domingo, 29 de noviembre de 2015

"Solemos decir que en el 2001 no hubo condiciones para pasar de la resistencia a la ofensiva. Esto dejó en manos de los Kirchner la tarea de recomponer la dominación social, mediante el consenso de clases y la relegitimación del Estado".

Actualidad de la Izquierda Independiente y Movimientos
enero de 2015
 
Por: Federico Orchani, Facundo Nahuel Martin y Carina López Monja
Militantes del Frente Popular Darío Santillán

Aunque el titulo parezca redundante, no lo es. Hace referencia, por un lado, a un nuevo sujeto histórico, nacido de la resistencia al neoliberalismo,  conformado por un entramado de clases subalternas que sufren directamente los efectos de la opresión y explotación que somete el gran capital a las personas, por el otro, con el término Izquierda Independiente, se definen una serie rasgos y características político identitarios que algunos de estos  movimientos fueron adoptando al calor de la lucha y organización, al mismo tiempo que se iban delineando perfiles político ideológicos y formatos organizativos fruto de una práctica política anticapitalista novedosa.
 
Un nuevo sujeto histórico
Generalmente se dice que somos “hijos del 2001” haciendo referencia a la rebelión popular de Diciembre de aquel año. El año del “que se vayan todos” es sin duda un punto de inflexión que marcó un cambio de época, en los hechos fue la derrota del capital financiero y el proyecto neoliberal en Argentina (al menos durante un tiempo); sin embargo, el origen de los nuevos movimientos sociales se debe rastrear aun mas allá, a mediados de la década de los años noventa.  Cutral Co, Tartagal, Mosconi, y luego el Puente Pueyrredón fueron el símbolo de un tiempo de resistencia que marcó a fuego la nueva generación militante. Este señalamiento no nos parece menor, el Frente Popular Darío Santillán (FPDS), organización social y política de la que somos parte nace con las luchas de los trabajadores desocupados, aunque no solamente.  Los años noventa y la década que inauguró políticamente el año 2001 vieron nacer producto de la lucha a fábricas recuperadas, asambleas populares en los barrios, la resistencia en el campo frente al avance del agronegocio, las luchas estudiantiles, el surgimiento de comisiones internas antiburocráticas, la multiplicación de medios comunitarios y espacios culturales autónomos, la lucha de los pueblos originarios, las asambleas ciudadanas en las provincias que enfrentan la mega minería contaminante contra del modelo extractivo, etc.
La izquierda independiente fue una forma de nominación  política, ideológica y programática de los nuevos movimientos sociales, que se proponía como síntesis política, apelando a una confluencia “por abajo” de prácticas comunes que reivindicaban el antimperialismo, el anticapitalismo y el anti patriarcado, y tenían como  faro las experiencias de lucha en la región, de los zapatistas en México, los campesinos sin tierra del Brasil, el faro de Cuba, pero sobre todo la revolución bolivariana. Además de recuperar la experiencia histórica de lucha del propio pueblo argentino, cuestión en sí compleja para el común de la izquierda y su relación por lo menos  tormentosa con la experiencia política del peronismo. Nuestra opinión es que este proceso al que hacemos referencia se encuentra congelado en su potencial mejor versión, se vio interrumpido, veamos el o los por qué.
 
El Estado, una relación conflictiva
La llegada en 2003 del kirchnerismo al poder político modificó entre muchas otras cosas, la relación entre el Estado y los Movimientos Sociales.  El kirchnerismo, montado sobre el relanzamiento de la acumulación del capital, relegitimó el rol del Estado como garante del compromiso entre clases, combinando una serie de medidas progresistas con la construcción discursiva del “proyecto nacional” y el “modelo”. Durante el neoliberalismo, impugnar frontalmente al Estado y priorizar la construcción de base, permitió al espacio de la nueva izquierda crecer y proyectarse políticamente, en la medida en que esas coordenadas coincidían con la experiencia que estaba haciendo el pueblo trabajador en Argentina.
El análisis del caso argentino que bien puede extenderse a otras latitudes nos lleva a pensar el Estado no como lo definiera Federico Engels, como el “comité de negocios de la burguesía” al menos no solamente. El Estado es además de un “instrumento” de la clase que se encuentre en el “poder”, reflejo directo o indirecto de pujas entre clases sociales antagónicas que se desenvuelven en el seno mismo de la sociedad civil, es decir que la forma del Estado es resultante de una correlación de fuerzas.  El Estado es entre muchas otras cosas, un Estado “ampliado” que atraviesa un sinfín de momentos de la vida cotidiana, civil y política. El Estado moderno capitalista es sobre todo, un Estado hegemónico.
Ante los desafíos impuestos por los cambios históricos, la respuesta ensayada por la Izquierda Independiente fue recuperar y desarrollar el concepto de poder popular, pero no sólo como idea, sino el concepto vuelto carne, praxis transformadora.
El poder popular –concepto clave de la Izquierda Independiente y aun de otras expresiones del campo popular– aparece definido por Miguel Mazzeo como “la fuerza del pueblo en manos del propio pueblo”; como “puesta en acto del poder colectivo” y de la “fuerza colectiva de la hermandad de los explotados y oprimidos.
“La pre-figuración, como transición al socialismo ya desde ahora, junto con la posibilidad de aportar a la constitución de un gobierno popular que –toma del poder mediante– entienda que ese episodio no cierra la transición, son otros de los elementos que aparecen como centrales a la hora de definir una delimitación de lo que es, o más bien, de lo que debería ser, la lógica de construcción del espacio.”
Pero la cuestión del poder y el estado, el dilema de la estatalidad, es uno de los nudos problemáticos que atraviesan hoy el debate en el seno de la Izquierda Independiente y que son, en parte, responsables de su crisis. Podemos citar además, al menos dos formas de entender el poder que tienen un peso relativo en el marco de la Izquierda Independiente.
A quienes ponderan en exceso el potencial en sí de las construcciones de base, valoración que se basa en la creencia de que la construcción de organización popular en un territorio tiene de por si la combatividad necesaria y que sumadas todas esas pequeñas o medianas micro experiencias, progresivamente, en un determinado tiempo van a lograr reemplazar el viejo estado (sin intervenir en el más que para denunciarlo) por una forma superadora.
Hay otros que entienden el poder de forma “fetichizada, es decir, como un lugar de llegada para desde ahí emprender las tareas transformadoras necesarias. Esta visión se caracteriza por depositar peligrosamente su estrategia en “penetrar” las instituciones democráticas (burguesas) para de esa manera modificar la correlación de fuerzas (desde adentro) en favor de los sectores populares.  El “abajo” y los trabajos de base no quedan excluidos de la estrategia, pero son subordinados al plano de “la política” y la disputa por arriba.
El poder popular plantea una superación de estas dos visiones que acabamos de enunciar, es la vía de reconciliación entre el momento de la construcción por abajo, en sí, y el” asalto al poder”, para sí. El poder popular es medio y fin que forman una totalidad. No niega la “toma del poder” aunque la entiende como un momento en la transición necesaria entre un gobierno popular y la sociedad sin explotación ni opresión fruto de experiencias político organizativas surgidas en el momento de la prefiguración.
Los debates en torno al poder y el estado devienen naturalmente en la discusión acerca de las distintas formas de intervenir en las instituciones, desde qué lugar, acerca de qué herramienta o instrumento político resulta más adecuado para hacer política en este contexto específico.
 
Herramienta política y nueva institucionalidad
El abordaje de la institucionalidad (burguesa) ha generado grandes debates en la Izquierda Independiente, en particular la intervención electoral. A esta altura casi resulta ociosa la pregunta “elecciones sí o no”… aunque quizás la cuestión merece algún comentario ya que la forma en cómo se resolvieron los debates no fue del todo sana para el espacio, ocasionando fuertes tensiones hacia el interior de las organizaciones.
Hace algunos años, en un artículo que escribimos sobre la cuestión de la herramienta hacíamos la diferencia entre lo que significa pensar una herramienta política de “síntesis estratégica”, es decir orgánica, y una herramienta política “a secas” más de tipo instrumental, parecida a un brazo electoral alimentado por uno o varios movimientos en función de intervenir en la arena institucional burguesa.
La “herramienta política estratégica”, decíamos, deberá preparar las condiciones para una perspectiva de largo aliento, porque así definimos “nuestro objetivo estratégico, nuestra tarea histórica, entonces, es derrotar al capitalismo, el patriarcado y el colonialismo como sistemas de dominación y opresión, para sentar las bases de una sociedad de iguales”. Esa tarea estará atravesada por definiciones que se convierten en “invariantes” más allá de cada período histórico o etapa: la lucha de clases como motor de la historia en tanto haya sociedades de opresión; el protagonismo directo del pueblo a través de sus organizaciones de base, como sujeto de la historia y como ejecutor de decisiones y acciones que definan su destino; la necesidad de herramientas sociales y políticas para cada contexto, que eviten reproducir estructuras de dominación al interior del proyecto revolucionario, mediante la puesta en práctica de valores que prefiguren la sociedad por venir. Es aquí dónde volcaremos nuestros mayores esfuerzos, también para que el camino sea compartido, no imaginamos ni creemos que tal o cual organización política sea de por sí LA herramienta superadora, tampoco que ésta se halle hoy constituida.
Aquí es donde aparece la posibilidad de intervenir en el plano de la disputa electoral, entendiendo éste como un “momento más” de la lucha política, subordinado al plano estratégico y a las necesidades, más bien a las posibilidades, del espacio. Reafirmamos esta visión, aunque no pareciera ser compartida por el conjunto del espacio, al menos a la luz de cómo fue la experiencia electoral de la Izquierda Independiente en las pasadas legislativas de 2013.
Si analizamos las primeras experiencias  electorales de la izquierda independiente en 2013, del “Frente para la Ciudad Futura” en Rosario, del Frente Ciudad Nueva en La Plata o Izquierda Popular y Camino Popular en la Ciudad de Buenos Aires, nos vamos a encontrar con una serie de matices en relación a la campaña electoral, las propuestas políticas, el discurso,  las alianzas, etc. No es objeto de este artículo analizar en detalle cada experiencia, sólo señalar que a nuestro entender, las diferencias o matices, responden a concepciones diferentes sobre el poder, el momento de la estatalidad y la herramienta política, de las que hicimos mención anteriormente.
 
Situación política, tareas y posibilidades del espacio
Toda proyección de mediano plazo (proyección para la etapa) se basa en delinear el espacio político en el cual la propia fuerza se va a instalar discursiva y tácticamente para interpelar a la sociedad, relacionarse con otras fuerzas, priorizar aliados y también antagonistas, etc. Frente al cambio de etapa que significó el kirchnerismo, la izquierda independiente mantuvo su oposición y crítica al gobierno, pero también mantuvo diferencias con los planteos más clásicos de la izquierda tradicional.
Esto tuvo algunos pilares:
a) Reconocer algunas medidas progresistas del gobierno que venían siendo peleadas y reclamadas por el campo popular, pero delimitarse del proyecto oficialista en su sentido de totalidad, manteniendo la independencia de clase y el carácter socialista y anticapitalista del proyecto propio. Tras la rebelión popular y la profunda crisis de representatividad y del sistema político en su conjunto, el kirchnerismo hizo una lectura “acertada” y su accionar fue producto de la misma. El planteo de colocar al Estado como “mediador” entre los trabajadores y los capitalistas, cual si fuera juez, la concepción de Estado como eje de un pretendido modelo inclusivo de “redistribución de riqueza”, y la apuesta al mercado interno, fueron pilares de la respuesta de los de arriba al cambio parcial en la correlación de fuerzas impuesto en el 2001. Todo esto sirvió para consolidar el capitalismo “serio” y que los empresarios “se la llevaran en pala”, al tiempo que acotaba el conflicto social. Este entramado económico, político social y cultural supo construir una poderosa hegemonía y eso nos obligó a delimitarnos globalmente del kirchnerismo, sin dejar de señalar las medidas puntuales que fueron resultado de las peleas de nuestro pueblo.
Durante casi todo el período kirchnerista, la izquierda independiente no quiso, no pudo o no supo darse nuevas arenas de disputa, como la electoral, y priorizó y profundizó la constitución de organizaciones de base que crecieron en barrios, lugares de trabajo, escuelas, profesorados, universidades. Esta izquierda interpeló y organizó a una base social que, más allá de su elección electoral, estaba dispuesta a apostar a una nueva  izquierda en los espacios de base. Mientras el kirchnerismo se imponía en las urnas una y otra vez, la izquierda independiente supo acompañar la experiencia política de nuestro pueblo, organizando a las bases de forma independiente y autónoma del Estado, priorizando la construcción desde abajo y manteniendo una delimitación del gobierno;
 
b) Finalmente, el giro al socialismo del proceso bolivariano devolvió lo que años de derrota neoliberal nos habían quitado: un proyecto estratégico posible para pensar el avance hacia el socialismo en nuestro tiempo. El ciclo piquetero fue fundamentalmente “resistencialista”, porque el pueblo se largó a resistir al neoliberalismo, a impugnar la política de los de arriba, sin tener una hipótesis muy clara de cómo construir un orden social alternativo. La tenaz resistencia del pueblo argentino impuso nuevas condiciones a la burguesía, al punto de que no se pudo seguir manteniendo el consenso neoliberal. Pero los movimientos no fuimos capaces de capitalizar la resistencia para un proyecto de ofensiva o de poder propio.

El proceso bolivariano, con todos sus límites y contradicciones, nos permitió discutir el posibilismo oficialista: acá cerquita, en América Latina, un gobierno popular se propuso construir el socialismo. Este proceso nos ofrece, desde una experiencia y práctica concretas, una idea de por dónde podría llegar a pasar, en las condiciones actuales, una eventual disputa socialista en Nuestramérica. Esta hipótesis pasa por articular construcción de poder popular con la generación de rupturas parciales desde el seno del Estado, de parte de un gobierno popular antiimperialista con aspiraciones socialistas, conquistado por la vía democrático-electoral.

La construcción de base, la elaboración de una delimitación compleja y matizada frente al oficialismo y el acompañamiento a los procesos más avanzados de Nuestra América  así como el aprendizaje y la crítica a estos procesos fueron elementos claves en la construcción de la izquierda independiente.

Hoy la etapa que se abre parece estar signada por una generalizada derechización política. El kirchnerismo desactivó la movilización social y garantizó el “consenso” entre clases, lo que  socavó sus propias bases como gobierno “progre”: al desmovilizar al pueblo trabajador, la burguesía dejó de tener miedo. La clase dominante es hoy más reacia a hacer concesiones sociales porque ya no hay un pueblo combativo cortando rutas y gritando “que se vayan todos”. La clase dominante sólo cede pensando en “perder algo para no perderlo todo”. Hoy, ya no tiene miedo a perderlo todo. Al mismo tiempo, el modelo se reveló insolvente desde un punto de vista económico: la acumulación de capital, tras 10 años de crecimiento, se volvió a estrangular, en uno de los típicos cuellos de botella que enfrentan los proyectos de desarrollo nacional-burgués en la Argentina. El kirchnerismo como experiencia de “capitalismo con inclusión” y conciliación de clases se agota porque se desdibujan sus bases económicas y sociales. Todo exige, en ese marco, el pasaje a un peronismo conservador como el de Scioli, y el ascenso de figuras nefastas como Milani o Berni, rechazadas por una parte importante de la militancia  kichnerista. Sin que sea previsible un ajuste económico brutal, la derechización política del espectro parece clara.

Si el cambio de etapa estará signado por una generalizada derechización política (situación que de hecho ya está ocurriendo), deviene la necesidad de asumir posturas claras sobre el accionar del gobierno. El discurso profundizacionista, que plantea la necesidad de “seguir adelante” con el proceso de cambio que supuestamente habría instalado el kirchnerismo, hace una reconstrucción sesgada de nuestra historia reciente, reconstrucción que carece de perspectiva de clase. Lee los “avances” de estos años como producto de la iniciativa independiente del gobierno, olvidando que fueron las jornadas de 2001 las que hicieron posible la política progresista del oficialismo. Además, ese discurso omite leer el resultado del kirchnerismo, que es la transición a un peronismo ortodoxo que no tiene nada de progresista. En ese sentido, el discurso de la profundización omite ver que el kirchnerismo fue una experiencia de recomposición burguesa a partir de concesiones a las y los de abajo, dada la nueva correlación de fuerzas impuesta por el 2001, y no una experiencia de “avance desde el Estado”, como dicen sus defensores.
Creemos que, en los años que se vienen, la posibilidad de reconstruir la izquierda independiente pasa por asumir con toda claridad que las tareas que se imponen son de resistencia y recomposición de la clase. En un marco defensivo, creemos que el espacio político a construir pasa por la lucha, la impugnación al gobierno conservador que se venga, la construcción de poder popular e ir afianzando el proyecto propio, alternativo, que vaya fortaleciendo ese país y ese continente para la vida digna y la emancipación de los pueblos, al tiempo que incorpora la disputa electoral como espacio de denuncia y de propaganda de una alternativa socialista y de emancipación.
Finalmente, la etapa que se abre parece llevar a cierta “contradicción” entre la táctica y la estrategia. La táctica, como decíamos, es de resistencia, lucha defensiva y denuncia de la generalizada derechización política. La discusión de estrategia nos exige poner en el centro la discusión del Estado y cómo pensar una ofensiva socialista en Nuestramérica. Solemos decir que en el 2001 no hubo condiciones para pasar de la resistencia a la ofensiva. Esto dejó en manos de los Kirchner la tarea de recomponer la dominación social, mediante el consenso de clases y la relegitimación del Estado. De esa experiencia se impone un balance histórico claro: no es posible hacer política socialista puramente desde abajo. “Crear poder popular” no puede ser la única tarea de la izquierda anticapitalista.  Es necesario plantearse seriamente el problema de acceder al poder del Estado.  Creemos que es ingenuo pensar que la tarea va a ser solo “acumular mucho poder popular”, hasta que seamos lo bastante fuertes “desde abajo” como para medirnos globalmente con el enemigo-Estado burgués.
Hoy es necesario repensar el anti-estatalismo que caracterizó a parte de la izquierda independiente, porque entendemos que la construcción del socialismo debe ser integral, debe tener un pie en el poder popular y otro en la lucha estatal (y electoral) y debe prepararse para propulsar rupturas en ambos planos de disputa.
Enfrentamos un Estado capitalista ampliado, hegemónico, que va a desactivar (por la cooptación, por la represión o por una combinación de ambas) cualquier crecimiento demasiado grande de la organización por abajo. Esto nos exige plantearnos con seriedad la cuestión del poder del Estado, la estatalidad de forma integral y nuestro acceso o relación con la misma, como episodio no necesariamente prioritario, pero sí indispensable, de cualquier proceso revolucionario y de ofensiva socialista para nuestro tiempo.
Lejos estamos de ese escenario. Hoy enfrentamos Estados formalmente democráticos, parcialmente porosos a los intereses del pueblo trabajador y capaces de vigorosas construcciones hegemónicas, que tornan improbable la proyección de escenarios de tipo insurreccional que motoricen el acceso al poder. Al mismo tiempo, experiencias como el proceso bolivariano nos permiten proyectar la hipótesis estratégica de una articulación entre un gobierno popular que motorice “desde arriba” rupturas con el capitalismo, y la ampliación y profundización del poder popular como motor del antagonismo social desde abajo y de construcción de un nuevo orden social.

Claro que, dado el estado de la lucha de clases en la etapa, no estamos hablando de tareas inmediatas o siquiera mediatas en algún plazo previsible. Obviamente, en la Argentina que se viene nos tocará resistir y rearmarnos desde la lucha, la creación de poder popular y de nueva institucionalidad, la táctica electoral como denuncia y el cultivo de una perspectiva clasista. Al mismo tiempo, mientras nos rearmamos en un contexto defensivo, es indispensable que propugnemos la reelaboración política desde la izquierda independiente. Las tareas estratégicas, a nuestro humilde entender, pasan por una reorientación de la idea de transición socialista, que otorgue un lugar más preponderante a la disputa del Estado y a los procesos electorales como jalones en la lucha. Las tareas tácticas, en cambio, pasan por la denuncia del giro a la derecha de todo el escenario político y la impugnación de la nueva ofensiva de los de arriba.
Los desafíos que se abren son grandes y es importante enfrentarlos con creatividad política pero sin caer en atajos oportunistas que desdibujen el perfil y la identidad políticas creadas hasta hoy. La nueva izquierda tiene la tarea histórica de repensar su propio legado para una nueva etapa de la lucha de clases, recuperando lo mejor de lo construido hasta el presente. Debemos pararnos sobre los aprendizajes hechos por nuestro pueblo, de los que somos parte. Esos aprendizajes, que reafirmamos, tienen que ver con la construcción de poder popular, la apuesta por el protagonismo directo del pueblo en la lucha y la toma de decisiones, la prefiguración del socialismo, la lucha de clases como motor del cambio histórico y la valoración de la experiencia histórica de nuestro pueblo. Todo eso es parte del acumulado histórico de la nueva izquierda y de nuestro pueblo trabajador que lucha y se organiza. Recuperar ese acumulado, y proyectarlo para los nuevos desafíos tácticos y estratégicos, es hoy la tarea de la izquierda anticapitalista. (...)

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