Los límites del neo-extractivismo boliviano
7 de agosto de 2015
7 de agosto de 2015
Por Gonzalo Colque (Rebelión)
La protesta potosina exigiendo desarrollo
regional tiene por trasfondo económico el modelo de desarrollo extractivista
que Bolivia ha adoptado de forma más agresiva en los últimos años. En 2003
comenzó el ascenso sostenido de los precios internacionales de materias primas
y este hecho incentivó la sobreexplotación de los recursos naturales,
principalmente en los sectores de hidrocarburos, minería y agricultura de
exportación. Desde 2006, el Estado boliviano aumentó su participación en el
control y apropiación de las rentas derivadas del negocio de las materias
primas. La proporción de ingresos provenientes por este concepto dentro del
presupuesto general del Estado representa alrededor del 50 por ciento (PGE
2014), lo que según algunos estudios nos califica como un país rentista de alta
intensidad1.
Una parte de estos ingresos extraordinarios ha
sido destinada a programas sociales y “transferencias monetarias condicionadas”
en forma de bonos estatales para los sectores más vulnerables. Esta
particularidad dio lugar a que a veces se utilice el término de
“neo-extractivismo”, para destacar que ahora el Estado tiene un rol más
protagónico en la economía extractivista y además utiliza las rentas para
programas sociales. Los beneficios son evidentes. Al igual que otras regiones,
Potosí dispone de presupuestos públicos más altos y los indicadores socioeconómicos
son más alentadores: las tasas de pobreza bajan, se reduce la proporción de
personas subalimentadas, aumenta el acceso a la salud, educación, entre muchos
otros cambios.
Sin embargo, el descontento de los potosinos nos advierte sobre un
problema mayor: los límites del extractivismo. Si bien el rentismo coadyuva a
la ampliación y ejercicio de derechos económicos, sociales y políticos; por
otro lado no contribuye a encarar de forma estructural la problemática de la
pobreza ni el bajo nivel de desarrollo económico. Las mejoras en los
indicadores sociales reflejan cambios en las situaciones extremas de
vulnerabilidad pero no representan transformaciones de fondo y de mayor
alcance.
Se desaceleran los cambios, las brechas de desigualdad se mantienen en sus
niveles históricos y no hay indicios de reducción de los efectos negativos
provocados por la alta dependencia de materias primas. La transformación de la
matriz productiva sigue siendo la gran tarea pendiente en Bolivia. En estas
condiciones y en especial cuando los precios internacionales caen abruptamente,
los efectos perversos del modelo extractivista quedan al descubierto.
El extractivismo boliviano es objeto de
críticas o defensas cerradas aunque la comprensión de su trayectoria, límites y
posibilidades (si acaso las tiene) más bien es bastante limitada. La mayoría
coincide en que superar la economía dependiente de la sobreexplotación de
materias primas es el mayor reto que debemos afrontar. Pero el cómo y los
mecanismos que se requieren siguen siendo enunciados borrosos. Para algunos la
superación de esta fase consiste en abandonarla pero otros consideran que
estamos frente a una oportunidad histórica para sentar las bases de un nuevo
modelo de desarrollo con industrialización. Quienes plantean la primera opción
se respaldan en estudios y evidencias empíricas bien conocidas. Elboom de materias primas aunque expatria
la mayor parte de la riqueza, por lo general aumenta la entrada de divisas, la
moneda nacional se aprecia y en consecuencia crece la presión por la
importación de bienes baratos. En otras palabras, la industria nacional se
perjudica porque la producción de bienes con valor agregado se debilita de tal
modo que la dependencia adquiere un doble carácter: dependencia de la
exportación de materias primas y dependencia en el consumo de bienes
provenientes de la industria externa. Si sumamos a ello los altos costos
ambientales, territoriales y culturales; el balance final es desalentador.
La otra propuesta de más extractivismo para
salir del extractivismo, más bien carece de argumentación y teoría. Desde el
punto de vista económico, sería interesante poner bajo la lupa cuál es la
lógica o estrategia de desarrollo que subyace en este tipo de planteamientos
puesto que -a fin de cuentas- no hay razones para desecharlo sin discusión y
asumir de forma apresurada una especie de “determinismo” de sabor fatalista que
nos lleve a una rendición sin lucha. Un debate sistemático sobre los alcances
económicos del extractivismo puede ayudarnos a descubrir nuevas respuestas y
caminos hacia el desarrollo sin sobreexplotación. Sin embargo, la discusión
discurre por senderos algo incomprensibles, peca de dogmatismos e
invariablemente está dirigida e influenciada por una clase gobernante que
defiende las rentas extractivas en respuesta directa a sus intereses de
preservación del control del poder económico y político en el corto plazo.
Recientemente, el gobierno nacional anunció el plan de convertir a Bolivia en
el centro energético de Sudamérica, equipado con plantas termoeléctricas,
procesadores de baterías de litio y potasio, granjas solares y hasta reactores
de energía nuclear. Si bien este plan suena atractivo y hasta cierto punto
amigable en términos ambientales, sigue siendo más extractivismo que encierra
los mismos riesgos potenciales que tienden a empujarnos hacia la enanización de
la economía boliviana a mediano y largo plazo.
Estamos frente a una lógica en que el acceso a
las rentas extractivas no depende necesariamente del trabajo productivo, es
decir, de aquel esfuerzo económico que genera riqueza o valor agregado. La
falta de correlación entre apropiación de la renta y productividad favorece la
expansión de economías especulativas dentro y alrededor del Estado y sus
instituciones. Por este motivo, iniciativas económicas de importancia como la
creación de empresas estatales no extractivistas en realidad tienen poca o nada
de racionalidad y sostenibilidad económica acorde con el capital invertido. Más
bien son una especie de mecanismos y canales de distribución de las rentas
extractivas entre agentes económicos de menor escala. Estas dinámicas
ciertamente ayudan a inyectar capital a la economía en general pero una parte
significativa del mismo esquiva los circuitos de formación de capital
productivo porque es más atractivo moverse hacia el sector comercial vinculado
a la expansión de los flujos de importación. El consumo interno aumenta pero
los bienes que se adquieren provienen cada vez menos de la industria nacional.
Los primeros en sufrir los efectos negativos de este proceso son los sectores
productivos más vulnerables. Por ejemplo, la agricultura campesina parcelaria que
pierde empuje ante la internación creciente de productos alimenticios
tradicionales como la papa, cebolla, maíz, hortalizas y otros alimentos.
El neo-extractivismo que llegó para quedarse
está controlado políticamente por el Estado. Esto hace posible un mayor nivel de
expansión del gasto social, hasta cierto punto coarta la privatización
exacerbada de las rentas pero, en contrapartida, también obstaculiza los
caminos de salida hacia un escenario post extractivista. Potosí es un ejemplo
concreto de cómo una reivindicación regional de desarrollo, desencadenada por
la crisis de la minería, se percibe desde el poder político como una pugna
política que simplemente ambiciona el acceso al Estado y a las rentas. El
Estado rentista no interpreta este tipo de protestas como una señal de que el
extractivismo, en cualquiera de sus variantes, tiene límites, mismos que si no
se examinan de forma minuciosa y crítica, pueden conducirnos a nuestra
autodestrucción.
Nota: 1 Ver por ejemplo
Burchardt (2014). “Logros y contradicciones del extractivismo: bases para una
fundamentación empírica y analítica”. Nueva Sociedad, febrero de 2014.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=201900
No hay comentarios:
Publicar un comentario