sábado, 7 de noviembre de 2015

Recordemos respecto al 7 de noviembre de 1917 qué nos dice Rosa Luxemburgo

Importancia fundamental de 

la Revolución Rusa
La Revolución Rusa constituye el acontecimiento más poderoso de la Guerra Mundial. Su estallido, su radicalismo sin precedentes, sus consecuencias perdurables, son la condena más evidente a las mentiras que con tanto celo propagó la socialdemocracia oficial a comienzos de la guerra como cobertura ideológica de la campaña de conquista del imperialismo alemán. Me refiero a lo que se dijo respecto a la misión de las bayonetas alemanas, que iban a derrocar al zarismo ruso y liberar a sus pueblos oprimidos. El poderoso golpe de la Revolución Rusa, sus profundas consecuencias que transformaron todas las relaciones de clase, elevaron a un nuevo nivel todos los problemas económicos y sociales, y, con la fatalidad de su propia lógica interna, se desarrollaron consecuentemente desde la primera fase de la república burguesa hasta etapas más avanzadas, reduciendo finalmente la caída del zarismo a un simple episodio menor. 

Todo esto deja claro como el día que la liberación de Rusia no fue una consecuencia de la guerra y de la derrota militar del zarismo ni un servicio prestado por “las bayonetas alemanas en los puños alemanes”, como lo prometió una vez, en uno de sus editoriales, el Neue Zeit dirigido por Kautsky. Demuestran, por el contrario, que la liberación de Rusia hundía profundamente sus raíces en la tierra de su propio país y su maduración completa fue un asunto interno. La aventura militar del imperialismo alemán, emprendida con la bendición ideológica de la socialdemocracia alemana, no produjo la revolución en Rusia. Sólo sirvió para interrumpirla al principio, para postergarla por un tiempo luego de su primera alza tempestuosa de los años 1911-1913 y luego, después de su estallido, para crearle las condiciones más difíciles y anormales. Más aun; para cualquier observador reflexivo estos hechos refutan de manera decisiva la teoría que Kautsky compartía con los socialdemócratas del gobierno, que suponía que Rusia, por ser un país económicamente atrasado y predominantemente agrario, no estaba maduro para la revolución social y la dictadura del proletariado. Esta teoría, que considera que la única revolución posible en Rusia es la burguesa, es también la del ala oportunista del movimiento obrero ruso, los llamados mencheviques, que están bajo la experta dirección de Axelrod y Dan. En esta concepción basan los socialistas rusos su táctica de alianza con el liberalismo burgués. En esta concepción de la Revolución Rusa, de la que se deriva automáticamente su posición sobre las más mínimas cuestiones tácticas, los oportunistas rusos y los alemanes están en un todo de acuerdo con los socialistas 372 gubernamentales de Alemania. Según estos tres grupos, la Revolución Rusa tendría que haberse detenido en la etapa que, según la mitología de la socialdemocracia alemana, constituía el noble objetivo por el que bregaba el imperialismo alemán al entrar en la guerra; es decir, tendría que haberse detenido con el derrocamiento del zarismo. Según ellos, si la revolución ha ido más allá, planteándose como tarea la dictadura del proletariado, eso se debe a un error del ala extrema del movimiento obrero ruso, los bolcheviques. Y presentan todas las dificultades con las que tropezó la revolución en su desarrollo ulterior, todos los desórdenes que sufrió, simplemente como un resultado de este error fatídico. Teóricamente, esta doctrina (recomendada como fruto del “pensamiento marxista” por el Vorwaerts de Stampfer y también por Kautsky) deriva del original descubrimiento “marxista” de que la revolución socialista es nacional y un asunto, por así decirlo, doméstico, que cada país moderno encara por su cuenta. Por supuesto, en medio de la confusa neblina de la teoría, un Kautsky sabe muy bien cómo delinear las relaciones económicas mundiales del capital que hacen de todos los países modernos un organismo único e integrado. Además, los problemas de la Revolución Rusa, por ser éste un producto de los acontecimientos internacionales con el agregado de la cuestión agraria, no pueden resolverse dentro de los límites de la sociedad burguesa. Prácticamente, esta teoría refleja el intento de sacarse de encima toda responsabilidad por el proceso de la Revolución Rusa, en la medida en que esa responsabilidad afecta al proletariado internacional, y especialmente al alemán; y también de negar las conexiones internacionales de esta revolución. Los acontecimientos de la guerra y la Revolución Rusa no probaron la inmadurez de Rusia sino la inmadurez del proletariado alemán para la realización de sus tareas históricas. Una examen crítico de la Revolución Rusa debe tener como primer objetivo dejar esto perfectamente aclarado. El destino de la revolución en Rusia dependía totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial. Esto revela el poderoso avance del desarrollo capitalista durante la última década. La revolución de 1905-1907 despertó apenas un débil eco en Europa. Por lo tanto, tenía que quedar como un mero capítulo inicial. La continuación y la conclusión estaban estrechamente ligadas al desarrollo ulterior de Europa.
Concretamente, lo que podrá sacar a luz los tesoros de las experiencias y las enseñanzas no será la apología acrítica sino la crítica penetrante y reflexiva. Nos vemos enfrentados al primer experimento de dictadura proletaria de la historia mundial (que además tiene lugar bajo las condiciones más difíciles que se pueda concebir, en medio de la conflagración mundial y la masacre imperialista, atrapado en las redes del poder militar más reaccionario de Europa, acompañado por la más completa deserción de la clase obrera internacional). Sería una loca idea pensar que todo lo que se hizo o se dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en condiciones tan anormales representa el pináculo mismo de la perfección. Por el contrario, los conceptos más elementales de la política socialista y la comprensión de los requisitos históricos necesarios nos obligan a entender que, bajo estas condiciones fatales, ni el idealismo más gigantesco ni el partido revolucionario más probado pueden realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados intentos de una y otro. Hacer entender esto claramente, en todos sus aspectos y con todas las consecuencias que implica, constituye el deber elemental de los socialistas de todos los países. Pues sólo sobre la base de la comprensión de esta amarga situación podemos medir la enorme magnitud de la responsabilidad del proletariado internacional por el destino de la Revolución Rusa. Más aun; sólo sobre esta base puede ser efectiva y de decisiva importancia la resuelta acción internacional de la revolución proletaria, acción sin la cual hasta los mayores esfuerzos y sacrificios del proletariado de un solo país inevitablemente se confunden en un fárrago de contradicciones y errores garrafales. No caben dudas de que los dirigentes de la Revolución Rusa, Lenin y Trotsky, han dado más de un paso decisivo en su espinoso camino sembrado de toda clase de trampas con grandes vacilaciones interiores y haciéndose una gran violencia. Están actuando en condiciones de amarga compulsión y necesidad, en un torbellino rugiente de acontecimientos. Por lo tanto, nada debe estar más lejos de su pensamiento que la idea de que todo lo que hicieron y dejaron de hacer debe ser considerado por la Internacional como un ejemplo brillante de política socialista que sólo puede despertar admiración acrítica y un fervoroso afán de imitación. No menos erróneo sería suponer que un examen crítico del camino seguido hasta ahora por la Revolución Rusa debilitaría el respeto hacia ella o la fuerza de atracción que ejerce su ejemplo, que son lo único que puede despertar a las masas alemanas de su inercia fatal. Nada más lejos de la verdad. El despertar de la energía revolucionaria de la clase obrera alemana ya nunca más podrá ser canalizado por los métodos carceleros de la  socialdemocracia de este país, de tan triste memoria. Nunca más podrá conjurarla alguna autoridad inmaculada, ya sea la de nuestros “comités superiores” o la del “ejemplo ruso”. La genuina capacidad para la acción histórica no renacerá en el proletariado alemán en un clima de aplaudir indiscriminadamente todo. Sólo puede resultar de la comprensión de la tremenda seriedad y complejidad de las tareas a encarar; de la madurez política y la independencia de espíritu; de la capacidad coartada, con distintos pretextos, por la socialdemocracia en el transcurso de las últimas décadas. 

El análisis crítico de la Revolución Rusa con todas sus consecuencias históricas constituye el mejor entrenamiento para la clase obrera alemana e internacional, teniendo en cuenta las tareas que le aguardan como resultado de la situación actual. El primer periodo de la Revolución Rusa, desde su comienzo en marzo hasta la Revolución de Octubre, corresponde exactamente, en líneas generales, al proceso seguido tanto por la gran Revolución Inglesa como por la gran Revolución Francesa. Es el proceso típico de todo primer ensayo general que realizan las fuerzas revolucionarias que alberga la sociedad burguesa en sus entrañas. Su desarrollo avanza siempre en línea ascendente: desde un comienzo moderado a una creciente radicalización de los objetivos y, paralelamente, desde la coalición de clases y partidos hasta el partido radical como único protagonista.
En el estallido de marzo de 1917, los “cadetes”, es decir la burguesía liberal, estaban a la cabeza de la revolución. La primera oleada ascendente de la marea revolucionaria arrasó con todos y con todo. La Cuarta Duma, producto ultrarreccionario del ultrarreaccionario derecho al sufragio de las cuatro clases, que fue una consecuencia del golpe de Estado, se convirtió súbitamente en un organismo revolucionario. Todos los partidos burgueses, incluyendo los de la derecha nacionalista, de pronto formaron un frente contra el absolutismo. Este calló al primer golpe, casi sin lucha, como un organismo muerto que sólo necesita que se lo toque para caerse. También se liquidó en pocas horas el breve intento de la burguesía liberal de salvar al menos el trono y la dinastía. La arrolladora marcha de los acontecimientos saltó en días y horas distancias que anteriormente, en Francia, llevó décadas atravesar. 

En este aspecto, resulta claro que Rusia aprovechó los resultados de un siglo de desarrollo europeo, y sobre todo que la revolución de 1917 fue la continuación directa de la de 1905-1907, no un regalo del “liberador” alemán. El movimiento de marzo de 1917 comenzó exactamente en el punto en que fue interrumpido diez años antes. La república democrática fue el producto completo, internamente maduro, del primer asalto revolucionario. Pero luego comenzó la segunda tarea, la más difícil. Desde el primer momento la fuerza motriz de la revolución fue la masa del proletariado urbano. Sin embargo, sus reivindicaciones no se limitaban a la democracia política; atacaban esa cuestión tan candente que era la política internacional al exigir la paz inmediata. Al mismo tiempo, la revolución abarcó a la masa del ejército, que elevó la misma exigencia de paz inmediata, y a la gran masa campesina, que puso sobre el tapete la cuestión agraria, que desde 1905 constituía el eje de la revolución. Paz inmediata y tierra: estos dos objetivos provocarían inevitablemente la ruptura del frente revolucionario. La reivindicación de paz inmediata se oponía irreconciliablemente a las tendencias imperialistas de la burguesía liberal, cuyo vocero era Miliukov. Y el problema de la tierra se erguía como un espectro terrorífico ante la otra ala de la burguesía, los propietarios rurales. Además significaba un ataque al sagrado principio general de la propiedad privada, punto sensible de toda clase propietaria. 

En consecuencia, al día siguiente de los primeros triunfos revolucionarios comenzó una lucha interna sobre las dos cuestiones candentes: paz y tierra. En la burguesía liberal se dio la táctica de arrastrar los problemas y evadirlos. Las masas trabajadoras, el ejército, el campesinado, presionaban cada vez con más fuerza. No cabe duda que la cuestión de la paz y la de la tierra signaron el destino de la democracia política en la república. Las clases burguesas, arrastradas por la primera oleada de la tormenta revolucionaria, se dejaron llevar hasta el gobierno republicano. Luego comenzaron a buscarse una base de apoyo en la retaguardia y a organizar silenciosamente la contrarrevolución. La campaña del cosaco Kaledin contra Petersburgo expresó claramente esta tendencia. De haber tenido éxito el ataque, no sólo hubiera quedado sellado el destino de la cuestión de la paz y de la tierra, sino también el de la república. El resultado inevitable hubiera sido la dictadura militar, el reinado del terror contra el proletariado y luego el retorno a la monarquía. De todo esto deducimos el carácter utópico y fundamentalmente reaccionario de las tácticas por las cuales los “kautskianos” rusos o mencheviques se permitían guiarse.
Petrificados por el mito del carácter burgués de la Revolución Rusa -¡todavía hoy sostienen que Rusia no está madura para la revolución social!- se aferraron desesperadamente a la coalición con los liberales burgueses. Pero ésta implica la unión de elementos a los que el desarrollo interno natural de la revolución ha separado y ha hecho entrar en el más agudo de los conflictos. Los Axelrod y los Dan querían, a toda costa, colaborar con las clases y los partidos que significaban el mayor peligro y la mayor amenaza para la revolución y la primera de sus conquistas, la democracia. Resulta especialmente asombroso observar cómo este industrioso trabajador (Kautsky), con su incansable labor de escritor metódico y pacífico, durante los cuatro años de la guerra mundial horadó una brecha tras otra en la estructura del socialismo. De esa obra el socialismo emerge agujereado como un colador, sin un punto sano. La indiferencia acrítica con la que sus seguidores consideran la ardua tarea de su teórico oficial y se tragan cada uno de sus nuevos descubrimientos sin mover una pestaña, solamente encuentra parangón en la indiferencia con que los secuaces de Scheidemann y Cía. contemplan cómo este último llena de agujeros al socialismo en la práctica. Ambos trabajos se complementan totalmente. Desde el estallido de la guerra, Kautsky, el guardián oficial del templo del marxismo, en realidad ha estado haciendo en la teoría las mismas cosas que los Scheidemann en la práctica, es decir: 1) la Internacional como instrumento de la paz; 2) el desarme, la liga de naciones y el nacionalismo; 3) democracia, no socialismo. En esta situación, la tendencia bolchevique cumplió la misión histórica de proclamar desde el comienzo y seguir con férrea consecuencia las únicas tácticas que podían salvar la democracia e impulsar la revolución. Todo el poder a las masas obreras y campesinas, a los soviets: éste era, por cierto, el único camino que tenía la revolución para superar las dificultades; ésta fue la espada con la que cortó el nudo gordiano, sacó a la revolución de su estrecho callejón sin salida y le abrió un ancho cauce hacia los campos libres y abiertos. El partido de Lenin, en consecuencia, fue el único, en esta primera etapa, que comprendió cuál era el objetivo real de la revolución. Fue el elemento que impulsó la revolución, y por lo tanto el único partido que aplicó una verdadera política socialista.
Esto explica, también, cómo fue que los bolcheviques, que al comienzo de la revolución eran una minoría perseguida, calumniada y atacada por todos lados, llegaron en un breve lapso a estar a la cabeza de la revolución y a nuclear bajo su estandarte a las genuinas masas populares: el proletariado urbano, el ejército, los campesinos, y también a los elementos revolucionarios dentro de la democracia, el ala izquierda de los socialrevolucionarios.
La situación real en que se encontró la Revolución Rusa se redujo en pocos meses a la alternativa: victoria de la contrarrevolución o dictadura del proletariado, Kaledin o Lenin. Esa era la situación objetiva, tal como se presenta en toda revolución después que pasa el primer momento de embriaguez, tal como se presentó en Rusia como consecuencia de las cuestiones concretas y candentes de la paz y la tierra, para las que no había solución dentro de los marcos de la revolución burguesa. La Revolución Rusa no hizo más que confirmar lo que constituye la lección básica de toda gran revolución, la ley de su existencia: o la revolución avanza a un ritmo rápido, tempestuoso y decidido, derriba todos los obstáculos con mano de hierro y se da objetivos cada vez más avanzados, o pronto retrocede de su débil punto de partida y resulta liquidada por la contrarrevolución. Nunca es posible que la revolución se quede estancada, que se contente con el primer objetivo que alcance. Y el que trata de aplicar a la táctica revolucionaria la sabiduría doméstica extraída de las disputas parlamentarias entre sapos y ratones lo único que demuestra es que le son ajenas la sicología y las leyes de existencia de la revolución, y que toda la experiencia histórica es para él un libro cerrado con siete sellos. Veamos el proceso de la Revolución Inglesa desde su comienzo en 1642. Allí la lógica de los acontecimientos determinó que los presbiterianos, al vacilar, porque sus dirigentes eludían deliberadamente la batalla decisiva con Carlos I y el triunfo sobre éste, fueran reemplazados por los independientes, que los echaron del Parlamento y se adueñaron del poder. Del mismo modo, dentro del ejército de los independientes, la masa de soldados pequeño-burguesa más plebeya, los “niveladores” de Lilburn, constituían la fuerza motriz de todo el movimiento independiente; así como, por último, los elementos proletarios dentro de la masa de soldados, los que más lejos iban en sus aspiraciones de revolución social, y que estaban expresados por el movimiento de los “Diggers”, constituían a su vez la levadura del partido democrático de los “Levelers”.
Sin la influencia moral de los elementos proletarios revolucionarios sobre la masa de soldados, sin la presión de la masa democrática de soldados sobre las capas superiores burguesas del Partido de los Independientes, no se hubiera “purgado” el Parlamento de presbiterianos; no hubiera terminado en un triunfo la guerra con el ejército de los cavaliers y los escoceses; no se hubiera juzgado y ejecutado a Carlos I; no se hubiera abolido la Cámara de los Lores ni proclamado la República. ¿Y qué sucedió en la gran Revolución Francesa? Después de cuatro años de lucha, la toma del poder por los jacobinos demostró ser el único medio de salvar las conquistas de la revolución, de alcanzar la República, de liquidar el feudalismo, de organizar la defensa revolucionaria contra los enemigos internos y externos, de terminar con las conspiraciones de la contrarrevolución y de expandir la ola revolucionaria de Francia a toda Europa. Kautsky y sus correligionarios rusos, que querían que la Revolución Rusa conservara su “carácter burgués” de la primera fase, son la contrapartida exacta de esos liberales alemanes e ingleses del siglo pasado que distinguían entre los dos consabidos periodos de la gran Revolución Francesa: la revolución “buena” de la primera etapa girondina y la “mala” de la etapa posterior al levantamiento jacobino. La superficialidad liberal de esta concepción de la historia seguramente no se toma el trabajo de comprender que sin el levantamiento de los jacobinos “inmoderados” hasta las primeras conquistas de la etapa girondina, tímidas y débiles como fueron, pronto hubieran sido enterradas bajo las ruinas de la revolución, y que la alternativa verdadera a la dictadura jacobina, tal como el curso de hierro del desarrollo histórico planteó la cuestión en 1793, no era la democracia “moderada”, ¡sino... la restauración borbónica! No se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo. Queda claro entonces que en toda revolución sólo podrá tomar la dirección y el poder el partido que tenga el coraje de plantear las consignas adecuadas para impulsar el proceso hacia adelante y de extraer de la situación todas las conclusiones necesarias para lograrlo. Esto hace evidente, también, el rol miserable que jugaron los Dan, los Tseretelli, etcétera, que al comienzo ejercían una enorme influencia sobre las masas pero, después de sus prolongadas oscilaciones y de que se opusieron con todas sus fuerzas a asumir el poder y la responsabilidad, fueron despiadadamente arrojados de la escena. El partido de Lenin fue el único que asumió el mandato y el deber de un verdadero partido revolucionario garantizando el desarrollo continuado de la revolución con la consigna “Todo el poder al proletariado y al campesinado”. De esta manera resolvieron los bolcheviques el famoso problema de “ganar a la mayoría del pueblo”, problema que siempre atormentó como una pesadilla a la socialdemocracia alemana. Como discípulos de carne y hueso del cretinismo parlamentario, estos socialdemócratas alemanes han tratado de aplicar a las revoluciones la sabiduría doméstica de la nursery parlamentaria: para largarse a hacer algo primero hay que contar con la mayoría. Lo mismo, dicen, se aplica a la revolución: primero seamos “mayoría”. La verdadera dialéctica de las revoluciones, sin embargo, da la espalda a esta sabiduría de topos parlamentarios. El camino no va de la mayoría a la táctica revolucionaria, sino de la táctica revolucionaria a la mayoría. Sólo un partido que sabe dirigir, es decir, que sabe adelantarse a los acontecimientos, consigue apoyo en tiempos tempestuosos. La resolución con que, en el momento decisivo, Lenin y sus camaradas ofrecieron la única solución que podía hacer avanzar los acontecimientos (“todo el poder al proletariado y al campesinado”), los transformó de la noche a la mañana en los dueños absolutos de la situación, luego de haber sido una minoría perseguida, calumniada, puesta fuera de la ley, cuyo dirigente tenía que vivir, como un segundo Marat,escondido en los sótanos. Más aun; los bolcheviques inmediatamente plantearon como objetivo de la toma del poder un programa revolucionario completo, de largo alcance; no la salvaguarda de la democracia burguesa sino la dictadura del proletariado para realizar el socialismo. De esta manera, se ganaron el imperecedero galardón histórico de haber proclamado por primera vez el objetivo final del socialismo como programa directo para la práctica política. Todo lo que podía ofrecer un partido, en un momento histórico dado, en coraje, visión y coherencia revolucionarios, Lenin, Trotsky y los demás camaradas lo proporcionaron en gran medida. Los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la social democracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional.

2. La política agraria de los bolcheviques  (…) Leer

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