Andrés Carrasco,
científico y militante: gracias
10/05/2014
Falleció Andrés
Carrasco, el científico que confirmó los efectos devastadores del glifosato,
acompañó con su investigación a los pueblos fumigados y cuestionó que la
ciencia esté al servicio de las corporaciones. Incluimos la última entrevista
que brindó y además “¿La felicidad
puede ser un tema político? Pistas para bajarse de la globalización”, la entrevista que transmitió Decí Mu
En una de sus visitas a nuestra
Cátedra Autónoma de Comunicación Social, el científico Andrés Carrasco contó
cómo decidió divulgar su investigación sobre los efectos letales del
glifosato.: estaba en el sur, pescando, solo, disfrutando la belleza de esa
postal natural, sabía que lo que había comprobado era esencial y sintió que el
perfecto silencio que lo rodeaba era un grito inmenso. “Hacé algo”. Para
hacerlo solo necesitaba encontrar “un periodista serio y decente”. Y llamó, desde
ahí mismo, a Darío Aranda. Él es quien lo despide en estas líneas que eligió
publicar en lavaca. Doble honor, que nos obliga y compromete aún más a seguir
siendo dignos de ello y de ellos.
Por Darío Aranda.
“Soy investigador del Conicet y
estudié el impacto del glifosato en embriones. Quisiera que vea el trabajo”.
Fue lo primero que se escuchó del
otro lado del teléfono.
Era 2009 y aún estaba latente el
conflicto por la
Resolución N °125. Página12 había dado amplia cobertura a las
consecuencias del modelo agropecuario y este periodista había escrito sobre los
efectos las fumigaciones con agroquímicos.
El llamado generó desconfianza. No
conocía al interlocutor. ¿Por qué me llamaba?
El científico avanzó en la
presentación. “Mi nombre es Andrés Carrasco, fui presidente del Conicet y soy
jefe del Laboratorio de Embriología de la UBA. Le dejo mis datos”.
Nunca había escuchado su nombre.
Nunca había escrito sobre científicos y el Conicet me sonaba como un sello.
Llamados al diario y preguntas a
colegas. Todos confirmaron que era un científico reconocido, treinta años de
carrera, con descubrimientos muy importantes en la década del 80 y trabajo
constante en los 90, cuando se enfrentó al menemismo.
Hice la nota.
Su investigación fue la tapa del
diario, (abril de 2009). La noticia: el glifosato, el químico pilar del modelo
sojero, era devastador en embriones anfibios. Nada volvió a ser igual.
Organizaciones sociales, campesinos, familias fumigadas y activistas tomaron el
trabajo e Carrasco como una prueba de lo que vivían en el territorio.
“No descubrí nada nuevo. Digo lo
mismo que las familias que son fumigadas, sólo que lo confirmé en un
laboratorio”, solía decir él. Y comenzó a ser invitado a cuanto encuentro
había. Desde universidades y congresos científicos, hasta encuentros de
asambleas socioambientales y escuelas fumigadas. Intentaba ir a todos lados,
restando tiempo al laboratorio y a su familia.
También ganó muchos enemigos. Los
primeros que le salieron al cruce: las empresas de agroquímicos. Abogados de
Casafe (reúne a las grandes corporaciones del agro) llegaron hasta su
laboratorio en la Facultad de Medicina y lo patotearon. Comenzó a recibir
llamadas anónimas amenazantes. Y también lo desacreditó el ministro de Ciencia,
Lino Barañao. Lo hizo, nada menos, que en el programa de Héctor Huergo, jefe de
Clarín Rural y lobbysta de las empresas.
Barañao desacreditó el trabajo y
defendió al glifosato (y al modelo agropecuario). Y no dejó de hacerlo en
cuanto micrófono se acercara. Incluso cuestionó el trabajo de Carrasco en
encuentros de Aapresid (empresarios del agro) y, sobre todo, en el Conicet.
Carrasco no se callaba: “Creen que
pueden ensuciar fácilmente treinta años de carrera. Son hipócritas, cipayos de
las corporaciones, pero tienen miedo. Saben que no pueden tapar el sol con la mano. Hay pruebas
científicas y, sobre todo, hay centenares de pueblos que son la prueba viva de
la emergencia sanitaria”.
Los diarios Clarín y La Nación
lanzaron una campaña en su contra. No podían permitir que un reconocido
científico cuestionara el agronegocio. Llegaron a decir que la investigación no
existía y que era una operación del gobierno para prohibir el glifosato, una
represalia por la fallida 125. Carrasco se enojaba. “Si hay alguien que no
quiere tocar el modelo sojero es el gobierno”, resumió café mediante en el
microcentro porteño. Pero Carrasco era funcionario del gobierno: Secretario de
Ciencia en el Ministerio de Defensa. Le pidieron que bajase el tono de las
críticas al glifosato y al modelo agropecuario. No lo hizo. Renunció.
El
silencio no es salud
Empresas, funcionarios y
científicos lo habían acusado de no publicar su trabajo de glifosato en una
revista científica, sino en un diario. Se reía y retrucaba: “No existe razón de
Estado ni intereses económicos de las corporaciones que justifiquen el silencio
cuando se trata de la salud pública. Hay que dejarlo claro, cuando se tiene un
dato que sólo le interesa a un círculo pequeño, se lo pueden guardar hasta
tener ajustado hasta el más mínimo detalle y, luego, se lo canaliza por medios
que sólo llegan a ese pequeño círculo. Pero cuando uno demuestra hechos que
pueden tener impacto en la salud pública, es obligación darle una difusión
urgente y masiva”.
Era calentón Carrasco. Se enojaba,
discutía a muerte, pero luego tiraba algún comentario para distender.
Nos solíamos ver en un café antiguo
cerca de Constitución. Él era habitué. Charlaba con las mozas y debatía de
política con el dueño.
Café mediante, le pregunté por qué
se metió en semejante baile. Ya era un científico reconocido en su ámbito y no
necesitaba dar prueba de nada. Tenía mucho por perder en el mundo científico
actual. Me explicó que lo había conmovido el sufrimiento de las Madres del
Barrio Ituzaingó de Córdoba. Y que no podía permanecer indiferente. También lamentó
que el Conicet estuviera al servicio de las corporaciones. Denunció acuerdos
(incluso premios) entre Monsanto y Barrick Gold con el Conicet. Se indignaba.
“La gente sufre y los científicos se vuelven empresarios o socios de
multinacionales”, disparaba.
Ética
En 4 de mayo de 2009, el ministro
Barañao envió un correo electrónico a Otilia Vainstok, coordinadora del Comité
Nacional de Ética en la Ciencia y Tecnología (Cecte). En un hecho sin
precedentes, Barañao aportaba bibliografía de Monsanto y pedía que evalúen a
Carrasco. Nunca había pasado algo similar. La mayor autoridad de ciencia de
Argentina pedía una evaluación ética por un investigar que había cuestionado al
químico pilar del modelo agropecuario.
Barañao quería la cabeza de
Carrasco.
Vainstok envió un correo
electrónico el mismo lunes 4 de mayo,,con copia a los nueve integrantes del
Comité de Ética. Decía así:
“Estimados colegas, esta tarde he
recibido un pedido de que el Cecte considere las expresiones vertidas en
artículos periodísticos por Andrés Carrasco con motivo de su investigación de
los efectos del glifosato en embriones de anfibios. Adjunto también la
bibliografía aportada por Lino Barañao, la entrevista a Carrasco y la
entrevista al Ministro Barañao que sacó Clarín”.
El mail se filtró a la prensa. Y Carrasco
se enteró de la operación de Barañao y Vainstok. El escándalo hubiera sido
enorme. El Comité de Ética reculó y no juzgó a Carrasco, pero el camino estaba
marcado.
Los de
abajo
En agosto de 2010, en Chaco, estaba
por dar una charla, pero empresarios arroceros y punteros políticos intentaron
lincharlo. Había concurrido a una escuela de un barrio fumigado, y no pudo
hablar. Lo sorprendió la violencia de los defensores del modelo.
Ese mismo agosto, la revista
estadounidense Chemical Research in Toxicology (Investigación Química en
Toxicología) publicó la investigación de Carrasco. Lo que había sido un
pedido-chicana de sus detractores, no sirvió para calmar las críticas. Continuó
la difamación de los defensores del agronegocios. Pero fue un triunfo para los
pueblos fumigados, las Madres de Ituzaingó y las asambleas en lucha. Y Carrasco
comenzó a tejer diálogos con otros investigadores, de bajo perfil. Sentía
particularmente respeto y cariño por jóvenes investigadores de Universidad de
Río Cuarto y de la Facultad de Ciencias Médica de Rosario. Solía mencionarlos
en las charlas y los señalaba como el “futuro digno” de la ciencia argentina.
Otro
veneno
Solíamos cruzarnos en encuentros
contra el extractivismo. Y periódicamente nos enviábamos correos con
información del modelo agropecuario, alguna nueva investigación, viajes suyos a
Europa para contar sobre su investigación, el juicio de las Madres de
Ituzaingó, la nueva soja aprobada por el gobierno, los nuevos químicos. Un día
recibí uno de sus mensajesl. “Hay un nuevo veneno”, fue el asunto de un mail.
Alertaba sobre el glufosinato de amonio y lo mencionaba como posible sucesor
del glifosato: “El glufosinato en animales se ha revelado con efectos
devastadores. En ratones produce convulsiones y muerte celular en el cerebro.
Con claros efectos teratogénicos (malformaciones en embriones). Todos indicios
de un serio compromiso del desarrollo normal”, precisaba. Y recordaba que la
EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) detalló en 2005 los peligros
del químico para la salud y el ambiente. Destacó que desde 2011 el Ministerio
de Agricultura había aprobado diez eventos transgénicos de maíz y soja de las
empresas Bayer, Monsanto y Syngenta. Cinco de esas semillas fueron aprobados
para utilizar glifosato y glufosinato.
¿Para
qué y para quién investigan?
Otra tarde le envíe un correo
electrónico contando de investigadores que confirmaron lo mismo que él, pero en
sapos (muchas veces llaman los “canarios de la mina” porque pueden anunciar lo
que le sucederá a humanos. Los investigadores tenían miedo a hablar, por las
posibles represalias. De inmediato me llamó por teléfono. Fue tajante: “No
quiero saber quiénes son. Sólo quiero que le preguntes para qué mierda
investigan, si para criar sapos o para cuidar al pueblo que subsidia sus
investigaciones. Preguntales eso por favor”. Y cortó.
Los investigadores nunca quisieron
hablar y difundir masivamente sus trabajos.
Carrasco
en Wikileaks
En marzo de 2011 se conoció que la
embajada de Estados Unidos lo había investigado y había hecho lobby en favor de
Monsanto. Documentos oficiales filtrados por Wikileaks confirmaban el hecho.
“No esperaba algo así, aunque sabemos que estas corporaciones operan al más
alto nivel, junto a ámbitos científicos que les realizan estudios a pedido,
medios de comunicación que les lavan la imagen y sectores políticos que miran
para otro lado. Estaban, y están, preocupados. Saben que no pueden esconder la
realidad, los casos de cáncer y malformaciones se reiteran en todas las áreas con
uso masivo de agrotóxicos”.
El
otro Carrasco
En noviembre de 2013 le relaté que
en Estación Camps (Entre Ríos) había entrevistado a una mujer que luchaba
contra los agroquímicos. Era una trabajadora rural y ama de casa, muy humilde,
que había enviudado. Su esposo era peón de campo, vivía rodeado de soja y fue
fumigado periódicamente. Comenzó a enfermar, la piel se le desprendía y tuvo
graves problemas respiratorios. Murió luego de una larga agonía. La mujer no
tenía dudas de que habían sido los agroquímicos que llovían sobre la casa. Y los médicos
tampoco tenía dudas, aunque se negaban a ponerlo por escrito. El nombre del
trabajador rural víctima de los agroquímicos: Andrés Carrasco.
La viuda había escuchado en la
radio sobre el científico homónimo de su marido y el glifosato. Y, entre
llantos, contó que le daba fuerzas saber que alguien con el mismo nombre que su
esposo estaba luchando contra los químicos que le arrebataron al padre a sus
hijos.
Le conté la historia por teléfono.
El Carrasco científico se conmovió, no podía seguir hablando. Y confesó que
solía arrepentirse de no haber investigado antes sobre el glifosato.
La
última maniobra
A fin del año pasado me llamó para
contarme la última maniobra del Conicet. Había solicitado la promoción a
investigador superior y le fue negada. La cuestión iba mucho más allá de la promoción. Lo
enojaba el ninguneo de los científicos empresarios y obedientes del poder. Lo
habían evaluado dos personas que no conocían nada de su especialidad y otro que
es parte de las empresas del agronegocios. Me envió su carta de reclamo al
Conicet y relató en detalla la reunión con el Presidente de la Institución. Estaba
seguro que era un nuevo pase de factura por lo que comenzó en 2009.
Y le dolía el silencio de
académicos que respetaba, incluso de amigos de antaño de las ciencias sociales
que le daban la espalda.
Le propuse un artículo periodístico
e intentar publicarlo en Página12. Le tenía aprecio al diario, a pesar de que
hacía tiempo habían dejado de darle espacio. Le avisé que pondría su versión de
los hechos y la del
Conicet y de Barañao. Me retruco rápido: “Te van a sacar
cagando”.
Lo propuse al diario. Lo rechazaron
sin la más mínima explicación. Cuando le avisé la negativa, ni se inmutó. Dijo
que era previsible. “En estos años tuve un curso acelerado de lo que son los
medios de comunicación”, resumió. Le respondí que estos años había aprendido
que el Conicet no era para nada impoluto y que había demasiadas miserias en el
mundo científico.
Reímos juntos.
Y me chicaneaba y recordaba que
ahora éramos colegas. Tenía un programa en FM La Tribu donde nadie lo censuraba
y daba gran protagonismo a las asambleas y organizaciones en lucha contra el
extractivismo. El nombre del programa era todo un mensaje a sus enemigos:
“Silencio cómplice”.
Quedamos en juntarnos a comer un
asado y publicar la nota en medios amigos (la publicó lavaca en su periódico MU
en marzo pasado).
Intenté para esa nota hablar con
“la otra parte”. Barañao dijo que no tenía nada de qué hablar, desechó
cualquier pregunta. El presidente del Conicet, Roberto Salvarezza, adujo
problemas de agenda.
La
última entrevista
Viajó a México al Tribunal
Permanente de los Pueblos (tribunal ético internacional, de carácter no
gubernamental que evalúa la violación de derechos humanos). Volvió a México en
enero. Se descompuso y fue trasladado de urgencia. Lo operaron en Buenos Aires
y tuvo largas semanas internado, débil. Cuando le dieron el alta, llamó a casa.
“Zafé”, fue la primera palabra. Y de inmediato preguntó: “¿Qué sabés del bloqueo
en Malvinas Argentinas (Córdoba, donde se frenó la instalación de una planta de
Monsanto)? ¿La tiene difícil Monsanto?” Él había estado en setiembre de 2013
cuando comenzó el bloqueo. Me explicó que tenía para varias semanas de
recuperación, pero cuando estuviera mejor quería que vayamos a Córdoba, a
Malvinas Argentinas y también a visitar a las Madres de Ituzaingó. Lo dejamos
como plan a futuro.
Hablamos sobre su situación en el
Conicet. Le dolía la indiferencia de compañeros del mundo académico, sobre todo
de las ciencias sociales. Le pregunté por qué no recurrir a las organizaciones
sociales. Se opuso. Argumentó que ya demasiado tenían en sus luchas
territoriales como para preocuparse por él. Se ofreció para una entrevista. La hicimos. Algunas
citas:
- “Los mejores
científicos no siempre son los más honestos ciudadanos, dejan de hacer
ciencia, silencian la verdad para escalar posiciones en un modelo con
consecuencias serias para el pueblo”.
- El Conicet está
absolutamente consustanciado en legitimar todas las tecnologías propuestas
por corporaciones”.
- “(Sobre la ciencia
oficial) Habría que preguntar ciencia para quién y para qué. ¿Ciencia para
Monsanto y para transgénicos y agroquímicos en todo el país? ¿Ciencia para
Barrick Gold y perforar toda la Cordillera? ¿Ciencia para fracking y
Chevron?”
- “Mucha gente fue
solidaria conmigo, piensa que lo que uno hizo tuvo importancia para ellos,
tienen derecho a saber que hay instituciones del Estado que privilegian la
arbitrariedad para sostener discursos, para que el relato no se fisure.
Sabía que la entrevista sería para
un medio amigo, “no masivo”. Estaba contento, recuperando fuerzas, no iba a dar
el brazo a torcer ante Barañao, Salvarezza, el establishment científico y las
corporaciones del agro.
El 27 de marzo concurrió a Los
Toldos, a una audiencia pública sobre agroquímicos. Estaba débil, pero no quiso
faltar. Sucedió lo mismo en la Facultad de Medicina, en la Cátedra de Soberanía
Alimentaria (el 7 de abril), donde habló de los alimentos transgénicos y los
agroquímicos. No estaba bien, andaba dolorido, pero no quiso faltar. Entendía
esos espacios como lugares de lucha, donde debía explicar los efectos de los
agroquímicos. Solía decir que se lo debía a las víctimas del modelo.
Al fines de abril avisó por correo
electrónico que lo habían vuelto a internar. Esperaba que sea algo rápido.
Quería volver a su casa, recuperarse y hacer el viaje pendiente a Córdoba, al
acampe contra Monsanto.
Su
legado
Fui testigo de sus últimos seis
años. Tiempo en el que decidió alejarse del establishment científico que vive
encerrado en laboratorios y sólo preocupado por publicaciones que sólo leen
ellos.Se transformó en un referente hereje de la ciencia argentina. No tendrá
despedidas en grandes medios, no habrá palabras de ocasión de funcionarios ni
habrá actos de homenaje en instituciones académicas.
Andrés Carrasco optó por otro
camino: cuestionar un modelo de corporaciones y gobiernos y decidió caminar
junto a campesinos, madres fumigadas, pueblos en lucha. No había asamblea en
donde no se lo nombrara.
No existe papers, revista
científica ni congreso académico que habilite a entrar donde él ingresó, a
fuerza de compromiso con el pueblo: Andrés Carrasco ya tiene un lugar en la
historia viva de los que luchan.
Nos queda, entonces, saldar con él
una enorme deuda: la de decirle gracias.
Nos vemos en la lucha. Leer
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