lunes, 30 de noviembre de 2015

I. Sigamos cuestionando a la batalla K de ideas.

Pobreza, desarrollo humano y análisis materialista
15 de noviembre de 2015

 Por Rolando Astarita

En una nota anterior (aquí) planteé que el índice de pobreza hoy en Argentina está a niveles similares a los del final del gobierno de Menem. José Nun, ex subsecretario de Cultura de la Nación de Néstor y Cristina Kirchner entre 2004 y 2009, también lo dijo: “La pobreza es similar a la que precedió a la crisis de 2001”. Naturalmente, la afirmación cayó mal entre defensores del voto “al mal menor frente al neoliberalismo conservador”.
A fin de que haya más elementos de juicio, presento ahora otras dos series de datos. La primera se refiere a la evolución de la pobreza en América Latina. Muestra que la caída de los niveles de pobreza, en los 2000, ha sido general:
Pobreza: 1980: 40,5%; 1990: 48,4%; 2002: 43,9%, 2011: 29,6%; 2014: 28%.
Pobreza extrema o indigencia: 1980: 18,6%; 1990: 22,6%; 2002: 19,3%; 2011: 11,6%; 2014: 12%. (http://www.cepal.org/sites/default/files/pr/files/51779-Grafico-ESP.pdf yhttp://blogs.elpais.com/contrapuntos/2015/03/pobreza-y-desigualdad-en-america-latina-1980-2014.html).
Precisemos que entre 2011 y 2013 los tres países donde más bajó la pobreza fueron Paraguay, del 49,6% al 40,7%; El Salvador, del 45,3% al 40,9%; y Colombia del 32,9% al 30,7%.

La otra serie de datos se refiere al Índice de Desarrollo Humano, que elabora el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. En una nota del 2011 ya me referí al disgusto que había provocado en el gobierno K el informe de aquel año (aquí). Por eso los medios oficialistas hicieron lo posible por silenciarlo; aunque los medios opositores tampoco lo destacaron. El IDH resume los datos sobre esperanza de vida, matriculación escolar e ingreso en un solo indicador compuesto. Se pueden hacer muchas críticas a este índice -que se inspira en la obra de Amartya Sen- pero de todas maneras es preferible a la forma tradicional de medir la pobreza, que solo considera el ingreso. La idea detrás del IDH es tomar en cuenta las condiciones de vida y las capacidades de funcionar (tener educación, salud, etc.) de las personas, dado su ingreso.

Actualizamos los datos con el Informe de 2014. En 2011 Argentina ocupaba el puesto 46; en 2014 el 49. Comparamos la evolución del IDH de Argentina en los 2000 con las décadas de 1980 y 1990; y con respecto al resto de América Latina. Los datos son:
IDH Argentina 1980: 0,665; 1990: 0,694; 2000: 0,753; 2005: 0,758; 2010: 0,799;  2013: 0,808. Promedio de crecimiento anual: 1980-1990: 0,43; 1990-2000: 0,81; 2000-2013: 0,55.
IDH América Latina: 1980: 0,579; 1990: 0,627; 2000: 0,683; 2005: 0,705; 2010: 0,734; 2013: 0,740. Promedio de crecimiento anual: 1980-1990: 0,79; 1990-2000: 0,87; 2000-2013: 0,62 (“Informe sobre Desarrollo Humano 2014”, PNUD, http://hdr.undp.org/sites/default/files/hdr14-report-es.pdf).
Se observa entonces que el promedio anual de mejora, para Argentina, fue superior en los años 1990 que en el período 2000-2013. Pero en 2001-2002 hubo una fuerte caída, debido a la crisis. Por lo tanto dividimos el período. A partir de 2005, año en que se recupera el nivel anterior a la crisis, y hasta 2010, hay un elevado promedio anual de suba: 1,08% (contra un promedio en América Latina también alto, aunque menor: 0,82%). Sin embargo, entre 2010 y 2013 el promedio de Argentina baja al 0,34% (en consonancia con el resto del continente, que tuvo un promedio de 0,27%). Obsérvese que el promedio anual, en Argentina, entre 2005 y 2010 es superior al de los 1990 (0,81%), pero entre 2010 y 2013 es considerablemente inferior.

Algunas conclusiones
 
Una tesis que subyace a los argumentos que circulan hoy en Argentina a favor del voto “al mal menor”, dice que las mejoras (caída de la pobreza, desarrollo humano, y similares) se deben a las políticas de gobernantes particularmente sensibles a las necesidades de los trabajadores y de las masas populares. O sea, según este enfoque, habría gobiernos que, si bien capitalistas, serían, por naturaleza, concesivos; de ahí las “Gracias” que las masas populares deberían darles. Así, se instala un puente ideológico hacia la conciliación de clases y la subordinación política del trabajo al capital. En el extremo, y siguiendo esta lógica, habría que caracterizar entonces como “progresistas” a los actuales gobiernos de Paraguay o Colombia, donde la pobreza bajó más que en el promedio de América Latina (y siempre se podrá encontrar algún punto de comparación favorable para lo que se quiere favorecer).
 
Pero la historia del “gracias presidenta” (o presidente) no se sostiene a la luz de los datos presentados. Es que la evolución de los índices de pobreza, u otros indicadores sociales, parece responder a fenómenos mucho más objetivos que lo que pretende la tesis de marras. En primer lugar, porque esa evolución está condicionada por el ciclo económico. Por eso también, los resultados de la lucha de clases deben explicarse en el marco de la dinámica capitalista. Por ejemplo, durante la depresión económica que sufrió Argentina en 2001-2002, la lucha social puso límites a la caída del ingreso –por caso, obligando al gobierno a otorgar subsidios y planes sociales- pero no pudo impedirla, ni menos revertirla. De la misma manera, la mejora de los indicadores en toda América Latina, desde los primeros años 2000, tuvo como base la fase alcista del ciclo (y la mejora de los términos de intercambio para casi todo el subcontinente).
 
Además, y en una perspectiva de más largo plazo, incide el desarrollo de las fuerzas productivas, variable que se expresa en el “componente histórico y social”, y “moral”, (Marx) del salario. Es que determinados niveles de explotación, que en una época son socialmente “aceptables”, con el desarrollo de las fuerzas productivas pasan a ser cuestionados incluso por la opinión pública burguesa. Y también las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo (por ejemplo, en materia de educación y salud) imponen las reformas. Así, es una necesidad del capital disponer, por caso, de mano de obra con ciertos niveles actualizados de calificación, acordes con los desarrollos tecnológicos. A lo que se agrega la preocupación de los propietarios de los medios de producción, y de los funcionarios del Estado, por aquietar tensiones y protestas sociales. Por eso, las mejoras del IDH en los 1990, en Argentina, no se explican por alguna particular sensibilidad del menemismo hacia las necesidades populares. Y no hay razón para variar este criterio a la hora de juzgar los años 2000 (aunque esto moleste al relato nac & pop que se quiere instalar a toda costa desde el oficialismo y muchos medios académicos).
 
En definitiva, la explicación en términos de valor de la fuerza de trabajo, y conflicto de clases, ubica la distribución del ingreso en la problemática de la explotación, y no de los agradecimientos de los explotados a los explotadores. Es imprescindible tener un enfoque materialista de las tendencias de largo plazo del capitalismo, a fin de no caer en análisis subjetivos –y por ende arbitrarios- que son la base de las políticas de conciliación de clases.
Fuente: https://rolandoastarita.wordpress.com/2015/11/15/pobreza-desarrollo-humano-y-analisis-materialista
  

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