En Argentina comprobamos cómo el Poder Legislativo bloquea la
deliberación abajo e impone leyes para la seguridad jurídica del poder económico
de transnacionales con socios menores en los transnacionalizados grupos económicos
locales. También constatamos como el 54% de los votos sirve para afianzar la Reforma Política
de 2009 o sea para la continuidad del Estado capitalista y recolonizado desde
los 70 por los partidos que hicieron posible la democracia restringida desde
1984. Es fundamental que reflexionemos sobre:
La democracia es de izquierdas
Por Gonzalo
Fernández Ortiz de Zárate (Rebelión)
El culebrón post-electoral al que Italia ha
asistido en los últimos tiempos, motivado por la irrupción del Movimiento 5
Estrellas y el desbarajuste consiguiente entre los partidos tradicionales al
elegir presidente, podría ser analizado simplemente como una anomalía más en un
país con una democracia peculiar.
No obstante, y analizado el caso italiano en
clave histórica y mundial, podríamos llegar a defender la idea de que la onda
expansiva generada por este movimiento osado, radical, complejo e indefinido, iría
más allá. Así, se insertaría en un amplio y profundo proceso de creciente
deslegitimación de la democracia de baja intensidad en la que vivimos a nivel
global, que es incapaz de satisfacer los intereses de las grandes mayorías y de
dar respuesta a los deseos globales de participación, justicia y paz. Este
proceso habría llegado con fuerza a Europa.
En este sentido, cada vez es mayor el
alejamiento entre la ciudadanía y la toma de las decisiones importantes; cada
vez es más notoria la escasez democrática de una participación entendida como
elección de representantes cada cuatro años; cada vez es más evidente la
primacía de las empresas y de los mercados sobre las personas y los gobiernos;
cada vez, también, se constata la deslegitimación en la que han caído los
partidos políticos como instrumento de masas y de vehículo de defensa de
propuestas transformadoras y emancipadoras.
Así, el modelo de la democracia
liberal-representativa y sus agentes fundamentales -los partidos- están siendo
cada vez más cuestionados, y la población llega incluso a entender el entramado
institucional-electoral generado en torno a dicho modelo como algo irrelevante
e incluso contrario a sus intereses. En esta clave se entienden por ejemplo
alguno de los más significativos procesos de cambio en América Latina: muchas
de las iniciativas más alternativas -Bolivia, Ecuador y Venezuela- comparten un
origen al margen de los partidos tradicionales, de sus agendas estrechas y de
su cultura política miope, y proponen nuevas formas de participación al margen
del enfoque liberal, incluso llegando a enfrentarse con la llamadapartidocracia.
Al mismo tiempo, observamos que son diferentes movimientos
sociales los que a lo largo y ancho del mundo están protagonizando las luchas
de transformación, y aglutinando en torno a nuevas agendas a importantes
sectores populares.
Cierto que siempre ha habido contestación a
esta democracia devaluada, y gentes y organizaciones que la desbordaban. No
obstante, el cansancio y la desidia frente a este modelo corrupto e injusto es
creciente, así como la necesidad de sustituirlo por otras formas de entender la
democracia, la participación, el poder. Por ello, tanto la ciudadanía como los
partidos políticos -hijos de ese modelo- debemos extraer lecciones que nos preparen
para enfrentar el futuro de la mejor manera posible.
Asistimos en la actualidad a un proceso de
devaluación de la ya de por sí devaluada democracia. Por un lado, vemos como en
Italia todos los partidos defensores del sistema -derechistas, liberales, socialdemócratas-
se unen para garantizar la gobernabilidad del país, esto es, mantener el statu
quo del que viven. Esta unión de las derechas es algo a lo que asistiremos cada
vez más a menudo en cualquier latitud, intentando frenar los vientos del
cambio; por otro lado, la represión, la criminalización de la protesta y la
violencia institucional parecen ir en aumento, al mismo ritmo que las
desigualdades aumentan y que la gente se organiza en la defensa de sus
derechos. Los asesinatos políticos a lo largo y ancho del mundo (Guatemala,
México, Colombia, etc.), así como la criminalización en el Estado español de la
Plataforma contra los Desahucios, o la detención de 8 jóvenes vascos por parte
de la Ertzaintza por su militancia política, son sólo algunos ejemplos de esta
nueva fase vinculada a la crisis y al intento de los poderosos de mantener sus
privilegios, cueste lo que cueste. No podemos perder de vista esta realidad
cada día más presente.
Ante esto, la izquierda debe extraer otra
lección fundamental de este diagnóstico sobre la democracia: el juego
electoral-institucional, pese a mantener en la actualidad una relevancia
notable, cuenta con profundas grietas, está profundamente deslegitimado, por lo
que cada vez representa menos para la sociedad. Si nos contentamos con priorizar
básicamente la estrategia electoral-institucional, sus ritmos y sus dinámicas,
corremos el riesgo de acabar como los músicos que seguían tocando cuando el
Titanic se hundía.
Pretendemos ganar jugando sólo -o sobre todo-
a un juego en el que la derecha ha amañado las cartas, cuando cada vez parece
más claro que los campos donde se producen los cambios son múltiples y
diversos, y donde las cartas son también diversas. A la derecha le vale con
votos para gobernar y mantener el poder, a la izquierda le hace falta algo más
que votos: le falta convencer, formar, proponer alternativas; le falta acumular
fuerza política. Esas deben ser nuestras cartas, ese es nuestro juego, y eso no
sólo -ni fundamentalmente- se hace desde las instituciones -aunque también-.
La ola que pudiera arrasar este modelo de
democracia de baja intensidad puede no distinguir entre agentes, incluso podría
llevarse por delante a aquellos más honestos, si no son capaces de entender el
momento y ampliar sus miras. Por ello debemos ampliar la democracia, también en
las instituciones donde estamos: en primer lugar, priorizar de manera
estructural y permanente la puesta en marcha de experiencias de democracia
directa y participativa allí donde sea posible, siendo importante el qué y el cómo, y sin miedo al resultado: en
última instancia, la democracia directa es en sí un ejercicio de izquierdas; en
segundo lugar, fomentar las herramientas de la desobediencia civil activa (gran
ejemplo de la juventud vasca en el Aske Gune); en tercer lugar, y de manera
estratégica, dedicar esfuerzos, recursos y tiempo a la articulación con
movimientos sociales, generando espacios y agendas de confianza y entendimiento
real. En definitiva, superar y desbordar –antes de que nos desborde- los
estrechos marcos de esta democracia decadente, ofreciendo a la ciudadanía
formas de democracia más emancipadoras. La democracia es de izquierdas,
reclamemos esta bandera.
Gonzalo Fernández
Ortiz de Zárate es portavoz de la Mesa Internacionalista
de Alternatiba.
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