Desnudar al
extractivismo: repensar el origen y destino de la riqueza
14 de noviembre de 2014
14 de noviembre de 2014
Por Emiliano Teran Mantovani (Rebelión)
“La tierra y las mujeres no somos territorios de conquista”.
“Nosotras somos ricas, tenemos lo que quieras del territorio: cazamos y
pescamos, y hay toda clase de hortalizas. ¿Qué pobres vamos a ser? No tener
naturaleza es ser pobre”.
Testimonios recogidos
en “La vida en el centro y el crudo bajo tierra: El Yasuní en clave
feminista” [1]
La defensa de la
política extractivista se desenvuelve en un discurso que mezcla una serie de
desafíos realmente existentes, con todo un juego retórico plagado de omisiones,
desactivaciones simbólicas de campos de poder y valor, y mitificaciones
históricas -en las cuales el “desarrollo” es pilar fundamental-, que en su
conjunto ofrecen una conclusión profundamente conservadora, pero que en ningún
modo es cierta: no hay alternativas más allá del extractivismo.
El circuito de acumulación en los capitalismos extractivos
se desarrolla como un proceso metabólico, que intenta capturar, dominar,
destruir y/o cooptar todas las formas territoriales de reproducción de la vida
para subsumirlas al patrón macro-energético hegemónico. En este
sentido, a lo largo de los procesos que constituyen este circuito de
acumulación, se van construyendo justificaciones que puedan legitimar cada fase
de este modo de explotación capitalista sobre las subjetividades y la naturaleza. Es
necesario atender a estas fases para intentar evidenciar cuáles son estas
omisiones, desactivaciones y mitificaciones contenidas en el discurso
extractivista.
En Teoría económica del capitalismo
rentístico de Asdrúbal
Baptista, uno de los clásicos de la literatura petrolera venezolana, el autor
destaca que la especificidad del capitalismo rentístico radica en el hecho de
que su estructura abarca desde el inicio un doble ámbito espacial, un doble
ámbito territorial [2] . En esta dualidad geográfica, el
origen de la renta petrolera es de escala internacional -determinada por la
lógica de la
División Internacional del Trabajo-, y el destino de ésta,
estaría enmarcado en una escala nacional, teniendo entonces al Estado como la
interfaz de estos dos procesos.
La propuesta de
Baptista nos sirve como referente para analizar en estos dos ámbitos, los
diferentes argumentos y epistemes que se proponen para justificar la expansión
del extractivismo: un primer momento, la captación de una renta internacional
de la tierra - RIT (origen); y un segundo momento, la distribución de la misma
(destino). Sin embargo, es necesario hacer previamente un par de salvedades al
respecto:
a) La separación que
propone Baptista sobre una escala “internacional” y una escala “nacional” es
insuficiente para comprender las diversas dinámicas transterritoriales que
constituyen el proceso capitalista de acumulación en el extractivismo. El
elemento sobre el que se enfoca Baptista, el origen de la RIT, otorga centralidad
a los flujos de esta forma de valor monetaria, haciendo pasar a un segundo
plano el hecho de que el origen de la riqueza es territorial. Esto nos lleva a
que, antes que atender únicamente a la captación de la RIT, nos
enfoquemos primordialmente en el proceso capitalista de extracción que se
realiza en el territorio, en la desterritorialización colonial que genera el
capital, en la reconfiguración y reordenamiento político que se produce en
dicho espacio geográfico a raíz de este proceso extractivo.
b) En este mismo
sentido, respecto al proceso de distribución de la RIT, el carácter “nacional”
de la misma se ha desdibujado muchísimo en la globalización neoliberal,
generándose en numerosas ocasiones procesos de regionalización del capital que
trascienden las fronteras de los Estados-nación, y mecanismos “informales” que
desbordan los canales tradicionales de estos procesos, como el caso de la
economía extractiva de
frontera en Venezuela (contrabando) [3] . Esto, por supuesto, sin contar con
los mecanismos globales de redistribución del excedente (regulares y
fraudulentos) hacia los núcleos hegemónicos de la economía-mundo capitalista.
Primer momento: el
proceso capitalista de extracción y el origen de la RIT
En nombre del
“desarrollo”, el “progreso”, el fin de la dependencia y la lucha para salir de
la pobreza, los diversos discursos extractivistas nos proponen que debemos
sacar más y más de la naturaleza, ampliar cada vez más los proyectos
extractivos en número e intensidades, para así obtener mayores dividendos
monetarios y posteriormente alcanzar tales grandes objetivos.
Por citar algunos ejemplos, en México el presidente
Enrique Peña Nieto afirmaba que la promulgación de los reglamentos de la Reforma Energética
de fines de 2013 marca el inicio de una nueva era de desarrollo y crecimiento
económico en el país [4] ; en el marco de la extraordinaria
expansión del extractivismo sojero en Argentina, la presidenta de ese país,
Cristina Fernández de Kirchner, inauguraba a fines de abril la planta de
procesamiento de soja más grande del mundo, alegando que se trata del
desarrollo de "una industria de punta para agregar valor a la materia
prima (…) y podamos seguir agregando valor al producto del sector
agropecuario" [5] ; y en Perú, Ollanta Humala ha
defendido el Proyecto minero Conga (Cajamarca), pues “la población necesita
ver que los proyectos económicos que se desarrollan en sus territorios los
benefician directa y concretamente”, incluyendo la supuesta posibilidad de
garantizar “ más
agua y de mejor calidad ” [6] ;
argumentos éstos muy similares a los planteados por los gobiernos
“progresistas” de Rafael Correa respecto al petróleo en el Yasuní [7] ,
o Evo Morales en relación al TIPNIS [8] .
En todos estos casos, el
consenso extractivista está determinado por un fetiche constitutivo de la
racionalidad desarrollista, basado en una idea obsesiva de que el supremo
objetivo social es “crear valor”, o bien captarlo como renta,
reproducirlo y expandirlo. En realidad esto significa que lo que el mercado
mundial capitalista considera como útil, válido y valioso, debe reproducirse de
manera acumulativa, exponencial e indefinida, siendo que esta dinámica
crecentista y reproductiva del capital fluye fundamentalmente en la forma
dinero. Esta concepción particular del valor se sostiene sobre
varios pilares:
- Su sentido se reproduce desde una pretensión de universalidad, de objetividad (en la medida en la que aspira a ser equivalencia absoluta de una serie de “materialidades”) y de un perfil profundamente economicista, por lo cual hablamos de un patrón colonial del valor, que coloniza a otros valores existentes, que invisibiliza, subsume o marginaliza toda una red de procesos de interacción e intercambio metabólicos de escala molecular, de sentidos simbólicos y afectivos, que en este caso deben ceñirse a este patrón hegemónico para tener validez.
- Desde esta perspectiva, la naturaleza en sí no representa ni reproduce valor. Por esto, la existencia de un territorio no intervenido por la modernización capitalista, tal y como está, obstaculizaría la reproducción de capital, es improductivo, parasitario, incivilizado; es « espacio vacío » -vacío de valor-. Esto tiene dos implicaciones políticas importantes: una, es que si la producción del valor se centra en el trabajo, la tierra (naturaleza) está por tanto condenada a ser objeto de renta (rentístico); la otra implicación es que la creciente devastación ambiental producto del desarrollo capitalista, no es contabilizada en ninguna medida como pérdida valor – más bien este proceso destructivo es la base material para este tipo de “creación de valor”-.
- Los procesos permanentes de « acumulación originaria », que se han desplegado y continúan haciéndolo por múltiples territorios en todo el planeta, encarrilan, someten, o destruyen también un enorme y muy diverso mosaico de cosmovisiones y culturas ancestrales o endógenas, y sus diferentes metabolismos y universos de valor, a favor de la estructura universalizante de este patrón colonial de poder.
De esta forma, ante este discurso extractivista que
propone que debemos captar más valor (como renta, a partir de la expansión de
los proyectos extractivos), y crearlo sostenidamente (sustitución de
importaciones, « sembrar el petróleo » para el caso venezolano, o la «
industrialización de la naturaleza » como lo proponen los teóricos de la
UNASUR), es necesario preguntarse: ¿cuál es el saldo socioambiental final
que deja este proceso, que va desde la desterritorialización que produce el
proyecto extractivo, hasta la transformación de la naturaleza en mercancía, y
luego en renta?
Si se hacen emerger
las omisiones y desactivaciones simbólicas de otros campos de valor, ocultos
por estos discursos desarrollistas y extractivistas, reformulando las cuentas
que nos ofrecen como “evidencia” de su verdad, toma más claridad lo
profundamente pernicioso que es intensificar este modelo de desarrollo
capitalista.
En este sentido, planteamos
que hay un valor ontológico en la naturaleza, no sólo en la medida en la que se
considere, desde una visión antropocéntrica, a la misma como un activo (bienes
comunes accesibles a todos los humanos) que debe ser contabilizado como pérdida
cuando se destruye ― como lo propusiera el experimento chino del «PIB verde»,
abortado rápidamente en 2006 [9] ―, sino también en el propio sentido
de ser de la vida y la reproducción misma de sus ciclos. Este valor ontológico
de la propia vida (el bios), constituye todos los procesos de reproducción
socio-metabólicos y sus formaciones de valor. De ahí que
propongamos el concepto de « valor-vida ».
Si lleváramos pues, el
«valor-vida» al metalenguaje económico, y consideramos los bienes comunes
naturales como un activo, el balance ecológico después de cada proceso
extractivo capitalista, e incluso, desde una perspectiva transterritorial,
después del “desarrollo” y la modernización territoriales (como las expansiones
urbanas o modernizaciones agrícolas), sería sumamente negativo en términos de
“pérdidas y ganancias”, siendo importante también resaltar que la
reconfiguración metabólica de los territorios por parte del capital implica una
síntesis indivisible entre la devastación ambiental que deja, y la desigualdad
social que produce, en beneficio primordialmente de sus administradores[10] .
Si asumiéramos esta nueva eco-contabilidad, sería
sumamente problemático hablar de un proceso puro de creación de riqueza. Es
verdaderamente absurdo convertir el «valor-vida» en un commodity, afectando
masivamente fuentes de agua potable, para luego vanagloriarnos de una alta
captación de RIT y de un gran crecimiento del PIB, que nos permitirá poder
comprar muchas unidades de agua embotellada. Lo que tenemos como saldo final de
estos ciclos extractivos es un notable incremento de la pobreza del
«valor-vida»; una expansión de la cantidad de sujetos dependientes
desvinculados de su relación directa con los bienes comunes, pero
que ahora vivirán en ciudades y se tomarán tazas de café que requieren en todo
su proceso de producción usar hasta unos 140 litros de agua para
cada taza [11]; y un ciclo de
acumulación de dinero-renta para comprar productos importados, que tarde o
temprano va a entrar en una fase contractiva.
De esta forma, más que
asumir que este es un proceso de “creación de riqueza”, la transfiguración de
la naturaleza en dinero conlleva en cambio a una alienación de la riqueza. De ahí que
esta transformación material, metabólico/territorial, y de las sociabilidades
que produce el extractivismo, arroje los nefastos resultados ya conocidos, que
se intentan atenuar con la incumplible promesa de un futuro “desarrollo” para
todos. El discurso pro-extractivista omite toda esta reconfiguración metabólica
sobre la base de una política monetaristocéntrica.
Los cuestionamientos
aquí planteados, hacen parte de una disputa político-cultural, y tienen varias
implicaciones programáticas en los términos de construir alternativas a los
capitalismos extractivos rentísticos y el “desarrollo”:
Ø En todas las escalas
espaciales sobre las que se debe operar para impulsar transiciones
post-extractivistas y post-capitalistas, es fundamental una política no
monetaristocéntrica, o no centrada principalmente en la forma dinero. Hablamos
entonces de ampliar la reproducción de la riqueza
por apropiación social de procesos [12] , que persiga vencer la intermediación
que se instituye en el proceso de alienación de la riqueza anteriormente
descrito, y que se puede proyectar tanto a las políticas públicas, como a las
estrategias de los movimientos sociales y organizaciones populares, en pro de
construir tejido autogestionario.
Ø En este sentido, la
reivindicación y defensa del «valor-vida» nos lleva a las peticiones y
exigencias de moratorias de numerosos proyectos extractivos y desarrollistas en
toda América Latina ― el Yasuní en Ecuador es tal vez el más emblemático en la
región ― , que no responden a las necesidades de la población, sino
primordialmente del mercado capitalista mundial y las élites nacionales que se
enriquecen de éstas. En el caso de Venezuela, el llamado «Arco Minero de
Guayana» es un proyecto de este tipo ― siendo que la Coordinadora
de Organizaciones Indígenas de la Amazonia y el antropólogo Esteban Emilio
Mosonyi han solicitado su moratoria ― , al igual que los planes de expansión
de la explotación carbonífera en la Sierra de Perijá (Estado Zulia), e
inclusive zonas ecológicamente más sensibles en la Faja Petrolífera
del Orinoco, que la Red de Alerta Petrolera Orinoco Oilwatch, con Francisco
Mieres entre sus integrantes, propusiera en 2004 que no se explotaran [13] .
Ø El impulso de un
proceso de reproducción de la riqueza
por apropiación social de procesos supone
entonces la expansión del sector
común, respecto a los sectores público y privado, lo que debe ir
imperiosamente de la mano del reconocimiento de rmas de autogobierno
territorial y la mixtificación de las formas de propiedad, en pro y defensa de
la reproducción de esos valores-vida existentes, que van más allá de la
hegemonía de la riqueza monetarizada.
Ø La promoción de
nuevos eco-indicadores para la transición en varias escalas, que logren
descentralizar los procesos de reproducción del valor, y que al mismo tiempo
puedan servir para modificar radicalmente la lógica colonial que constituye las
relaciones socio-metabólicas reinantes en el sistema capitalista.
Ø Si el origen de la
riqueza está en el territorio, y si reconocemos que un proceso de
transformación profunda no va a ser impulsado por el Estado y -en cambio éste
podría tratar de frenarlo-, surge la pregunta: ¿deben los movimientos
sociales disputarse principalmente la renta con los administradores del
capitalismo rentístico, o en cambio dirigir su mirada fundamentalmente hacia
los territorios y los bienes comunes? La globalización de
la lógica popular del occupy,
practicada tanto por los movimientos urbanos en todo el mundo (indignados,
OWS), como por pueblos campesinos (MST-Brasil) e indígenas (recordemos al
cacique Sabino Romero y los yukpa ocupando haciendas en la Sierra de Perijá en
Venezuela) evidencian disputas territoriales en el campo del «valor-vida»,
donde se origina la mercantilización de la naturaleza, la RIT y donde se ejerce
directamente el poder neocolonial.
Segundo momento: el
destino de la RIT y el proceso capitalista de su distribución
El discurso defensor del
extractivismo nos propone que, ante los flagelos de la pobreza, de la
dependencia y el llamado “subdesarrollo” debemos profundizar este modelo, sin
atender al hecho de que, antes que expandir los proyectos extractivos y ampliar
la renta captada, es necesario revisar cómo se distribuye la misma. Y no sólo se hace referencia a tener balances positivos y
cuentas saneadas, o bien distribuir la renta de manera más equitativa, sino
también a reconocer que los diversos mecanismos de distribución de la RIT
generan territorialidades, espacialidad, institucionalidades, procesos
metabólicos determinados, relaciones de poder y formas de producción de
subjetividad e interacción social, acordes a los requerimientos biopolíticos de
este modelo de acumulación de capital.
Esto por supuesto
implica que, dependiendo de los sentidos y lógicas que atraviesan estos
procesos de distribución, podrían disputarse y reconfigurarse nuevas
producciones de la política y la territorialidad, que apunten claramente hacia
formas de transición post-extractivistas. Surgen entonces varias preguntas:
¿qué formas de producción están estimulando y desestimulan estos mecanismos
existentes en nuestros países? ¿Qué estilos de vida promueven? ¿Qué formas de
valor prevalecen? ¿Qué tipo de ordenamiento territorial dispone, qué tipo de
patrones energéticos? ¿Beneficia a una descentralización o a una concentración
del poder? ¿Impulsa una mercantilización de la naturaleza, o bien abre caminos
a la gestión popular de los bienes comunes? ¿Qué horizontes emancipatorios se
podrían trazar desde otras lógicas distributivas?
A modo ilustrativo,
existen algunos ejemplos que se podrían revisar: los investigadores Pablo
Iturralde y Eduardo Pichilingue del Centro de Derecho Económico y Social
(CDES), muestran que si se aumentara la carga tributaria 1,5% más de lo
actualmente registrado, sobre las ventas de los 110 grupos económicos más
poderosos en Ecuador, se obtendrían alrededor de 20 mil millones de dólares en
un período similar a la de la explotación petrolera de 25 años en el Yasuní-ITT [14] ,
lo cual da aún más sentido a la moratoria exigida para ese territorio, ahora
con un argumento que se propone desde el campo de la redistribución de la renta. Otro ejemplo es
el del precio de la gasolina en Venezuela,
la más barata del mundo, que no sólo le genera pérdidas al Estado venezolano,
sino que promueve estilos de vida y patrones de consumo que para el caso del
país caribeño son notablemente intensivos respecto al resto de países de la
región (¿a quiénes beneficia ese subsidio en el país?), y que desestimula otras
posibles alternativas [15] .
Aunque el discurso y
la política oficial, y en general la retórica de los partidos políticos insiste
en que no hay alternativas al extractivismo, nada más falso que esto. Numerosas
experiencias populares que muestran que sí es posible la vida sin
extractivismo, junto con la urgencia tanto de la crisis ambiental global, como
de la propia crisis del sistema capitalista, y sus consecuencias para una
América Latina que se encuentra en una encrucijada, ponen de manifiesto el
doble ámbito de esta disputa política-cultural para los movimientos sociales:
el territorio y la institucionalidad.
Caracas, noviembre de
2014
*Emiliano Teran
Mantovani es investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo
Gallegos CELARG
Fuentes consultadas
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