miércoles, 27 de mayo de 2020

Necesitamos "pensar en cómo salir del actual sistema económico en el que se considera al trabajo humano como una mercancía (...)cuando debería considerarse al hombre y a su trabajo como sujeto central de la sociedad a cuyo servicio debe organizarse ésta" pero "dentro y en armonía con la naturaleza".

La pandemia del coronavirus

y los retos del futuro

27 de mayo de 2020

Por Ernesto García Camarero (Rebelión)
Estamos ante un panorama insólito. De pronto toda la humanidad se ha visto amenazada por un virus desconocido, que parece imparable, que ha hecho que poblaciones enteras se vean obligadas a permaneces recluidas en sus domicilios con normas estrictas de higiene y con miedo de contagio. Ya en las primeras semanas se había cobrado decenas de miles de vidas en todo el mundo y la velocidad de expansión, sin respetar fronteras, es asombrosa. Los sistemas sanitarios no tenían los medios adecuados, se desconocía la naturaleza del virus, no existían protocolos de tratamiento… y esto a nivel planetario. ¿Había antecedentes de pandemias de este tipo? Se nos recuerda la gripe de 1918 que logró olvidarse a los pocos años porque se justificaba por la situación en que se produjo: en plena Gran Guerra europea, que fue manifestación de fiereza e irracionalidad, en la que se probaron nuevas armas (incluso químicas), y varios millones de hombres murieron en el barro de las trincheras.
Pero ¿qué justificación cabría ahora en un mundo aparentemente feliz? ¿en un momento de bienestar general, de riqueza y de potencia personales en que nos consideramos dueños del mundo?. En efecto, vivíamos en un momento en el que no teníamos límites para desplazarnos a cualquier lugar del planeta en avión, tren de alta velocidad, o en nuestros confortables automóviles. O no teníamos las posibilidades de hoy para acceder a los productos mas diversos, naturales o manufacturados, procedentes de los lugares más exóticos. A alojarnos en cómodas viviendas —con la despensa y la bodega repletas— rodeadas de parques y de jardines. A acceder libremente a la información y la cultura y a practicar el golf o la vela, o escalar algún ocho mil, o proyectar, como ya se anunciaba, algún viaje a la luna… Entonces hoy, con tantos adelantos,¿cómo ha podido de pronto aparecer un virus que parece va alterar radicalmente nuestra forma de vida? ¿era realmente imprevisible que se produjera una situación mundial semejante?
Pero se produjo. Primero vinieron alarmas de China, pero dijimos: eso ocurre en un país comunista, donde las libertades están limitadas. Después vimos que aparecía con más virulencia en la región mas desarrollada de Italia. Finalmente apareció en España: Madrid, Barcelona, País Vasco, y en el resto de su geografía. Siguieron Francia, Alemania, Reino Unido, y toda Europa, saltó a Estados unidos con gran virulencia, y a América Latina y a África aunque con menos intensidad.
Y esta repentina aparición de la pandemia se produjo en un mundo rico pero que no tenía los medios adecuados para tratarla, ni conocía la naturaleza del virus, sin protocolos de tratamiento… y en todo el planeta. La única solución propuesta: la reclusión domiciliaria (“quédate en casa”). Y esto a nivel planetario. ¿Cómo ha sido posible? Gran parte de la población humana encerrada en sus casas, ¿dónde estaban sus libertades? Ese bien estar que se mostraba con orgullo había desaparecido de repente. ¿Dónde estaba nuestro sistema neoliberal que hasta ahora había resuelto tantos problemas? ¿Dónde la mano invisible de tan seguro auxilio? ¿Cómo podremos salir de esta situación?
Son demasiadas preguntas juntas y difíciles de contestar. Pero si observamos el comportamiento del “sistema neoliberal” en los últimos cincuenta años vemos que junto a sus aciertos también hay numerosos fracasos causados por los principios que definen al propio sistema.
El neoliberalismo se presenta como un “sistema natural”, que se fundamenta en la verdad científica. Se considera heredero del darwinismo social que enuncia que la lucha por la existencia (el mas fuerte debe sobrevivir) es el principio universal de selección natural. Esto se traduce en la vida cotidiana en que los objetivos sociales sean: la competitividad personal para seleccionar a los triunfadores como motor del desarrollo social, la libertad personal para obtener la maximización del lucro como medida del éxito, y la eliminación de todas las trabas y obstáculos que impidan esos objetivos. Pero después de medio siglo de funcionamiento se constata que estos objetivos no son viables y han producido desequilibrios económicos, sociales y ecológicos de consecuencias imprevisibles.
Ademas el neoliberalismo no se presenta como una opción política o una alternativa social o económica que se pueda discutir en un foro. Se presenta como una irrefutable verdad científica. Volviéndose a tomar, una vez más, a la ciencia como dogma y como mito, como ya se hizo hace cien años con el fracasado socialismo también llamado científico. De nuevo se vuelve a olvidar de que existen dogmas y que la ciencia —modestamente y ejercida libremente— intenta dar explicaciones relativas, siempre revisables, de la realidad viva y cambiante de la naturaleza, para ayudar al hombre a integrarse y a evolucionar dentro del equilibrio ecológico y ambiental del que forma parte.
Por eso observamos que el neoliberalismo no solo no ha servido para avisarnos y evitar la catástrofe de la pandemia que ahora nos asola, sino tampoco para impedir otras catástrofes de las que no se ha informado adecuadamente a la sociedad. Por ejemplo, las grandes deforestaciones (solo justificadas como explotación especulativa de las tierras). O la aparición por doquier de grandes ciudades verticales que por un tiempo nos fascinaron, pero que en realidad son monstruosos gigantes de cemento y acero de difícil eliminación y reciclaje, con graves problemas de concentración urbana y de contaminación. O el empleo de técnicas inadecuadas en la agricultura y ganadería intensivas con el uso de semillas transgénicas y de insecticidas y pesticidas agro-tóxicos, que concentran y degradan las tierras de cultivo. O la explotación del subsuelo profundo usando técnicas como el fracking, etc. Todas estas prácticas producen consecuencias imprevisibles en el equilibrio ecológico y en el cambio climático y son verdaderas catástrofes para el desarrollo equilibrado de las sociedades humanas. Y estas agresiones se intentan justificar por la necesidad de un crecimiento permanente para satisfacer una demanda inducida, cada vez mas inútil. Crecimiento indefinido que lleva a la gran contradicción de pretender una extracción masiva e indefinida de las materias primas y de las fuentes energéticas en un planeta que solo cuenta con recursos limitados.
Ante este panorama, no desconocido pero sí silenciado, nos preguntamos ¿cómo es posible que un sistema como el neoliberalismo con su evidente capacidad de creación de riqueza no haya sido capaz de evitar todas esas catástrofes? o ¿se crea la riqueza a costa de las catástrofes ecológicas y humanas?
Vemos, por tanto, que aceptar dentro de estos grandes desequilibrios a la competitividad y al lucro como los motores esenciales de la realización personal y de la organización social, ha llevado a una forma ineficiente de producción masiva centralizada y a una distribución muy desigual de la riqueza concentradas en pocas manos. Además, la aparición de las nuevas tecnologías, de la robótica y de otras innovaciones, hacen que la nueva industria utilice estas herramientas para incrementar sus beneficios a costa de la desaparición masiva del empleo y de la precariedad de los trabajadores que queden. Pero esto conduce a otra gran contradicción: si la producción llegara a hacerse sin empleados, ¿de qué manera y entre quiénes se distribuiría el producto? Difícil la respuesta, pero por el momento todo ha llevado a una gran desigualdad en el reparto de la riqueza mundial, como la que actualmente se da, en la que solo el 1% de la población mundial acumula tanta riqueza como el 99% restante. Además, la acumulación de riqueza se ha convertido en una acumulación de poder sin precedentes.
Esta acumulación de poder y estos desequilibrios económicos y sociales están haciendo que las decisiones políticas importantes no se tomen en los foros nacionales democráticos, como los parlamentos y los gobiernos, ni en los organismos internacionales, como la ONU, la FAO o la UNESCO, aparecidos después de la Segunda Guerra Mundial para evitar hegemonías nacionales, sino que se tomen en nuevas instituciones globales no democráticas, como el FMI, el BM, la OMC, la OCDE o la OTAN, que facilitan nuevas hegemonías no territoriales y sobre las que los gobiernos no influyen. Por el contrario, los parlamentos nacionales están altamente influenciados por esas instituciones globales (especialmente a través del crédito) desde las que, con su actuación, se impone el pensamiento único del neoliberalismo. Y, de acuerdo con este pensamiento, las decisiones se toman buscando el máximo lucro de la grandes corporaciones multinacionales, desde las que se está alterando de forma insostenible el equilibrio económico y social, y está produciendo, entre otras cosas, grandes migraciones —hacia las zonas ricas huyendo de la pobreza—, y la proliferación de numerosas guerras dispersas.
En este panorama mundial dominante vemos cómo se están perdiendo muchos valores. Se está abandonando la idea del “hombre dentro de la naturaleza” —como medida de las cosas— para ser sustituida por la idea de que el incremento de lucro sea el valor esencial y objetivo para orientar la acción humana —ayudado, eso sí, por la mano invisible que lo regula todo—. Este abandono implícito de los derechos humanos lleva a un desequilibrio moral que pone en peligro la estabilidad social. Pero ¿cuales son y desde donde se transmiten los nuevos valores? ¿Cuál es el plan de educación y de formación de la gente, quiénes o qué instituciones se encargan de ello, y cuál es el modelo a seguir que se ofrece?
Vivimos en una sociedad en la que nuestros imaginarios mentales y modelos de conducta se definen y se transmiten a través de los grandes medios de comunicación (televisión, radio, prensa, Internet…) controlados, en general, por los grandes grupos de poder. Los que dirigen el funcionamiento de los “media” —cada vez mas concentrados— son quienes nos enseñan lo que debemos pensar sobre cómo es el mundo y cómo debe ser la vida cotidiana, en la que la formación está esencialmente orientada al empleo, y la educación al ocio (ocio del consumo masivo de cultura, aunque no de reflexión y creatividad), y espectáculos deportivos, (en los que se fomenta la competitividad, aunque no el deporte). También esos grupos de poder controlan la publicidad comercial que utilizan como medio fundamental de formación ideológica, principalmente para introducir las ideas de consumismo, que son esenciales para el mantenimiento del “sistema” oficial ofrecido, que es el de una sociedad consumista y competitiva, orientada por el “quien más tiene más vale”.
Quería haber dedicado unas líneas a la catástrofe, entre las ya enunciadas, que significa la guerra —que todavía se siguen presentando como un fenómeno natural y honorable— pero he desistido. Primero porque no es una cuestión de origen contemporáneo sino muy antigua, segundo porque, dada su antigüedad, es evidente que no ha aparecido por la influencia del neoliberalismo. La única duda que me queda, por el contrario, es si ¿no habrá sido el enorme poder que confiere la guerra actual la que haya propiciado al neoliberalismo?
Después de que pase esta pandemia y de haber estudiado las catástrofes ambientales y sociales que hemos planteado mas arriba debemos reflexionar y preguntarnos: ¿cómo se superaran los efectos económicos, sociales y políticos tras la grave paralización de la actividad mundial? ¿Se intentará mantener al mundo como hasta ahora, insistiendo en los errores, o hay alternativas? ¿cuáles son los retos del futuro que tendremos que afrontar?
Aunque es difícil predecir cómo será el futuro, sí pueden verse algunos de los retos que deberían afrontarse para superar los grandes desequilibrios y contradicciones que están llevando a la humanidad a una situación insostenible como en la que actualmente vivimos. Entre ellos debemos distinguir varios tipos de retos.
Los primeros son retos personales (a plantearse sobre uno mismo) que se refieren al comportamiento individual, como por ejemplo, cómo superar el egoísmo y el culto a la competitividad —que no ayudan a una convivencia tranquila— y sustituirlos por una actitud de cooperación, de ayuda, de apoyo mutuo entre las personas. Otro también es cómo encontrar la forma de erradicar el uso de la violencia —y de su aceptación como herramienta para resolver las discrepancias— y sustituirla por el uso de la razón y la tolerancia para fundamentar la convivencia. También lo es cómo hacer para que todo el conocimiento existente y acumulado durante siglos sea de dominio publico y sirva para que todos usen el cultivo de la razón y la reflexión en su comportamiento habitual y para que todos puedan participar en la creación de nuevo conocimiento y en la difusión del mismo.
Otro grupo son retos sociales, es decir, ¿cómo hacer para organizar sociedades mas eficientes para todos? O sea, ver de qué manera pasar de las ahora ineficientes organizaciones centralizadas, verticales y jerárquicas (autoritarias) a organizaciones distribuidas, horizontales y participativas (democráticas). Ya que esta son mas adecuadas para facilitar la convivencia y la fraternidad social y para evitar la sumisión como forma de dominación.
Y también los retos ecológicos para ver la manera de cómo pasar de las grandes concentraciones urbanas a una distribución de la población que aproxime a la gente a la naturaleza, reduzca el despilfarro energético de su mantenimiento y aumente el tiempo libre para disfrute de las personas…
También hay que contemplar los retos económicos-laborales. Es necesario pensar en cómo salir del actual sistema económico en el que se considera al trabajo humano como una mercancía, como una cosa, que mediante el salario se compra y vende en el mercado cuando debería considerarse al hombre y a su trabajo como sujeto central de la sociedad a cuyo servicio debe organizarse esta. Sin embargo, se considera que la creación trabajo asalariado es el eje indiscutible sobre el que gira la economía y, por lo tanto, es esencial su creación e incremento para el funcionamiento del sistema, siguiendo el principio de que el trabajo crea los productos y el salario facilita su distribución. Otro reto es cómo encontrar criterios alternativos al salario para realizar la distribución —justa y viable— de lo producido, cuando la actual forma de producir, altamente tecnificada, reduce drásticamente la necesidad de trabajo humano.
Por otra parte también hay que ver cómo se resuelven y armonizan los conflictos entre los distintos tipo propiedad, distinguiendo entre propiedad personal (que hay de lo mío), propiedad social (que hay de lo nuestro), y lo que pertenece la naturaleza. Y el reto de encontrar una interpretación de la propiedad que no implique jamás dominio de una persona sobre otra (el caso extremo de dominio total es la esclavitud).
Otros muchos retos existen, habrá que plantearlos con precisión e intentar resolveros.
¿Pero será posible que, después de la pandemia, afrontemos con serenidad y razonablemente los retos esenciales que tiene planteados la humanidad para sobrevivir pacificamente sobre la Tierra y encontremos un camino que nos evite caer de nuevo en la anterior lucha ciega por un poder que nos llevaría a una catástrofe mayor e irreversible de la que no podamos salir? ¿o será, al menos, una buena ocasión, para que con serenidad y objetividad pensemos sobre el estado del mundo?
Os invito a todos a que reflexionéis y actuéis para intentar encontrar ese camino que ponga de nuevo al hombre dentro y en armonía con la naturaleza.

Fuente: https://rebelion.org/la-pandemia-del-coronavirus-y-los-retos-del-futuro/

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