En la solidaridad, sí hay posibilidad
27 de abril de 2020
Por
Elsa Nieto y Andrés Fernández
En estos momentos de Estado de alarma, crisis
sanitaria y crisis económica se expande de forma imparable la lógica
preocupación social ante el aumento brutal de la pobreza
En estos momentos de Estado de
alarma, crisis sanitaria y crisis económica se expande de forma imparable la
lógica preocupación social ante el aumento brutal de la pobreza. Esta
inquietud creciente se materializa en muchos barrios en iniciativas basadas a
veces en la solidaridad, otras en la caridad, y en ocasiones en un punto
confuso entre ambos planteamientos.
Estos proyectos se ponen en
marcha bajo denominaciones también variadas (bancos de ayuda, bancos de alimentos,
grupos de apoyo mutuo, grupos de apoyo vecinal, red de cuidados, despensas
solidarias, etc.) y cuentan en general con un nivel alto de implicación
vecinal. Más allá de las denominaciones (aunque no perdemos de vista que el
nombre refleja una intención), pensamos que es importante distinguir las
acciones que entroncan con la solidaridad de aquellas que están basadas en la caridad. Puesto
que la solidaridad y la caridad son principios que persiguen objetivos
contradictorios, es esencial aclarar y demostrar con hechos (y no sólo con
palabras) que se opta por una lógica o por otra.
La reflexión que proponemos surge
a raíz de nuestra participación en una de estas iniciativas, de una práctica
reciente e inmediata, en la que nos hemos planteado la necesidad de pensar qué
hacemos, porqué y para qué. En nuestro barrio, como en otros muchos, además del
banco de alimentos vecinal hay un proyecto caritativo de la Iglesia. Recientemente
hemos visto a la U.M.E descargar varios camiones de alimentos en la Parroquia
al calor de gritos de “viva España” o “viva el Ejército” desde algunos
balcones. Mientras, algunas personas comienzan a insistir en la necesidad de
coordinar ambos proyectos. En paralelo, las juntas de distrito tratan de
fagocitar nuestras iniciativas populares.
Aceptando la necesidad de poner
en marcha estos mecanismos populares de apoyo mutuo en este momento concreto,
creemos que es importante recordar el aviso que nos hacía Eduardo Galeano:
“somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”[1].
La reflexión sobre los objetivos y las líneas rojas del trabajo es por tanto
urgente.
Dada la importancia actual de
tener claros ambos conceptos urge desgranarlos y ubicarlos en su justo lugar
para no confundirlos. La acepción oficial incluida en el Diccionario de la RAE
aporta ya elementos distintivos claros, definiendo la “solidaridad” como
“Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros” y la caridad como
“Actitud solidaria con el sufrimiento ajeno” o
“Limosna que se da o auxilio que se presta a los necesitados”. Si bien creemos
que la RAE como institución oficial está lejos de cualquier objetivo de
transformación social (sabemos cómo se resiste a hacer avanzar el lenguaje no
sexista) vemos cómo relaciona la solidaridad con la acción de unirse a una
causa: acompañarse, andar con alguien. La preposición con en
esa definición anula el para o sobre alguien y sitúa a quien se une
a esa causa al mismo nivel. Codo con codo, en pie de igualdad. Descender a la
realidad de la otra persona. La caridad, por el contrario, se define desde
fuera, frente a la otra persona, sobre o para alguien. Es además una actitud, una
postura, no una acción. Se relaciona con el sufrimiento ajeno, es decir con las
consecuencias y no con las causas que llevan a la necesidad.
Paulo Freire explicó con nitidez
que solidarizarse “es algo más que prestar asistencia a 30 o a 100,
manteniéndolos atados a la misma posición de dependencia”[2].
La solidaridad va ligada a la transformación de la realidad. A cambiar lo
que somos.
No olvidamos, y esto tiene
trascendencia en nuestro contexto, que la caridad es una de las virtudes
teologales “por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios”[3];
implica racionalizar la culpa con una actitud paternalista (para o sobre).
Un banco de alimentos será
caritativo si es una acción unilateral (organizada por quienes tienen) y si
actúa de manera puntual en un aspecto parcial del problema, en este caso el
hambre. Supondrá olvidar el con y aplicar sólo el para o sobre. El objetivo será alimentar
puntualmente a “los necesitados”, no se preguntará ni actuará frente a las
causas que provocan hambre. Implicará situarse por encima del problema, en una
posición de poder que anula cualquier posibilidad de organización y liberación
desde abajo. La propuesta será la resignación, virtud también alabada por el
mandato de la Iglesia
Católica , afianzando la inseguridad y desconfianza de la
persona o colectivo oprimido. Tras una aparente neutralidad política se puede
estar contribuyendo, quizá sin saberlo, al status quo y naturalización de la
opresión: a blanquear las instituciones, a tranquilizar la conciencia de quien
dona, a posponer la inevitable explosión de rabia social. Será anestesia social
programada.
Solidarizarse implica pensar y
luchar colectivamente para transformar la realidad objetiva desde una posición
consciente del problema. Requiere, a todos los niveles, eliminar la dicotomía
entre quien dona y quien recibe, entre quien decide y quien acepta. La libertad
se aprende ejerciéndola, ya nos avisó Clara Campoamor. Todas nos hemos
socializado en un sistema que nos enseña a mirar el dedo y no la luna:
recordémoslo y no miremos sólo el kilo de arroz sino a los responsables de que
alguien necesite ese kilo. No se trata de explicarle a nadie lo que sucede, de dónde
vienen los golpes, sino de abrir un diálogo permanente sobre la acción a
desarrollar. Implica construir a partir de un principio de confianza mutua, no
paternalista, sin fiscalizar a nadie y de igual a igual.
Desde luego somos conscientes de
que recoger alimentos no soluciona más que un aspecto muy puntual y efímero del
problema. También sabemos que difícilmente va a transformar algo. Sólo abre una
posibilidad muy pequeña de comenzar, desde el barrio, a auto-organizarnos entre
vecinas y vecinos, a vernos las caras, a conversar, a reconocernos como
víctimas de un sistema que deshumaniza, a pensar colectivamente un problema que
está presente en nuestra cotidianidad y, que si ahora mismo no nos afecta
directamente, puede afectar a alguien que conocemos. Una posibilidad de
reconocer nítidamente al enemigo común y asumir el compromiso de organizarnos.
Con la misma firmeza con la que
se preparan cestas es indispensable ir extendiendo la protesta ante la total
dejación de funciones por parte de las instituciones: municipales, autonómicas
y estatales. En Madrid en concreto es importante insistir a cada paso en que
las plantillas de servicios sociales están formadas por excelentes
profesionales que ya antes de la crisis no daban a basto, que el 010 está
colapsado, que las colas del hambre no paran de crecer y no es culpa de un
virus concreto sino de un sistema que se sostiene sobre la explotación salvaje.
Cada vez más bancos de ayuda vecinal están colapsados y esto no hará más que
agravarse.
Es clave no perder de vista nunca
que incluso la denuncia más enérgica caerá en saco roto si no va a acompañada
de una fuerte organización obrera y popular que tenga claro qué hacer cuando no
haya suficiente comida para todo el mundo en el banco de alimentos. Ya está
pasando en muchos barrios.
Esta advertencia de Eduardo
Galeano resume en realidad todo: "A diferencia de la solidaridad, que es
horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba hacia
abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de
poder: en el mejor de los casos, alguna vez habrá justicia, pero en el alto
cielo. Aquí en la tierra, la caridad no perturba la injusticia. Sólo
se propone disimularla”[4].
Desde la independencia de clase
se abre una posibilidad para la organización que sitúe también las luchas
barriales como espacios desde donde defender y conquistar derechos básicos.
Esto no es poco después de décadas de abandono por parte de sindicatos y
partidos políticos. Esa posibilidad tendrá necesariamente que sustentarse sobre
una base profundamente crítica. Tenemos la posibilidad de dejar de contemplar y
pasar a ser sujetos activos. De poner en marcha una praxis que implica la
acción y reflexión de nuestro entorno para transformarlo.
Preguntémonos, ante cada nuevo
paso, si lo que hacemos va encaminado, o no, a cuestionar las relaciones de
poder impuestas. (…)
Fuente: https://www.lahaine.org/est_espanol.php/en-la-solidaridad-si-hay
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