La puesta en
escena política y mediática del confinamiento
Necropolítica y barrios populares
25 de abril
de 2020
Por Said Bouamama
Bouamamas (Blog)
Traducido del
francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Por una parte tenemos el confinamiento y por
otra el discurso político y mediático que le acompaña. La cuestión del
confinamiento remite a la elección de la estrategia de lucha contra la pandemia,
que se desprende ella misma de una serie de factores (criterios de las
prioridades de quienes toman las decisiones, es decir, de la clase dominante;
estado de los medios disponibles relacionado con las políticas estructurales
anteriores – servicios públicos, política sanitaria, de vivienda, etc. -, grado
de legitimidad del gobierno, etc.). El discurso ideológico de acompañamiento
remite, por su parte, a la necesidad que tienen los dominantes de visibilizar
determinados aspectos y de invisibilizar otros, de imponer unos esquemas y unas
atribuciones causales de los comportamientos y ocultar otros. En este caso lo
que revela la política que se ha elegido en la lucha contra la pandemia es una
necropolítica para obstaculizar lo menos posible el funcionamiento de la
actividad económica y de sus beneficios. La necesidad de ocultar las
consecuencias de esta lleva, por su parte, a una esencialización de los barrios
populares y de sus habitantes que combina racismo, desprecio de clase y
moralización en el marco de la preparación estratégica para el periodo posterior
a la pandemia.
1. Genealogía de
una necropolítica
Desde el inicio de
la pandemia son recurrentes las denuncias del “amateurismo” del gobierno y del
presidente de la República. Señalan la incapacidad de prever, el retraso a la
hora de tomar decisiones o incluso la sucesión de decisiones y declaraciones
oficiales contradictorias. Aunque tienen el mérito de señalar claramente la
responsabilidad del Estado y de los intereses que representa, estas denuncias
tienden a atribuir a “fallos”, “defectos”, “incapacidades”, “insuficiencias”,
etc., de los gobernantes unos hechos que son el resultado o la consecuencia
lógica del funcionamiento de un sistema y de sus criterios de prioridad.
Una
elección tardía y parcial
En ausencia de una
vacuna solo existen dos caminos lógicos para frenar y detener una pandemia:
frenar la propagación del virus por medio de la detección y/o del confinamiento
o, por el contrario, permitir circular para llegar al llamado umbral de
“inmunidad colectiva”. El enfoque teórico que se centra en el concepto de
“inmunidad colectiva” apareció en 1923 en los debates sobre la eficacia o no de
las campañas de vacunación (1). El objetivo de esas investigaciones era
determinar la tasa de cobertura de vacunación para asegurar una protección
óptima de la población destinataria. Así, por simplificar, la lógica consiste en
difundir un “virus” (2) atenuado para provocar una inmunidad adaptativa. Como no
soy médico, no vamos a entrar en el viejo debate sobre la eficacia o
peligrosidad de las vacunas que son obligatorias actualmente. En cambio, sin ser
especialista es posible y necesario examinar la transferencia de este enfoque
teórico desde el campo de las vacunas al de la pandemia. Igualmente es
indispensable examinar el atractivo que este enfoque tiene para el pensamiento
neoliberal (es decir, la doctrina económica de un mercado sin trabas que impulsa
la fase actual de globalización capitalista) de forma explícita, como en los
Países Bajos, o implícita, como Francia.
Destaquemos en
primer lugar las conclusiones opuestas en términos de política pública del
enfoque “inmunidad colectiva” según concierna a las vacunas o la pandemia. En el
primer caso lleva a una política activa del Estado en forma de campañas de
vacunación o de la instauración de vacunas obligatorias. Existe además la
posibilidad de que este carácter activo de las políticas públicas se ponga al
servicio de los beneficios de la industria farmacéutica bajo la forma de la
imposición de “vacunas inútiles” y/o “peligrosas” que suscita unos debates
legítimos. En el caso de la pandemia, en cambio, el enfoque de “inmunidad
colectiva” lleva a la inacción pública, es decir, a una lógica de “laissez
faire”. Por supuesto, esta lógica tiene un coste humano que no niegan los
partidarios de dicho enfoque. El economista de la salud Claude Le Pen evalúa
este coste de la siguiente manera:
“Si
se contamina el 60 % de la población, entonces: 1. La epidemia desaparece; 2. La
población está inmunizada contra un rebote epidémico, una recaída o una nueva
infección por un patógeno de la misma naturaleza. Es el argumento “salud
pública”: la “herd immunity” ofrece una inmunización eficaz, eficiente y
definitiva. Excepto que el 60 % de una población de 60 millones de habitantes
supone 36 millones de personas y aunque la tasa de letalidad de las personas
infectadas sea débil, pongamos que del orden de 1 a 1,5 %, ¡supone entre 360.000
y 540.000 personas muertas! A decir verdad, sin duda sería menor porque estas
tasas de letalidad se refieren a los casos probados cuando muchos sujetos son
portadores asintomáticos. Haría falta una serología generalizada para conocer la
«verdadera» tasa. Pero incluso dividida por 10, la cifra de entre 36.000 y
54.000 personas muertas es considerable” (3).
La cuestión
planteada por la “inmunidad colectiva” no concierne solo al ámbito médico, sino
que cuestiona los criterios de las decisiones políticas y la elección de las
prioridades. Y es que este enfoque basado en la previsión de sacrificar a una
parte de la población tiene unas ventajas evidentes en materia económica: no
frenar la actividad económica ni sus beneficios. El “laissez faire” como
reacción a la pandemia está al servicio del “laissez faire” en materia
económica. Los costes no son de la misma naturaleza según estemos en una
estrategia de confinamiento y de detección o en una estrategia de inmunidad
colectiva: en el primer caso son económicos y en el segundo humanos. Esta es la
razón esencial del atractivo inicial de la inmunidad colectiva para los
gobiernos neoliberales.
Ha sido necesario esperar a que se aceleraran los
primeros contagios por una parte y, por otra, a que hubiera los primeros casos
de personas que volvían a contaminarse (lo que ponía en tela de juicio la
eficacia real de la inmunidad adaptativa para esta pandemia) para que haya un
“cambio de doctrina”, por retomar la expresión consagrada, y se establezca el
confinamiento. Además, esta elección tardía es una elección parcial, como
atestigua el mantenimiento de la actividad en muchos sectores económicos no
vitales. Por último, es una elección que se cuestiona continuamente, como
atestigua la decisión de empezar la salida del confinamiento con la reapertura
de las escuelas con el fin de “liberar” a los padres para que puedan volver a
sus puestos de trabajo.
Una
elección ideológica
Así, el atractivo
que tiene la inmunidad colectiva para los neoliberales tiene una base económica:
obstaculizar lo menos posible la actividad económica. También tiene una
indudable dimensión ideológica. Para darse cuenta de ello basta con recordar
algunos ejes del discurso y de la lógica neoliberal: la idea de una
jerarquización legítima de la sociedad en “perdedores” y “ganadores”, la noción
de “jefe de cordada” como aquella persona que tiene un valor superior a las
demás, el principio del sacrificio de las personas más vulnerables, el axioma de
una competencia sin obstáculos en todos los dominios y la creencia de que esta
provoca dinamismo o excelencia, etc. Con el neoliberalismo nos encontramos ante
el reflejo de la teoría filosófica de Herbert Spencer de la necesaria y deseable
“selección natural” para la especie humana. El médico Dirk Van Duppen y el
bioquímico Johan Hoebeke escriben lo siguiente al resumir las relaciones entre
el “spencerismo” y el neoliberalismo:
“Según Spencer,
lo que rige la naturaleza humana es la «lucha por la supervivencia» por medio de
la «ley del más fuerte». Spencer clasifica a la humanidad en pueblos y razas
superiores e inferiores, lo cual justifica por medio de una pseudociencia el
racismo y la división de la sociedad entre una élite y las demás personas. Según
esta ideología, la competición es el principal motor del progreso. La herencia
determina quiénes siguen siendo pobres, parados o no tienen éxito, y cualquier
ayuda a su favor es inútil. […] El neoliberalismo ha logrado volver a poner de
moda muchas de estas ideas” (4).
El atractivo que
tiene el enfoque de la “inmunidad colectiva” para el gobierno Macron no es
sorprendente ni nuevo. No es sorprendente porque se hace eco de su visión
neoliberal global ni es nuevo porque se defiende regularmente, a menudo de
manera implícita y a veces de manera explícita. Esto es lo que hace varios meses
decía, por el ejemplo, el director general del CNRS [siglas en francés de Centro
Nacional para la Investigación Científica] para justificar la ley de
programación plurianual de investigación: “Hace falta una ley ambiciosa, no
igualitaria (sí, no igualitaria), una ley virtuosa y darwiniana, que aliente a
los científicos, equipos, laboratorios y establecimientos más eficientes a
escala internacional, una ley que movilice las energías” (5).
La preocupación
principal de no obstaculizar la actividad económica y sus benéficos llevan
inevitablemente a la clase dominante a sacrificar a una parte de la población.
Estamos claramente en presencia de una necropolítica, es decir, de una política
de la muerte que se desprende ella misma de la política que plantea como
prioridad absoluta preservar el beneficio.
2. El acompañamiento ideológico del
confinamiento
La adopción de la
estrategia del confinamiento se hace a regañadientes, impuesta por la magnitud
de la pandemia (y la cólera social que, lógicamente, suscitaba) y tratando de
limitarla lo más posible. Inmediatamente se acompañó de una campaña ideológica
generalizada cuyo primer objetivo es ocultar la “política de la muerte” elegida.
Se trataba también de ocultar las dimensiones de clase, de “raza” y de género
del balance humano de esta necropolitica por medio de un discurso general sobre
un “virus democrático” que no conoce fronteras sociales. La esencialización de
los barrios populares y de sus habitantes es uno de los vectores del
acompañamiento ideológico de la pandemia en el marco de una preparación activa
de la situación posterior a la pandemia con el objetivo de instrumentalizar la
catástrofe que vivimos, lo que la periodista canadiense Naomi Klein denomina la
“estrategia del shock” o el “capitalismo del desastre”: “Este último [el
ultraliberalismo] recurre intencionadamente a crisis y desastres para sustituir
los valores democráticos […] por la ley del mercado y la barbarie de la
especulación” (6).
La falta
de civismo y la irresponsabilidad de los habitantes de los barrios populares
Desde los primeros
días de confinamiento se multiplicaron los reportajes acerca de que los barrios
populares no respetaban el confinamiento. Por supuesto, iban acompañados de
múltiples “análisis” y comentarios de “cronistas” imprescindibles que coincidían
en afirmar que existe una “falta de civismo” (una “irresponsabilidad”, una
“indisciplina”, etc.) específica de los barrios populares tanto en su magnitud
como en su carácter sistemático. “« Allah a plus de poids que nous » : Le
confinement révèle les territoires perdus de la République” [“Alá tiene más peso
de nosotros”: El confinamiento revela los territorios perdidos de la República]
(7) era el titular de la revista Valeurs Actuelle. “Desde hace dos días
muchas personas, en particular africanas, hacen barbacoas […] y cuando
llegan los policías, se indignan y les pegan” (8), confirma el ineludible Eric
Zemmour. “Paris : le business des rues malgré le confinement” [París: el negocio
de las calles a pesar del confinamiento] (9), añade en titulares el periódico
Le Parisien. Acabemos estos ejemplos citando al exprefecto Michel
Aubouin, que no tiene la menor duda: “El fondo del problema es la dificultad que
tienen las fuerzas de policía para hacer respetar el confinamiento. En realidad,
nadie quiere reconocer que no se puede intervenir en las cités [los
barrios populares, n. de la t.], algo que ya es complicado en tiempos normales”
(10).
Por supuesto, no
se ofrece estadística alguna para apoyar estas afirmaciones que presentan a las
personas que viven en los barrios populares como unas irresponsables que ponen
en peligro la salud de toda la ciudadanía. Estas afirmaciones se contentan con
retomar y acentuar, en un contexto de miedo social frente a la pandemia, las
imágenes mediáticas y políticas de los barrios populares que se difunden desde
hace varias décadas como “territorios perdidos de la República” caracterizados
por la “secesión” (un término de Emmanuel Macon), la toxicomanía generalizada,
la delincuencia banalizada, la reivindicación del comunitarismo y de la
radicalización, etc. Por supuesto, en los barrios populares, como en otros
sitios, hay ciudadanos que no respetan el confinamiento. Hablar de ello es una
cosa y otra es poner el foco de atención en ellos de forma recurrente imputando
las “constataciones” a “faltas de civismo” y no a unas causalidades objetivas.
Aunque es
indudable que la gran mayoría de las personas que viven en los barrios populares
respetan el confinamiento, por supuesto es probable que en ellos haya más
personas que en otras partes que debido a sus condiciones de existencia se ven
obligadas a no poder respetarlo como les gustaría. Como todos los seres humanos,
las personas que viven en los barrios populares quieren vivir, tienen miedo por
ellas y por sus familias, comprenden qué es un proceso de contagio, etc. Pensar
lo contrario supone considerar que estas personas tieneN una “naturaleza”
diferente de la del ciudadano “normal”, están dotadas de menos inteligencia,
actúan movidas por unas “culturas” irracionales o bárbaras, o por religiones del
mismo tipo. Por consiguiente, hay un claro desprecio de clase y racismo.
El discurso sobre
“la falta de civismo” y “la irresponsabilidad”, es decir, la lógica de
moralización, permite ocultar las realidades económicas y materiales. Atribuye a
unos componentes individuales lo que es resultado de imperativos vinculados a
las condiciones de existencia. Por supuesto, la capacidad de soportar un
confinamiento largo no es la misma dependiendo del entorno en el que se sufre
dicho confinamiento. Los efectos concretos que tiene sobre la vida cotidiana no
son indiferentes según se lleve a cabo en una segunda residencia en la Isla de
Ré o en un edificio de pisos de alquiler de renta baja a las afueras de París.
Las consecuencias para la salud física y psíquica no son idénticas en ambas
situaciones. La idea de un “virus democrático” que se presenta para justificar
que todos nos encontramos ante una misma prueba oculta las divisiones de clase,
de “raza” y de género.
Además, la
elección de poner el foco sobre las personas a las que “carecen de civismo”
oculta las reacciones colectivas destinadas a hacer frente al carácter
insufrible e insoportable del confinamiento en muchos barrios populares. En
efecto, en ellos se han multiplicado las iniciativas de solidaridad para paliar
las carencias de las políticas públicas. Hay que ser verdaderamente ajeno a la
vida de los barrios populares, como es el caso de muchos periodistas, cronistas
o políticos, para no ver la solidaridad entre vecinos y vecinas, las
movilizaciones familiares, las iniciativas asociativas, etc, que se han
multiplicado durante las últimas semanas. Quienes tienen la costumbre de hablar
de “zonas sensibles” curiosamente son ciegos a la sensibilidad popular que hay
en los barrios populares.
Las
funciones de legitimación del discurso sobre la falta de civismo
El discurso
dominante que explica por medio de la “falta de civismo” las infracciones del
confinamiento no es fruto de un simple error de lectura de la realidad social.
Está al servicio de la función de legitimación de las opciones de gestión del
confinamiento por una parte y de las anticipaciones del periodo posterior al
confinamiento por otra. En lo que concierne al presente, este discurso oculta la
elección de una política policial de gestión del confinamiento cuya expresión
más visible son las “multas”. Esta elección lleva a nuevos enfrentamientos entre
la policía y las personas que viven en los barrios populares, como atestigua el
recrudecimiento de la violencia policial en medio de un silencio mediático
generalizado. Las elecciones hechas desde hace varias décadas en materia de
seguridad en los barrios populares tienen unos efectos que se multiplican en el
contexto de la pandemia y del estado de urgencia sanitaria, que anima a mostrar
más celo todavía a muchos policías, que habitualmente ya se sienten autorizados
a tratar de forma excepcional a esta “chusma” o a estos “salvajes”. No se ha
tomado ninguna medida que movilice las energías ciudadanas para acompañar el
confinamiento en los barrios populares. Se ha optado únicamente por la
seguridad, con unas consecuencias previsibles: humillaciones, exceso de celo a
la hora de imponer multas según la apariencia de las personas, violencia
policial, etc. Testimonio de ello es la lista ya larga de brutalidades
policiales desde el inicio de la pandemia censadas por el primer informe del
Observatorio del Estado de Urgencia Sanitaria, publicado el 16 de abril de 2020
(11).
La segunda función
del discurso sobre la falta de civismo concierne al periodo posterior a la
pandemia y su inevitable balance humano. Cuando se quieren ocultar grandes
disparidades que implican denuncias políticas se nos suelen presentar datos
generales que no especifican todas las características de las personas
afectadas. Ahora bien, se puede afirmar desde ahora que entre las víctimas hay
una enorme proporción de personas pertenecientes a las clases populares y
todavía más de personas “de color”. Estas personas son quienes están en las
fábricas, incluidas las no vitales, que el gobierno decidió no interrumpir.
Ellas son quienes trabajan en los empleos donde hay riesgo de contacto y a las
que no se les han proporcionado mascarillas, batas, etc. Ellas son quienes
generalmente tienen trabajos que no se pueden hacer por medio del teletrabajo.
También son quienes utilizan masivamente los transportes públicos para ir a
trabajar. Son quienes disponen de unas condiciones materiales peores para
confinarse de forma eficaz, tanto en su vivienda como en su entorno urbano
cercano. En resumen, el balance por clase social, por sexo y por origen no
ofrecerá sorpresa alguna. El discurso sobre la “falta de civismo” ofrece una
“explicación” que achaca a las personas las consecuencias de una situación
objetiva fruto de las opciones económicas y políticas. Quienes sean escépticos
no tienen más que recordar las explicaciones dominantes para los accidentes
laborales, supuestamente provocados por la “negligencia de las personas
asalariadas” debido a la falta de cuidado o a costumbres “culturales”. Quienes
duden no tienen más que recordar las explicaciones dominantes para los suicidios
en el trabajo, que supuestamente se deben únicamente a “razones personales”.
El balance también
se hará de manera estática, es decir, en un tiempo que no permita tener en
cuenta los efectos a largo plazo de la pandemia y del confinamiento. Ahora bien,
vivir un confinamiento tan largo en el marco de las condiciones de existencia de
los barrios populares, darse cuenta progresivamente de la magnitud de los
fallecimientos en ellos, padecer el discurso sobre la “falta de civismo”, etc.,
no puede dejar de tener unos efectos duraderos. La violencia de la situación
sufrida y contenida durante el confinamiento no puede sino tratar de expresarse
y habrá descompensaciones en aquellos territorios que carecen de las necesarias
estructuras de cuidados y de acompañamiento. Estos efectos no entran en las
prioridades neoliberales dominantes. Tendrán como única respuesta la acción de
las fuerzas de policía con unas consecuencias fácilmente previsibles.
Por último, el
discurso sobre la falta de civismo durante el confinamiento prepara el discurso
sobre otra “falta de civismo”, la del periodo posterior al confinamiento, que ya
anuncian los leitmotivs “estamos en guerra” y de la “unidad nacional”.
La opinión pública está preparada para la idea de una “reconstrucción” en “la
postguerra” que exige “sacrificios” en materia de salarios, impuestos, horarios,
periodos de vacaciones, etc. Quienes se nieguen a esta lógica serán tachados en
el mejor de los casos de “incívicos” o de “irresponsables” y en el peor de
“antifranceses” a los que hay que vigilar y castigar. Emmanuel Macron nos
advirtió en su discurso del 13 de abril que habrá que “salir del camino trillado
de las ideologías”. Y para prevenir el comportamiento de las personas
recalcitrantes, siempre hay reservas de
lanzadores de balas de defensa almacenadas previsora y juiciosamente.
La preparación ideológica para el
período posterior al confinamiento está a la altura de la cada vez mayor
revuelta popular, pero contenida debido al contexto excepcional. Anuncia la
aceleración de una fascistización que había comenzado antes de la pandemia. Pide
una respuesta convergente en términos de solidaridad sin fisuras frente a la
represión y de apoyo activo a las diferentes luchas sociales que rechazan los
“sacrificios” y la “unidad nacional”.
Notas:
(1) Paul E.M.
Fine, Herd Immunity : History, Theory,
Practice, Epidémiologic Reviews, volumen 15, n° 2, Oxford, 1993, pp.
265 – 302.
(2) Utilizamos este término para simplificar porque, de
hecho, existen diferentes tipos de vacunas. La generalidad del término “virus”
basta aquí para nuestro razonamiento, que no pretende ser médico sino económico,
sociológico y político. Si hemos hecho el esfuerzo, difícil par nosotros, de
leer algunas obras médicas es para examinar la pertinencia de transferir una
teorización de un campo preciso (el de las vacunas) a otro (el de la pandemia).
(3) Claude Le Pen, “La
théorie de l’immunité collective ou les ayatollahs de la santé publique”,
https://www.institutmontaigne.org/blog/la-theorie-de-limmunite-collective-ou-les-ayatollahs-de-la-sante-publique,consultado
el 12 de abril a las 18:00 h.
(4) Dirk Van
Duppen y Johan Hoebeke, L’homme, un loup
pour l’homme ?
Les fondements scientifiques
de la solidarité,
Investig’action, Bruselas, 2020, pp. 17 -18.
(5) Antoine Petit, “La
recherche, une arme pour les combats du futur”, Les Echos, 26 de
noviembre de 2019.
(6) Naomie Klein, La
stratégie du choc. La montée d’un capitalisme du désastre, Actes Sud,
París, 2008, contraportada. [En castellano
La doctrina del «shock»: el auge del capitalismo del desastre,
Barcelona, Paidós, 2007; traducción de Isabel Fuentes García et al.].
(7) Quentin Hoster y Charlotte d’Ornellas, “Allah
a plus de poids que nous » : Le confinement révèle les territoires perdus de la
République”, Valeurs actuelles, 21 de marzo de 2020.
(8) Eric Zemmour, programa “Face à l’info” de C news del 19
de marzo de 2020.
(9) Cécile Beaulieu, “Paris :
le business des rues malgré le confinement”, Le Parisien, 24 de
marzo de 2020.
(10) Entrevista de
L’Observatoire du journalisme, 28 de marzo de 2020,
https://www.ojim.fr/banlieue-province-le-confinement-recouvre-deux-realites-differentes/,
consultado el 14 de abril de 2020.
(11) Primer informe del Observatorio del Estado de Urgencia
Sanitaria,
https://acta.zone/premier-rapport-de-lobservatoire-de-letat-durgence-sanitaire/,
consultado el 16 de abril de 2020 a las 16:10h.
Esta traducción se puede reproducir libremente a
condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y
Rebelión como fuente de la traducción.
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