Nuevos transgénicos,
más riesgos
17 marzo 2020
Una nueva generación de transgénicos llega a los campos y a las
mesas. No se trata solo de cultivos, sino también de animales diseñados
mediante manipulación genética. Sin estudios independientes que avalen su
inocuidad, empresas y gobiernos publicitan la “seguridad” de los productos. La
responsabilidad científica.
Cortar y pegar genes. Y así lograr cultivos (o animales) de
laboratorio a medida del cliente. Desde soja resistente a más agrotóxicos hasta
papas que no se oxidan (“ennegrecen”), caballos supuestamente más fuertes y
vacas con más kilos. Y hasta prometen bebés de diseño, inmunes a enfermedades.
Son las promesas de una nueva técnica, denominada Crips/Cas9, que las empresas
de biotecnología publicitan como una solución mágica para “producir más” y
mejorar razas. Los gobiernos (con Argentina y Brasil a la cabeza) impulsan la
propuesta empresaria e incluso evaden las regulaciones con la que cuentan los
transgénicos.
Compañías de biotecnología, científicos y funcionarios no
presentan estudios sobre cómo esta tecnología, y los alimentos y animales de
laboratorio, impactan en la salud y el ambiente.
Discurso empresario
"Tarde o temprano será posible modificar la
especie", tituló el diario La Nación en Argentina. “La edición de genes
logra luchar contra las infecciones”, destacó el diario Clarín. El portal de
noticias Infobae celebró: “La vaca argentina del futuro. Logran mejorar el ADN
de los animales en una sola generación”.
Los genes son unidades moleculares de los seres vivos que,
en su interacción con el ambiente, inciden en las características de los
organismos (también son unidades que se heredan, que pasan de padres a hijos).
Los artículos periodísticos difunden acríticamente la
técnica de modificación de genes llamada “edición genética (o génica)”.
Consiste en un conjunto de métodos y tecnologías que permiten realizar
modificaciones en el genoma sin requerir la introducción de un gen foráneo. Con
está nueva tecnología se pueden eliminar genes, invertirlos, modificar su
secuencia, silenciarlos o aumentar su expresión. Nahuel Pallitto y Guillermo
Folguera, investigadores de la UBA y el Conicet, explican que las posibilidades
de manipulación, en principio, parecen ser mayores que las que tradicionalmente
ofrece la transgénesis.
La
técnica más publicitada de la edición genética es la llamada Crispr
(“Repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas”,
por sus siglas en inglés). Una manera muy simple de explicar de qué se trata:
es una suerte de GPS con un par de tijeras. Crispr es un GPS que lleva a una
parte específica del genoma, y Cas9 son las tijeras que cortan esos genes. La
publicitan como una forma más precisa, barata y eficaz que los transgénicos
anteriores, que permitiría resolver el hambre, las enfermedades y hasta
“diseñar” seres humanos que resistirán enfermedades. Cuenta con una gran
maniobra de propaganda mediática para no pasar por ninguna ley de bioseguridad
y, al mismo tiempo, ocultar las críticas o dudas que implica la tecnología.
Con edición genética las empresas pueden producir
cualquier tipo de organismos genéticamente modificados, con resistencia a
diversos y cuestionados agrotóxicos.
Gobiernos
Argentina fue el primer país de América Latina en
aprobar la soja transgénica. Fue en marzo de 1996 y en tiempo récord, 81 días.
Lo hizo en base a estudios de la empresa Monsanto , sin tener en cuenta los
impactos sociales, ambientales ni sanitarios. Significó un cambio drástico en
el modelo agropecuario argentino. Fue una decisión tomada por un puñado de
funcionarios (encabezada por el secretario de Agricultura y actual canciller,
Felipe Solá), sin ningún tipo de información pública ni participación
ciudadana.
De igual forma, Argentina avanzó en la regulación de
la edición genética. No fue una ley tratada en el Congreso Nacional y, al igual
que con la soja, no hubo ningún tipo de información a la ciudadanía. Se
trata de una simple resolución ministerial (173/15), del 12 de mayo de 2015,
firmada por el secretario de Agricultura, Gabriel Delgado. En una
interpretación tendenciosa define que la edición genética está dentro de las
“Nuevas Técnicas de Mejoramiento (NBT)” y no se trata de transgénicos. Por lo
cual considera que no es necesario ningún estudio sobre posibles impactos en el
ambiente ni la salud de la población.
“Argentina es el primer país del mundo que tiene
regulación para la edición génica”, suele ufanarse Martín Lema, titular de la
Dirección de Biotecnología del Ministerio de Agricultura. Lema, que tiene
papers “científicos” firmados juntos a Bayer/Monsanto y Syngenta, es un
camaleón político, pasa de un color a otro sin sonrojarse: fue funcionario del
kirchnerismo, luego del macrismo y ahora responde a Alberto Fernández. Se
mantuvo siempre fiel a las empresas transgénicas: defiende los intereses del
agronegocio, niega cualquier prueba sobre los efectos tóxicos de los
agroquímicos y nunca escucha a las víctimas del modelo.
Brasil sigue el mismo camino que la Argentina. En 2018,
mediante una polémica resolución normativa (RN 16) de la CTNbio (Comisión
Técnica Nacional de Bioseguridad), dio luz verde para la producción de semillas
e insectos producidos mediante edición genética, sin considerarlos
transgénicos.
En 2018 se realizó en Egipto la Conferencia de las Partes
(COP14) del Convenio sobre Diversidad Biológica (CBD),donde se regula la
biotecnología mundial. Argentina fue el principal impulsor pro-edición
genética. Martín Lema, director de Biotecnología de Argentina, fue el vocero
fundamental para disociar edición genética de los transgénicos y rechazó
burlonamente la aplicación de los derechos indígenas (propuesto por Bolivia).
Negó que se aplique el derecho a la consulta libre, previa e informada, vigente
en normativas internacionales. También reiteró en diversas oportunidades que
Argentina tenía “regulada” la edición genética desde 2015 y afirmó que no eran
necesarios estudios extras.
El gobierno de Argentina resaltó la rapidez en la
aprobación de semillas mediante la edición genética porque, argumenta, no se
debe pasar por las pruebas y trámites que atraviesan los transgénicos. La
cuestionada técnica atraviesa y unifica a los gobiernos: comenzó con Cristina
Fernández de Kirchner, continuó con Mauricio Macri y se mantiene con Alberto
Fernández.
En noviembre de 2018 el gobierno argentino presentó ante la Organización Mundial
del Comercio (OMC) una “declaración sobre biotecnologías de precisión aplicadas
al sector”. Según dice el comunicado oficial “se expresa la importancia de la
edición génica para la agroindustria y procura su aceptación a nivel
internacional”.
Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC, explica que
las grandes empresas instalaron agresivamente que no se consideren los
productos de estas tecnologías como transgénicos, porque en algunos casos el
producto final no necesariamente contiene material genético foráneo, aunque su
genoma haya sido manipulado. “Este absurdo intento de la industria biotecnológica
y de los agronegocios tuvo un revés significativo cuando en 2018 el Tribunal de
Justicia de la Unión
Europea dictaminó que los productos de las nuevas
biotecnologías son organismos genéticamente modificados y deben seguir las
regulaciones de bioseguridad. Paradójicamente, los gobiernos de Brasil y
Argentina, comportándose como buenos lacayos de las trasnacionales del
agronegocio, emitieron normativas de bioseguridad sobre edición genética que
son más laxas aún que las regulaciones existentes sobre transgénicos” [1].
Riesgos
Elizabeth Bravo, doctora en ecología de microorganismos y
miembro de la Red por una América Latina Libre de Transgénicos (Rallt), explica
que estas nuevas tecnologías moleculares alteran la estructura y funciones de
la molécula viva, la forma en como estas se relacionan con su medio ambiente
inmediato, trastocan los ciclos biológicos y evolutivos. “Hasta ahora no es
técnicamente posible hacer ni un sólo cambio aislado en el genoma usando Crispr
y que sea totalmente preciso y seguro. Crispr acaba generando en múltiples
ocasiones modificaciones distintas a las deseadas, incorporando más ‘ruido
genético, más alteraciones’”.
Bravo afirmó que la mayoría de las funciones génicas están
reguladas mediante redes bioquímicas altamente complejas que dependen de un
gran número de factores que las condicionan, como la presencia de otros genes y
sus variantes, las condiciones del medio, la edad del organismo e incluso el
azar. Cuestiona que, ignorando estos hechos, los genetistas y biólogos
moleculares han creado sistemas experimentales artificiales en los que las
fuentes de variación ambientales o de otro tipo se ven minimizadas.
Pallitto y Folguera, integrantes del Grupo de Filosofía de
la Biología de la UBA, confrontan contra el discurso empresario y mediático:
“No es cierto que la edición genética sea totalmente controlada ni que sea del
todo predecible”. Si bien reconocen que la herramienta Crispr /Cas9
presenta una especie de “etiqueta” molecular que indica a qué lugar del genoma
debe dirigirse el complejo que introduce los cambios, se trata de tecnologías
que usualmente van acompañadas de “efectos imprevisibles, tales como
modificaciones en otros lugares del genoma o de cambios no previstos en la
región que interesa”.
Cuestionan que se deje en manos de la ciencia y de las
empresas cuestiones que son de interés general. Les parece insólito que, al
igual que con los agrotóxicos, se les pida a los afectados que demuestren los
daños que provocan los transgénicos, cuando en realidad deben ser los mismos desarrolladores
de tecnologías los que debieran comprobar que sus productos nos provocan daños.
Subrayan que en edición genética no se ha confirmado que sean inofensivos para
la salud ni el ambiente.
“Cuando hay estudios usualmente corresponden a investigaciones
que se limitan a indagar los denominados niveles inferiores de organización.
Así, se estudia lo que puede suceder a nivel molecular o celular, excluyendo
del análisis aproximaciones que contemplen lo que podría llegar a suceder en
los niveles poblacional y ecosistémico”, alertan.
Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC (Grupo de
Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración), cita a la organización
inglesa GM Watch [2], que reporta estudios de 2019 en los que confirma que
Crispr provoca desarreglos genómicos en plantas, animales y células humanas.
Precisa que en el caso de alimentos o forrajes pueden causar alergias y otras
formas de toxicidad.
Leonardo Melgarejo es doctor en ingeniería de producción y
miembro fundador del Movimiento Ciencia Ciudadana (Brasil). Afirma que la
edición genética produce “cambios impredecibles” en el genoma. Y precisa que en
la mayoría de los casos de aplicación de edición genética se realiza con
microorganismos, sin evaluación de riesgos a mayor escala, con posibilidades de
contaminación. Melgarejo, que participó de forma crítica en la CTNbio de
Brasil, deja un interrogante que la industria transgénica aún no contestó:
“¿Cómo prevenir el flujo de microorganismos vivos entre países (con su
consecuente contaminación)?”.
¿Por qué?
El impulso de nuevas tecnologías tiene entre sus
objetivos, además de mayor rentabilidad, responder a un problema autogenerado
por el agronegocio: la resistencia de malezas a los agrotóxicos (como el
glifosato), que ya no son eficaces en el control de plantas no deseadas.
Elizabeth Bravo puntualiza que la edición genética es
parte de un combo de tecnologías que busca asegurar el incremento en el uso de
agrotóxicos y consolidar el rol del agronegocio en la producción
agroalimentaria. Pallito y Folguera resumen: “Los transgénicos ya nos prometían
el paraíso alimentario. Vemos ya las consecuencias de los OGM (Organismos
Genéticamente Modificados --transgénicos--) en términos de contaminación,
deterioro de la calidad de la tierra, pérdida de soberanía alimentaria y
diversidad de cultivos. La lista es interminable. Las tecnologías de edición
genética buscan ocupar su lugar”.
Transgénicos
en la mesa
Estados Unidos ya aprobó una decena
de cultivos mediante edición genética: soja, maíz, arroz, papa, alfalfa, tabaco
y tomate, entre otros.
El 30 de enero de 2020 el Instituto
Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) celebró en un comunicado: “El INTA
siembra las primeras papas que no se oxidan”. Utilizaron Crispr/Cas9 para
evitar el “pardeamiento enzimático”, que traducido a lo cotidiano es evitar el
ennegrecimiento luego de pelarlas.
No dieron a conocer estudios sobre
posibles efectos en la salud.
El INTA, el mayor ámbito oficial
argentino dedicado al agro, destaca como un logro la papa por edición genética.
Y avanzan en los ensayos a campo.
Elizabeth Bravo, desde Ecuador, no
sale de su asombro: “¿Este experimento es para que la papa no se haga negra
después de pelarla? ¿Para qué se necesita eso?”.
Por otro lado, la empresa Bioheuris
anunció su trabajo de edición genética en soja, sorgo y trigo.
Carlos Pérez, director de la
compañía, reconoció cuál es la búsqueda: “El glifosato dejó de ser
completamente efectivo, por lo que es necesario introducir otras resistencias;
ese es el objetivo" [3]. Pérez fue gerente de la empresa Bioceres
(que desarrolló el primer trigo transgénico) y de la multinacional Bayer /Monsanto.
Sus socios, Lucas Lieber y Hugo Permingeat, son parte de la Conabia (Comisión
Nacional de Biotecnología), el organismo responsable de la aprobación de los
transgénicos en el país.
En Brasil, luego de la cuestionada
resolución RN16, se aprobó el registro de una levadura para la producción de
bioetanol por parte de la empresa Globalyeast.
Animales
transgénicos
“Caballos clonados con genes
editados, otra hazaña de científicos argentinos”, festejó la gacetilla de
prensa del Ministerio de Agricultura, el 9 de enero de 2018.
“El equipo
de científicos utilizó el denominado ‘progreso genético de precisión’ para
identificar secuencias de genes existentes de forma natural en los caballos que
codifican para ciertas características, pero
en vez de adquirirlos en sus crías mediante cruza convencional, estas
secuencias son incorporadas en el laboratorio mediante edición genética. La
técnica que permitió realizar estas ediciones en el ADN de los animales es
Cispr-Cas9”, explicó la compañía Kheiron Biotech , responsable del
experimento. Y afirmó ser “la primera empresa del mundo en lograr embriones
equinos genéticamente editados”.
El Ministerio destacó que mejorarían
el potencial y destreza de caballos de polo. Según la empresa, con la
modificación genética se logran “mejoras relacionadas con el desarrollo
muscular, la resistencia y la velocidad de los caballos”. Remarcan la supuesta
importancia de ser una empresas “totalmente nacional” y destaca que en 2017
tuvieron un subsidio de dos millones de pesos del Gobierno (mediante la Agencia Nacional
de Promoción Científica).
Daniel Sammartino, directivo de la
empresa, anunció que “el próximo desafío” es ampliar la edición genética y la
clonación a bovinos y porcinos para mejorar “la salud, alimentación y
bienestar”.
En junio de 2019 Kheiron Biotech
anunció que avanzó en vacunos desarrollados mediante Crispr/Cas9, bajo la
promesa de “generar 20 por ciento más de carne” [4]. Señalaron que en 2020
tendrían la primera camada de terneros obtenidos vía edición genética.
No dieron a conocer qué estudios se
realizan respecto a la inocuidad del animal y de su posible cruzamientos con
otros vacunos. Pero igual aseguraron: “Un animal editado genéticamente en
Kheiron Biotech es idéntico a uno que podría obtenerse naturalmente a través de
cruza convencional” [5]. Y repiten la publicidad empresaria sobre Crispr/Cas9:
“Se trata de una tecnología innovadora que permite la edición de genes de manera
precisa provocando pequeños ajustes en el genoma de los animales de manera
segura”.
El INTA
también experimenta con edición genética en vacunos [6]. Promete generar “animales
que produzcan leche de mejor calidad nutricional”.
En la otra
vereda de los promotores de la edición genética, la Red por una América Latina
Libre de Transgénicos (Rallt) difundió en junio de 2018 un documento de la
organización Independent Science
News (Noticias de Ciencia Independiente): “Los
genetistas y biólogos moleculares han construido argumentos circulares para
favorecer una visión determinista e ingenua sobre la función de los genes. Este
paradigma le resta importancia habitualmente a las enormes complejidades por
las que la información circula entre los organismos y sus genomas. Esto ha
creado un gran sesgo en la comprensión pública sobre los genes y el ADN”.
Remarca que el mayor problema surge cuando esta
conceptualización estrecha de la genética se aplica al mundo real, fuera del
laboratorio: “En el caso de los cerdos ‘súper-musculosos’ reportados por la
revista científica Nature, la fuerza no es su única función. Deben también
tener más piel para cubrir sus cuerpos y huesos más fuertes para sostenerlos.
También tienen dificultades para parir; y si estos chanchos son alguna vez
liberados a la naturaleza es de suponer que tendrían que comer más. Así, este
cambio genético, supuestamente simple puede tener efectos amplios sobre el
organismo a lo largo de su ciclo de vida”.
“El artículo de Nature también revela
que el 33 por ciento de los chanchos murieron prematuramente, y sólo un animal
fue considerado sano al momento en que los autores de esta investigación fueron
entrevistados. ¡Qué técnica tan precisa!”, ironiza la organización.
Silvia Ribeiro, investigadora del
Grupo ETC, recordó que la Academia de Ciencias de China, liderado por Kui Li,
suprimió un gen para lograr cerdos con menos grasa. La carne de las crías que
nacieron es 12 por ciento más magra. Pero una de cada cinco tuvo una vértebra
extra en el tórax. “Es un fenómeno que los científicos no pueden explicar.
Aseguran, sin embargo, que la carne de esos cerdos manipulados tiene el mismo
contenido nutricional”, cuestiona Ribeiro.
Rol de la
ciencia
Los científicos que impulsan la
edición genética aseguran una y otra vez que es una técnica “precisa” y
“segura”. No exhiben investigaciones que den cuenta de ninguna de esas dos
promesas. Y, al mismo tiempo, no son voces ni independientes ni objetivas, ya
que tienen intereses económicos en el desarrollo de esa tecnología.
¿Se le
creería a un médico, contratado por una tabacalera, al decir que el cigarrillo
es inocuo? ¿Qué veracidad tendría un científico, contratado por petroleras, al cuestionar
el calentamiento global?
Nahuel
Pallitto y Guillermo Folguera reflexionan de forma sistemática sobre el rol de
la academia en los procesos sociales y políticos. Cuestionan la sobrevaloración
del discurso científico, presentado muchas veces como objetivo y verdadero. “La
ciencia y la tecnología son las productoras de las herramientas de edición
genética. Sin embargo, son al mismo tiempo las que las validan y las que
legitiman. En el caso de los transgénicos, las voces autorizadas para hablar de
sus usos y consecuencias suelen ser la de los mismos técnicos que los
desarrollan y evalúan. Con Crispr/Cas9 sucede exactamente lo mismo. Se genera
de este modo una estructura de generación/validación cerrada que solo contempla
la voz de los propios científicos y científicas de esos campos específicos.
Procesos de exclusión de la mayor parte de la comunidad científica y, por
supuesto, también de la comunidad no científica”, cuestionan.
El
“principio precautorio” es un aspecto legal vigente en diversas normativas
nacionales (Ley 25.675, en Argentina). Indica que ante la posibilidad de
perjuicio ambiental es necesario tomar medidas protectoras. Incluso la Corte Interamericana
de Derechos Humanos emitió una resolución inédita en 2018, donde instó a los
Estados a “actuar conforme al principio de precaución frente a posibles daños
graves o irreversibles al medio ambiente, que afecten los derechos a la vida y
a la integridad personal, aún en ausencia de certeza científica” [7]. También
llamó a garantizar el acceso a la información, exigió que se cumpla el derecho
a la participación pública en la toma de decisiones que pueden afectar el
ambiente.
Nada de
esto es tenido en cuenta al momento de aprobar productos realizados bajo
edición genética.
En
humanos
En
noviembre de 2018 el genetista chino He Jiankui anunció haber creado los
primeros bebés modificados genéticamente, mediante la técnica de edición
genética Crispr/Cas9 y con el objetivo de “dar a las niñas la habilidad natural
para resistir a una posible futura infección del VIH”.
Se ganó el
(merecido) repudio mayoritario de científicos de todo el mundo. Le reprocharon
haber pasado un límite: experimentar con humanos.
Curioso
que esos mismos científicos justifican la experimentación y liberación de
transgénicos, agrotóxicos y frutas, hortalizas y animales de laboratorio, sin
considerar los impactos sociales, ambientales y sanitarios.
Un año
después, diciembre de 2019, la Justicia china condena a He Jiankui a tres años
de cárcel y a pagar una multa de tres millones de yuanes (430.000 dólares) por
desarrollar “de manera ilegal la edición genética de embriones humanos con
fines reproductivos”.
¿Quién
está detrás?
Elizabeth
Bravo encuentra muchas similitudes con la época en la empezaron a investigarse
los transgénicos. Primero se decía que era una técnica fácil, económica y que
podía hacerse en cualquier universidad. Existían pequeñas empresas que hacían
inversiones, con frecuencia con apoyo de las grandes multinacionales. Y si
encontraba algo de verdad prometedor, la gran empresa compraba a la pequeña.
“Eso sucedió por ejemplo con la empresa que tenía la patente de la soja
transgénica y que fue comprada por Monsanto. Es posible que algo similar esté
sucediendo ahora. Hay muchas de pequeñas empresas trabajando en estas tecnologías,y
a veces cuentan con inversión de las grandes”, explica.
Syngenta,
Bayer-Monsanto y Corteva están desde hace años trabajando en edición genética.
Lo publicitan en su sitios corporativos y con sus periodistas aliados. Siempre
bajo la misma promesa que con los transgénicos: mayor producción para calmar el
hambre del mundo.
El mismo
relato de hace treinta años, pero ahora bajo el nombre de “edición genética”.
Este artículo es parte del proyecto Atlas del Agronegocio
Transgénico en el Cono Sur realizado con el apoyo de Misereor.
Referencias:
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