Elección 2014
No
hay lo que conmemorar
29 de Octubre de 2014
29 de Octubre de 2014
Editorial
de Correio da Cidadanía (Rebelión)
Traducción de Ernesto Herrera- Correspondencia
de Prensa
Para quien está comprometido con la lucha
social y aspira a una sociedad basada en la igualdad sustantiva, la derrota de
Aécio fue un alivio. De los males, el menor, pero la victoria de Dilma no deja
nada para conmemorar.
El saldo de la campaña es tenebroso.
Contratados a precio oro para manipular la opinión pública, los marquetineros
vendieron candidatos como mercaderías. Para diferencias sus productos, abusaron
de la ingenuidad de la
población. Magos de la pirotecnia mediática, redujeron el
elector a consumidor, creando expectativas que no se realizarán. Para destruir
a los adversarios, explotaron medios
que alimentan falsos antagonismos y envenenan el ambiente político.
En la falta de sustancia política, la elección
fue transformada en una pelea torcida. En clima de caza de brujas, las pasiones
fueron llevadas a un paroxismo desenfrenado. La apelación a la emoción fue
proporcional al detrimento de la
razón. La virulencia de las agresiones mutuas fue en razón
inversa a las reales diferencias entre los contendores.
El elector fue sistemáticamente engañado. Las
divergencias existentes entre las dos alas del Partido del Orden son
secundarias y circunstanciales. Los que hoy están con el PT -Sarney, Maluf,
Collor, Kátia Abreu- estaban ayer con Fernando Henrique Cardoso y Collor de
Mello y anteayer servían a la dictadura militar. Mañana pueden perfectamente
pasarse al PSDB. La excepción de algunos extremados, los que mandan de hecho
-el capital internacional y la plutocracia nacional- están muy bien servidos en
las dos candidaturas. Basta ver el río de dinero invertido en ambas.
La completa desconexión del debate electoral
con la realidad transformó el país en un manicomio. Sorprendido por el antagonismo
entre petistas y tucanos, un distraído que aterrizase en paracaídas podría
imaginar que Brasil vive una situación pre-revolucionaria, cuando, en verdad,
lo que están en cuestión es exactamente la conservación del status quo. La
elección fue apenas para escoger quién comandará el reciclaje del capitalismo
liberal implantado por Collor de Mello hace 25 años atrás. Nada más.
El clima apocalíptico que tomó cuenta del
segundo turno es un despropósito y hace recordar a las legendarias guerras
entre las familias Sampaio y Alencar por la alcaldía de Exu en el siglo pasado.
Para los que se alineaban con el clan Sampaio, la victoria, tenía consecuencia
real (y viceversa), pero, para los que no hacían parte de la contienda y
estaban condenados a empujar para sobrevivir, el resultado era indiferente. Las
familias se alternaban durante décadas en el poder sin que la miseria se
modificase.
Deliran los que imaginan que el país está ante
una inminente ruptura institucional. No hay movimiento golpista alguno, ni a la
derecha ni a la
izquierda. La única conspiración en curso es aquélla que une
a las dos fracciones del Partido del Orden contra el pueblo, patente en la
complicidad de ambas con la política de contra-insurgencia preventiva para
contener el conflicto social y en la hermandad a la hora de diseñar tenebrosas
transacciones.
La pelea es una máscara, un teatro, y hace
parte del juego electoral. Cuando es conveniente, el antagonismo es
inmediatamente suspendido. ¿Quién se olvida de la idílica cena de Haddad (PT) y
Alckmin (PSDB), muy confortables, en un lujoso restaurante de París, en junio
de 2013, pocos meses después de haber intercambiado cobras y lagartos en la
reñida disputa por la alcaldía de San Pablo? En tanto las calles de San Pablo
eran tomadas por jóvenes trabajadores que luchaban contra el aumento de las
tarifas del transporte público, alcalde y gobernador estaban perfectamente de
acuerdo en la política de represión a las protestas y en la estrategia de
negociación con los gangsters que controlan los mega-eventos internacionales.
Destituida de sustancia, la polarización entre
las dos alas del Partido del Orden sólo sirvió para degradar el ambiente
político. El brasilero sale de la campaña más descreído en los políticos y sin
ninguna conciencia sobre las causas de sus problemas y sus posibles soluciones.
Nadie puede bañarse dos veces en la misma agua
del río. El segundo gobierno Dilma no será una repetición del primero. Por la
fuerza de las circunstancias, será más conservador y truculento. Las
condiciones objetivas y subjetivas que lo determinan se deterioran, estrechando
sensiblemente el radio de maniobra para acomodar, a través de la expansión del
desempleo, del aumento de los beneficiarios de las políticas compensatorias y
de la cooptación de los movimientos sociales, las maldades de una modernización
tramposa que profundiza la dependencia y el subdesarrollo.
En la economía el
escenario es sombrío. Los problemas acumulados en la farra del consumo de
bienes conspicuos, impulsada por la especulación internacional, tienen
consecuencias. El aumento de la dependencia externa deja la economía brasilera
a merced de los humores del mercado internacional. El agravamiento de la crisis
mundial, que entra en su séptimo años sin perspectiva de solución, no abre
espacio para el crecimiento. La amenaza de movimiento de fuga de capitales
sujeta al país al jaque mate de la deuda externa. En ese contexto, las
presiones de la gran burguesía globalizada para que Brasil realice una nueva
rueda de ajustes fiscales empuja la política económica hacia una absoluta
ortodoxia. Las veleidades neo-desarrollistas son cosas del pasado. El próximo
Ministro de Hacienda será elegido directamente por el mercado y estará más
cerca de Armínio Fraga que de Guido Mantega.
En el ámbito de la sociedad, la perspectiva es
creciente convulsión. La modernización mimética que copia los estilos de vida y
padrones de consumo de las economías centrales, agrava los problemas
fundamentales del pueblo. La frustración generalizada con un cotidiano infernal
agita los ánimos polariza la lucha de clases. Sin vislumbrar salida para el
circuito cerrado que transforma la vida del trabajador en una pesadilla sin fin
-en la fábrica y fuera de ella-, el brasilero se torna en un barril de pólvora
pronto a explotar. El aumento de la violencia y el fin de la paz social
preanuncian un futuro de grandes tensiones y creciente turbulencia social.
En las altas esferas de la política, la clase
dominante afila las garras para enfrentar el conflicto social. La crisis del
sistema representativo refuerza el consenso a favor de las soluciones
represivas contra la inquietud social, aumentando la presión a favor de la
criminalización de las protesta social como presupuesto de la estabilidad
democrática. El giro conservador de la opinión pública, el aumento tremendo de
la bancada de diputados de la derecha más descalificada y la movilización de un
clase media histérica, desplazan el status quo sensiblemente hacia la derecha. Interpelado
por la juventud que fue a las calles para protestar contra los desmanes de los
gobernantes, el sistema democrático brasilero asume, descaradamente, su
carácter de clase y se afirma abiertamente como una democracia de segregación
social. La libertad política es exclusivo de la plutocracia y se manifiesta
concretamente en la posibilidad de elección entre alternativas integralmente
comprometidas con los parámetros del orden.
La presidenta retoma su puesto en el Planalto
(sede del gobierno) en medio del fango. Antes incluso de asumir el segundo
madato, su credibilidad ya se encuentra comprometida por la gravedad de las
denuncias que apuntan a la complicidad directa del Planalto con los esquemas de
corrupción diseñados por la alta cúpula de los partidos de su base aliada. De
esta fiesta, no habrá luna de miel. Ávida de volver al gobierno luego de la
cuarta derrota consecutiva, la oposición no dará tregua. Sin arsenal ideológico
y programático para diferenciarse cualitativamente del gobierno petista, sólo
le resta sangrar a Dilma del primer al último día de su mandato.
Nadie sale impune por pactar con el diablo.
Sin capacidad de movilizar a la población y prisionera de compromisos
inmorales, Dilma quedará en manos de la mafia que, al mando de los negocios,
controla el Congreso Nacional. Víctima de su propia cobardía, que no le
permitió enfrentar la tiranía de los magnates de la información, será objeto
diario del chantaje de los grandes poderes mediáticos. Sin medios para defenderse, se tornará cada vez más
dócil a las exigencias del capital. Si osa desafiarlos, será inmediatamente
confrontada con el espectro del “impeachment” (juicio político) democrático. Es
el modo de funcionamiento de las democracias burguesas contemporáneas en la
periferia latinoamericana del capitalismo.
Para quien se ilusiona con la posibilidad de
una tardía redención del PT, la resaca de la fiesta democrática será monumental.
La juventud romántica y los hombres de buena fe seducidos por el canto de
sirena del “corazón valiente” luego percibirán en la piel un sentir de
ingratitud de la
presidenta. Cuando la población vuelva a las calles para
protestar contra los descalabros del capitalismo salvaje, las disputas
fratricidas entre las fracciones del Partido del Orden serán suspendidas. Como
hermanos siameses, las dos alas del Partido del Orden estarán monolíticamente
unificadas, armadas hasta los dientes, para reprimir a los manifestantes con
brutalidad, como si fuesen enemigos internos que deben ser aniquilados, como
ocurrió en junio de 2013, en las jornadas de la Copa de 2014 y toda vez que el
pueblo se levanta contra los privilegios de los ricos. Pasado el riesgo
inminente de descontrol social, las dos fracciones volverán a pelearse en la
disputa por el del control del Estado.
La falsa polarización
entre la izquierda y la derecha del orden, solamente será superada cuando los
trabajadores no tengan ninguna ilusión en relación a la posibilidad de que el
capitalismo puede ser domesticado, sea por el PT o por otro cualquiera. El
capitalismo dependiente vive de la superexplotación del trabajo y tiene en la
perpetuación de un gran reservatorio de pobreza uno de sus presupuestos. La
situación se torna todavía más grave cuando la sociedad enfrenta un proceso de
reversión neocolonial que solapa la capacidad del Estado de hacer políticas
públicas.
Del show de horror de la elección de 2014,
queda una lección: para salir del antro estrecho de las opciones binarias entre
lo malo y lo peor, es preciso que la izquierda socialista se unifique y entre
en escena.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=191339
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