Coyuntura Política en
Venezuela
Crisis, Tendencias y
el Desafío de
la Independencia de Clase
21 de junio de 2016
Por Víctor Vallejos y Juan Williams (Rebelión)
El presente artículo, constituye un
humilde intento de aportar a un balance crítico del proceso de cambio en
Venezuela y su situación política actual. No pretende ser un documento
exhaustivo y reconocemos que presenta limitaciones teóricas. Nuestro análisis
parte de una mirada abiertamente militante, que echa raíces y se reconoce en el
comunismo libertario. Gran parte de estas reflexiones, surgen a partir de una
serie de entrevistas a militantes y organizaciones sociales y políticas
venezolanas, las cuales fueron realizadas en Caracas y en el Estado de Lara,
durante el mes de febrero de este año.
En los últimos 17 años, Venezuela ha experimentado un proceso de
transformación social de avanzada para el contexto internacional que, junto con
situar nuevamente al socialismo como horizonte a conquistar, ha permitido la
politización y el desarrollo de un extenso movimiento popular -de raíces históricas
profundas que exceden ampliamente a la irrupción de Chávez en el año 1992-
apostando además, a una integración latinoamericana que aunque se ha dado
principalmente por “arriba” -entre Estados y gobiernos- logró instalar en lo
discursivo la necesidad de formar un polo revolucionario desde América Latina y
de romper con la hegemonía de los Estados Unidos en la región.
No obstante, como todo proceso real, el venezolano también ha
estado atravesado por múltiples contradicciones. Si bien el gobierno bolivariano
logró impulsar una política redistributiva que permitió destinar parte
significativa de la renta petrolera hacia la mejora en las condiciones de vida
de amplias capas de la población, en estos 17 años no se han dado pasos claros
hacia la superación bajo perspectiva socialista del modelo rentista petrolero1. El ejecutivo ha quedado atrapado
entre políticas que han apuntado a un capitalismo de estado2 y
la conformación de alianzas con sectores de la burguesía “productivista”,
estrategias que han fracasado en su objetivo de diversificar la matriz
productiva del país y que le han costado caro al movimiento popular en términos
de la pérdida de su autonomía frente al empresariado y al Estado.
El carácter del Estado en Venezuela tampoco
se ha modificado de manera sustancial. En un primer momento, el chavismo logró
desplazar del centro del poder político -mas no del poder económico- a la vieja
oligarquía tributaria del pacto de punto fijo3, avanzando además, en la
institucionalización de espacios de participación abiertos al protagonismo
popular, lo que en un contexto de avanzada del pueblo movilizado, permitió
vislumbrar la posibilidad de ir superando las lógicas de la democracia
representativa tradicional. No obstante, en la medida que el campo popular
cedía terreno4como fuerza movilizadora y
autoorganizada, se terminó consolidando una estructura estatal burocrática,
clientelar y permeable al surgimiento de sectores identificados con el chavismo,
o ligados en forma oportunista a este, los cuales usurparon la riqueza
colectiva y se enquistaron en posiciones de poder en pos de la defensa de sus
propios intereses de clase5.
Por otra parte, la muerte de Chávez sacó a la
luz otro de los problemas que arrastra el proceso venezolano. La pérdida de
claridad estratégica y de iniciativa política que se evidencia desde ese
momento refleja la ausencia de una dirección colectiva, posibilidad ahogada
en un primer momento por el liderazgo apabullante ejercido por Chávez, elemento
constantemente reforzado en el marco de una cultura política caudillista,
característica arraigada en la historia del país caribeño6.
1.1. La situación económica
Como mencionábamos previamente, el rentismo
petrolero es uno de los principales rasgos de la economía venezolana. Esto es,
que Venezuela capta del mercado internacional una cantidad enorme de valor no
producido en el propio país. La venta del petróleo supera holgadamente el 90%
de las exportaciones del país, constituyendo la principal entrada de divisas en
dólares. Esta condición monoexportadora ha sido así desde hace muchísimo tiempo
antes del chavismo y fue determinando el sesgo parasitario de su burguesía7, la cual ha dependido de manera
directa del traspaso de parte de la renta petrolera bajo la forma de subsidios
para la importación y producción.
Uno de los grandes logros del gobierno bolivariano fue haber
nacionalizado realmente la producción petrolera y redistribuir los excedentes a
amplias capas de la clase trabajadora8, excluida hasta ese momento de
tales recursos. Esto permitió la aplicación de fuertes políticas sociales que
elevaron el nivel de vida y la dignidad del pueblo trabajador.
No obstante, esto no implicó desplazar la condición hegemónica de
la burguesía sobre la economía del país, al punto de mantener prácticamente
intacta la preeminencia del sector privado en este ámbito9. De hecho, el mismo proyecto
bolivariano, le asigna al empresariado “nacionalista y productivo” un rol
importante dentro del proceso de cambio10.
Por otro lado, el alto precio del petróleo
durante la década de los 2000, permitió aumentar la acumulación de parte
importante de la burguesía venezolana al mismo tiempo en que se aumentaba
fuertemente el gasto social. Esta repartición de la renta tanto para la burguesía
como para la clase trabajadora -llamada equilibrio
distributivo entre las clases por
el economista uruguayo Rodrigo Alonso11-, es la que se volvió insostenible
desde que comenzó a bajar el precio internacional del petróleo, sobre todo a
partir del año 2012. La creciente demanda interna -dependiente de las importaciones y,
por lo tanto, de divisas- y los cada vez menores ingresos en dólares al país
provocados por la baja del precio internacional del petróleo, son la base
material del ciclo inflacionario del país. Por su parte, el ‘bachaqueo’, el
acaparamiento y el contrabando constituyen fenómenos secundarios que agravan la
inflación, pero que en primer lugar están incentivados por ella al volverse más
rentables estas prácticas12.
En tal sentido, la actual crisis económica
debe ser entendida como el límite del propio capitalismo rentista venezolano
para sostener procesos de inclusión y elevación del nivel de vida de la clase
trabajadora, mientras paralelamente la burguesía mantiene tasas de ganancias
elevadas y no como el fracaso de una experiencia socialista que no ha sido tal
todavía13. De hecho, las discusiones frente a las
posibles salidas apuntan todas a la necesidad de cortar este equilibrio
distributivo entre las clases, ya sea haciendo pagar a la clase trabajadora o a
la burguesía el costo de la
crisis. Por una parte, hay quienes apuestan por las típicas
medidas de ajuste neoliberal (reducir el gasto social, liberación de precios,
precarización laboral, etc.). Y por otra, se plantea un avance en sentido expropiador
(control del comercio exterior, nacionalización de la banca y de empresas
estratégicas, aumento de la carga impositiva a la burguesía y sobre todo fin a
sus subvenciones). Esto, con mayor o menor énfasis en el control popular de
tales medidas, pero siendo el gobierno y otros poderes del Estado quienes
deberían protagonizar las intervenciones.
En todo el espectro de fuerzas en disputa,
existe plena conciencia del catastrófico costo político que traería la
aplicación de las medidas de ajuste. Además, ya sea si se descargan los costos
de la crisis a la clase trabajadora o la burguesía, se asume que el nivel de
conflictividad entre las clases necesariamente aumentará. Estos últimos años,
el aumento de la deuda pública y la emisión de bonos soberanos han suplido la
carencia de entrada de divisas, pero esto solo ha permitido ganar tiempo14;
tiempo que también se está agotando.
1.2. La situación política:
La derrota del chavismo en las elecciones de la Asamblea Nacional
el 6 de diciembre fue contundente e inesperada en su magnitud. Aunque la
compleja situación económica hacía prever que el resultado no sería favorable
para el PSUV, ni en la derecha se imaginaban que ganarían con tanta holgura la
mayoría de la
Asamblea Nacional. No obstante, al mirar los resultados con
atención, si bien se profundiza la tendencia del oficialismo a perder apoyo
electoral, esto tampoco se ha traducido en un crecimiento significativo de la oposición. Si se
compara la elección del 6 de diciembre del 2015 con la elección presidencial
del 2013, el chavismo perdió cerca de 2 millones de votos (un 26,2%), pero la
derecha sólo creció en 343.434, es decir un 4,6%. Si a esto le
agregamos el alto porcentaje de votos nulos15 (4.77%, casi el triple de votos nulos
que en la elección parlamentaria anterior), la tesis del “voto castigo” como
expresión de sectores chavistas descontentos con la conducción del gobierno,
adquiere sentido.16
Este descontento con el gobierno, manifestado
en las votaciones no se explica exclusivamente por la escasez de productos
básicos o la
inflación. Venezuela vivió una crisis económica comparable en
el periodo comprendido entre el golpe de abril del 2002 y el paro petrolero de
fines de ese mismo año, el cual se extendió hasta principios del 2003. Si bien
aquella situación fue más breve, en ese momento la devaluación de la divisa y
la contracción de la economía fueron enormes17 y aun así la población mantenía un
apoyo fuerte al gobierno, representado en la consigna “con hambre y sin empleo
con Chávez me resteo”. De hecho, fue justo un momento en que la movilización
popular en respuesta al golpe permitió radicalizar el proceso, tomar control de
empresas estratégicas y ganar terreno en distintas instituciones. Justo lo opuesto que
ha ocurrido ahora, cuando luego de una nueva arremetida violenta por parte de
la derecha expresada en las “guarimbas” del 2014, se impulsaron una serie de
mesas de diálogo que llevaron a que el gobierno cediera y se abriera a poner a
disposición del empresariado venezolano, recursos adicionales en dólares18y mayores facilidades para sus
importaciones y exportaciones; todo ello supuestamente para fortalecer la
capacidad productiva del país. Esta tendencia se ha ido profundizando y como
botón de muestra tenemos la creación del Consejo Nacional de Economía
Productiva compuesto principalmente por empresarios y la nominación como
vicepresidente de economía productiva al ex presidente del gremio empresarial
Fedeindustria Miguel Pérez Abad, quien estará al mando del Ministerio de
Economía Productiva19.
La derrota electoral del oficialismo no sólo
le abrió la posibilidad a la derecha de desmantelar las políticas
redistributivas del gobierno bolivariano,20sino
también, le permitió volver a plantear abiertamente la salida de Maduro antes
que termine su mandato. Si a esto le sumamos la pérdida de liderazgo de Maduro
al interior del oficialismo y la ineficacia de las medidas impulsadas desde su
gobierno para superar la crisis económica, se configura un escenario en donde
amplios sectores coinciden en la posibilidad cierta de que el PSUV con Maduro a
la cabeza, pierda el ejecutivo en el corto plazo.
En ese contexto, parte considerable del PSUV y
del gobierno están impulsando una política de acercamiento y negociación con
sectores del empresariado “productivo”, buscando profundizar una alianza con
este sector de la burguesía como herramienta que les permita superar la crisis
económica y estabilizar la situación política. Esto, intentando agudizar las
supuestas contradicciones entre esta burguesía “productivista” y su par
“parasitario”.
Al mismo tiempo, los sectores más lúcidos de
la derecha, acarician la posibilidad de una transición pacífica y negociada,
que les permita recuperar el ejecutivo evitando mayores niveles de
conflictividad y agudización de las contradicciones de clases, apostando a que
las primeras medidas de ajuste económico típicamente neoliberales comiencen a
impulsarse durante el gobierno de Maduro. Esto, por la incapacidad de la oposición
de derecha de superar sus divisiones internas y recuperar el liderazgo político
que mantuvo en otras décadas. Al decir del profesor Roberto López Sánchez: “Un
eventual ascenso de la derecha pro-imperialista tendría escenarios de
ingobernabilidad muy superiores a los que haya podido afrontar el chavismo en
estos años21”.
La priorización de la alianza con la burguesía arrastra consigo
el deterioro en la correlación de fuerzas para el campo popular, lo que se
expresa además, en la agudización de las contradicciones entre sectores de
avanzada de la clase trabajadora y el gobierno bolivariano. Como botón de
muestra podemos mencionar el conflicto que protagonizan los trabajadores de la
Empresa de Propiedad Social Directa Comunal (EPSDC) “Proletarios Unidos” en
conjunto con la
comuna Pío Tamayo en la ciudad de Barquisimeto, Estado de
Lara.
La EPSDC “Proletarios Unidos”, surge a partir
de la iniciativa de los trabajadores de la cervecería de capitales brasileños
Brhama, quienes frente al abandono injustificado de la empresa por parte de sus
anteriores dueños, deciden no aceptar el finiquito que les ofrecían y optan por
ocupar la fábrica bajo la perspectiva de hacerla producir en forma
autogestionada. A partir de ese momento, los trabajadores se ven obligados a
resistir y enfrentarse no solo a los antiguos dueños de dicha fábrica, sino
también, a la gobernación de derechas de Lara y a los funcionarios que dentro
del gobierno socavan y obstaculizan la posibilidad de que el proyecto de
“Proletarios Unidos” se consolide. En ese proceso, los trabajadores se
articulan con los comuneros de “Pío Tamayo”, quienes también han sido
protagonistas de una interesante experiencia de construcción de poder popular
de carácter territorial y productivo.
No obstante, pese al enorme potencial que evidencia el esfuerzo de
los trabajadores de la ex
Brhama y la comuna de Pío Tamayo, el gobierno se ha abierto a
la posibilidad del traspaso de la fábrica al grupo Cisneros, propiedad de uno
de los más grandes empresarios de Venezuela, miembro de la Barrick Gold
Corporation22.
Lo anterior se basa en el supuesto de que una alianza con este grupo económico
exponente de la burguesía “industrial”, le permitiría al gobierno mermar el
poder económico de Lorenzo Mendoza, presidente de empresas Polar, grupo que
actualmente hegemoniza el mercado de las cervezas y de la alimentación en Venezuela.
Esta situación es homologable a la que experimentan otras empresas
que intentan ser autogestionadas por sus trabajadores en alianza con
organizaciones populares articuladas en las Comunas. En la misma ciudad de
Barquisimeto, empresas de propiedad social directa comunal como Beneagro y
Alfareros del Grez, han visto obstaculizado su desarrollo no sólo a causa del
boicot empresarial, sino también, producto de las lógicas burocráticas del
Estado venezolano y la política de alianza del gobierno con sectores de la
burguesía.
1.3. El ‘Factor Pueblo’23: la clase trabajadora como motor
de cualquier transformación
No cabe duda que el
proceso Bolivariano, con sus contradicciones incluidas, ha permitido la
politización de amplias capas de la población además del desarrollo de
verdaderas experiencias de poder popular. Con estas últimas nos referimos a las
comunas24,
a las empresas bajo control obrero, a expresiones de autoconstrucción en los
barrios, entre otros espacios tanto urbanos como rurales25.
Lamentablemente, estas genuinas organizaciones de la clase trabajadora distan
mucho de ser hegemónicas en el país caribeño. Más bien, se trata de
organizaciones que han debido sortear y sobreponerse a la promoción de
relaciones clientelares que han sido facilitadas por la entrega de ingentes
recursos económicos desde el gobierno. De hecho, a lo largo de los años, estas
relaciones fueron apaciguando la iniciativa política de muchas otras
expresiones de clase.
Creemos que es la fuerza del pueblo trabajador
-factor decisivo para impulsar hacia un sentido revolucionario la actual
crisis- la que se ha perdido de vista desde miradas superficiales que entienden
que el futuro del proceso se juega exclusiva o principalmente en el ámbito
gubernamental o en las instituciones del Estado.
Como lo relata López Sánchez26,
por lo menos desde mediados del siglo XX y en términos generales, la izquierda
venezolana ha adolecido de la capacidad de acoplarse a los tiempos propios del
desarrollo de la clase trabajadora. Esto se ha expresado en que se ha
privilegiado la construcción de relaciones instrumentales con la clase
trabajadora, relegándola al mero apoyo electoral o al seguimiento de
incursiones de carácter vanguardista y foquista, es decir, como masa de
maniobra27.
No obstante, si observamos la historia
venezolana reciente, fue la respuesta más o menos espontánea del pueblo trabajador
la que cambió las correlaciones de fuerza para detener el golpe de abril del
2002, abriendo con ello un escenario distinto tanto para Venezuela como para el
continente. En este caso, ni los golpistas ni el propio gobierno bolivariano
consideraron que el pueblo trabajador sería quien finalmente inclinaría la
balanza hacia la profundización del proceso de cambio. Asimismo, fue la
participación de ese mismo pueblo y la capacidad operativa de los trabajadores
de PDVSA los que permitieron reanudar la producción en el contexto del golpe
petrolero de 2002-2003 a
pesar de la incredulidad de los gerentes golpistas28.
Para ese momento la conducción chavista ya tenía prevista una respuesta
organizada al golpe, la cual pudo apoyarse en el respaldo popular, siendo
particularmente llamativo el rol que cumplieron los círculos bolivarianos.
Justamente, luego de la coyuntura de
2002-2003, es cuando se desató con mayor fuerza la autoorganización de la clase
trabajadora, bajo formas diversas y enormemente masivas y donde la juventud y
la mujer adquirieron un nuevo protagonismo. Este proceso tuvo su auge y un
progresivo declive después del 2006-2007. Se trate de las masivas redes de
medios comunitarios agrupados en ANMCLA29,
de la renovación sindical que supuso la creación de la Unión Nacional de
Trabajadores (UNT) frente a la descompuesta CVT (Confederación de Trabajadores
de Venezuela) o la creación de los Consejos Comunales como formas de
auto-administración territorial; todos debieron enfrentarse al problema de la
independencia frente al gobierno. Ello suscitó los quiebres de algunas de estas
organizaciones (como ANMCLA), la desaparición y el virtual reemplazo de otras
(como la UNT por la Confederación
Bolivariana Socialista de los Trabajadores, CBST) o de la
aceptación clientelar de otras (como la mayoría de los Consejos Comunales, que
al día de hoy son principalmente herramientas para percibir renta). La no
resolución de este problema desde una perspectiva de independencia de clase es
la raíz de lo que algunos identifican como el declive de este proceso
auto-organizativo.
Al día de hoy la clase trabajadora de Venezuela todavía cuenta con
múltiples y variadas organizaciones con importante capacidad de lucha y
combate. Una de las más interesantes es la articulación entre organizaciones
comunales con control efectivo del territorio, las cuales representan auténticas
expresiones de poder popular. Sin embargo, es claro que estas y otras
organizaciones se encuentran a la defensiva30.
Lo más preocupante es que en los posibles escenarios futuros se encontrarán
todavía más asediadas.
1.4. Tendencias actuales
Por el momento, es claro que las medidas
impulsadas por el gobierno de Maduro no han logrado abrir un camino que permita
la superación de la crisis económica31 en curso, afectando con ello a
millones de miembros de la clase trabajadora venezolana incluidas sus capas más
acomodadas. Son ellos y ellas quienes sufren cotidianamente la devaluación de
sus salarios, la escasez de medicinas y la dificultad para conseguir alimentos
y artículos de primera necesidad.
Por su parte, el bloque opositor empuja una
estrategia marcada por un delicado equilibrio entre una posición de fuerza en
las calles -con marcados tintes fascistas32-
que obligue a Maduro a salir del ejecutivo y, una tardía apuesta por un
referéndum revocatorio en el marco de la constitución bolivariana. Este
eventual referéndum debiese ejecutarse durante el 2016 para que se convoque a
nuevas elecciones y la derecha pueda retomar el poder político por la vía
electoral.
A nivel internacional, esta estrategia se
articula con el rol que juegan los Estados Unidos y las derechas de otras
latitudes. La constante infiltración de paramilitares colombianos con el
objetivo de aumentar los niveles de violencia y generar una situación de caos
es una de sus apuestas más peligrosas si consideramos además los constantes
llamados a la aplicación de la carta democrática de la OEA33.
Sumados, ambos elementos amenazan con la posibilidad de una intervención
militar extranjera. Esto no quiere decir que la intervención necesariamente
vaya a ocurrir, pero la amenaza constituye en sí misma un elemento de presión.
En ese contexto, desde el gobierno de Maduro
se ha ido profundizando la política de alianza con sectores del empresariado
‘industrial’, a la vez que ha ido adquiriendo rasgos cada vez más autoritarios
expresados en el fortalecimiento de los lazos con la cúpula del ejército y en
los intentos por retrasar34 la realización del referéndum
revocatorio.35 Por su parte, es un verdadero secreto
a voces el acercamiento de personajes importantes de gobierno a sectores de la
oposición política para hablar sobre la transición pacífica.
Evidentemente, esta situación favorece la
tendencia del gobierno a perder apoyo popular, a que parte importante de su
militancia ‘se abra’36 y a que sectores críticos intenten
capitalizar el descontento. En esta senda, organizaciones expulsadas de facto
del PSUV como Marea Socialista han podido aglutinar parte del desencanto. No
obstante, en lo programático no se distinguen significativamente de las tendencias
críticas internas del propio PSUV, pues acentúan más la necesidad de las
auditorías, el ataque a la corrupción, etc. pero a nuestro juicio, no apuntan a
las dimensiones estructurales de la actual crisis. Por lo demás, dadas sus
dimensiones y su nivel real de inserción dentro de las organizaciones de la
clase trabajadora, tampoco constituyen por sí solos una alternativa real a la
situación política.
La mayor parte de la izquierda -bases de apoyo del PSUV, como
quienes se sitúan fuera de su órbita- se mantiene en una llamativa pasividad
respecto a estas peligrosas tendencias en desarrollo. Parte importante de
ellas, una generación completa de jóvenes, se resignan a asumir la posibilidad
de perder el gobierno después de 17 años. Otra parte, minoritaria, asume estas
posibilidades. Pero sus mayores preocupaciones se centran en la posibilidad de
una eventual victoria electoral en un futuro post Maduro, para lo cual
sobrevaloran los resguardos democráticos de la institucionalidad burguesa y la
capacidad futura que tendrá el aparato electoral del PSUV luego de una derrota
que no sólo será electoral, sino que afectará directamente a las organizaciones
de lucha en el terreno económico y social. Por último, existen tendencias aún
más minoritarias que las anteriores que asumen las consecuencias de un posible
escenario de retroceso y que ello pondrá a la clase trabajadora a la defensiva,
en una situación de resistencia. Lamentablemente, en ellas predominan
estrategias más militaristas que de desarrollo en el plano social, no asumiendo
con todas sus implicancias las desastrosas experiencias de los años 60’ y 70’ . En general, se observa una
preocupante inercia por parte de los sectores honestamente revolucionarios del
contexto venezolano, los cuales parecieran estar a la espera de un nuevo
caudillo o liderazgo al cual seguir, en lugar de asumir la responsabilidad de
renovar la discusión estratégica y programática.
1.5. Reflexiones finales
Desde hace años, diversas organizaciones de
izquierda en Chile hemos abordado una serie de discusiones en torno a las
estrategias que nos permitan abrir un camino hacia la superación del
capitalismo y sus especificidades neoliberales, teniendo como horizonte el
socialismo. En esas discusiones, las referencias a los gobiernos progresistas o
de izquierda en América Latina han sido inevitables. Pero lamentablemente,
muchas veces estas experiencias se evalúan desde miradas superficiales y
acríticas.
En un momento político a nivel latinoamericano, marcado por el
estancamiento, retroceso o crisis abierta de estos procesos y sus expresiones
gubernamentales que -con matices- se plantearon en oposición a la hegemonía
neoliberal predominante en los 90’ ,
debemos revisar en profundidad estas experiencias, de manera de ir
esclareciendo nuestros propios problemas que se abren a la hora de emprender un
camino de transformación profunda.
Al respecto, mirando la experiencia
venezolana, hay varios elementos que nos parecen pertinentes mencionar.
En primer lugar, la política de alianzas
policlasista impulsada por el gobierno, donde se le asigna un papel relevante a
sectores de la burguesía ‘industrial’, parece un error si lo que se persigue es
un proyecto postcapitalista. Recordemos que este sector es prácticamente
insignificante en una economía de carácter rentista como la venezolana. Además ,
es evidente que esta alianza en conjunto con los vínculos que se han
establecido con otros países de mayor poderío industrial y sus respectivas
burguesías, tampoco le ha permitido a Venezuela diversificar su matriz productiva,
en base a un componente industrial propio que le permita a su economía superar
dicho carácter rentista petrolero.
Al contrario, dicha alianza ha tendido a debilitar a la clase
trabajadora venezolana y sus experiencias de autogestión directa de la producción,
lo que incluso ha dado pie para que se agudicen contradicciones objetivas entre
el movimiento popular venezolano y el gobierno bolivariano.
Pero estas contradicciones no sólo se dan en el plano
económico-productivo. Uno de los aspectos que más nos llama la atención, es el abismo
que se produce entre un aparato estatal que en el plano institucional, abre
enorme posibilidades para el protagonismo popular en la gestión de los asuntos
públicos, pero que en la práctica, no sólo se encuentra cooptado por una
burocracia altamente corrupta que se ha ido constituyendo en una nueva fracción
de la clase dominante (la “boliburguesía”), sino que también, ahoga y
desnaturaliza experiencias de construcción de poder popular de avanzada, que
terminan cediendo al peso de la burocracia o apaciguándose bajo las lógicas
clientelares del gobierno.
En la misma línea, la ausencia de un liderazgo colectivo, que permita superar
aquella conducción apabullante que representó Hugo Chávez, nos parece un
elemento central que explica en parte la desorientación y pérdida de claridad
estratégica en la que se encuentra el movimiento popular venezolano y la
izquierda revolucionaria. La discusión sobre los instrumentos políticos que
permitan canalizar dicha conducción colectiva se vuelve cada vez más relevante
bajo estas circunstancias. Si bien, compañeras y compañeros valiosos, tanto
dentro como fuera del PSUV han ido planteando en los últimos años estos
elementos, dichos esfuerzos hasta el momento aún no se han logrado cristalizar.
Finalmente, si bien insistimos en que la izquierda debe mantener
una mirada crítica frente a éste u otros procesos de transformación, no podemos
negar que a lo largo de estos 17 años, la clase trabajadora venezolana nos ha
dado a los pueblos de Latinoamérica y del mundo entero numerosas lecciones de
valentía, convicción y creatividad, por lo que en los actuales y duros momentos
que atraviesan nuestros hermanos y hermanas en Venezuela, no podemos perder de
vista la necesidad de crear y fortalecer puentes de solidaridad concreta y
efectiva entre los pueblos que luchan.
Víctor Vallejos, Juan Williams
Militantes de Solidaridad - Federación
Comunista Libertaria
Mayo-Junio 2016
Mayo-Junio 2016
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