Inundaciones en Buenos Aires.
Poco micrófono para los verdaderos conocedores
03/04/2013
Por
María Bertoni
Tras
las inundaciones registradas desde ayer en las ciudades de Buenos Aires, La
Plata y alrededores, nuestros medios
de comunicación les prestan especial atención a la progresiva cantidad de víctimas
fatales, a la indignación de la ciudadanía y al cruce de acusaciones entre
funcionarios públicos. Pero a diferencia de sus antecesoras,
esta cobertura le dedica un espacio acotadísimo -por no escribir imperceptible- a la
opinión de los expertos en planificación urbana.
Uno
de los entendidos en la materia es Antonio Elio Brailovsky que en 2010 publicó
la primera edición de Buenos Aires, ciudad inundable.
En este libro de título elocuente, el licenciado en enconomía política
sostiene, tras repasar la historia de urbanización de la Reina del Plata, que
las (recurrentes) inundaciones porteñas se originan en un “proceso de lenta
construcción social” cuyas principales variables son el lucro inmobiliario
desmedido, la soberbia tecnológica y la incompetencia o corrupción política.
En este artículo aparecido en
Clarín hace más de dos años, Brailovsky critica la expresión
“desastre natural” para referirse a una inundación o terremoto. En todo caso
prefiere hablar de “desastre ambiental” puesto que las causas son artificiales
(dicho sea de paso, la distinción viene bien para corregir la referencia
del jefe de Gobierno Mauricio Macri a la ”catástrofe climática“).
“La
crecida de un río es algo que ocurre periódicamente, sin ninguna consecuencia,
salvo que hayamos cometido la irresponsabilidad de urbanizar las zonas ocupadas
por el río cuando desborda”, explica el académico. En cuanto a la problemática
porteña, se remonta a la época del intendente Antonio Crespo que -al autorizar
el loteo de las tierras del barrio bautizado con su apellido- habilitó la
construcción de miles de viviendas en terrenos bajo cota de inundación. De este
modo, sentó un precedente lamentable.
De
hecho, la secuencia que Crespo inauguró sobre el Maldonado se repite sobre los
demás arroyos de la Ciudad y del conurbano, prosigue Brailovsky. “Primero se
autoriza el loteo de zonas no aptas para vivienda: las márgenes de los
arroyos Maldonado, Vega, Medrano, Cildañez, Riachuelo, etcétera. Después,
atendiendo al reclamo de los afectados, se hace el negocio de la obra
salvadora: rectificación del Riachuelo, entubamiento de varios arroyos”.
También
vale la pena leer la entrevista que este mismo especialista le concedió meses
atrás al periódico El Barrio de Villa
Pueyrredón. Su pronóstico resulta bastante desesperanzador: “Cada
vez que se hace una obra, la inundación cambia de lugar por la pendiente, y el
agua se va para otro lado. La mayor parte de las obras están destinadas al
fracaso”.
Brailovsky
también advierte que ni la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires ni los municipios del
conurbano han tenido siquiera la intención de restringir el asentamiento de
poblaciones en zonas de riesgo. Por eso hay cientos de miles de personas en
zonas inundables, realidad que “no es responsabilidad del gobierno actual ni del
anterior, sino de todos los gobiernos del siglo XIX y del criterio que tuvieron
para expandir la ciudad”.
A
propósito de las inundaciones registradas en noviembre pasado,
Página/12 contactó para este recuadro a los arquitectos Osvaldo
Guerrica Echevarría y Rodolfo Livingston que coincidieron en observar que “la única
manera de evitar las inundaciones es rever el modo en que se construye cada día
la ciudad”. Con esta idea en mente, los profesionales enumeraron una serie de
factores ignorados por las promesas mágicas en boca de nuestros
gobernantes.
A
continuación, los principales…
La
visión de que la naturaleza está para ser dominada llevó a meter el agua en un
caño. A los ríos no les gusta que los sometan de esta manera, en parte porque
sus cauces distan de ser uniformes. Ese error cometido con el arroyo Maldonado
se repite con el arroyo Vega y todos los otros de la ciudad.
Debe
preverse el crecimiento de los cauces y la posibilidad de respetarlos. Hay que
evaluar el modo de aprovecharlos en lugar de querer domesticarlos.
La
profusión permanente de construcciones juega un rol fundamental. El pozo
necesario para la elevación de una torre usualmente se impermeabiliza, cosa que
evita el natural escurrimiento. Se trata de veinte, treinta, cuarenta metros
impermeabilizados hacia abajo. Cuanto más alta es la torre, más profundo es el
pozo donde está metida y más impermeable -por lo tanto más
inundable- deviene el terreno en cuestión.
La
ciudad tiene una capa impermeabilizadora, que es el cemento. El hecho de que
todo el piso urbano sea impermeable facilita las inundaciones. Antes los
adoquines permitían escurrir parte del agua; en cambio las sucesivas capas
asfálticas aplicadas una sobre otra subieron el nivel de la calzada y ahora,
cuando llueve mucho, favorecen el ingreso de agua en las casas.
Este informe del Instituto Nacional del Agua señala la existencia de “alternativas
no estructurales que pueden contribuir a la disminución de la cota de
inundación sin necesidad de realizar grandes inversiones”. Básicamente sugiere
la aplicación de Sistemas Urbanos de Diseños Sustentable (BMP´s en sigla
inglesa) que propone “reproducir, de la manera más fiel posible, el ciclo
hidrológico natural previo a la urbanización o actuación humana”.
Quizás
sea hora de que nuestros gobiernos empiecen a prestarle atención a este tipo de
soluciones ecológicas y conservacionistas. Nuestros medios de
comunicación podrían colaborar en términos de difusión.
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