El Coronavirus más allá del Coronavirus: umbrales, biopolítica y
emergencias
Por Emiliano Teran Mantovani
"La actual pandemia podría
causar más daño, o bien podría ser superada. No lo sabemos hasta el momento.
Pero parece que todo esto que está ocurriendo, nos dice muchas cosas más. Por
eso también necesitamos tratar de interpretar qué expresa esta pandemia, más
allá de ella misma; qué significado tiene en este preciso tiempo (geo)político;
qué nos dice del particular mundo que hoy enfrentamos".
Para el 19 de marzo de 2020, la
pandemia global del Coronavirus (COVID-19) se aproximaba rápidamente a los 250
mil casos ( 220.313), registrándose el fallecimiento de
8.980 personas, lo que representa el 4,07% del total de estas cifras.
El
asunto crítico general con el COVID-19 no es tanto su tasa de mortalidad, sino
su ritmo de contagio especialmente acelerado (fácilmente de persona a persona),
lo que se convierte en algo delicado en un mundo globalizado, alta y velozmente
interconectado. Esto nos ha puesto ante un escenario de potencial contagio
masivo a escala planetaria (¿cuántos más podrían contagiarse en el mundo?) que,
por un lado, tendría un alto costo en vidas humanas (principalmente personas de
la tercera edad) y, por el otro, profundizaría la precariedad e
insostenibilidad de la vida cotidiana en la actual globalización tardía y
descompuesta.
No sólo colapsan sistemas de salud de
las más “desarrolladas” economías del mundo (como en el caso de Italia), sino
que también se paraliza buena parte del comercio internacional y doméstico
(debido a las restricciones impuestas para frenar la pandemia), generando
cierre de fábricas y empresas, crecientes despidos,
derrumbe de las proyecciones económicas por países, entre otros. Los efectos
interconectados se han traducido en cosas como el desplome del valor de las
monedas, la caída de la demanda de petróleo ( sin precedentes) y de los
precios; o el derrumbe de las bolsas de valores internacionales (Dow Jones
registró a mediados de marzo la segunda peor caída de su historia).
La
actual pandemia podría causar más daño, o bien podría ser superada. No lo
sabemos hasta el momento. Pero parece que todo esto que está ocurriendo, nos
dice muchas cosas más. Por eso también necesitamos tratar de interpretar qué
expresa esta pandemia, más allá de ella misma; qué significado tiene en este
preciso tiempo (geo)político; qué nos dice del particular mundo que hoy
enfrentamos.
Tiempo de
umbrales: el Coronavirus es síntoma y punto de inflexión
Todos los ojos, las conversaciones, las angustias y
debates están sobre la pandemia global del COVID-19. Pero tenemos que hablar de
más cosas que se articulan con ella. La pandemia se inscribe en un proceso
histórico del capitalismo contemporáneo: estamos ante las pandemias de la
globalización neoliberal, que han venido incrementándose y sucediéndose desde
las décadas de los 80-90s. La
del COVID-19 es apenas una pandemia más de una particular
lista que, en un grado u otro, han constituido amenazas para la humanidad, pero
también advertencias. El SARS-CoV en 2002, la llamada “gripe aviar” (H5N1) en
2003, la porcina (H1N1) en 2009, el Síndrome Respiratorio de Medio Oriente
(MERS-CoV) en 2012, el ébola en 2013 o el Zyka (ZIKV) en 2015. A decir del que fuera
Subdirector General de la OMS para Seguridad Sanitaria, Keiji Fukuda, al
sortear estas pandemias, “sentimos que hemos esquivado una bala”. Pero aún, en
la actualidad, seguimos jugando con nuestra suerte.
Sin embargo, la emergencia de estas pandemias de la
globalización no tiene nada de ‘desastre natural’ o de un ‘hecho fortuito que
tarde o temprano tenía que pasar’. Más bien son el resultado del avance
neoliberal de mercantilización de la vida y ocupación de nuevas fronteras
ecosistémicas de las últimas décadas: agricultura y avicultura intensivas e
industriales (que propiciaron la gripe aviar), comercio de animales salvajes y
exóticos (como ocurre en China), manipulación genética, expansión del turismo
depredador, deforestación, abusos en el consumo de antibióticos, por mencionar
ejemplos. Factores como estos se potenciaron con una forma transnacional de
transmisión, posible por la expansión de las interconexiones de la movilidad
humana y de mercancías, el extraordinario crecimiento de las ciudades, la
precarización de los sistemas de salud pública, entre otros.
Este sistemático
avance degradante y depredador del capital, durante las últimas décadas, sobre
las fronteras de la vida, sobre los límites del planeta, pero también sobre los
sistemas e instituciones de asistencia social, ha venido agravando no sólo la
incidencia y rasgos de fenómenos globales como estos, sino también la situación
de insostenibilidad del sistema globalizado actual. Por mencionar un ejemplo
ilustrador, el derretimiento de glaciares de vieja data, debido al cambio
climático, podría liberar virus de 15.000 años
de edad, los cuales son desconocidos por la ciencia y se ignora su
nivel de letalidad.
El
particular tiempo en el que surge la pandemia del COVID-19 es un tiempo
revelador, que nos muestra una serie de eventos límites que en realidad
están concatenados, como los incendios en la Amazonía,
los incendios de Australia o
el hecho que 2019 haya sido el segundo año más
caliente registrado. Los ecosistemas alcanzan umbrales, en los
cuáles se abre un proceso sistémico en el que se desarrollan nuevas
propiedades, se generan cambios repentinos y acelerados, que van a modificar
las dinámicas socio-ecológicas tal y como las conocemos en la
actualidad. Los años 2019-2020 nos están mostrando con mucha más claridad
esto.
Y estos umbrales no son sólo ecológicos. Todo el sistema,
que articula sintéticamente las dimensiones económica, cultural, social y
política, con las redes y tejidos de la vida ecológica, se estremece desde muy
adentro, desde lo más profundo. Por eso la pandemia del COVID-19 aparece como
un detonante fundamental de una próxima y muy probable recesión económica
global, la cual está conectada históricamente con la crisis económica 2008-2009
(que ha marcado nuestro tiempo reciente), pero también con la crisis sistémica
desarrollada desde la década de los 70s del siglo XX, e incluso con la crisis
de la civilización moderno-occidental. La pandemia del nuevo Coronavirus
es un síntoma más de la crisis civilizatoria que nos atraviesa.
¿Tiene entonces el COVID-19 y la pandemia que ha desatado,
algo de particular, algo de diferente en relación a las anteriores pandemias
globalizadas? Sí. Es cierto que se habla mucho menos de cómo la hepatitis viral
mata en el mundo 1,3 millones de personas al año; cifra similar se da con los
accidentes de tránsito (si, ¡el carro mata!) y las enfermedades diarréicas (que
sufren principalmente los sectores más pobres de la sociedad), por mencionar
ejemplos dramáticos. Pero estamos ante otro ritmo de contagio, de
‘viralidad’, que aunque mata fundamentalmente a sectores específicos de la
sociedad (como la gente de la tercera edad), en realidad no deja nada ni nadie
por fuera de ella. Se escurre por cualquier vía que el humano transite. Así que,
logra incorporarlo todo a su dinámica. Su potencial masividad (y ya hoy, con
200 mil infectados, es masivo) satura todo: satura los sistemas e
instituciones médicas, satura la política y los medios de comunicación, satura
la percepción de amenaza y muerte, satura la movilidad y la interacción social,
satura al Estado y al poder.
Claro que hay desigualdades de clase, de género, raciales,
que determinan quienes sufren más y primero esta pandemia. Pero esto desborda
lo que el propio sistema de poder y privilegios puede controlar. Deja al
desnudo los simulacros del poder. Ya no hay nadie que pueda “ver desde afuera”
esto, así que el nivel de interpelación es máxima. Paradójicamente el
capitalismo, con su dinámica devoradora, extractiva y mercantilizadora, infecta
sus propias rutas comerciales, sus mercados, sus instituciones. Inviabiliza el
necesario movimiento expansivo del capital. El nivel de contradicción es
también el máximo.
A diferencia de un siglo atrás, cuando la ‘Gripe Española ’
mataba unas 50 millones de personas, la pandemia actual del COVID-19 emerge
ante un sistema global que es mucho más frágil que antes, mucho más inviable.
Somos más vulnerables que nunca. Parece quedar claro que se ha abierto una
puerta que nos dice que ya las cosas no serán como antes. Y esto también parece
revelarnos que, del mismo modo, transitamos hacia una nueva gestión y
organización del sistema. Ahora sí, ¿fin de la globalización?
Pandemia
COVID-19: bio-política de la ‘emergencia’ y sus paradojas
La saturación máxima que provoca la pandemia del COVID-19 ha generado diferentes
respuestas de los Estados, cada una con resultados diferentes (pensemos en los
casos de China, Corea, Italia o España). Lo que vemos desarrollarse, en
general, es la progresiva adopción de estrictas medidas de cuarentena por parte
de los Estados a nivel mundial, sostenido por una advertencia por parte de
expertos y asesores científicos de que el virus alcanzará a buena parte de la
población mundial, y de que la vida social en el planeta será notablemente
trastocada por muchos meses.
Esto
claramente allana el camino para la consolidación de lógicas de una situación
extraordinaria o de emergencia, que permite poner en suspenso la democracia y
sirve de pilares a la normalización y permanencia de regímenes de
excepción. Es la bio-política en su máxima expresión, que
ya venía precedida de normativas de emergencia y nuevas doctrinas de seguridad
nacional, formas de militarización de la sociedad y los territorios,
generalizadas al conjunto de la población en nombre de la ‘lucha contra el
terrorismo’, el narcotráfico y el crimen organizado, grupos armados
irregulares, contra el desborde de la migración y contra el ‘vandalismo’ en las
protestas (recuérdese el año pasado en América Latina la relación entre protestas
y estados de excepción). Y valga la pena añadir: estas lógicas están también en
consonancia con el auge de las extremas derechas en varias partes del mundo,
que desde patrones racistas y nacionalistas, pueden adjudicar la situación a
‘infecciones extranjeras’, una política migratoria permisiva y la necesidad de
economías autárquicas (de nuevo, ¿otro factor para decirle adiós a la
globalización?).
Férreos y drásticos controles sociales en el caso de
China, Taiwán, Japón, Corea y posteriormente y menor medida Italia y España, se
han expresado en cosas como la prohibición oficial de salir de casa; el
establecimiento de reportes por persona (nombres, temperaturas corporales,
movimientos y viajes, contactos con personas, etc) para luego ser procesados en
forma de ‘Big Data’; la realización de tests express que, por ejemplo para el
caso de Corea, suponía realizar a una persona un raspado nasal en un ‘drive in’
para determinar si la persona estaba infectada; entre otras medidas, que en
casos como el chino, incluyeron el uso del ejército.
Pero precisamente, por esta dinámica de saturación máxima
de la pandemia del COVID-19, se presenta una primera paradoja que conviene
resaltar: el éxito que ha tenido China para detener el crecimiento del contagio
ha abierto canales de legitimación a esta bio-política de alta intensidad
(¡mirad el ejemplo chino!). El arrinconamiento societal que genera la
posibilidad de un desbordamiento de la pandemia global puede hacer ver
plausible y viable una sociedad de control bajo estos criterios de
bio-seguridad. Así que esto nos pone ante un escenario no sólo de imposición
política sino de un cierto consentimiento de un sector de la sociedad. Pero ,
¿qué alternativas existen a este formato de gobernanza biopolítica, en este
contexto pandémico?
Si el transitar de la crisis civilizatoria nos ha llevado
a este tiempo de umbrales, de eventos extremos, de emergencia permanente
(recuérdese la ‘emergencia climática’), ¿nos dirigimos hacia un
capitalismo administrado como un ‘capitalismo del desastre’
permanente? ¿Cómo podría funcionar la democracia (o su posibilidad) en un
régimen como ese?
Hay una
segunda paradoja o tensión a resaltar: la política de estrictas medidas de
cuarentena es absolutamente contraria a la necesidad de movilidad y dinamismo que
tienen los mercados. El encierro social es una necesidad pero a la vez es un
suicidio económico para el capitalismo. Los gobiernos del mundo se debaten
entre la debacle epidemiológica y la económica. Y aquí cabe resaltar la que hasta hace
unos días fuese la política del Gobierno británico liderada por Boris Johnson,
ante la pandemia de COVID-19: una especie de bio-liberalismo, ‘dejar hacer,
dejar morir’. Sir Patrick Vallance, Jefe de los asesores científicos del
gobierno, anunciaba para la
cadena Sky News el pasado 13 de marzo, que había que lograr
la “inmunidad del rebaño” dejando que el 60% de la población británica se
contagiara con el COVID-19, sin colocar mayores restricciones sociales
a la movilidad y la
actividad. Esto supondría que unos 40 millones de personas
deberían como mínimo contagiarse a lo largo del tiempo para lograr dicho
objetivo, estimando el Gobierno que al menos el 1% moriría (unas 400.000
personas).
Esta escalofriante política ponía de relieve, de forma
descarnada que, en realidad entre el resguardo de la vida y el crecimiento del
PIB, el gobierno de Johnson prefiere lo segundo –y ya ha dicho recientemente
que “haría lo que fuese” para proteger la economía del Coronavirus. Pero sobre
todo, revela una forma instrumental de representar la vida de millones de seres
humanos, dentro de la categoría cuantitativa de ‘población’. Tanto los
regímenes de férreo control como estos bio-liberalismos, comparten esta noción
instrumental de la vida humana, en la cual esta se traduce en un número
funcional: 50.000, 500.000 o 5.000.000 de personas; 0,5; 5% o 15%. Todo depende
de para qué sirva o no sirva. ‘Población’ borra rostros, historias personales,
diversidades, para ser simplemente asunto operativo de Estado. Pero en todo
caso, lo resaltante es que se mantiene la premisa biopolítica foucaultiana de
“hacer vivir, dejar morir”, ahora en el marco de un tiempo de eventos extremos.
Para este bio-liberalismo, lo que se revela es una lógica socio-darwinista de
abandono a la muerte (‘a su suerte’) de una parte de la sociedad (seguramente,
la parte más anciana y enferma).
Esto nos lleva a una tercera y última paradoja que nos
gustaría destacar: la decisión estatal de quiénes se confinan, quiénes
trabajan, quiénes viven y quiénes mueren en este tiempo de umbrales está
en clara contradicción con las pulsiones de vida que se expresan desde abajo.
Si hemos dicho que el encierro, la cuarentena, es una necesidad, al mismo
tiempo esta es socialmente insostenible en el tiempo. Para los miles de
millones de precarizados del mundo, es inmediatamente inviable. Para otros,
representa una parálisis de anhelos, sociabilidades, descontentos, proyectos.
Parálisis que se da justo cuando millones en el mundo se habían estado
movilizando por el hartazgo de la situación en sus países (recordemos Chile,
Irak, Libano, Hong Kong, Ecuador, Catalunya, etc). ¿Qué ruta pueden seguir
estas pulsiones? ¿Pero qué pasa también con esos otros que se rehúsan a ser los
daños colaterales, las bajas estadísticas de esta bio-política de la
‘emergencia’ (que pudiesen ser nuestros abuelos, los sabios, los maestros de la
comunidad, o bien nuestros hermanos o colegas, afectados por una u otra
enfermedad)?
Difícilmente la parálisis y el confinamiento puedan
disolver los descontentos sociales que han emergido y emergen como síntoma de
la decadencia de este sistema imperante. Esto lo saben los grandes
administradores de esta bio-política de la emergencia. Por
eso, el Gobierno de Johnson también retrocede en su política de la “inmunidad
del rebaño”; por eso el Presidente francés Emmanuel Macron, un neoliberal, ante
la pandemia gira en su discurso y plantea que la salud pública es un bien
precioso que debe estar fuera de las leyes del mercado; por eso otros gobiernos
retroceden en políticas de recortes a las clases trabajadoras.
Las tres paradojas mencionadas anteriormente en realidad
se inscriben en una paradoja mayor: nada está garantizado, nadie puede ya
garantizar el control de la
situación. El sistema capitalista se estremece en su propia
constitución. Nunca en su historia el capitalismo había tenido tantas grietas.
¿Qué
hacemos nosotros?
El confinamiento social de la cuarentena, pero también las
calles vacías o semi-desiertas, los mercados truncados, el confinamiento de los
más pobres a una extraña precarización socio-económica ralentizada, nos abren
el camino hacia otras temporalidades, otros ritmos, otras sociabilidades, otras
apreciaciones y sensibilidades. Nunca parecía estar tan a la mano una
oportunidad de despliegue de la otredad de esas lógicas y ritmos diferentes a
los del sistema capitalista. La centralidad, ante los desafíos que representa
esta paradoja colapso/oportunidad, parece estar en una política de lo común,
del cuidado, de la reproducción de la vida, ante este capitalismo que se va
quedando al desnudo. Ese camino se ha abierto ante nosotros, sin que eso
necesariamente represente una garantía de éxito.
Pero fuera de ese espacio particular, en el espacio de la
arena política, siguen prevaleciendo los tiempos del capital, de la pandemia,
de la biopolítica de la emergencia, del cambio climático. Este sigue siendo el
espacio colectivo del descontento, de las luchas, de las demandas sociales, de
la transformación. ¿Cómo conectar ese resguardo, ese ‘distanciamiento social’
con la necesidad de re-encuentro, de exigencia al poder, de asunción de poder?
Mientras que cuidamos de la vida en ese espacio particular, hay que seguir
exigiendo, demandando cosas como una radical redistribución de las riquezas
existentes para que se dirijan a la asistencia universal en la salud pública;
la suspensión del cobro de la deuda externa de los países del Sur Global,
suspensión de los impuestos a los más pobres y recuperarlos de los sectores más
ricos; socializar los conocimientos científicos; respetar a la naturaleza y
detener el avance de la mercantilización y las últimas fronteras de vida en el
planeta; y un largo etcétera.
Hay que convertir la emergencia global en la emergencia de
otro sistema que tribute a la vida y a los pueblos. Si el colapso
sistémico nos va llevando a escenarios impensables, hay que, como lo
reivindicara un famoso lema del mayo del 68, ser realistas y pedir lo
imposible. Otro mundo diferente a este, ahora.
Emiliano Terán Mantovani: Sociólogo de la Universidad Central
de Venezuela. Master en Sostenibilidad Social, Económica y Ambiental
(especialización en Economía Ecológica) por la Universidad Autónoma
de Barcelona y Doctorando en Ciencia y Tecnología Ambiental por la misma Universidad. Hace
parte del Grupo de Trabajo Permanente sobre Alternativas al Desarrollo,
organizado por la
Fundación Rosa Luxemburg. Miembro de la Coordinación General
del Observatorio de Ecología Política de Venezuela.
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Documentos/El-Coronavirus-mas-alla-del-Coronavirus-umbrales-biopolitica-y-emergencias
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