Pandemia y capitalismo, la lucha en dos
frentes de la clase trabajadora
29 de marzo de 2020
Matías
Maiello
La pandemia de
coronavirus ha roto el precario equilibrio que venía arrastrando el capitalismo
a nivel mundial atravesado por tendencias recesivas, huérfano de nuevos motores
de acumulación, con crecientes tensiones geopolíticas, y signado por un amplio
ciclo de revueltas. Aún es muy difícil determinar la extensión y la profundidad
que alcanzará finalmente la crisis sanitaria a nivel global luego de la
degradación (y mercantilización) a la que ha sometido el capitalismo a los
sistemas de salud. El carácter confuso de la información, la poca confiabilidad
de los informes brindados por los diferentes gobiernos y, sobre todo, la
ausencia de test masivos que sirvan para hacer un mapa fidedigno de la
extensión y tasa de mortalidad del virus introducen una mayor incertidumbre en la situación. Ante
este escenario, estando en riesgo las vidas de millones, asumimos que el
peligro es máximo. Por su parte, las consecuencias económicas, todo indica que
tendrán una magnitud histórica con depresión, crisis de deudas, millones de
despidos, disparada de los índices de pobreza, etc. Políticamente, se
generalizan los cierres de fronteras y se exacerban las tendencias autoritarias
y bonapartistas de los regímenes burgueses. En muchos países tienen como
trasfondo crisis orgánicas que se vienen desarrollando con anterioridad, así
como el reciente ciclo de lucha de clases que se ha desarrollado a nivel
internacional.
En su informe de
principios de marzo, “La era de las protestas
masivas”, elthink tank CSIS (Centro de Estudios Estratégicos
e Internacionales) señalaba:
En un gran giro de la historia, las protestas se han silenciado en
las últimas semanas probablemente debido al brote del nuevo coronavirus […]. Es
probable que el coronavirus suprima las protestas a corto plazo, tanto por las
restricciones gubernamentales en las zonas urbanas como por la renuencia de los
ciudadanos a exponerse a grandes reuniones públicas. Sin embargo, dependiendo
del curso futuro de esta probable pandemia, las respuestas del gobierno al
coronavirus pueden convertirse en otro desencadenante de protestas políticas
masivas.
Efectivamente, y las consecuencias de la crisis económica también.
Gobiernos ampliamente repudiados por las masas que han sido golpeados por la
lucha de clases, como el de Piñera en Chile o el de Macron en Francia, entre
otros, difícilmente puedan quedarse tranquilos aunque las calles estén hoy
dominadas por el ejército y la
policía. Al contrario, probablemente la lista de países del
reciente ciclo de lucha de clases se amplíe en condiciones de crisis mucho más
profundas. Todavía en los inicios de la crisis, la huelga del pasado miércoles
25 en Italia parece comenzar a esbozar esta tendencia, en medio de una
situación social virtualmente explosiva donde los sectores precarios y
empobrecidos son condenados a padecimientos cada vez mayores.
La “guerra” contra el coronavirus y la continuación de la política
por otros medios
Para combatir el brote de coronavirus la mayoría de los gobiernos
capitalistas a nivel global oscilan entre las cuarentenas masivas y la llamada
“inmunidad colectiva” –es decir, contagio masivo para crear anticuerpos en la
población– como armas principales, cuando no exclusivas, para mitigarla. Hoy
alrededor de un tercio de la población mundial (2600 millones de personas) está
bajo medidas estrictas de restricción de movimiento o directamente confinado
para evitar la propagación comunitaria del virus. Paralelamente la gran
burguesía de estos países obliga a una porción de la clase trabajadora a seguir
produciendo en sectores no esenciales para garantizar su ganancia. Por otro
lado, se alzan las voces en sintonía con la “inmunidad colectiva”, comenzando
por el propio Trump, que señalan que “el remedio no puede ser peor que la
enfermedad”, que el daño a la economía (léase en su caso a la ganancia
capitalista) será peor que la crisis sanitaria; durante la semana del 16 de
marzo en EE. UU. 3,28 millones de personas aplicaron para el seguro de
desempleo, lo que supera por mucho el pico más alto de su historia.
Las opciones así planteadas para las grandes mayorías serían: o
arriesgar la vida de un sector de la población dejando que se propague
espontáneamente el virus, o condenar a una parte cada vez más grande del pueblo
trabajador a la desocupación y la miseria, o bien alguna combinación de las dos
anteriores. En la era de la biotecnología, la clonación, el desciframiento del
genoma humano, estas serían las variantes ofrecidas por la burguesía para
combatir el coronavirus. Dos métodos milenarios que, por acción –la cuarentena
masiva– y por omisión –la “inmunidad colectiva”–, fueron utilizados
históricamente para contener la expansión de enfermedades contra las cuales la
medicina carecía de recursos suficientes. Es sencillo entender la “falta de
recursos” para enfrentar la plaga de Justiniano en el siglo VI pero, sin dudas,
en el siglo XXI significa algo muy diferente.
Se repite una y otra vez, desde Macron en Francia hasta Alberto
Fernández en Argentina, que “luchamos contra un enemigo invisible”. ¿Pero qué
quiere decir que un virus es un “enemigo invisible”? El 10 de enero los
científicos chinos publicaron en internet el genoma del virus. En el caso de
Corea del Sur, al momento de comenzar el brote local (20 de enero) contaba con
una capacidad de realizar test del virus a 15.000 personas por día. Con ese
mecanismo logró “ver” la propagación del virus y contenerlo, por lo menos en
principio. Casualmente, o tal vez no tanto, en aquel país están oficialmente en
guerra, aunque mediando un armisticio desde 1953, con Corea del Norte. Los
métodos policiales utilizados para el control de los “infectados” están allí
para recordarlo. En la actualidad, desde la burocracia de la Organización Mundial
de la Salud hasta el New York Times plantean que son claves los test masivos
para el combate efectivo del virus, pero los test aún son artículos de lujo que
no aparecen.
Lejos del discurso bélico con el que todos los gobiernos buscan
justificar medidas draconianas
sobre la población, lo que realmente queda expuesto es el carácter de clase de
los gobiernos y sus instituciones. En 1940, para preparar la entrada de EE. UU.
en la Segunda
Guerra Mundial , Roosevelt ordenó la producción de 185 mil
aviones en dos años (en 1939 se producían solo 3 mil al año) y cuentan que los
asesores de Hitler opinaron que era propaganda. Para 1945, EE.UU. había
producido 300 mil aviones y siderales cantidades de equipo militar, por no
nombrar el “Proyecto Manhattan” que concluyó en la creación de la bomba
atómica. 80 años después resulta que no se puede producir en masa millones de
test para diagnosticar el coronavirus, que hay problemas hasta para abastecer
de mascarillas de protección a los trabajadores de la salud, y que no se pueden
fabricar rápidamente en masa respiradores para cubrir toda la demanda mundial,
cuando en 2016, por ejemplo, se produjeron en el mundo más de 6 millones de
autos promedio por mes. Recién después de meses, en países como Italia, EE.UU.
o Gran Bretaña parece que se “descubre”, por ejemplo, que las automotrices
tendrían que fabricar respiradores artificiales.
Lo
que hubo durante las últimas décadas es una “guerra” contra los sistemas de
salud pública. Ahora, en lugar de la articulación rápida de los medios
necesarios para enfrentar la crisis sanitaria y sus consecuencias sobre las
condiciones de vida de las grandes mayorías, los gobiernos se disponen a
otorgar rescates masivos a los capitalistas. Esta semana en EE. UU., republicanos y
demócratas rubricaron el “rescate más grande de la historia”, más del doble que
el de Obama en 2008. Son 2,2 billones de dólares que se repartirán en su
mayoría las grandes corporaciones y Wall Street, mientras que a los
trabajadores les tocarán subas temporales de los montos del seguro de desempleo
y un pago único a cargo del Estado por 1200 dólares por adulto y 500 por hijo
cuando los costos de los tratamientos por coronavirus, en un país donde la
salud está totalmente mercantilizada, son muchas veces esas cifras y la
desocupación se disparó con millones de despidos. Parafraseando a
Clausewitz, si hay una “guerra contra el coronavirus” como dicen, esta se
parece mucho a una continuidad de la política de descargar la crisis sobre los
trabajadores por otros medios cada vez más bonapartistas.
Pero tampoco es tan sencillo, no se trata de “una crisis más”. La
tensión entre los polos de la “cuarentena general” y la “inmunización
comunitaria” expresa en forma distorsionada la contradicción inmediata que
existe entre las respuestas políticas de los regímenes burgueses para
sostenerse en escenarios de crisis orgánicas o elementos de ellas –en algunos
casos atravesados por importantes procesos de lucha de clases recientes–, y las
necesidades económicas de proteger las ganancias capitalistas a como dé lugar
en el marco de la crisis.
Lo
“esencial” depende de la clase desde dónde se lo mire
Mientras
no haya un factor favorable como podría ser una medicación efectiva, una vacuna
disponible, o cambios en la propia evolución del virus, etc., será difícil para
la mayoría de los gobiernos sostenerse apelando a la “inmunización comunitaria”
y asimilar el riesgo de las consecuencias. De allí que frente al
desmantelamiento de la salud pública, las cuarentenas generales cumplen, además
de un papel de contención básica de la pandemia (en la mayoría de los casos sin
siquiera test masivos para saber la extensión y distribución del virus), el
papel político de medidas de efecto para cubrir las consecuencias de las
propias políticas y la inacción actual, y a su vez buscar el fortalecimiento del poder
del Estado capitalista frente a la crisis (despliegue policial-militar,
limitación de derechos democráticos, concentración del poder en el Ejecutivo).
La contradicción es que estas medidas de paralización afectan inmediatamente
las ganancias de muchos grandes capitalistas.
De
ahí las diferentes respuestas. Como el caso de Bolsonaro en Brasil y otros
gobiernos que buscan minimizar el problema sanitario para mantener el
funcionamiento capitalista normal de la economía. Línea
que tuvieron la mayoría en los inicios para luego retroceder; Boris Johnson en
Gran Bretaña expresó quizá el giro más paradigmático. Hasta casos “combinados”
como el de Piñera en Chile, que decretó el “estado de catástrofe” para
movilizar al ejército pero dando amplia continuidad a la economía. Pero en
Europa, actual epicentro de la pandemia en número de muertes, países como
Italia, el Estado Español o Francia, donde la combinación entre degradación de
los sistemas de salud y la inacción se hicieron insostenibles, los gobiernos
decretaron la cuarentena, mientras la burguesía pugna, además de por los
“rescates” estatales, por garantizarse la posibilidad de seguir explotando a
sus trabajadores.
Una batalla se libra
alrededor de qué es una “actividad esencial”. Una pregunta, a la que un sector
importante de la clase trabajadora se ve obligado a responder, y que refiere en
algún nivel a un problema de la planificación económica frente a la crisis
sanitaria. Claro que la respuesta varía enormemente según el criterio adoptado.
Bajo el principio rector de la ganancia capitalista, por ejemplo, en la Segunda Guerra Mundial
las grandes corporaciones norteamericanas como Du Pont, General Electric,
Westinghouse, Singer, Kodak, ITT, JP Morgan no tuvieron inconveniente en
prestar sus servicios al Tercer Reich, tampoco la ESSO en abastecerlo de
petróleo, o las plantas de Ford y General Motors en producir para Hitler [1]. Se consideraban a sí
mismos “actividades esenciales” que debían continuar maximizando ganancias en
el marco de la masacre generalizada.
Partiendo
de ese mismo criterio, en Italia donde actualmente se registra el mayor número
de muertos y la población está en un virtual estado de sitio, la Confindustria
–confederación patronal– consideró pertinente enmendar el planteo del gobierno
de Conte que había hablado de frenar todas las “actividades no esenciales”, y
agregar excepciones para “sectores de importancia estratégica para la
economía”. Para así incluir fabricación de armamentos, aeronáutica,
electrodomésticos, industria del neumático, grandes porciones del sector
textil, la construcción y las obras públicas, así como buena parte del sector
metalmecánico, metalurgia y siderurgia. Sin, por otro lado, molestarse en
garantizar condiciones de seguridad sanitaria necesarias. El envalentonamiento
patronal se corresponde con la acción del “Estado ampliado” que cuenta con la
complicidad de las burocracias sindicales de CGIL, CISL y UIL, mientras el
discurso oficial de “todos en casa” busca invisibilizar que en medio de esa
situación crítica 10 millones de trabajadores mantienen el funcionamiento de la
sociedad.
Lo
nuevo es la respuesta de los trabajadores, que había comenzado en las últimas
semanas con “huelgas salvajes” en sectores metalúrgicos y de logística, pero
que ha dado un salto el pasado miércoles 25 de marzo con el paro general que
impulsó especialmente la USB, uno de los “sindicatos de base” italianos, junto
con los metalúrgicos de FIOM-FIM-UILM de Lombardía y del Lacio. Amplios
sectores de trabajadores se plegaron, en aquellas regiones la huelga tuvo una
participación de entre el 60 y el 90 %. También pararon sectores de la
industria papelera, textil y química. Fue sintomático el llamamiento firmado
por más de 400 enfermeras invitando a sumarse a la paralización a todos
aquellos sectores no esenciales y adhiriendo con un minuto simbólico de huelga.
La “Comisión
de Garantía del derecho de huelga” impugnó la proclamación de la huelga,
alegando cínicamente razones de seguridad relacionadas con la pandemia y
reservándose el derecho a imponer sanciones.
Los grandes medios
capitalistas hicieron todo lo posible por invisibilizar la acción obrera,
cuando en el sur empobrecido comienza a haber saqueos y los trabajadores
“informales” apenas pueden subsistir. Sin embargo, como señala Giacomo Turci en La
Voce delle Lotte (parte
de la Red
Internacional La Izquierda Diario ),
la huelga comienza a romper la “unidad nacional” reaccionaria que impera en
Italia. Detrás de la cual se pretende ocultar, como en los más diversos países,
que mientras son trabajadoras y trabajadores quienes están al frente del
combate contra la pandemia, así como garantizando producción y reproducción de
la sociedad, los capitalistas siguen amasando ganancias en las actividades
“esenciales”, en muchas otras presionando por seguir explotando a sus
trabajadores a como dé lugar, despidiendo, condenando a los sectores más pobres
a pasar hambre, y mientras tanto garantizándose “rescates” y subsidios
estatales.
Control
obrero y “reconversión económica”
La
huelga en Italia, que se da en medio de la cuarentena y la militarización del
país, probablemente sea un primer anticipo del renovado escenario de la lucha
de clases que se irá configurando, no solo por la crisis sanitaria sino por la
profunda crisis económica que los capitalistas ya están descargando sobre la
clase trabajadora con millones de despidos como puede verse, por ejemplo, en
los niveles record históricos que están alcanzando las solicitudes de seguro de
desempleo en EE. UU. o el millón de despidos y 1,5 millones de suspensiones en
el Estado Español. Alrededor de las cuarentenas y las luchas en torno a las
“actividades esenciales”, tanto en lo que hace a garantizar las condiciones de
seguridad e higiene en los lugares de trabajo como a la negativa de otros
sectores a aceptar el criterio de “esencialidad” (ganancia) de los capitalistas
y el planteo de reconvertir industrias para enfrentar la crisis sanitaria, se
comienza a poner sobre la mesa el problema más amplio (y fundamental de cara a
la crisis) de quién organiza la producción y bajo qué criterios.
Un ejemplo
significativo en otro de los epicentros del brote de coronavirus, se da en
torno al gigante de la aeronáutica francesa Airbus. Hace dos semanas, en
algunas de sus subcontratistas, los trabajadores se organizaron para forzar el
cierre por no existir condiciones mínimas de seguridad (un conflicto similar se
está desarrollando en Airbus
en el Estado Español). Luego la empresa y el gobierno de Macron
comenzaron a presionar para la vuelta al trabajo. Como señala Gaëtan Gracia, delegado sindical de la CGT Talleres
Haute-Garonne : “Mientras faltan mascarillas para el personal
sanitario, no sólo en los hospitales sino también en los servicios de ciudad,
en las ambulancias, etc. nos preguntamos: ¿por qué Airbus ha tenido facilidades
para conseguir 20.000 mascarillas?”. Así, en su respuesta los
trabajadores de varios sindicatos han
exigido que “todas estas mascarillas deben ser entregadas al personal médico
con carácter de urgencia” y luego se garanticen para ellos. Y al mismo tiempo
han planteado reconvertir la producción de la industria aeronáutica para
producir respiradores.
Si hay algo que ha
quedado de manifiesto en esta crisis es que es la clase trabajadora la que
ocupa todas las posiciones estratégicas para la producción y reproducción de la sociedad. Si , como
hemos desarrollado en otros artículos, en términos de estrategia revolucionaria
estas
posiciones son definitorias tanto por su “poder de fuego” para paralizar el
funcionamiento de la sociedad, así como también en tanto lugar privilegiado desde
donde aglutinar al pueblo explotado y oprimido, también lo son desde el punto
de vista de la posibilidad de reorganización de la sociedad bajo el criterio de
la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías, alternativo y
contrapuesto, al de la ganancia capitalista. Como
explicaba Trotsky en
una entrevista con E. A. Ross respecto a la Revolución Rusa :
…
controlaremos que la fábrica esté dirigida no desde el punto de vista de la
ganancia privada, sino desde el punto de vista del bienestar social
democráticamente entendido. Por ejemplo, no permitiremos que el capitalista
cierre su fábrica para hambrear a sus trabajadores hasta la sumisión o porque
no le está rindiendo beneficios. Si está fabricando un producto económicamente
necesario, debe mantenerse funcionando. Si el capitalista la abandona, la
perderá, y será puesto a cargo un directorio elegido por los trabajadores.
Como postal de la
crisis actual, es todo un símbolo que mientras Paolo Rocca, el principal
burgués de Argentina, anuncia el despido de 1450 trabajadores en plena
cuarentena, fábricas bajo gestión obrera que vienen de importantes historias de
lucha contra los despidos y cierres patronales, ya se hayan propuesto producir
insumos básicos para combatir el brote de coronavirus. Es el caso de los trabajadores
de R.R. Donnelley (actual Madygraf), que han mostrado que pueden
producir sanitizante de alcohol y máscaras sanitarias, junto con científicos y
estudiantes universitarios para distribuirlo en los barrios más vulnerables y
hospitales, o las trabajadoras textiles de Traful
Newen que pasaron a
producir barbijos en grandes cantidades poniéndolas al servicio del sistema de
salud. La
cuestión de quién organiza la producción y bajo qué criterios se hará cada vez
más aguda con el desarrollo de la crisis, tanto frente a la actual crisis
sanitaria como frente a los despidos y el cierre de empresas, y con ello la
lucha por el control obrero de la producción.
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Perspectivas
Detrás
de la “unidad nacional” que impera en buena parte de los países del mundo, bajo
el discurso bélico contra el coronavirus se pretende ocultar la guerra que ha
librado –y libra– el capitalismo durante las últimas décadas contra la salud
pública y las condiciones de vida de las grandes mayorías. Está en marcha una
nueva oleada de “rescates” masivos a los capitalistas mientras estos descargan
la crisis sobre los hombros del pueblo trabajador. Se buscan fortalecer las
tendencias nacionalistas y bonapartistas de cara a la agudización de la crisis. Paralelamente
se pretende invisibilizar a los sectores de la clase trabajadora que son los
que verdaderamente están en la primera línea frente a la crisis sanitaria, en
los hospitales y también en las fábricas, el transporte, etc., así como las
luchas que comienzan a protagonizar cuestionando el espíritu de “unidad
nacional”. O a los sectores precarizados y a los que son despedidos en medio de
la cuarentena, que para millones es un “lujo” que el hacinamiento, la pobreza,
la falta de servicios básicos impide cumplir. También se pretende ocultar que
países como Venezuela, Irán o Cuba se encuentran aplastados por sanciones
imperialistas en medio de la pandemia.
En este escenario, es
fundamental visibilizar estas realidades que los regímenes y los grandes medios
de comunicación pretenden disimular detrás de la “unidad nacional” y llegar a
millones con un programa
transicional independiente e internacionalista frente a la crisis.
Exponer hasta el final la irracionalidad de
este sistema capitalista en decadencia, que viene de estar atravesado por un
amplio ciclo de lucha de clases del que todo indica que se preparan nuevos
capítulos, y que plantea cada vez con más urgencia la necesidad de poner en pie
un nuevo orden social no regido por la ganancia sino por las necesidades de las
grandes mayorías. Desde esta perspectiva es que hacemos este semanario de
teoría y política, y desarrollamos la Red Internacional La
Izquierda Diario con diarios en 12 países y 8 idiomas, y actualmente estamos
poniendo en pie LID Multimedia. Herramientas con las que no contaban los
revolucionarios en el siglo pasado y nosotros podemos contar para llegar con
estas ideas a millones, como lo
está mostrando la crisis actual, y fortalecer la organización de
partidos revolucionarios a nivel nacional e internacional que serán
indispensables para, alrededor de los combates que vienen, pelear por terminar
con la barbarie capitalista y hacer realidad la perspectiva de la revolución
socialista en el siglo XXI.
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