¿Hacia una depresión global?
10 de marzo de 2020
Por Rolando Astarita
En el día de ayer, lunes 9 de marzo, los mercados accionarios
experimentaron la peor caída desde 2008. Ocurrió después de una fuerte caída
del precio del petróleo, y nuevas noticias sobre la expansión del coronavirus,
que aumentaron significativamente la preocupación por la posibilidad de una
recesión mundial. El Dow Jones bajó casi un 8%. Las pérdidas en Francia,
Alemania y España también rondaron el 8%; la bolsa de Milán se derrumbó 11%. La de México cayó 6,4%. La de San Pablo ,
Brasil,12,7% (en el año la pérdida es del 35%). El Merval, de Buenos Aires
perdió 13,7%. En las últimas semanas, y hasta el cierre de ayer, Wall Street
perdió 19%. Las bolsas europeas cayeron, en promedio, 23% desde su máximo de
febrero. El precio del petróleo cayó, en EEUU y Europa, 25%; en Asia el 30%.
Las cotizaciones de las empresas petroleras tuvieron pérdidas de dos dígitos:
BP cayó 20%, Shell 18%, Total 17%, Chevron 14%, Petrobrás 29% (perdió 55% de su
valor en el año); el ADR de YPF cayó 28% (en lo que va del año, y hasta ayer,
bajó 59%). Los países latinoamericanos vieron devaluadas sus monedas.
Pero más grave, cuarentenas masivas, como en Italia (60 millones
de personas) o China (100 millones), constituyen escenarios nuevos y de curso
impredecible. A lo que se agregó ahora la guerra de precios entre Rusia y
Arabia Saudita. Como reconoció un ejecutivo del fondo BlackRock, entrevistado
por The New York Times,
hoy la incertidumbre es mayor que en el pico de la crisis financiera de 2008.
Naturalmente, los inversores buscan refugio en títulos gubernamentales. Ayer
llevaron el rendimiento de los bonos del Tesoro de 10 años a un record mínimo,
0,4949% (cuando suben los precios de los títulos, por aumento de la demanda,
baja su rendimiento). El oro, otro refugio, subió 1,6%.
Subrayamos, domina la incertidumbre en el sentido en que Keynes
hablaba de incertidumbre: no hay
elementos para poder siquiera calcular probabilidades de cursos futuros.
Nadie sabe, por ejemplo, cuánto se podrá extender el virus -¿se debilita con la
llegada del calor?- o cómo se afectará la producción global en la medida en que
se siga extendiendo. Sin embargo, todo indicaría que sí se puede afirmar que se dan condiciones para una
depresión global. Esencialmente porque la actual crisis se
desarrolla sobre economías
que nadan en un mar de deudas, debilidad de la inversión y crecientes
desequilibrios. Pero antes de entrar en esta cuestión, permítaseme
una reflexión más general, referida a la vigencia del enfoque materialista.
Virus y concepción materialista
Una primera cuestión que quisiera subrayar es que la aparición del
coronavirus nos ha recordado, dramáticamente, que somos seres constituidos
sobre una base biológica. He planteado esta cuestión cuando traté las nociones
de trabajo abstracto y concreto. Decía en esa nota:
“… el punto de partida del análisis marxista no son individuos
optimizando el consumo de bienes dados, como acostumbra decir el relato
neoclásico, sino individuos que trabajan asociados, gastando su fuerza humana
de trabajo para generar los bienes que les permitan reproducir la fuerza de
trabajo. Y este es el contenido último del trabajo abstracto; es el gasto
humano de energía, de nervios y músculos. Es un condicionamiento físico y
fisiológico, ya que una sociedad de productores no puede consumir más energía
para trabajar que la reposición energética de su fuerza de trabajo total que le
permite el consumo de los bienes que produce. Naturalmente, las formas bajo las
cuales los seres humanos igualan sus gastos de energía, y comparan los tiempos
de producción, cambian históricamente, según se modifican las relaciones
sociales de producción. Sin embargo, esas formas no hacen desaparecer el hecho
de que el gasto humano de energía constituye la sustancia de todo trabajo”. Y
un poco más adelante, agregaba:
“La afirmación de que
el contenido del trabajo abstracto es gasto humano de energía, entendido en el
sentido fisiológico, va en contra del enfoque dominante en la teoría social
crítica, que ha hecho todo un punto de la separación tajante de las sociedades
humanas con respecto al resto de los seres vivientes; y de la separación del
ser humano de su base biológica”. Y citaba a autores de Critical Human Ecology,
quienes afirman que “en la teoría social crítica existe una tendencia a negar
el rol del entorno biofísico sobre las sociedades humanas. Los teóricos
sociales críticos se focalizan principalmente en factores culturales cuando
estudian sociedades, pasando por alto que existen constricciones materiales que
atraviesan la historia, y que la producción material y la reproducción –los intercambios
materiales entre las sociedades y sus entornos- constituyen el fundamento de
toda sociedad” También: “Los límites naturales no pueden ser superados por la
mera acumulación de conocimiento cultural. En última instancia, dado que los
seres humanos son entidades biológicas, las sociedades humanas están
constreñidas por muchos de los mismos principios ecológicos y termodinámicos
que moderan el crecimiento y reproducción de otras especies” (aquí). Este enfoque
materialista parece ineludible en el análisis de la crisis en desarrollo.
Afectada la fuerza de trabajo, se desata una espiral descendente
Lo planteado en el apartado anterior se concreta en que la
expansión del virus está afectando, de forma directa, a la fuerza de trabajo,
la fuerza productiva imprescindible –al menos, dado el grado actual de
desarrollo tecnológico- para poner en movimiento a las fuerzas productivas de
conjunto. Esto es, no hay posibilidad alguna, por ahora, de que se pueda
prescindir del trabajo humano. La observación es pertinente dado que muchos
científicos sociales descalifican la teoría del valor trabajo con el argumento
de “ya no es actual, porque el trabajo humano ha sido reemplazado por la
robótica y la automación”. Sin embargo, si la fuerza laboral está obligada a
quedarse en casa por cuarentena, o enfermedad, no hay posibilidad de poner en
movimiento a las fuerzas productivas de conjunto. Ni de hacer
circular el producto social. Pero esta situación lleva a la caída del producto.
Por otra parte, la necesidad de frenar los contagios empuja a la
caída del consumo (turismo, servicios recreativos, restaurantes), lo que a su
vez contrae más la
producción. Esto es, la demanda cae porque caen los ingresos
(salarios, rentas, ganancias del capital, etcétera) y porque varían, por
razones “fisiológicas”, los hábitos de consumo. En consecuencia caen al mismo tiempo producción,
circulación y demanda, en un movimiento en espiral descendente. Por
todos lados aumenta la capacidad ociosa –por ejemplo, aviones en tierra o
semivacíos, ídem restaurantes, shoppings, etcétera-, llevando a crecientes
pérdidas y, en un plazo más largo, a suspensiones o despidos de trabajadores.
Paralelamente, va a empeorar la situación fiscal: hay caída de
ingresos tributarios, y aumento de los gastos en salud pública. Lo cual pondrá
más presión sobre los mercados financieros y potenciará la crisis. Precisemos
también que en la medida en que se extienda el virus a países subdesarrollados,
sus servicios sanitarios y sociales pueden verse sobrepasados, agravando las
penurias de los trabajadores y la población en general.
A su vez, la caída de la producción y la demanda en países
centrales –China en primer lugar- afecta de lleno a países exportadores de
petróleo, alimentos y otros commodities. Lo cual agravará las dificultades en
las cuentas externas, deprimirá más la demanda mundial y dará lugar a mayores
desvalorizaciones de capitales. En este respecto, la situación es distinta a la
de 2008. Es que en 2008 se venía de un período de fuerte ascenso de los precios
de las materias primas; por consiguiente muchos países exportadores de
commodities tenían reservas que ayudaron a sostener la demanda mundial; además,
habían reducido sus niveles de endeudamiento. Pero más importante aún, entre
2009 y 2012 China impulsó la demanda con ingentes inyecciones de gasto estatal.
Nada de esto ocurre ahora: los precios de los commodities –y el petróleo en
primer lugar- están en descenso; los niveles de endeudamiento de los países
atrasados aumentaron; y China frenó la producción.
Pero además, en la medida en que la producción se ha globalizado,
la espiral descendente se hace global. Ningún país capitalista puede escapar de
esta dinámica. Las cadenas internacionales de valor, en particular, hacen
sentir los efectos negativos de la caída en cualquiera de sus eslabones,
afectando al resto de la
cadena. Con el agravante de que esas repercusiones bajistas
se intensificarán si recrudecen medidas proteccionistas. Lo hemos visto en el
Brexit, o en las disputas entre EEUU y China, entre otras. Ahora pueden
intensificarse, por ejemplo, mediante las devaluaciones competitivas o; o, peor
aún, por políticas xenófobas y reaccionarias (cierre de fronteras, ataque a
inmigrantes).
Una economía débil y en un mar de deudas
En septiembre del año pasado, en una nota
“Economía global 2019; actualización” (aquí) decíamos que desde
el final de la crisis de 2008-9 la situación de la economía mundial no era de
depresión, o recesión, pero tampoco de fuerte crecimiento. Las economías de la
zona del euro y Japón continuaban estancadas; el crecimiento era débil en
Estados Unidos y Canadá; y relativamente importante en los países atrasados.
Desde 2009 hubo un prolongado período de crecimiento global débil, o
semi-estancamiento, y baja inversión.
De esta forma, se había configurado un crecimiento anémico, “sostenido
en el aumento del crédito y un mar de deudas”. Entre otros datos,
citábamos un informe de la UNCTAD, que decía: “A principios de 2018, el volumen
de la deuda mundial había aumentado a cerca de 250 billones de dólares —el
triple de los ingresos mundiales— en comparación con los 142 billones de
dólares registrados hace un decenio. La estimación más reciente de la UNCTAD
indica que la relación entre deuda mundial y PBI es en la actualidad casi un
tercio mayor que en 2008” .
A su vez el Banco Mundial señalaba que: “en las economías emergentes y en
desarrollo [la deuda] aumentó de un 15% del PBI, promedio, al 51% en 2018” . La OCDE alertaba que
la deuda privada crecía rápidamente en las economías más grandes: entre 2008 y
2018 el stock global de bonos corporativos no financieros se había duplicado,
en términos reales, llegando a casi 13 billones de dólares. En el mismo
sentido, el FMI anotaba que en EEUU la deuda corporativa había pasado de 4,9
billones de dólares en 2007 a
9,1 billones a fines de 2018; un aumento del 86%. Y mucha de esa deuda se
había destinado a la recompra de acciones y pagos de dividendos.
Pero no solo había aumentado la deuda corporativa, sino también se
había modificado, para peor: aumento de la emisión de bonos con calificación
BBB, tanto en Europa como en EEUU. Decíamos en la nota que estos bonos son
aptos para inversores institucionales, pero que una caída de su calificación
–por ejemplo, a causa del debilitamiento de la economía- “desataría ventas
forzadas de los fondos que tienen obligación de mantener sus colocaciones en
grado de inversión”. Por otra parte, si bien había bajado la emisión de
bonos basura, se habían incrementado los créditos apalancados. Se trata de
préstamos riesgosos para empresas (una descripción en la nota citada, aquí). Decíamos: “En EEUU
su volumen más que se ha duplicado desde 2010. Y cada vez más se usan para
fondear la toma de riesgos financieros a través de fusiones y adquisiciones,
compras apalancadas, pagar dividendos y recompra de acciones”. Préstamos que
fueron potenciados por instrumentos financieros opacos, aptos para toda clase
de maniobras especulativas.
Consecuencia: la crisis se inserta en un escenario de debilidad
La crisis desatada con la irrupción del coronavirus, se inserta en esta situación
financiera, y de debilidad de la acumulación. Y es esta combinación –interacción potenciada entre la
esfera de la producción y la circulación, y la esfera de las finanzas y el
crédito- la que puede
arrastrar a la economía global a la depresión. Es que así como la suba de los precios de los activos
potencia el apalancamiento, y este lleva a mayores subas, cuando viene la caída
de los valores el movimiento se da en reversa, hacia abajo y en espiral (sobre
el apalancamiento,aquí).
Esa posibilidad se deja ver en las cifras de las deudas. Según Bloomberg,
hoy la deuda de las empresas estadounidenses supera a la de los hogares por
primera vez desde 1991. Empresas de energía, en especial las que invirtieron en
shale, están muy endeudadas; también empresas de viajes, como American Airlines
y Hertz. Siempre según Bloomberg, la deuda corporativa pasó de 10,7 billones de
dólares en diciembre de 2008,
a 16 billones en septiembre de 2019. El valor de los
bonos de alto rendimiento (o sea, inversiones peligrosas) alcanza 1,3 billones,
contra 786.000 millones de dólares hace una década. Casi la mitad del mercado
de bonos en grado de inversión está calificado BBB; a ellos se aplica la
posibilidad de una caída de calificación, que obligaría a ventas masivas. A su
vez, el mercado de préstamos apalancados alcanza 1,15 billones de dólares.
Tengamos en cuenta que los mecanismos recesivos se entrelazan y
potencian, con el potencial de arrastrar uno tras otro a todos los sectores. En
particular, estas dinámicas son inherentes al crédito, el cual actúa como elemento unificador.
En palabras de Marx: “En un sistema en el cual toda la conexión del sistema de
reproducción se basa en el crédito, si el crédito cesa súbitamente y solo vale
ya el pago en efectivo, debe producirse evidentemente una crisis, una violenta
corrida en procura de medios de pago. Por ello, a primera vista toda la crisis
sólo se presenta como una crisis de crédito y de dinero. Y de hecho, sólo se
trata de la conversión de las letras en dinero. Pero estas letras representan,
en su mayor parte, compras y ventas reales, cuya amplitud, que supera en mucho
las necesidades sociales, concluye por constituir el fundamento de toda la
crisis” (El
Capital, p. 630, t. 3). Por eso, cuando se desatan estas
dinámicas, todos los activos están en un nivel de correlación cercano a uno; o
sea, no hay manera de atenuar las desvalorizaciones masivas recurriendo a la
diversificación de las inversiones.
En conclusión se dan los elementos para que asistamos a una espiral fuertemente
descendente de la economía de EEUU, y posiblemente europeas, que arrastraría a
la economía global. La
Reserva Federal ha inyectado dinero en el mercado, y lo mismo
harían otros bancos centrales, pero esto difícilmente revierta la caída de la
producción y la demanda.
Lo importante es tener presente la interacción entre caídas
de la producción y la demanda, agudización de las dificultades financieras, y
repercusión de estas de nuevo sobre la producción y la demanda, agudizando la crisis. Subrayo ,
es un escenario, por lo menos, posible; y la caída, o desaceleración de la
economía mundial es ya un hecho. Para los trabajadores se avecinan tiempos de
aumento del desempleo, caída de los ingresos y empeoramiento de las condiciones
de vida.
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Fuente: https://rolandoastarita.blog/2020/03/10/hacia-una-depresion-global/
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