De la política como
privilegio,
a la política como posibilidad
12 de septiembre de 2015
Por Tomás Quevedo Ramírez (Tesis Once)
“Se ha dicho que el
privilegio es una dispensa para el que lo obtiene y un desaliento para los
demás. Si ello es así, habrá que reconocer que los privilegios son una triste
invención” Emmanuel Sieyes/Ensayo sobre los privilegios.
I
Históricamente, la política ha sido considerada como el arte de gobernar,
además de la discusión pública sobre el bien común. Sin embargo, durante los
últimos años, el Ecuador atraviesa una profunda distorsión de este principio.
El gobierno de Alianza País conocedor de la verdad y de la razón, ha convertido
la política en patrimonio de su movimiento, reduciéndola a un principio
técnico, de bonitas carreteras. Son ellos los portadores de la razón, de la
representación popular, de la legalidad y de la legitimidad. Esto
lo corroboran las declaraciones del presidente de la República, en la noche del
13 de Agosto de 2015 en la
Plaza Grande, cuando dijo: “alguien me puede explicar contra
qué se levantan, no tienen la legitimidad para hacerlo… y no han logrado
absolutamente nada, cada vez son menos”. A esto hay que añadir las
declaraciones del ex canciller de la República, Ricardo Patiño, quien respecto
al Paro del Pueblo y Levantamiento Indígena señaló en un medio de comunicación:
"los levantamientos indígenas de los 80s y 90s eran legítimos, porque
tenían demandas que nunca habían sido atendidas. Las violentas protestas
indígenas actuales no tienen razón de ser porque todas su necesidades ya están
totalmente cubiertas por el gobierno." Tomando estas declaraciones como
base de análisis queda claro que, para Alianza País, por fuera del gobierno no
se pueden establecer canales de legitimidad política basada en la organización
de base de los movimientos sociales. Así también, la política es, para ellos, una
actividad exclusiva de aquellos que están dentro de la administración pública.
Esto me remite a una de las definiciones clásicas de la política postulada por
Aristóteles, quien sostenía que esta actividad era realizada por hombres libres
e iguales, pero que sin embargo “la naturaleza […] ha creado a unos seres para
mandar y a otros para obedecer” (Aristóteles, 1980: 10). Si coincidimos con
Aristóteles, el gobierno se encarna como el único capaz de ejercer la política:
se reserva la capacidad de mandar. Mientras el resto, ese gran otro llamado
pueblo, tiene la obligación de obedecer. Dicho esto, tiene la razón señor
Presidente, no hay motivos para protestar, movilizarnos, ni quejarnos pues en
usted y en su movimiento descansa la política.
II
En su mandato, Ecuador, un pequeño país enclavado en el corazón de los Andes,
se convirtió en el lugar de realización de la Utopía. Es ‘el mundo
feliz’. Los indígenas y campesinos acceden al crédito. Sus ingresos por venta
de productos agrícolas son elevados y se respeta sus formas ancestrales de
elaborarlos. Así también acceden a un excelente sistema de educación. Tienen
caminos para sacar sus productos y además toda la asistencia técnica que
necesitan. Incluso sus hijos son los primeros en ganar un cupo para la educación
universitaria. Los jóvenes, en las ciudades, gozan del libre ingreso a la
Universidad y de la educación gratuita. Cuando terminan sus estudios, un empleo
estable les está esperando. Se respetan sus manifestaciones identitarias y
culturales. Las mujeres gozan de sus derechos y la violencia es solo una
cuestión aislada. Ellas deciden sobre sus cuerpos y gozan plenamente de su
sexualidad. Los obreros tienen salarios dignos. La flexibilización laboral
desapareció. Todos los empresarios respetan la dignidad de las y los
trabajadores. Los jubilados están felices con sus pensiones y gozan de atención
médica oportuna y de calidad. El Ecuador es el país de la perfección
democrática. Todos y todas tomamos decisiones. Los poderes del Estado son
independientes. El gobernante manda obedeciendo. La Asamblea Nacional
es un lugar de amplio debate de ideas. En ella se consulta permanente. En ella
se manifiesta la voluntad del pueblo, con leyes perfectas como la de Aguas, la de Tierras, la de Educación Superior,
el proyecto de Código de Trabajo y las enmiendas constitucionales, además de un
emancipador Código Penal. Si todo esto es verdad ¿porqué protestar? Será acaso
porque más de 500 mil jóvenes quedan excluidos del Sistema de Educación
Superior. Porque se está limitando la organización sindical. Porque se pone el
agua y la tierra al servicio de los grandes grupos económicos del Ecuador, los
actores principales del cambio de matriz productiva. O acaso porque los
campesinos e indígenas están siendo desplazados de su territorio por las
actividades agroindustriales y de monocultivo. O porque las mujeres aún sufren
violencia física, patrimonial, emocional, psicológica y no han logrado
desprenderse de la obligación patriarcal de ser madres. Cualquiera que sea la
razón, señor Presidente, una movilización convocada por las organizaciones
históricas de este país, como la CONAIE, el FUT o el Frente Popular, no puede
ser deslegitimada por el simple hecho de que su gobierno, bajo una razón
cínica, diga que ya no hay motivos para movilizarse y que el gobierno ha
solucionado todas sus demandas. Si entendemos medianamente la democracia
liberal, sabemos que esta es perfectible y no perfecta. Esto significa que las
y los actores del perfeccionamiento democrático son las organizaciones sociales,
que mediante sus movilizaciones establecen demandas para que el gobierno las
analice y ejecute. Sin embargo, cuando el gobierno cierra las puertas a las
demandas de las organizaciones e intenta un proceso de diálogo condicionado,
sin duda, la acción de tomar las calles es legítima e incluso legal. La
Constitución reconoce de forma clara el derecho a la resistencia, aunque usted,
señor Presidente, diga que incluirlo fue un error ¿Es un error acaso, que una
madre luche para que sus hijos puedan estudiar, respetando sus costumbres y
aprendiendo que nuestro país es plurinacional? ¿Entonces los jóvenes no podemos
reclamar para escoger nuestras carreras universitarias? Rousseau señalaba en El
contrato social que “si el pueblo promete simplemente obedecer, se disuelve por
este acto y pierde su calidad de pueblo; en el momento que hay un amo, no hay
ya soberano, y desde ese instante está destruido el cuerpo político” (Rousseau,
2000: 38). Esto nos plantea, que frente a un gobierno que ha construido una
democracia restringida y distorsionada, que destruye el cuerpo político, las
organizaciones sociales, mediante su accionar lo reconstruyen. El pueblo
ecuatoriano no ha jurado obediencia y es más, se ha declarado desde hace años
en un proceso de resistencia permanente.
III
Alejandro Moreano, siguiendo la idea de Severino Sharupi (dirigente de
territorios de la CONAIE), señaló la necesidad imperante de construir una
tercera fuerza; entendiendo que la primera y la segunda son el gobierno y la derecha. La idea es
potente, pero habría que preguntarse ¿quiénes componen esa tercera fuerza?
Debido a que algunos piensan que, para componerla, basta con ser anti-correísta
y ante lo cual, no sería necesaria una posición político-ideológica, ni tampoco
expresar el anhelo de transformación de la sociedad. La tercera
fuerza que, a mi entender, estaría compuesta por las organizaciones de
izquierda y por aquellxs ciudadanxs que tienen la posibilidad de imaginar un
mundo diferente, debe cerrar la puerta a la derecha y a aquellas propuestas que
miran en la movilización social una base político-electoral. La izquierda ha
mostrado tener un síntoma de afirmación del caudillaje. Es decir, de esperar al
cuadro iluminado que pueda convertirse en una promesa de cambio, a pesar de que
luego de cierto tiempo sea traicionada. Basta con mencionar los ejemplos de
Lucio Gutiérrez o del mismo Rafael Correa. Sería importante, empezar por crear
un nuevo imaginario, donde la consigna “crear poder popular” no sea sólo un
grito de marchas, sino una forma real del ejercicio de la política de esta
tercera fuerza. El poder popular, entendido como una forma de organización
basada en principios y con profundo asidero en la auto-organización de la gente
que, a la par que lucha y construye sus condiciones materiales de vida, pueda
tener la posibilidad de debatir sobre los problemas del bien común. Quizá esta
alternativa es mucho más utópica. Pero habría que preguntarse hasta dónde
podemos llegar simplemente con la participación electoral, de la que no niego
su importancia, pero sí su utilización como único mecanismo. Como sostenía el
maestro Agustín Cueva:
La diferencia real se da más bien entre una tendencia que trata de congelar
las aspiraciones de las masas en el nivel fijado por el democratismo burgués, y
otra que no niega la democracia sino que busca la manera de elevarla hasta
niveles revolucionarios. Para esta última, el problema no es obviamente el de
la democracia a secas, ni el de la democracia como una esencia filosófica, sino
el de cómo incorporar la mayor cantidad de democracia para el pueblo en el
proceso de transformación radical de la realidad (Cueva, 2004: 212).
La izquierda, en consecuencia, tiene el reto histórico de convertirse en una
alternativa de cambio y transformación. Si somos fieles a los principios, no se
trata de cambiar un gobierno para poner otro, ni de cambiar una constitución
por otra: la motivación principal debería ser la transformación del sistema.
Esta tercera fuerza, debe convertirse en la base de articulación de los
sectores populares, de las organizaciones sociales y de aquellxs ciudadanxs que
quieren un cambio que no sea sólo de forma. La tercera fuerza debe ser el eje
desde el que se canalicen las demandas de los sectores sociales hacia una
propuesta de poder popular. Nos encontramos en una profunda encrucijada ¿Cómo
avanzar? ¿Cómo construir la tercera fuerza? ¿Cómo ser una alternativa de
gobierno? Y ¿Cómo no ser utilizados nuevamente por el oportunismo de derecha o
socialdemócrata? Es el momento de iniciar un diálogo nacional de las
organizaciones populares, con el fin de definir objetivos, estrategias y sobre
todo un proyecto de país diferente.
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