Vaticano 2.0 ¿Iglesia Reformada?
Ficha de Debate
La Caldera
Noviembre 2014
Los seres humanos
actuamos en la historia por medio de nuestras creencias, ideas, valores, de
nuestra subjetividad: esa subjetividad es nuestra mediación con el mundo. Esa
subjetividad es la forma en que el mundo se nos hace objetivo. Y es también por
ello un campo de batalla.
En los últimos años
venimos atravesando un momento de redefiniciones en medio de una prolongada
crisis económica mundial y también nacional. Esta crisis trae aparejada una
creciente presión para extender e intensificar las relaciones capitalistas,
precarizando y desocupando cada vez a más trabajadores en todo el mundo. Esta
es la lógica del capital y su expresión en graves e incalculables consecuencias
sociales y naturales. Esta lógica no sólo avanza “desde afuera” de lxs
trabajadores. Al mismo tiempo impregna nuestras prácticas, nuestras relaciones
sociales cotidianas, nuestra cultura. ¡La mercantilización del mundo nos abarca
a nosotros también!
La posibilidad de
avanzar hacia una humanidad en el marco del orden capitalista y patriarcal se
presenta cada vez más inviable. Pero las clases subalternas, aquí y allá,
ponemos en cuestión los discursos y prácticas de las clases dominantes. Aún por
debajo de nuestras expectativas militantes, las resistencias vienen creciendo
desde el reflujo noventista. Un sostenido crecimiento de diversos movimientos
sociales dio lugar a importantes experiencias y conquistas populares desde
abajo, así como a encuentros progresivos como el Foro Social Mundial y los
movimientos antiglobalización.
En sus inicios, esa
alza tomó en parte la forma de alianzas sociales que dieron sustento a
gobiernos reformistas, llamados a frenar la crisis de los estados-nación vía la
integración de sectores populares que conformaban aquellas alianzas. Pero
fracciones importantes del movimiento popular persistimos en una línea de
independencia de clase, volcándonos a la acumulación de fuerzas, conscientes
que aún no podíamos tomar la iniciativa en la disputa en el plano
político-estatal.
Este ciclo
“reformista por arriba” encontró fuertes limitaciones. Las mejoras iniciales
fueron posibles con algunas reformas en las políticas públicas y el
aprovechamiento del alza del precio de las materias primas exportables. Pero
una vez que este ciclo de alza llegó a su fin, quedó al descubierto que no es
posible obtener mejoras sustanciales y sostenibles en el tiempo sin encarar un
proceso de reformas estructurales impulsadas por una fuerza social conducida
por los trabajadores, fuerza que pueda sostener una socialización democrática
de las relaciones de poder, para proyectar estas reformas en un sentido
anticapitalista.
Las limitaciones de
este ciclo reformista están mostrando una fuerte crisis tanto en Brasil y
Argentina como en los países del ALBA. En el caso venezolano, los sectores que
impulsan la autoactividad de las masas y la independencia de clase, deben
enfrentar cada vez una mayor oposición, no sólo de la derecha sino también
dentro del propio chavismo, esto en el único país donde el momento reformista
podía devenir en revolucionario en un corto plazo.
Tras la muerte de
Chávez el ALBA viene recostandose cada vez más hacia su derecha, hacia los
países del MERCOSUR e incluso de la UNASUR, así como con los países del BRICS.
Chávez expresó en
sus últimos meses de vida una fuerte reflexión antiburocrática y un decidido
llamado al protagonismo popular, un llamado que podía ser tomado como bandera a
desarrollar por las masas. Pero, en febrero de 2013, mientras Chávez agonizaba,
renunciaba el Papa Ratzinger a su cargo. Los nuevos ánimos que la muerte de
Chávez podían provocar en sectores populares transformadores de base, quedó
neutralizada en parte por la inmediata bienvenida de la conducción del chavismo
a la asunción del primer Papa latinoamericano, Jorge Bergoglio, con quien
comenzó a aliarse rápidamente.
Desde esa asunción
papal, el centro de la escena fue ocupada cada vez más por una voz que se nos
re-propone como interlocutor universal, abriendo el diálogo con buena parte de
las reivindicaciones propias de los movimientos sociales contemporáneos. Esa
voz es la del máximo representante de la Iglesia Católica,
es la voz del Vaticano, la del Papa Francisco.
Pero ¿qué sucedió
para que el Vaticano asuma esa representación luego de un Papa tan antipopular
como Benedicto XVI? Fue necesaria una fuerte crisis de legitimidad de la
institución más poderosa de los últimos siglos para que un enclave conservador
elija a un Papa de retórica populista como cara visible de la Santa Sede. Lo
hicieron asegurando un acodado tiempo de acción, eligiendo a un cardenal de 77
años.
Los factores más
visibles de esa crisis son los escándalos de lavado de dinero y la relación con
la mafia del IOR (Banco del Vaticano); los casos de pedofília y sus costosos
juicios; y la pérdida de feligreses a nivel mundial.
Sin embargo, esta
crisis vaticana está también unida a la crisis del predominio europeo en sus
estructuras de dirección y puede ser leída en el marco general de la crisis de
legitimidad del proyecto europeo en el actual contexto de multipolaridad. Y
aquí por proyecto europeo no debe entenderse sólo el llamado estado de
bienestar, sino más bien la asociación subordinada de Europa al capitalismo
anglosajón norteamericano. La insistencia de la clase dominante en Europa que
busca salir de la crisis económica actual con más neoliberalismo, no ha
encontrado respuestas positivas. Esa salida tiene como piedra de toque una baja
de los costos laborales y sociales para que a las transnacionales les convenga
invertir nuevamente en el viejo continente y dejen de trasladarse a otras
regiones. Pero esta estrategia está destruyendo condiciones de vida históricas
sin reponer suficientemente la competitividad requerida por esas empresas para
volver a invertir. Europa sigue estancada, mientras la legitimidad del orden se
agrieta día a día.
Crisis del
neoliberalismo y crisis de la iglesia conservadora.
Esta crisis del
capitalismo en Europa y del neoliberalismo en general, converge con la crisis
orgánica de la
Iglesia Católica. Podemos hablar entonces de una revolución
pasiva, desde arriba, en la cual la iglesia reconfigura sus fuerzas internas
para transformarse en algunos aspectos, y así reconstituir su fuerza moral y su
conexión orgánica con los sectores populares. Este transformismo de mano de su
ala progresista, preanuncia una iniciativa de la iglesia en el plano del modelo
de sociedad, en Europa y en el mundo. Ese modelo de sociedad se perfila
no-neoliberal, pero no es claro si pretende una vuelta al desarrollismo.
Probablemente este debate, sobre qué modelo de sociedad capitalista propugnar,
esté en curso actualmente.
La asunción de este
Papa latinoamericano y jesuita abre parcialmente el juego que monopolizaban los
sectores conservadores oligárquicos de la curia romana (parte, a su vez, de la
fuerza social que condujo a la crisis) a otros sectores, que hasta ahora se
encontraban subordinados a aquellos. Ofrece la posibilidad de recuperar la
iniciativa, luego de un período a la defensiva, a los Jesuitas, que cuentan con
cuadros de influencia política y capacidad de gestión. Se caracterizan por ser
una orden disciplinada, conservadora y ortodoxa en lo doctrinario, pero con una
mirada basada en la doctrina social de la Iglesia (1).
En esta renovación
vaticana se dio la transformación de Bergoglio de ser un antipático y
reaccionario arzobispo a un Papa sonriente y humilde. Pero estas expresiones en
el reino de los signos no pasan solamente por una propuesta gestual. Mucho más
significativo que la apertura discursiva es el reciente Encuentro Mundial de
Movimientos Populares -27 al 29 de octubre de 2014- realizado en el Vaticano. Allí
diversos movimientos sociales, que encausan varias de las luchas populares de
Latinoamérica, dedicaron en tres días de encuentro un día entero a escuchar la
palabra del Papa, para luego difundier su mensaje por los canales propios. Escucharon
al Papa y difundieron la Iglesia.
¿Qué tipo de
mensaje propuso la curia a través del Papa en ese encuentro? Uno que interpela
a los movimientos sociales: tierra, techo y trabajo. Un mensaje que retoma del
concilio Vaticano II la diatriba contra el ‘dios dinero’. Piensa en la
ecología, se hace eco de los límites de la democracia formal, y plantea que la
doctrina de la Iglesia ya es de por sí revolucionaria. Un mensaje a los
movimientos sociales para caminar junto a la curia, un mensaje que plantea la
integración, el reconocimiento, y la confluencia entre ambos. Ante todo, la
gobernabilidad de las fuerzas sociales dominantes que deben escuchar al pueblo
y ponerse al servicio del mismo (escuchando, y asistiendo, pero sin modificar
las jerarquías) para realizar las transformaciones “necesarias”. Trocar la
lucha de clases por la negociación, enfocando hacia allí las luchas
sectoriales. Presenta los desastres del capitalismo como un asunto de base
individual: una falta de solidaridad con el otro; un falso altruismo; una falta
de diálogo, un remplazo de Dios por el dinero. Propone como solución a estos
males una cultura humanista que diluye el papel de las relaciones de producción
-separación violenta de los trabajadores respecto a los medios
de producción-.
Al mismo tiempo,
se propone velar el rol de la iglesia en el mantenimiento de las relaciones
actuales y en su propia conformación. La estructura de la Iglesia Católica,
más allá de sus representantes, legitima la propiedad privada a través del
sistema patriarcal y, en tanto principal institución que impone y reproduce
dicho sistema, refuerza las relaciones sociales de opresión y dominación
necesarias para la continuidad del orden social vigente. Material e
ideológicamente es un enclave fundamental para la conformación de estados
capitalistas, ejércitos imperialistas, conquistas y genocidios de toda índole
(2).
La iglesia
católica, responsable del genocidio a las mujeres durante la inquisición, de la
expropiación de las tierras a los pueblos originarios de Nuestramérica y su
posterior intento de aniquilación, se presenta hoy como la posibilidad de
cambio, acompañando a los sectores menos favorecidos obviando la estrecha
relación entre la situación actual de los mismos y los intereses históricos que
guían a la política eclesiástica.
En terreno enemigo,
más allá de la palabra...
No faltan ejemplos
que se desplazan del plano de las imágenes del Papa de los pobres que se
construyeron en este año. En relación a los límites de la democracia formal, el
consejo asesor que creó el Papa -el G8 Vaticano- como gesto de democratización
de una Iglesia de 1200 millones de católicos está coordinado por Óscar Andrés
Rodríguez Maradiaga, que fue uno de los principales operadores del golpe de
estado en Honduras contra los movimientos sociales. Sobre el dios dinero, la
prometida limpieza de las finanzas mediante la transformación del IOR en un
Banco ético -que presta sin interés- se limitó únicamente a una publicación de
los balances en Internet y actualmente genera una ganancia de 55 millones de
euros -sin trabajar- por obra y gracia del dios dinero. En relación a la
renovación de la Iglesia, pesan sobre Bergoglio el mantenimiento del Padre
Grassi y el Obispo Storni -ambos pedófilos- mientras excomulgó a los sacerdotes
de Inclusión Católica por estar a favor del matrimonio igualitario; la continua
segregación de la mujer de la dirección de la curia, en palabras retóricas de
Francisco: “Las mujeres en la Iglesia deben ser valoradas y no
‘clericalizadas’. Pensar en las mujeres como cardenales es también
clericalismo”; por no hablar de la actual injerencia en asuntos del Estado
Argentino como en el caso de las reformas del Código Civil y Penal, con el
antecedente de sus declaraciones sobre el matrimonio igualitario como impulsado
por “la envidia del Demonio que pretende destruir la imagen de Dios”.
Esta parcial
renovación, a la que recurre la curia, proviene del ethos de una Latinoamérica
que a pesar del exterminio de gran parte de los proyectos políticos de la clase
trabajadora en los setenta logró poner en pie amplios movimientos sociales que
enfrentaron desde sus diversas posiciones sectoriales décadas de
neoliberalismo. Este recurrir de la curia a ese ethos como forma de construir
legitimidad es significativo para pensar nuestro presente. ¿Qué se juega en el
paso del Foro Social Mundial en Porto Alegre 2001 al Encuentro Mundial de
Movimientos Populares en el Vaticano 2014? ¿Qué pasó del lado de la
organización de la clase trabajadora? Es tentador hacer un paralelismo local
entre el estallido del 2001 y la transversalidad e incorporación de movimientos
sociales al aparato estatal de manos del kirchnerismo.
Puede pensarse en
una falta de capacidad de nuestra clase de volver a generar una opción política
propia que logre superar las reivindicaciones sectoriales y construya una voz
de conjunto. A falta de esa voz de la clase que articule políticamente los
distintos frentes y movimientos, la dirección es asumida por posiciones
interclasistas donde la burguesía viste ora de cordero, ora de lobo. Se vio con
la apertura kirchnerista, se puede ver con el encuentro Vaticano. Esta misma
incapacidad de nuestra clase es la que desarma al movimiento y permite al
Vaticano ofrecerse como quien puede prestar esa voz desde su propia estructura
y sin temor de ser arrastrado por las luchas populares.
Hay que agregar también
que la necesidad de legitimación de la iglesia hacia estratos populares y
creyentes se da precisamente luego del desarme de los movimientos progresistas
dentro de la Iglesia tras tres décadas de purga neoliberal encabezada por Juan
Pablo II (quién nombró como cardenal presbítero en 2001 a Bergoglio y a quién
Francisco está santificando ahora). Por eso, a diferencia de la fuerte
efervescencia que caracterizó a la Iglesia en el período del Movimiento de
sacerdotes para el Tercer Mundo (1967-1976 aprox.), esta reconfiguración de la
propuesta discursiva populista del Vaticano se da en un contexto completamente
diferente.
Sí podría trazarse
un paralelo con la asunción de Juan XXIII en los cincuenta y con edad avanzada,
luego de varios papados conservadores. Allí sorprendió al asumir y llamar de
inmediato al Concilio Vaticano II, abriendo las ventanas del Vaticano. Esa
renovación vio inconclusa su función relegitimadora. Aquella apuesta de
apertura entró en un cono de sombras en los setenta y fue boicoteada
exitosamente por el ala reaccionaria de fuera y de dentro del Vaticano, como el
asesinato del Papa Juan Pablo I y el asesinato de Aldo Moro. La asunción de
Juan Pablo II junto a Reagan, Tatcher y las dictaduras latinoamericanas (entre
otros) pararon en seco aquella apertura en la iglesia y también en las
sociedades capitalistas. Aquella exitosa reacción avanzó, pero su hegemonía ha
vuelto a entrar en crisis.
Pero el Bergoglio
que viene a relegitimar a la iglesia y su función hegemónica, no vio pasar por fuera
la larga purga vaticanista que va de 1978 al 2013. Ni llega ahora azarosamente
a la cúspide del poder. Es parte de la depuración, entre otros de los padres
Francisco Jalics y Orlando Yorio, quienes estuvieron desaparecidos en la ESMA
en 1976. El propio Jalics relata los hechos refiriéndose al actual Papa: “Mucha
gente que sostenía convicciones políticas de extrema derecha veía con malos
ojos nuestra presencia en las villas miseria. [...] nosotros sabíamos de dónde
soplaba el viento y quién era responsable por estas calumnias. De modo que fui
a hablar con la persona en cuestión y le expliqué que estaba jugando con
nuestras vidas. El hombre me prometió que haría saber a los militares que no
éramos terroristas. Por declaraciones posteriores de un oficial y treinta
documentos a los que pude acceder más tarde pudimos comprobar sin lugar a dudas
que este hombre no había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había
presentado una falsa denuncia ante los militares” (Jalics, Ejercicios de
meditación, 1994). Bergoglio, en ese entonces ya había nombrado en la
Universidad del Salvador -bajo su influencia- a dos profesores provenientes de
la Guardia de Hierro, organización con la que estaba vinculado. Para 1977 a través de uno de
ellos, Francisco “Cacho” Piñón, entregaba la designación de Profesor Honoris
Causa al almirante Emilio Eduardo Massera.
Este contexto de
catolización de lo militar no es nuevo. Tampoco su reverso: la participación de
las fuerzas represivas en el ordenamiento de la Iglesia. Está ligado
a la creación del Vicariato Castrense en Argentina en 1957, un ordenamiento
militar dentro de la Iglesia que se ocupa de asistir al personal civil y
militar de las distintas fuerzas. Este instituto tiene como finalidad proveer a
las fuerzas represivas la ideología de la “occidentalidad cristiana” como aglutinante y va de la mano de la
justificación de la tortura y el exterminio, cuyos métodos fueron importados en
común de la
denominada Escuela Francesa en el mismo año. Así cuando en
2011 Bergoglio fue citado por la apropiación de niños por la dictadura
cívico-militar-eclesiástica, desconoció haber tenido noticias sobre la
desaparición de niños hasta fines de los noventa, a pesar de que figuran cartas
de su puño y letra de fines de los ‘70 derivando
los pedidos de familiares hacia las instancias que articulaban con los órganos
represivos. Al momento de conocerse la sentencia por crímenes de Lesa Humanidad
contra el capellán Von Wernich - quien era parte como capellán de la estructura
de la policía bonaerense en 1977 -, Bergoglio manifestó que ‘una oveja
descarriada la tiene toda organización’, enmarcó el proceder del capellán como
responsabilidad personal, y no le aplicó ninguna sanción eclesiástica.
En el momento de su
mayor poder local, el entonces arzobispo Bergoglio, no dudó en mantener al
Obispo Castrense Antonio Juan Baseotto cuando en 2005 este sugirió que el
entonces Ministro de Salud Ginés González García “merece que le cuelguen una
piedra de molino al cuello y lo tiren al mar” por haber apoyado la
despenalización del aborto. O la violenta censura de Bergoglio a la muestra de
arte de León Ferrari en 2004, quien luego de un juicio en su contra por parte
de la Iglesia y distintas intimidaciones declaraba: "El cardenal (Jorge)
Bergoglio escribió una carta en contra de la muestra que leyeron en todas las
iglesias diciendo que era blasfemo. La blasfemia en la religión se paga con la
muerte por lapidación. Así que cuando procesaron a los muchachos que rompieron
algunas obras, pensé que tendrían que haberlo condenado al cardenal Bergoglio
porque él había incitado a esta gente para que las rompiera. Por suerte no me
rompieron la cabeza".
Así, tanto la
convalidación del uso selectivo de la violencia, y su contracara institucional,
la articulación a través del Vicariato Castrense con las fuerzas represivas,
sigue vigente hoy en el seno de la Iglesia a pesar de los discursos de
reconciliación que propuso Bergoglio en relación al genocidio sufrido en
Latinoamérica. En el juicio de este año por el asesinato cometido por la
dictadura contra el Obispo Angelelli, Bergoglio envió a los jueces material
clasificado del archivo secreto vaticano, donde se demuestra que en el Vaticano
estaban bien informados del genocidio. Sin embargo este material es
indudablemente una parte ínfima de los documentos secretos que permanecen
ocultos. El Vaticano sigue reservándose la información (que es poder) y
usándolo sólo cuando sirve a sus fines particulares. La verdad y la justicia
siguen encarceladas en esos claustros.
Saquen sus rosarios
de nuestros ovarios
Desde el movimiento
feminista y de géneros se viene dando un avance en materia de derechos y de
disputa simbólica en relación a las múltiples opresiones que sufren quienes no
entran en la norma heteropatriarcal y también quienes inscriptos en la norma,
lo hacen bajo una libertad desfigurada, bajo la amenaza del castigo moral. El
rol de la iglesia en el refuerzo de estructuras y relaciones de dominación,
como puede ser la familia nuclear heterosexual, es conocido y, consideramos, suficientemente
probado. El rol impuesto por la religión católica hacia las mujeres, madre,
sumisa, virgen, complaciente, amorosa, etc., se presentan en todas las
dimensiones de la lucha social y política. En este marco, la apertura promovida
por Bergoglio respecto a la postura histórica acerca de la homosexualidad y el
divorcio es aparece como una señal que, con el objetivo de relegitimar a
la iglesia y reconectarla con vastos sectores de la sociedad, puede moderar
algunas de sus posiciones reaccionarias.
Sin embargo, en
países como el nuestro, donde los movimientos sociales y las organizaciones de
la clase trabajadora venimos retomando y construyendo los debates y prácticas
más radicales en relación a la liberación de las mujeres y las identidades sexo
genéricas no hegemónicas, el avance y la relegitimación de la iglesia católica
en tanto institución mundial implica un retroceso en el control de nuestros
cuerpos, sexualidades y relaciones sociales saludables, aunque en países más
retrasados en estos aspectos, la moderación de Bergoglio abrirá algunas
puertas.
Los desafíos que se
nos presentan a las organizaciones feministas y de izquierda son mayores,
ninguna conquista es para siempre (más aun en este contexto de resurgimiento de
la fe católica) y la posibilidad de retroceder nos obliga a consolidar lo
acumulado y conquistado. El ejemplo más reciente es la influencia de la Iglesia
en el sostenimiento de la ilegalidad del aborto por el Estado argentino. El
poder eclesiástico lo observamos cada año en los Encuentros Nacionales de
Mujeres, donde se visibiliza y se denuncia la complicidad de la iglesia con los
poderes políticos provinciales, y debemos enfrentar las campañas y estrategias
de boicot de grupos católicos que refuerzan e inciden en la obstaculización
para ganar derechos y defender nuestras conquistas. Sabemos que, con un Papa
argentino, los intereses de la Iglesia Católica argentina están más protegidos
que nunca, y el Estado seguirá habilitando y financiando la educación
religiosa, y garantizando la impunidad ante los abusos sexuales a menores, como
el caso del sacerdote platense Ricardo Gimenez.
Porque las
revoluciones crecen desde el pie...
Es claro que la
mágica conversión de Bergoglio, responde a la nueva posición de poder que ocupa
en relación con la coyuntura mundial y de la Iglesia misma. Lo problemático
aparece cuando se quiere presentar una América grande que trasciende sus
límites de la mano del Papa -como lo hace el PCR o el Movimiento Evita-, y se
olvida que se propone una América Católica. Que no solamente significa un
retroceso en la separación de la Iglesia y el Estado, un refuerzo a la miríada
de instituciones dogmáticas vinculadas con las fuerzas represivas y un nuevo
impulso para la hegemonía católica frente a otros credos, sino que se sostiene
una posición populista basada, aún en sus aspectos progresivos, en una ilusoria
separación del discurso de la curia, a través del Papa respecto de la práctica
de la Iglesia que lo hace posible. Si bien hay un retorno de la práctica de la colegialidad,
es decir el encuentro entre pares dentro de la iglesia y una posibilidad de
diálogo más genuino (contraria a la práctica jerárquica de la bajada de meras
órdenes), la realidad es que estructuralmente la ley fundamental siguen siendo
los votos de obediencia. En el mismo sentido se replantea una relación menos
jerárquica del Vaticano con los movimientos sociales, pero la historia nos
indica que si coyunturalmente ello es posible, es muy dudoso que una iglesia
relegitimada no vuelva a asumir su rol histórico respecto a nuestros
movimientos.
La pregunta
entonces no es por el Papa, o por estilos discursivos, sino más bien por la
organización y por la
conciencia. Por los movimientos sociales que luego de años de
distintas construcciones latinoamericanas deciden establecer como una sede de
sus luchas al Vaticano. ¿Qué tipo de conciencia social refuerzan? ¿Esta
relación de los movimientos sociales les servirá para reforzar su construcción
de base y la conquista de sus reivindicaciones?
Los documentos oficiales
del encuentro de los movimientos sociales con el papa, incluyen en sus
conclusiones parte de las reivindicaciones históricas de los movimientos
respecto a la tierra, la vivienda y el trabajo. La parte más elemental de esas
reivindicaciones, pero que así y todo sería muy importante realizar en lo
inmediato. También se plantea que los sectores populares no sólo deben pedir,
sino más bien organizarse, luchar y conquistar esas reivindicaciones. Y es
posible que importantes sectores populares se sientan más llamados y motivados
a seguir ese camino luego de esta declaración junto al Vaticano. Y aún más, es
factible que esas luchas sean encaradas de conjunto con sectores cristianos de base.
Con esta
intervención no pretendemos rechazar apriori esa unidad de acción, ni mucho
menos de quitar motivación a la
lucha. Sí queremos distinguir la unidad de acción respecto a
la unidad orgánica. En nuestra opinión hay que estar predispuestos a la unidad
de acción, como lo venimos haciendo en numerosas luchas populares, en tomas de
tierras, en las luchas piqueteras, en la construcción sindical, etc. Pero el
camino de autoorganización popular no puede proyectar su propia
institucionalidad independiente y de clase sin tener su propio programa y su
propia organización, separada orgánicamente de instituciones estructuralmente
jerárquicas y “castas”.
Tampoco negamos la
fuerza de las creencias. De hecho creemos fuertemente en un proyecto
emancipador. Y revalorizamos los proyectos que han apuntado a un cambio desde
nuestra clase, como decía el Movimiento de sacerdotes para el tercer mundo en
1969, un proyecto que “incluye necesariamente la socialización de los medios de producción, del poder económico, político
y de la cultura”. O aquellos que, con distintos credos, han buscado una
espiritualidad que no reproduzca el orden actual sino que sea fuente de
empoderamiento antipatriarcal, anticapitalista y por el socialismo.
Por eso, para una
espiritualidad que no replique la enajenación y reproduzca la dominación,
creemos que es necesario, más que una alianza con el Vaticano, dar pasos
decididos por la completa separación de la Iglesia del Estado, la eliminación
de los aportes económicos, la supresión del Vicariato Castrense, y la apertura
de los archivos del Vaticano sobre su participación en las dictaduras
Latinoamericanas. Y por sobre todo construir la sociedad que haga posible esa
espiritualidad de nuevo tipo, que construya en la tierra el paraíso de toda la
humanidad.
Notas al pié:
(1) Que tampoco es anticapitalista. A fines del siglo XIX afirma que “no hay
capital sin trabajo, ni trabajo sin capital”, cada uno con sus diferentes
derechos y deberes, que deben ser internalizados moralmente por cada clase y
regulados por la intervención externa del estado, bajo el criterio de la
función social de la propiedad, entre otros. Luego Juan XXIII y Pablo VI
hicieron el llamado aggiornamiento al mundo de los ’60, agregando como derecho
la participación del trabajador sobre sus condiciones de vida y de trabajo,
donde la relación capital-trabajo persistía pero con un avance de los derechos
del trabajador.
(2) No siempre fue así, ver “El socialismo y las iglesias” de Rosa Luxemburgo,
donde describe el período en el que la iglesia constituía la organización de las
comunidades cristianas de base, sin
propiedad privada, para combatir al imperio romano. Posteriormente la iglesia
va aceptando la propiedad privada entre sus miembros para luego convertirse
finalmente en instrumento de dominación de la clase dominante romana,
integrando en su dirección a la iglesia. Otro relato interesante de este periodo
se ve en la película “Agora”
Fuente: http://www.lacalderaop.com.ar