martes, 27 de enero de 2015

II. Apreciemos cómo el capitalismo amenaza la vida planetaria considerando la crisis hídrica que sufre el Estado de San Pablo.

Un grito de alarma
20 de enero de 2015

Por François Houtart
En Lima, las Naciones Unidas organizaron en diciembre 2014, la última reunión preparatoria a la Conferencia de Paris sobre el Clima de 2015. Hubo varias referencias a la selva amazónica y también, en margen del encuentro oficial se organizó un Tribunal de Opinión sobre El Derecho de la Naturaleza, que tocó también el tema. 
El problema climático es bastante simple. Al mismo tiempo que las actividades humanas producen más gases invernaderos, se destruyen los posos de carbono, es decir los lugares naturales de absorción de estos gases: las selvas y los océanos. El resultado es que el planeta no puede regenerase plenamente y que ya necesitamos un planeta y medio para la restauración de la naturaleza, pero tenemos solamente uno.

Tres grandes lugares del mundo tienen reservas forestales importantes reguladoras de los ecosistemas regionales: Asia del Sur-Este (Malacia e Indonesia), África central (Congo) y Amazonia. El primero ya ha prácticamente desaparecido: Malasia e Indonesia han destruido más de 80 % de sus selvas originarias para la plantación de palma africana y de eucaliptos. En el Congo, las guerras habían parado la explotación de madera y la extracción minera, pero estas actividades se renovaron durante los 10 últimos años. La Amazonia está en pleno proceso de degradación. El Papa Francisco que prepara una encíclica sobre los problemas climáticos, llamó la destrucción de la selva tropical un pecado.

Las funciones geológicas de la selva amazónica

Con 4 millones de km2, en 9 países, ella almacena un total de 109.660 millones de toneladas de CO2[1], es decir el 50% del CO2 en los bosquestropicales del planeta.[2] Un total de 33 millones de personas viven en esta región y entre ellas 400 pueblos indígenas.

Un estudio de un científico brasileño, Antonio Donato Nobre, O Futuro Climático da Amazõnia – Relatorio de Avaliação científica, describe de manera impresionante las funciones de la selva amazónica.[3] Él recogió los estudios hechos en Brasil. La historia geológica de la Amazonia es muy anciana. Se tomaron decenas de millones de años para construir la base de la biodiversidad de la selva, que estableció esta última como “máquina de regulación ambiental” de alta complejidad. Se trata de “un océano verde” en relación con el océano gaseoso de la atmosfera (agua, gases, energía) y con el océano azul de los mares, dice el autor.

Las principales funciones son cinco. Primero, la selva mantiene la humedad del aire, permitiendo lluvias en lugares lejos de los océanos, gracias a la transpiración de los árboles. En segundo lugar, las lluvias abundantes ayudan a conservar un aire limpio. Tercero, se conserva un ciclo hidrológico benéfico aún en circunstancias adversas, porque la selva aspira el aire húmido de los océanos hacia dentro, manteniendo lluvias en cualquier circunstancia. La cuarta función es la exportación del agua por los ríos en grandes distancias, impidiendo la desertificación, especialmente al este de la cordillera. Finalmente, ella evita fenómenos climáticos extremos gracias a la densidad forestal, que impiden tempestades alimentadas por el vapor de agua. Por eso se debe defender esta riqueza natural excepcional.

La degradación de la selva

Los
efectos de la degradación actual de la selva amazónica son ya visibles: reducción de la transpiración, modificación de las lluvias, prolongación de la estación seca. Solamente en el Brasil hubo, en 2013, una deforestación de 763.000 km2, es decir 3 veces el Estado de São Paulo o 21 veces Bélgica, o también 184 millones de campos de futbol.

Se estima que una disminución de 40 % de la selva significaría el inicio de un proceso de transición hacia la sabana. Actualmente un 20 % han sido destruidos y otros 20 % están seriamente afectados. Según una declaración de la FAO, el día internacional de la selva de marzo 2014, si la evolución sigue igual, dentro de 40 años no habrá más selva amazónica, sino una sabana con algunos bosques. Por esta razón, el autor del estudio, pide una reversión radical, estimando que el desafío es todavía posible de ser encontrado. Él propone una restauración de la selva destruida, una difusión de los conocimientos para alimentar la opinión pública y decisiones urgentes de los dirigentes políticos.

¿Pero, de hecho, que constatamos? Todos los países que poseen en su territorio una parte de la selva amazónica, tienen “buenas razones” para utilizarla. En los países neo-liberales hay la idea de explotar recursos naturales que deben contribuir a la acumulación del capital. En países “progresistas” los argumentos son diferentes: se necesita extraer las riquezas naturales y promover la exportación agrícola, para financiar las políticas sociales y en regímenes social-demócratas, se nota en el discurso político, una mezcla de los dos argumentos. Pero, cualquiera que sea el discurso, el resultado es el mismo.

Al oeste, de la Amazonia, es la explotación petrolera que avanza en la selva. Basta visitar una región como el Putumayo colombiano, para observar los daños enormes de solamente la fase de exploración. El presidente de VETRA, empresa petrolera canadiense, el Sr Humberto Calderón Berti, afirmó en 2014, que a pesar de las dificultades (baja del precio del crudo, oposición de la población, actividades guerrilleras), “No nos vamos del Amazonas, pues es un mar de petróleo que va desde el alto de La Macarena y pasa por el Ecuador y el Perú”. Actualmente la compañía extrae 23.000 barriles diarios en el Putumayo colombiano.[4]

En Venezuela nuevos yacimientos esperan su explotación para contribuir, entre otros, a la política de solidaridad del ALBA. En Ecuador el proyecto profético del Yasuní está abandonado, a causa de la falta de apoyo internacional y también de la presión de intereses locales y la frontera petrolera sigue avanzando. En el Perú y en Bolivia, los pozos de petróleo y de gas se multiplican. En todas partes, desechos continúan a contaminar las aguas y los suelos, por negligencias culpables, como en el caso de Chevron (antigua TEXACO) en Ecuador, por accidentes de explotación o de transporte o solamente porque las tecnologías limpias son demasiado costosas.
En el Ecuador la TEXACO envió más de 16 mil millones de galones de agua contaminada a los ríos de la Amazonia
Algunos
ejemplos concretos. En el Ecuador, son más de 16 mil millones de galones de agua contaminada que fueron enviados por TEXACO en los ríos de la Amazonia [5]. Algunas 1000 piscinas de desechos no dejan de filtrar crudo en los suelos, 30 años tras la salida de la compañía. En 1993, 30.000 ecuatorianos afectados presentaron en Nueva York un reclamo judicial. Se trata de una catástrofe más grande que los derrames de los últimos años en los mares.

En Loretto, en el Perú, el derrame total fue de 2.637.000 barriles (353.000 toneladas). En 1979, fue de 287.000 toneladas (10 veces más que la catástrofe del Exxon Valdez). Hubo afectaciones prácticamente irreversibles, tomando siglos para una rehabilitación. Metales pesados, cadmio, arsénico, plomo, etc., superaron de 322 veces los límites máximos permitidos. El estado de emergencia fue declarado: 100 comunidades fueron afectadas, más de 20.000 personas, sin hablar de las consecuencias sanitarias (cánceres, mutaciones genéticas, abortos) y socio-culturales.[6] En el mismo país, en 2009, se movilizaron miles de personas en Bagua contra los proyectos extractivos destruyendo los bosques y los ríos y hubo en la Curva del Diablo, 53 muertos y 200 heridos. Otras dos empresas [7] han recibido una extensión de 658.879,677 hectáreas en concesión.

Al este son las minas que comen grandes espacios de la selva. En el estado de Para, en el norte del Brasil, la empresa Vale ha recibido una concesión de más de 600.000 hectáreas y las explotaciones de minas de cobre y de oro se añaden a las de hierro, transformando grandes superficies en paisajes lunares. La actividad minera se encuentra también en varias regiones del oeste y del centro. Así, en el Perú, en la cordillera del Cóndor, la empresa canadiense Afrodita recortó una parte del parque Ichigkat Muja, para actividades de minería. En el lado ecuatoriano, la mina Cóndor-Mirador se encuentra en conflictos con las comunidades indígenas, por falta de precaución ambiental y de estudios de impactos.

Desde el sur suben los monocultivos de soja y de palma, en grandes rectángulos que, vistos desde el avión, aparecen como heridas abiertas en el paisaje. El código forestal brasileño explica en su introducción, que el país quiere favorecer la “agricultura moderna”, es decir industrial. El “rey de la soja” es el gobernador del Estado de Mato Grosso.

Las represas hidroeléctricas ocupan principalmente el centro de la selva amazónica, inundando decenas de miles de hectáreas de tierra forestal. En Brasil, el proyecto del rio Madeira en el estado de Rondonia, 10.000 personas fueron obligadas a quitar su hogar [9]. La hidro-eléctrica Belo Monte, sobre el rio Xingú inundó 500 km2, afectando 40.000 familias y sin consulta previa [10]. El embalse de Balbina, durante los tres primeros años de su existencia ha emitido 23.750 toneladas de CO2 y 140.000 toneladas de metano.[11]

A pesar de las medidas gubernamentales, la explotación legal o ilegal de la madera, sigue agresiva. Los incendios, accidentales o provocados, destruyen grandes espacios de la selva. Obras públicas de carreteras, pipelines, ferrocarriles, transporte fluvial, contribuyen también a la destrucción ecológica.

En medio de esta problemática ambiental, se encuentran millones de seres humanos afectados por la transformación de sus medios de vida, por la expulsión de sus tierras ancestrales, por la colonización de sus territorios y por la criminalización de sus protestas. Los pueblos indígenas que no aceptan la ruptura entre naturaleza y cultura, son los mejores agentes de la conservación de la vida de la selva, pero también las primeras víctimas de su explotación. Numerosas especies vivas, animales y vegetales, pagan también el precio de este “progreso de civilización”.

Los olvidos del discurso oficial

En los discursos oficiales, no se oye hablar mucho de los costes de estás políticas, es decir de los millones de toneladas de CO2 enviadas a la atmósfera, ni del tipo de uso que se hace de los minerales extraídos o de los productos de la agricultura industrial: oro que en gran parte termina en las bodegas de los bancos para garantizar el sistema financiero, hierro, entre otros para fabricar armamentos, soja para alimentar el ganado, que a su vez produce más gases invernaderos que el transporte, etc. De verdad la primera responsabilidad está en el Norte, pero la reproducción del mismo modelo de producir y de consumir tiene las mismas consecuencias y eso no es en primera instancia un problema moral o político, sino matemático.

Qué soluciones
Evidentemente, no se trata de hacer de la Amazonia un jardín zoológico, ni de transformar los pueblos indígenas en objetos de museo, sino de adoptar una visión holística de la situación, es decir no segmentar lo real, permitiendo así a una cierta lógica de crecimiento económico de proveer la única referencia, olvidando las externalidades ambientales y sociales, o perseguir políticas a corto plazo que obliteran el futuro. Eso puede traducirse en medidas muy concretas.

No se trata tampoco, para los países latino-americanos, de perder su soberanía y dejar otras potencias imponer regulaciones en función de sus intereses, sino para que los dirigentes políticos tomen juntos medidas positivas de salvación de la selva amazónica, en colaboración con los pueblos concernidos. UNASUR podría ser el lugar de colaboración institucional para realizar esta urgente tarea.

La crisis que afecta la región, con una baja de los precios del petróleo y de otras commodities, puede ser la ocasión para tomar iniciativas. Los países que lo harán pasarán a la historia como visionarios.

Notas
François Houtart, Profesor en el Instituto de Altos Estudios Nacionales (I.A.E.N.), Ecuador. 
Fuente: http://www.ecoportal.net/Temas_Especiales/Cambio-Climatico/Cambio-climatico-y-la-Amazonia-un-grito-de-alarma

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