases dominantes están entusiasmadas con esta perspectiva. La pandemia puede contribuir a restablecer un
orden que parecía evaporado con las revueltas en Haití, Ecuador, Chile y
Colombia, y de modo muy particular para volver a encerrar a las mujeres en sus
casas y a los indígenas en sus comunidades. Es la oportunidad de oro para
revertir, o frenar, el activismo antipatriarcal, anticolonial y anticapitalista.
·
La
segunda es que los militares son visualizados por amplios sectores de la
población, desde las clases medias que
ya se comportan como «policías de terrazas» hasta los más pobres, como un
principio de orden en medio del caos colectivo. Las calles de Guayaquil
(Ecuador) aparecen todas las mañanas tapizadas de cadáveres que las familias
abandonan cuando no pueden hacerse cargo. Algo duro de aceptar, que avala la
idea de un mundo caótico fuera de control.
Sin embargo, aquí debe introducirse un matiz mayor. La demanda de orden tiene un significado diferente para los que pasan hambre que para los que solo temen por la seguridad, devenida ahora en temor al contagio. Estos días podemos comprobar cómo esa demanda de seguridad viene, incluso, de la mano de personas que creíamos que formaban parte de nuestro arco de resistencias anti-represivas.
Estas
tendencias deben ser comprendidas para poder neutralizarlas, porque en algún punto representan una tensión
humana relativamente razonable. Para revertirlas,
empero, necesitaremos estar organizados, en colectivos territoriales, capaces
de seguir activos pese al encierro y los miedos.
Fuente: https://www.naiz.eus/es/hemeroteca/gara/editions/2020-04-05/hemeroteca_articles/caos-sanitario-y-avalancha-militarista
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