África ante el coronavirus
29 de marzo de 2020
Después de las primeras
medidas para contener el virus en África, calcadas del modelo seguido en
Europa, Asia y Estados Unidos, se multiplican los interrogantes: sin Estado de
bienestar, ¿quién va a mantener a esas familias? ¿Estas medidas que quizá sirvan
en Europa acaso servirán en África o Latinoamérica?
Por El Salto
El
pasado 27 de marzo, TV3, la única tv española con corresponsales en Africa, nos
informó tímidamente de la primera revuelta africana liderada por mujeres en el
mercado de Bissau en contra de la medida del Gobierno de cerrar el núcleo
social que representa un mercado ente la pandemia. El primer
interrogante que me vino a la mente fue: sin Estado bienestar ¿quién va a
mantener a esas familias? ¿Estas medidas que quizá sirvan en Europa acaso
servirán en África o Latinoamérica?
La sanidad kemítica [pueblos y naciones africanas menos
occidentalizadas] es en su mayor parte de pago, la prevención es muy deficiente
y el diagnóstico tardío. Sumados al problema del secuestro de las patentes por
las farmacéuticas, la corrupción de las dictaduras Tío Tom amigas de Occidente
que, mientras persiguen a Kemi Seba [figura clave del anticolonialismo y el
panafricanismo], se llevan el dinero de los hospitales a bancos de Madrid,
Andorra, Liechtenstein, Mónaco, Barcelona, Milán y Suiza, aumentando así la
escasez de medios humanos y técnicos.
África
soporta así el 24% de la carga mundial de enfermedad, según cálculos del
antropólogo Alvar Jones, pero cuenta tan solo con el 1% de la financiación
mundial. El conjunto de sus sistemas de salud dispone tan sólo del 3% de los
trabajadores. Con un 50% de mortalidad neonatal y un 10% de mortalidad en
menores de cinco años, la población africana se encuentra en un estado de
emergencia sanitaria permanente. La esperanza de vida se cifra en 49 años.
La ausencia de un acompañamiento institucional seguro imposibilita en todos los
Estados la delegación de la gestión de la enfermedad. Los
itinerarios y las decisiones que implican los modos de ingreso de la persona
sin salud son especialmente difíciles: aquí chocan o bien encajan diversas
visiones del mundo.
La crisis presente del coronavirus, en definitiva, inaugura una
sociología que permite la comprensión de la posmodernidad trágica desde
múltiples vertientes, tanto desde lo fenómenico, como desde la comprensión
teórica. Un recapitular del rumbo presente a partir de los elementos simbólicos
que emanan de la propias sociedades y comunidades kemiticas, de casa y de
fuera.
Históricamente, las pandemias como el sida han sido
determinantes en las construcción de imaginarios sociales y las mitologías fundantes
de la interpretación de la realidad, así como la construcción simbólica de
dicha realidad.
Desconocer la gravedad de todas las crisis biológicas y de sus
consecuencias sociales, culturales, políticas, económicas y ambientales que
acontecen en los entornos habitados en mayor medida por poblaciones
afrodescendientes es propio de la otra perplejidad compartida ahora por
millones de seres humanos en todo el mundo.
Tras
casi un mes de reclusión acaso es el momento de hacer una reflexión seria, pero
alejada de los mensajes más alarmistas sobre la realidad africana ante el
recorrido de este virus en particular. La lectura de este virus por fuerza es
diferente en un lugar donde millones de personas mueren de pandemias crónicas,
como el dengue, el paludismo, la pulmonía, las guerras y los accidentes en
vehículos, sin olvidar los frutos del neoesclavismo o las más de 5.000 bajas
anuales en las pateras y vallas de Ceuta, o aún frente a los abandonados en
Turquía, Grecia o los campamentos de Sudán en tierra de nadie.
Antes de que la OMS imponga medidas como cerrar los mercados de la Comunidad Económica
y Monetaria de África Central (CEMAC) deberían explicarnos qué tipo de programa
hay para las poblaciones del continente y sus redes sociales, qué país africano
puede hacer revisiones y remedios, cuando Estados de la UE, como Italia,
no han podido hasta el momento.
Cuando Teodorín [hijo del dictador guineano Teodoro Obiang
Nguema] desde el Carnaval de Rio o desde su bien financiada mansión en
California insiste en que los africanos se queden en casa… ¿en qué casa se
refiere? ¿Acaso con el boom del petróleo construyó viviendas de protección
oficial para todos ellos? ¿El antídoto será de acceso para los más pobres? Y si
es así, ¿por qué las supuestas vacunas recorren el camino, distópico en
principio, de la mercancía privatizada y comercializada? ¿Están las
farmacéuticas pensando una vez más en hacer un considerable negocio con la
pandemia?
La dura realidad que vive África, pues, sometida a pandemias muy
superiores al coronavirus —por el momento— como el paludismo, la tuberculosis y
la malaria, males endémicos que matan anualmente 200.000 personas sin alarma
social, sin que La Sexta haga un maratón, nos da mucho que pensar, y abre
muchos interrogantes. ¿Qué significa en la práctica que se apliquen a los
africanos las medidas adoptadas para el coronavirus en el medio euroamericano?
¿Hay alguna alternativa más equitativa? Cuántos países africanos se pueden
enfrentar la pandemia? Preguntas, preguntas. Y… ¿una vez lograda la vacuna,
todos los seres humanos tendrán derecho a acceder a ella? ¿Qué industria
africana puede, ante la pandemia, permitirse el lujo de cerrar sus fronteras,
productividad sin excedentes y subsistir sin alimentos?
El BM, UNICEF y la
propia OMS nos dicen que las personas en África viven con
menos de dos dólares al día, ¿tenemos los africanos la capacidad de obtener una
asistencia médica gratuita, parando la producción, adquisición y alimenticia, o
sigue siendo la economía informal la fuente de ingresos? ¿Qué pensar del gasto
en armamento? ¿Acaso alguna urbe afro puede parar su actividad, un máximo 48
horas, siendo sus poblaciones capaces de separar este paro de su menguada pero
imprescindible producción y sus complejos canales de distribución?
Está claro que decisiones como cerrar los mercados de Bissau,
Abidjan, Dakar, Lagos, Malabo, Yaunde, Durban o Luanda no solo son una decisión
de lo más criticable, también una sentencia de gran debilitamiento, extremo a
veces, paramuchas familias. Como dice un refrán fang, hay que evitar que el
pantano crezca.
Las mujeres comerciantes no tienen medios para sobrevivir con
extensas familias a sus espaldas, sobretodo, desde de que la cúpula de la UE
haya destruido su agricultura con los tratados de libre
comercio. Requieren de la capacidad del entramado familiar para movilizar
pequeños recursos financieros a diario, de cara a sufragar los gastos de
estancia y tratamiento en clínicas.
El modelo de implementación vertical de hospitales se ha
impuesto: es decir el Estado y las ONG sufragan hospitales a los que buena
parte de la población no puede acceder. En Bata (Guinea Ecuatorial), cuesta 50
euros diarios. El entorno del enfermo también ha de asegurar la búsqueda de los
fármacos en buen estado, si es posible; medicinas recetadas en la libreta de
salud, en caso de que no se den rupturas de stock; la prospección de sangre si
fuese necesario es todo un riesgo, una decisión a vida o muerte, velar por la
higiene del enfermo, su comodidad, su alimentación, etc. En países
donde la esperanza de vida es tan baja donde las
infraestructuras sanitarias requieren y propician el rol activo de los
individuos y colectivos para sortear las dificultades extremas, no es una
actitud sujeta al reproche. Quizá es algo irónico que las personas negras a
estas alturas se dejen arrastrar por el miedo globalizado general.
Al respecto sugiero los videos del hondureño Alfredo Bowman, más
conocido como doctor Sebi, seguida de una reflexión de lo ocurrido desde la
Conferencia de Berlin. El sumatorio de todos estos vacíos estructurales y
otros más avivan la independencia
respecto a la tutela sanitaria demostrando que el lugar donde nacemos determina
la salud que vamos a tener.
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