sábado, 8 de marzo de 2014

Sepamos que convocar a nacionalizar la renta sojera es llamar a continuar con el “país dependiente, primarizado, centrado en la producción de transgénicos, y recordemos que estos nuevos procesos extractivos de agriculturización industrial destinados a sostener la exportación masiva de commodities”.

Algunas corroboraciones tristes de una historia en espiral

*Por Jorge Rulli y Maximiliano Mendoza
Grupo de Reflexión Rural (GRR)
En el año 2002 escribíamos como Grupo de Reflexión Rural y en diálogo con nuestro compañero Ignacio Lewkowicz, lo siguiente: “La soja, el sistema de la soja, no es el de la oligarquía tradicional. La lucha contra el sistema de la soja es una forma local del conflicto antiglobal; pues la hegemonía absoluta de la soja es una forma local específica del crecimiento global. Lo que importa es que los núcleos de poder neoliberal varían del sistema oligárquico tradicional al sistema que se construye en torno de la soja. La nueva división global del trabajo nos convierte de “granero del mundo” en “forrajeros del mundo”.

Por otra parte, añadíamos: “… Desde el punto de vista de la oligarquía tradicional, se ve que, pese a toda la inteligencia o astucia puesta en juego, ese sistema oligárquico ya no es funcional al sistema global. Por supuesto que los mismos apellidos aparecerán ahora en los consorcios de las empresas; pero los modos de ejercicio del poder, los modos de ejercicio de la dominación, los núcleos a partir de los cuales se fijan, varían. Así, por más que se trate del mismo conjunto de individuos, no es la misma la lógica social que se despliega para afirmar su dominio.”

Casi todo lo que por entonces afirmábamos, podríamos reafirmarlo hoy, doce años después, con la certeza de que sus contenidos mantienen plena vigencia y que fueron anticipatorios. Los años transcurridos, lamentablemente, nos han dado suficiente razón, y además han puesto en evidencia las peligrosas derivas de pensamiento y acciones políticas de todos aquéllos que, desde miradas sesgadas y ancladas en los años setenta, se negaron considerar las nuevas ecuaciones de la globalización, la nueva configuración del poder en nuestro país, así como se negaron a la necesidad de reflexionar sobre sus anteriores experiencias y, sobre todo, se negaron rotundamente a las propuestas de abrir debates políticos que permitieran cerrar los enormes fracasos que arrastraban consigo para no volver a repetirlos (algo que en cierta medida ha ocurrido a lo largo de todos estos años).


Una Nomenklatura[i] al estilo argentino
A principios de la década pasada empezó a hacerse notoria la emergencia de una nueva clase dominante, producto de la profundización de un nuevo esquema productivo primario-exportador, impulsado por el Estado, el capital transnacional y sus socios locales, y caracterizado por su profunda dependencia de los mercados globales. Una nueva oligarquía vinculada a un modelo de país proveedor de materias primas que, además de la sojización del territorio, se complementa con la megaminería, el fracking, el monocultivo de árboles y otros proyectos extractivos hegemonizados por importantes corporaciones transnacionales.

Esta nueva oligarquía instaló su protagonismo de manera sigilosa. Una oligarquía distante de la otrora “oligarquía vacuna” que se impusiera al país en las postrimerías del siglo XIX, a instancias del entonces presidente Julio Argentino Roca. Este sector, que tenía en la Sociedad Rural Argentina (SRA) su representación más genuina, conduciría -con breves interregnos- los destinos de la Argentina durante buena parte del siglo XX.

Pero la irrupción histórica de esta nueva oligarquía no-terrateniente (es decir, una oligarquía que no basa su poderío económico en la propiedad sino en el uso de la tierra) configura un hecho decisivo que pocos se han atrevido a analizar. La ligazón que establece el modelo sojero entre el capital financiero y la investigación científico-técnica, transformó profundamente el esquema de producción agraria y redefinió las relaciones de poder. Basta con recordar algunas de las definiciones de uno de los mayores exponentes de este nuevo sector, Gustavo Grobocopatel[ii]: “Soy agricultor y no tengo tierras, tampoco tengo tractores ni cosechadoras. Y esta es la mayor innovación del país. En Argentina, a diferencia del mundo, hoy no tenés que ser hijo de un chacarero o un estanciero para ser agricultor. Tenés una buena idea y tenés plata, vas, alquilás un campo, y sos agricultor. Este es un proceso extraordinario y democrático del acceso a la tierra, donde la propiedad de la tierra no importa; lo que importa es la propiedad del conocimiento”.

Es evidente que esta nueva oligarquía no pertenece al universo de las llamadas “familias patricias”. Su genealogía entronca con la inmigración europea (y otras corrientes inmigratorias) de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en su mayoría caracterizadas por un humilde origen social. Hoy, muchos de sus descendientes lograron sus fortunas a partir de una relación prebendaria con el Estado, otros tuvieron importantes relaciones con el aparato financiero del Partido Comunista de la Argentina, y otros han aprovechado sus relaciones político-económicas con países como los Estados Unidos, el Estado de Israel y con influyentes organismos como el Consejo de las Américas, el Congreso Judío Mundial, el Club Bilderberg, y otros.

Aceptar esta realidad, implica un cambio de conciencia y una comprensión de los nuevos desafíos que nos plantea la globalización. Implica reconocer la existencia de sus nuevos agentes internos. Lamentablemente, el kirchnerismo y sus acólitos de izquierda, junto a buena parte de los activistas e intelectuales provenientes del llamado peronismo revolucionario de los años setenta, no sólo se negaron a reconocer a esta nueva clase dominante como oligarquía sino que, por el contrario, se apoyaron en ella, respaldaron muchas de sus demandas, hicieron propia buena parte de sus discursos modernizantes -sobre todo en lo concerniente al valor de las tecnologías de punta y el poder del conocimiento- y montaron sobre estas bases materiales una narrativa épica rayana en lo grotesco.

Durante años hemos presenciado constantes demandas en favor de los pueblos indígenas que fueran víctimas de la llamada Conquista del Desierto [iii], e incluso se gestaron importantes movimientos de ciudadanía para que se quitara la estatua del ex presidente Julio Argentino Roca del lugar donde se encuentra emplazada (en la Av. Diagonal Sur de la Ciudad de Buenos Aires). No apuntamos a la justicia o no de estas reivindicaciones -que, sin lugar a dudas, requieren un juicio de la historia-, sino que enfatizamos la instrumentación maliciosa de este tipo de demandas que, a lo largo de la década pasada, resultaron totalmente funcionales al propósito oficial de confrontar con la ya casi exánime vieja oligarquía con el objetivo de continuar invisibilizando a los nuevos dueños del poder[iv]. El mismo rol distractivo y a la vez desorientador, ha jugado el prolongado litigio por quitar la estatua de Cristóbal Colón de las cercanías de la Casa de gobierno. Es evidente que el progresismo oficial y la nueva oligarquía globalizada necesitan desprenderse de los atributos estéticos e históricos que configuraban el poder de sus antecesores, y exigen nuevas modalidades discursivas que rinden tributo a los jirones de banderas y memorias populares, de las que se sirven con total impudicia en aras de profundizar las nuevas dependencias.

Tal como en un management político, la dirigencia política progresista gobierna a nombre e interés de sus verdaderos amos, como virtuales gerentes de una empresa llamada Argentina. Pero dada la necesidad de ocultar este tipo de servilismo globalizado, se recurre desesperadamente a los simulacros, las puestas en escena necesarias para llevar adelante los proyectos del capitalismo global en nombre de la revolución social. Esos simulacros grotescos exhiben hoy a un gobierno supuestamente peronista -o que supera al antiguo peronismo por  izquierda, tal como afirman algunos de sus presuntos filósofos-, que impulsa una devaluación solicitada por quienes detentan el control del capital financiero y el comercio exterior en nombre de la “soberanía”, y que además cuenta con un ministro de Economía “marxista” que aplica un ajuste económico ortodoxo celebrado por todo el establishment.

No obstante sus caracteres pesadillescos, las tensiones que establece el camporismo progresista en función de sus relatos encubridores, no van mucho más allá de litigar el nombre de las calles, la ubicación de alguna estatua, el de “escrachar” a algún supermercadista por abusivo o propagandizar los temas de género y de discriminación a nivel puramente discursivo. Se trata siempre de centrar la atención en lo accesorio, y de encubrir o distraernos de lo realmente importante.


Cuando en la Argentina se “descubre” la existencia de Eduardo Elsztain
Los rasgos más groseros o patéticos de estos dobles discursos, entreverados de ignorancia y de apuestas por la modernidad y el crecimiento, ocurrieron en el 2008, cuando durante la llamada “crisis del campo” Néstor Kirchner convocaba a luchar contra la oligarquía representada por la Mesa de Enlace[v] desde las oficinas que a esos efectos le prestaba el mismísimo Eduardo Elsztain, en el exclusivo barrio de Puerto Madero.

Probablemente Elsztain sea el hombre más rico de la Argentina: es propietario de IRSA Inversiones y Representaciones S.A., la corporación inmobiliaria más grande del país; también es propietario de CRESUD, compañía agropecuaria que maneja más de un millón de hectáreas en el Cono Sur;  y controla el Banco Hipotecario, adquirido durante el menemato gracias a los fondos facilitados por el multimillonario George Soros[vi].

Elsztain también es dueño de los shoppings más grandes del país, y posee varios hoteles de lujo y edificios inteligentes, tales como el Hotel Intercontinental y el edificio Bouchard Plaza -sede de Microsoft Argentina- ambos emplazados en la Ciudad de Buenos Aires. Asimismo cuenta con muchos vínculos entre los grupos más poderosos del capitalismo global: forma parte del directorio de la Fundación Endeavor[vii] en Argentina, es un miembro prominente del Congreso Judío Mundial y además integra el Comité Asesor Internacional de la Presidencia del Consejo de las Américas, representada esta última nada menos que por David Rockefeller.

A pesar de su enorme poderío económico y su capacidad de influencia en el ámbito político, Eduardo Elsztain se caracteriza por un marcado perfil bajo. Es mucho más probable que en lo concerniente a la llamada “Crisis del Campo”, el público recuerde apellidos como Biolcati, Buzzi o De Ángeli, mientras que la nueva oligarquía que se consolida a partir del paro agrario de 2008, y que se proyecta además como clase dominante sobre los países limítrofes del Cono Sur, prácticamente pasó desapercibida para oficialistas y opositores: al tiempo que las rutas del país estaban cortadas por piquetes respaldados por la Mesa de Enlace y la soja transgénica producida localmente no llegaba a embarcarse, otros como Elsztain ganaban fortunas aprovechando el momento para exportar la soja transgénica producida en países limítrofes (Paraguay, Bolivia y Brasil) a través de los puertos argentinos.

Eduardo Elsztain fue durante casi diez años el dueño invisibilizado del país, contando además con la protección política de organismos como la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) y el Centro Simon Wiesenthal, instituciones que ante el menor esbozo de una crítica a su poderío económico, asumen de inmediato que se está en presencia de un acto de “antisemitismo”, y procede a denunciarlo públicamente. Recién en el año 2012, y a raíz de la cesión de tierras públicas en favor de IRSA para facilitar sus “emprendimientos inmobiliarios” y la construcción ilegal de un nuevo shopping en el barrio de Palermo (“Distrito Arcos”) [viii], se generó una cierta resistencia ciudadana que puso por vez primera el nombre del personaje en el espacio público. Con la pegatina afiches callejeros firmados por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) y Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (FECOBA), que denunciaban la apropiación ilegal de tierras públicas en beneficio de IRSA, el nombre de Eduardo Elsztain aparecía por vez primera ante los ciudadanos de manera masiva. Cabe destacar que por estas acciones, tanto la CAME como la FECOBA fueron repudiadas por la DAIA y el Centro Wiesenthal por sus “mensajes discriminatorios”, sus “consignas estigmatizantes” y por supuesto, el “odio antisemita” [ix][x].

 

A poco se dieron, también, los escándalos del llamado pacto PRO-K [xi] en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires; un pacto que, entre otras cosas, se caracterizó gracias a un megaproyecto impulsado por el gobierno nacional para la construcción de un “Polo Audiovisual” en Isla De Marchi y la rezonificación de los terrenos de la ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors, con la irritante finalidad de implementar un viejo proyecto de IRSA: construir en la zona un barrio de lujo de altísimo nivel denominado Solares de Santa María[xii] (la llamada “Dubai” del Costanera Sur). Ambos proyectos fueron suspendidos gracias a la acción de diversas organizaciones que protestaron durante las sesiones y diversas audiencias públicas.

 

De esta manera, los argentinos se anoticiaban -a raíz de situaciones absolutamente urbanas, vinculadas con el comercio, la especulación inmobiliaria y el conflicto por el espacio público- de la existencia y el poder de uno de los hombres que, diez años antes, denunciábamos como uno de los principales dueños del país.

 

Cuando descubrimos que el imperio en ascenso cuenta con sus propias  legiones de cipayos

Volvamos ahora a ese país dependiente, primarizado, centrado en la producción de transgénicos, y recordemos que estos nuevos procesos extractivos de agriculturización industrial destinados a sostener la exportación masiva de commodities tienen su origen en dos situaciones configuradas por la globalización: por una parte, la enorme deuda externa que nos dejaron como legado las dictaduras militares en los años setenta y sus requerimientos crecientes de divisas; y por otra, la emergencia a fines de los años ’90 del coloso chino y su insaciable necesidad de materias primas para poder establecerse como fábrica del mundo. Es decir; no podríamos comprender la reprimarización de nuestras economías a escala latinoamericana si no tuviésemos en cuenta el decisivo rol neocolonizador de la potencia asiática y de las hegemónicas relaciones que estableció en el continente.

Debemos, asimismo -con mucha tristeza y vergüenza- indagar en las probables razones por las que como pueblo, aceptamos casi alegremente y sin mayores protestas, convertirnos en un enclave de producción de soja transgénica para el gigante chino. Más todavía, deberíamos decir que no fueron precisamente las corporaciones transnacionales las que desplegaron este modelo agro-biotecnológico, sino que fueron más bien sectores provenientes de la izquierda setentista, muchos de ellos llegados del exilio y/o provenientes de las filas del Partido Comunista, los que diseñaron la plataforma que permitió poco después impulsar el modelo de los Agronegocios en nuestro país[xiii]. Las corporaciones, desde luego, no demoraron en aprovechar esas circunstancias favorables: la intervención de cuadros científico-técnicos del campo de la biotecnología vegetal -provenientes de la izquierda tradicional- fue fundamental para abrir las puertas a las empresas transnacionales, persuadidos de que era preciso darles protagonismo para el desarrollo de las fuerzas productivas del país.

Indagar en los orígenes de este equívoco aberrante, que fue confundir a las subsidiarias locales de las empresas transnacionales con la burguesía nacional, puede conducirnos a debates que escapan a este trabajo y que pueden tener que ver tanto con el marxismo mismo, como con la manera de asimilarlo por parte de nuestra inteligentzia progresista. Lo que sí podemos aseverar es que ellos no estuvieron solos. A lo largo de esos años, que fueron los años de la instalación del modelo agro-biotecnológico (las postrimerías del menemato y durante el gobierno de la Alianza), nada de lo concerniente a la agricultura industrial, al uso de semillas transgénicas y a la justificación política de las actuales relaciones de dependencia con China fue impulsado sin el respaldo de la izquierda tradicional. Baste como prueba las encendidas palabras pronunciadas por Fidel Castro en 2001, en el peor momento de la Argentina, respaldando el cultivo de “soya” transgénica en nuestro país[xiv].



El estímulo al mercado interno no apunta a la Justicia Social, sino enriquecer a la nueva oligarquía y profundizar la dependencia global
Algunos exponentes velados del oficialismo, aún reconociendo el tremendo peso colonizador del modelo extractivo -y en particular de la agroexportación- rescatan la intención progresista de estimular, mediante planes sociales y subsidios, un aparente mercado interno que remedaría en cierta medida a los antiguos Estados de Bienestar propios de la última posguerra. Pretenden hacernos olvidar que el modelo que ahora denominan “nacional y popular” se instalaba en los años noventa combinando la industrialización de alimentos junto a la agricultura química y la biotecnología. Pretenden hacernos olvidar que el modelo de los Agronegocios incluía la constitución de cadenas agroalimentarias y las integraciones verticales de empresas, tanto en la producción industrial de animales como así también en el creciente supermercadismo.

El asistencialismo bancarizado y la estimulación al consumo que estimuló el progresismo a lo largo de la llamada “Década Ganada”, ha sido un componente indispensable dentro de los marcos de un mismo modelo: la sojización, el despoblamiento del campo y la concentración compulsiva de población en los inmensos conurbanos de  pobreza, donde quedan reducidos a clientela obligada del asistencialismo y del consumo de comida chatarra.

Tampoco se debe ignorar la importancia del coloso chino y su objetivo de constituirse como la fábrica del mundo. Desde esa perspectiva se explica su creciente demanda de materias primas y su imperiosa necesidad de colocar los productos masivos de su industria en localizaciones específicas. Esto implica que la expansión global-imperial de China necesita ir abriendo cada vez más mercados locales, más áreas de consumo masivo para colocar sus mercancías. 

Por estas razones, rechazamos toda intentona de considerar las relaciones político-económicas de China y los países latinoamericanos desde los enfoques de la llamada Cooperación Sur-Sur (CSS) [xv], ya que dichas relaciones son, a todas luces, más bien asimilables a los análisis centro-periferia. Por ello es fundamental comprender que China se erigirá como el nuevo centro imperial en la medida en que afiance su dominio en los mercados locales, regionales y continentales.


Cuando fuimos globalizados pero no quisimos darnos por enterados
La obstinación por parte de ciertos sectores en desconocer las particularidades de la globalización, sumado al intento infructuoso de comprender estos fenómenos complejos desde miradas sesgadas o fragmentadoras la realidad, condujeron a situaciones paradojales y hasta escandalosas. Tal cosa ocurre cuando, desde posiciones de izquierda y pretendiendo hacer uso del marxismo, algunos pícaros arguyen que la correlación de fuerzas que requeriría el gobierno para darle batalla a las corporaciones actualmente no resulta suficiente. Para justificar este razonamiento, añaden que mientras esperan por ese respaldo popular, es preciso reconocer estas etapas intermedias como partes necesarias de un proceso general.

Asimismo, se recurre frecuentemente al argumento de que no existen otras alternativas de poder o bien, en su defecto, se reconoce la existencia de otras alternativas, pero que son peores y que ante ello es necesario optar por el “mal menor”, convalidando así las decisiones más degradantes tomadas por el gobierno nacional. Desde luego, existen también personas que reconocen la existencia de problemas, tensiones y contradicciones, pero al mismo tiempo parecen estar convencidas de que estamos asistiendo a un proceso metafísico de depuración histórica donde, casi sin intervención de la sociedad, lo malo es cada vez más desplazado por lo bueno, donde se “hizo mucho” y “van por lo que falta”. Éste es probablemente el sentido que se le adjudican a las llamadas “asignaturas pendientes” cuando efectivamente reconocen un problema en la sojización, la megaminería o el fracking, impedidos de admitir que en realidad esas “asignaturas pendientes” son más bien los núcleos duros del modelo kirchnerista, sin los cuales inclusive el kirchnerismo no se explica, no podría ser lo que es

No faltan igualmente los astutos que, a propósito de estas situaciones, nos recuerdan que lo mejor es enemigo de lo bueno, un acierto peroniano que muchos no supieron respetar ni acatar en su momento y que ahora, con dejos de conciencia culposa, aplican a destiempo. La consecuencia de estos razonamientos anacrónicos se ponen de manifiesto en una parcialización de la realidad: muchos pretenden destacar como logros importantes las medidas sociales adoptadas por el gobierno nacional, tales como la Asignación Universal por Hijo (AUH) o la extensión a muchas capas de la población desprotegida del derecho a una pensión o jubilación mínima como si acaso ellas fueran independientes del sometimiento nacional a un complejo sojero-minero-exportador hegemonizado por corporaciones transnacionales. No son capaces de admitir -y mucho menos de problematizar- que la AUH es una versión local de un sinnúmero de planes similares impulsados y financiados por el Banco Mundial para la región, o que el Banco Hipotecario controlado por Eduardo Elsztain hará un gran negocio como fiduciario del plan Pro.Cre.Ar financiado por el ANSES. Vale decir, con el dinero de los jubilados. 

Las réplicas de estos modelos a lo largo de América Latina, modelos en que las nuevas dependencias se complementan con políticas asistenciales, son impulsadas por gobiernos vinculados a un pensamiento progresista y modernizante. Estas notas comunes comprueban que no estamos ante una situación excepcional, sino que asistimos a un proceso de nuevas colonialidades perfectamente armonizadas con la globalización. 

La ralentización del crecimiento económico del coloso chino se tradujo en las crisis de los llamados “países emergentes”, tal vez como un preanuncio de la finalización de una época en la que los altos precios internacionales de los commodities bastaban para que países como la Argentina se esperanzaran con mantener un ingreso permanente de divisas. Nuestro país confía desmedidamente en la demanda sostenida de commodities como garantía principal para el ingreso de divisas, ya que de ellas depende -entre otras cosas- el sostenimiento de lo que el oficialismo denomina “desarrollo industrial con sustitución de importaciones”, un proceso que se explica básicamente a partir de un complejo productivo de escasa producción nacional. Basten como ejemplos el sector de la “industria” automotriz transnacional dependiente casi en su totalidad de insumos importados, y en las terminales de ensamblaje radicadas en la Prov. de Tierra del Fuego.

Durante diez años reiteramos, en diversos escritos, los enormes riesgos que suponía mantener una economía dependiente en términos casi absolutos de la exportación de soja transgénica, sumado a la debilidad estructural de tener, además, relaciones de intercambio donde un mercado imperialista compra nuestras materias primas a la vez que nos abastece de manufacturas industriales en casi todos los rubros… hasta en el de clavos y tornillos. Ahora pagamos las consecuencias. China se estremece y la Argentina siente que está al punto del colapso. Para colmo, la embriaguez de la fiesta de la soja nos permitió olvidar alegremente, durante diez años, la inmensa deuda externa, cuyos vencimientos ahora nos agobian y es preciso hacer todo lo posible para conseguir divisas.


Cuando los antiguos ropajes y las tragedias devienen en farsa y grotesco
Las memorias de esa revolución que expresó el peronismo, fueron quebrantadas a través de diversos instrumentos políticos, económicos y culturales. La represión desatada a partir del golpe militar de 1955, sumada a la ilusión desarrollista del frigerismo-frondizismo, los extravíos y los desgarramientos de los años setenta, el feroz disciplinamiento social de la última dictadura militar a partir del horror institucionalizado y más tarde por las aberraciones perpetradas por el menemismo y en la actualidad gracias a una sofisticada tergiversación histórica operada por el kirchnerismo, contribuyeron a una dislocación generalizada de las memorias populares, proceso que facilitó el camino para un uso abusivo de dicho acervo simbólico por parte de los poderosos para la aceptación de un nuevo modelo de colonialidad.

Más allá de lo esquemático de dicha interpretación, está claro que gracias a esta secuencia ininterrumpida de procesos políticos que hicieron de la Argentina nuevamente un país colonial, la empresa tergiversadora de la intelligentzia tuvo el camino libre para emprender contra los sentidos genuinos de la liberación nacional. Actualmente, la fascinación por los modelos neodesarrollistas impulsados por los progresismos latinoamericanos, redundó localmente en el retroceso del posperonismo a formas retrógradas propias del desarrollismo de los años ’60. Sin ir más lejos, en varios escritos hemos expuesto largamente acerca de cómo, la reivindicación constante que se realiza de la figura de John William Cooke, primero como respaldo a Frondizi y luego como hombre de la revolución cubana, así como en el desmedido énfasis que se suele imprimir al rol desempeñado por F.O.R.J.A. en los orígenes del peronismo, contribuye a la justificación histórica de este nuevo desarrollismo, respaldado por una progresía burguesa que convoca a las más diversas extracciones políticas.

No podríamos dejar de señalar -con enorme  pena- cuánto ha pesado en este afán justificatorio, en el arte de montar falsas antinomias y en la elaboración de escenarios de cartón pintado, el rol de los intelectuales oficialistas que se reúnen en la Biblioteca Nacional. Esta institución ha devenido, por obra y gracia de antiguos compañeros, en una gran fábrica de relatos, una usina de simulacros encubridores de las nuevas dependencias. Si a estos extravíos, agachadas y desmemorias de muchos exponentes de viejas militancias, le sumamos los propios extravíos del pensamiento de una izquierda tradicional -puesto gravemente en examen frente a la crisis de la modernidad y ante el cambio climático- todavía incapaz de escapar de los esquemas emancipatorios decimonónicos, lo que obtendremos son las razones principales que explican la extendida servidumbre de las militancias partidarias al modelo neocolonial.

En medio de las zozobras del pueblo argentino, enfrentado como en un carrusel a la repetición cíclica y dramática de situaciones similares, no faltan los militantes e intelectuales funcionales al sistema que nos sorprenden al descubrir recién ahora, el inmenso poder de los exportadores, y alzan sus voces reclamando medidas de gobierno que pongan control sobre la hemorragia constante de divisas que sufrimos. Necios y tardíos cacareos de ese gallinero de escribas que tienen su refugio en la Biblioteca Nacional.

Durante años ignoraron la globalización y desconocieron a las empresas transnacionales que, como Cargill, Bunge, ADM, Dreyfus, Nidera, Toepfer, Noble, Vicentín, Aceitera Gral. Deheza, Molinos Río de la Plata, Louis Dreyfus, entre otras, controlaron las exportaciones y procedieron con absoluta impunidad y sin controles estatales[xvi], tal como reiteradamente denunciara hasta su muerte nuestro amigo Julio Nudler[xvii], en Página 12. Incluimos en  esas denuncias una famosa nota del año 2004 titulada “De Títeres y Titiriteros”[xviii] en la que este olvidado pero meritorio periodista develaba la sistemática acción de destrucción y vaciamiento de los organismos de control del Estado que llevaban adelante los hombres de Néstor Kirchner. Justamente, ello motivó que dicha nota fuera escandalosamente censurada por el entonces director del diario oficialista, Ernesto Tiffenberg.

De la misma forma, esos “intelectuales orgánicos” que durante años nos insinuaron que la Asignación Universal por Hijo (AUH) y las jubilaciones extendidas anticipaban de alguna manera el socialismo que nos habían prometido como “generación maravillosa”, ahora impulsan desde el Estado campañas contra personajes secundarios de algunas de las empresas que participan del modelo. Al igual que durante la crisis desatada por la resolución 125 en 2008, están cubriendo las apariencias con un nuevo y desvergonzado simulacro; simulacro que, en definitiva, no hace sino  legitimar la continuidad del sistema de los Agronegocios.


Cuando la realidad es como un clavo ardiendo
El modelo agro-minero-exportador asistencializado y legitimado por narrativas de izquierda, ha llegado a un punto crítico desde el punto de vista social, ambiental y hasta económico. Según surge de estudios oficiales, después de la llamada “Década Ganada” se alcanzaron unas 24 millones de hectáreas de cultivos transgénicos, se desmontaron más de dos millones y medio de hectáreas de bosques nativos y se está experimentando un acelerado -y tal vez, irreversible- deterioro de los suelos. A esto se suman las dificultades de los productores sojeros, ya que existe una tendencia a la suba en el costo de los insumos mientras que la cotización de los commodities tiende a estancarse o descender.

Los escenarios que se avecinan se nos figuran aterradores, puesto que todos los planes estratégicos del Estado y las corporaciones del agronegocio confluyen en el objetivo de profundizar el modelo agro-minero-exportador. Sin ir más lejos, los cálculos más conservadores que surgen del Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial Participativo y Federal 2010-2020 (PEA2)[xix] revelan que la frontera agrícola se extenderá de los 32 a 41 millones de hectáreas, lo cual derivará en nuevos escenarios de conflictividad socio-ambiental: represión y hostigamiento de sujetos territorializados (campesinos, indígenas, etc.), aumento de la migración hacia las periferias urbanas, mayores desmontes y pérdidas de la biodiversidad, incrementos de las fumigaciones gracias a la incorporación de nuevos agrotóxicos y el creciente deterioro de los suelos.

A ello debe agregársele el factor imponderable del Cambio Climático: serán tiempos de imprevisibles modificaciones de las condiciones climáticas globales a consecuencia de haberse sobrepasado en la atmósfera las 400 ppm de CO2 [xx], problemática que se verá agravada en países como el nuestro, en donde la falta de previsión gubernamental para la prevención de catástrofes nos obliga a repensar nuevas estrategias de autodefensa y preservación.


Recuerdos del futuro
Quisiéramos terminar este escrito haciendo referencia compasiva y solidaria a esos millones de hombres y mujeres que durante este proceso, y bajo patrones de pensamiento cerradamente urbanos y modernizantes, fueron compulsivamente desarraigados de los lugares en los que vivían y obligados a emigrar a las grandes ciudades. Millones de seres desempleados por un modelo de agricultura industrial que desechaba mano de obra y que requería inmensos territorios vacíos de población. Poblaciones que tuvieron que emigrar por motivos ignominiosos como las fumigaciones constantes y la contaminación de sus territorios; acciones que paulatinamente fueron haciendo de sus parajes lugares prácticamente inhabitables.

La proyección de la nueva oligarquía sobre los países del Cono Sur y el contrabando de semillas transgénicas a través de las fronteras, parecieran ser la profecía autocumplida de una vieja publicidad de Syngenta: la República Unida de la Soja [xxi]. Al tiempo que se incorporaron nuevos territorios a la sojización, innumerables legiones de desocupados y desarraigados latinoamericanos migraron forzosamente a nuestros conurbanos, ensanchando las actuales periferias de pobreza e indigencia. Por un lado, tenemos  paisajes devastados, territorios desertizados, profundamente deforestados con una monstruosa pérdida de la biodiversidad; y por la otra, poblaciones desoladas, hacinadas en megalópolis, condenadas a vivir entre inundaciones y deshechos tóxicos.  No son impactos colaterales como muchos tecnócratas repiten con evidente ánimo exculpatorio. Son, por el contrario, consecuencias perfectamente previsibles de las decisiones tomadas por la dirigencia política en aras de favorecer a las corporaciones transnacionales, consecuencias que deberían al menos haber sospechado. Ésta es la terrible realidad que nos deja un modelo que está llegando a su consumación, en la que todos quedamos expuestos al colapso.

Debemos tomar conciencia del camino recorrido y de la necesidad imprescindible de apostar por cambios radicales. La sojización amenaza con dejarnos sin país y sin suelos aptos para cultivar nuestros alimentos. Estas realidades, que para muchos desvelados todavía forman parte del terreno de las abstracciones, son en cambio el infierno de cada día para millones de seres humanos urbanizados de forma compulsiva, una fatal encerrona en la que están cautivos y sin mayores esperanzas. Rehenes de los diversos punteros y grupos sociales (kirchneristas, filokirchneristas, antikirchneristas y de la izquierda funcional), están obligados a la servidumbre de participar en actos políticos y piquetes a cambio de planes sociales o, en el peor de los casos, bolsones de comida. 

Las periferias urbanas son el lugar donde las los aparatos represivos y las mafias se confabulan para establecer negociados basados en la explotación de mano de obra barata, esclava o infantil, como el narcotráfico o la trata de personas. Otros casos dan cuenta de muchos territorios que son paulatinamente ocupados por el poder narco que desplaza poco a poco a la policía de su empresa criminal. Para los desplazados y sus hijos queda tan sólo la marihuana fermentada con tóxicos para las plagas que les enferma los pulmones, o directamente el paco que les quema el cerebro. Las cocinas de la droga se mueven a su antojo por esas periferias desoladas y para muchos, alquilarles el rancho por unas horas significa la diferencia entre comer o no comer durante varios días.

El asistencialismo y el clientelismo han hecho estragos en el campo de la cultura y en los mecanismos para la supervivencia.  Condenados a vivir en un contexto de egoísmo extremo, los desplazados deben sobrevivir en el más puro desamparo, en muchos casos renegando de sus propias identidades culturales para asimilarse a una identidad urbana atravesada por los valores de la sociedad global de consumo. Deben renegar de una cultura que implicaba reconocimientos y reciprocidades, pero que por sobre todas las cosas implicaba un suelo dónde arraigarse para vivir en comunidad. Para peor, se les priva de muchos de los recursos de que disponían naturalmente para sobrevivir en situaciones difíciles: algunos municipios del gran Buenos Aires –que en muchos casos continúan siendo semirurales- se empeñan en imponer numerosas prohibiciones de carácter urbano-consumista en las periferias, donde ya no permiten ni siquiera tener un pequeño gallinero o un lechón para engorde. La dirigencia política parece empeñada en consolidar una urbanización total, extendiendo el desamparo de todos aunque se los condene al hambre. Parecen decididos a borrar todos los relictos de vida autónoma o campesina que pudieran pervivir en las barriadas. Confían en la militancia rentada y en las organizaciones sociales para contener posibles estallidos, que en otras circunstancias serían inevitables.

Intuimos que en el porvenir se debatirá una tensión entre los hombres y mujeres acorralados que pugnarán por liberarse del aprisionamiento de los aparatos clientelares. A diferencia de otras épocas, el concepto de revolución ya casi nada expresa y a pesar de nuestros desvelos, no hemos podido insuflarle otros contenidos que modifiquen las generalizadas perspectivas de factura eurocéntrica sobre el poder, la racionalidad y el control. Desde la muerte de Juan Perón, sin duda han sido los sectores medios los que han luchado por apropiarse del destino común de los argentinos. La incógnita, desde entonces, ha sido la de saber si esos sectores medios o las organizaciones que los expresaban podrían llegar a ser los artífices de ese destino tan deseado, tal como en otras épocas lo fueron los caudillos y lo fuera Perón en la posguerra. Bajo diversas banderas y discursos, los intentos se han repetido una y otra vez, a lo largo de la historia contemporánea… inútilmente. Desde la Plaza de Lonardi a la de los Montoneros; desde el menemismo, pasando por Chacho Álvarez hasta Néstor y Cristina, toda la partidocracia clasemediera ha operado como una maquinaria hegemónica de desclasamiento y desmemoria. Pero nunca como en estas épocas aciagas, estos sectores habían conseguido un desmantelamiento tan profundo de las resistencias; nunca como ahora lograron tanta parálisis en los sectores populares. Todo porvenir se hace totalmente incierto y es probable que continuemos dando vueltas en el gastado carrusel de los relatos y de los ensueños del poder de los sectores medios.

A los vencidos, al pueblo llano que alguna vez fuera grasita o descamisado, le queda siempre probar el antiguo camino de la rebelión, camino en el que se trataría de recuperar -como tantas otras veces- la propia y secuestrada humanidad, para ir una vez más detrás de las aspiraciones de justicia y de felicidad en comunidad. Ahora, y como pocas veces antes, es realmente poco lo que tienen para perder. Lo que nos preguntamos todavía es si acaso les han dejado las fuerzas suficientes para volver a soñar esos sueños de rebeldía, para quebrar el desaliento y destruir la malla de contención que hoy los encierra.


Jorge Eduardo Rulli
Maximiliano Mendoza

Grupo de Reflexión Rural (GRR)



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