Que Dios y la Patria os lo demanden...
Nos sorprenden los acontecimientos y nos conmueven las catástrofes que golpean material y espiritualmente a grupos cada vez más numerosos de población. Se suceden las quejas, los reclamos, la indignación aunque se ponen también de manifiesto, es cierto, los aspectos más valiosos de los que es capaz el género humano, la solidaridad, la generosidad, la capacidad de hermanarnos con los que sufren. Sin embargo siempre e indefectiblemente queda en suspenso sine die y sin que ni siquiera se mencione la mayor de las causas que originan estas situaciones: la responsabilidad de quienes en el ejercicio del poder público contribuyeron por acción u omisión a su desencadenamiento.
Es decir, yace olvidada o tal vez ahogada por el mismo vértigo hídrico y las urgencias del momento la única y más genuina garantía de una sana convivencia social:
Surgen algunas voces que señalan la responsabilidad de los agentes inmediatos, de quienes se hallan desempeñando actualmente tareas de gobierno, pero los que están hoy no estarán mañana y sus culpas se diluirán en una nebulosa que los ocultará en los pliegues más recónditos de
Quiénes sino los “emprendedores” con la aquiescencia y beneplácito de los funcionarios de turno han venido interviniendo en el territorio durante los últimas cinco o seis décadas para que cada vez sean más graves las consecuencias provocadas por las lluvias torrenciales. Es así como en la capital se ha incrementado la densidad urbana sin ampliar los desagües pluviales, impermeabilizando el suelo y reduciendo las áreas verdes capaces de absorber el excedente de agua que escurre por la superficie, construyendo en su lugar playas de estacionamiento subterráneas y eliminando los “pulmones de manzana” y por lo tanto su condición de espacios permeables, impermeabilización a la que también colabora la red de bases de hormigón de los edificios de gran altura que contribuyen a impedir el normal escurrimiento de las aguas o su penetración en el subsuelo. De acuerdo con los conocimientos técnicos disponibles estas consecuencias fueron siempre previsibles pero los dirigentes políticos y los inversores han preferido invertir en lo que reditúa a sus propios intereses y no a los de la población.
En las zonas periurbanas en cambio el crecimiento acelerado de la región sin la adopción de normas de planificación del territorio basadas en sus condiciones geográficas ha conducido no solo a perjudicar a grandes contingentes poblacionales, sino también a que los costos sean finalmente pagados por el conjunto de la sociedad, exigiendo la realización de obras que no contribuyen a la solución de los problemas puesto que por lo general no se concentran en modificar o eliminar el origen de los daños, sino sólo en paliar temporalmente las consecuencias.
No siempre se omitió contemplar los riesgos de poblar zonas anegadizas como lo muestra un Decreto de 1949 en que se describen los problemas que puede generar el incremento de los loteos urbanos “cuyo planeamiento y solución debe prever el poder público” sin embargo poco tiempo después, en 1953, ese Decreto fue en gran parte derogado respondiendo a los ataques de los interesados directos, es decir, de los loteadores que veían perder su negocio y aunque en el nuevo decreto persiste la prohibición de ofrecer lotes sin infraestructura, nadie se preocupó de impedir la aparición de loteos clandestinos en zonas inundables.
Según algunos estudios realizados en el área metropolitana a nadie, ni especialmente a las autoridades locales preocupa demasiado elaborar Códigos de Ordenamiento Urbano de modo que las decisiones quedan al albur de la discrecionalidad de los funcionarios que eximen o convalidan la aplicación de normas improvisadas según su interés o conveniencia, de manera que todo se resuelve a espaldas de la ciudadanía cuyos perjuicios también, directa o indirectamente, está luego obligada a asumir.
De manera que volviendo a la idea original es menester que sea también la sociedad la que de algún modo asuma la función de ese Dios o de esa Patria que evocan los juramentos tradicionales de los políticos y de los funcionarios, únicos responsables de las estresantes situaciones a las que en definitiva condenan a
Si la sociedad no se decide de una vez por todas a exigir rendición de cuentas a su dirigencia política y a condenar fehacientemente sus reprobables conductas, si sigue aceptando que se diluyan en el pasado todas las responsabilidades sobre consecuencias que se tornan indefinidamente permanentes o que se agravan aún más con el correr de los años, será muy difícil lograr que los nuevos gobernantes, fueren del color político que fueren no se dejen seducir por el atractivo del dinero con el que, en todos los niveles, el capitalismo compra conciencias y procederes. Y serán las generaciones futuras las que, cada vez más se vean enfrentadas a caóticas situaciones e inimaginables pérdidas.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=166545
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