20 de diciembre de 2014
A 13 años de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 que tuvo como protagonista al pueblo en la calle al grito de “Que se vayan todos” desde ANRed reproducimos una nota escrita por Eduardo Galeano publicada a diez días de los acontecimientos en el diario El Mundo.
Esto
empezó con una explosión de violencia. Pocos días antes de la Navidad, muchos
hambrientos se lanzaron al asalto de los supermercados. Entre los desesperados,
como suele ocurrir, se colaron unos cuantos delincuentes. Y en esas horas del
caos, mientras corría la sangre, el presidente argentino habló por televisión.
Palabra más, palabra menos, dijo: la realidad no existe, la gente no existe.
Y
entonces nació la
música. Empezó de a poquito, sonando en las cocinas de
algunas casas, cucharones que golpeaban cacerolas, y salió a las ventanas y a
los balcones. Y se fue multiplicando, de casa en casa, y ganó las calles de
Buenos Aires. Cada sonido se juntó con otros sonidos, la gente se juntó con la
gente, y en la noche estalló el concierto de la bronca colectiva. Al son de los
tachos de cocina, y sin más armas que ésas, se alzó el clamor de la indignación. Convocada
por nadie, la multitud invadió los barrios, la ciudad, el país. La policía
respondió a balazos. Pero la gente, inesperadamente poderosa, derribó al
Gobierno.
Los
invisibles habían ocupado, cosa rara, el centro de la escena. No sólo en la
Argentina, no sólo en América Latina, el sistema está ciego. ¿Qué son las
personas de carne y hueso? Para los economistas más notorios, números. Para los
banqueros más poderosos, deudores. Para los tecnócratas más eficientes,
molestias. Y para los políticos más exitosos, votos.
La
pueblada que volteó al presidente De la Rúa fue una prueba de energía
democrática. La democracia somos nosotros, dijo la gente, y nosotros estamos
hartos. ¿O acaso la democracia consiste solamente en el derecho de votar cada
cuatro años? ¿Derecho de elección o derecho de traición? En la Argentina, como
en tantos otros países, la gente vota, pero no elige. Vota por uno, gobierna
otro: gobierna el clon.
El clon
hace, desde el Gobierno, todo lo contrario de lo que el candidato había
prometido durante la campaña electoral. Según la célebre definición de Oscar
Wilde, cínico es el que conoce el precio de todo y el valor de nada. El cinismo
se disfraza de realismo; y así se desprestigia la democracia.
Las
encuestas indican que América Latina es, hoy por hoy, la región del mundo que
menos cree en el sistema democrático de gobierno. Una de esas encuestas,
publicada por la
revista The Economist , reveló la caída vertical de la fe de
la opinión pública en la democracia, en casi todos los países latinoamericanos:
según los datos recogidos hace medio año, sólo creían en ella seis de cada diez
argentinos, bolivianos, venezolanos, peruanos y hondureños, menos de la mitad
de los mexicanos, los nicaragüenses y los chilenos, no más que un tercio de los
colombianos, los guatemaltecos, los panameños y los paraguayos, menos de un
tercio de los brasileños y apenas uno de cada cuatro salvadoreños. Triste
panorama, caldo gordo para los demagogos y los mesías de uniforme: mucha gente,
y sobre todo mucha gente joven, siente que el verdadero domicilio de los políticos
está en la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Un
recuerdo de infancia del escritor argentino Héctor Tizón: en la avenida de
Mayo, en Buenos Aires, su papá le señaló a un señor que en la vereda, ante una
mesita, vendía pomadas y cepillos para lustrar zapatos:
Ese señor
se llama Elpidio González. Míralo bien. Él fue vicepresidente de la república.
Eran
otros tiempos. Sesenta años después, en las elecciones legislativas del 2001,
hubo un aluvión de votos en blanco o anulados, algo jamás visto, un récord
mundial. Entre los votos anulados, el candidato triunfante era el pato
Clemente, un famoso personaje de historieta: como no tenía manos, no podía
robar.
Quizá
nunca América Latina había sufrido un saqueo político comparable al de la
década pasada. Con la complicidad y el amparo del Fondo Monetario Internacional
y del Banco Mundial, siempre exigentes de austeridad y transparencia, varios
gobernantes robaron hasta las herraduras de los caballos al galope. En los años
de las privatizaciones, rifaron todo, hasta las baldosas de las veredas y los
leones de los zoológicos, y todo lo evaporaron.
Los
países fueron entregados para pagar la deuda externa, según mandaban los que de
veras mandan, pero la deuda, misteriosamente, se multiplicó, en las manos
ágiles de Carlos Menem y muchos de sus colegas. Y los ciudadanos, los
invisibles, se han quedado sin países, con una inmensa deuda que pagar, platos
rotos de esa fiesta ajena, y con gobiernos que no gobiernan, porque están
gobernados desde afuera.
Los
gobiernos piden permiso, hacen sus deberes y rinden examen: no ante los
ciudadanos que los votan, sino ante los banqueros que los vetan.
Ahora que
estamos todos en plena guerra contra el terrorismo internacional, esta duda no
está demás: ¿Qué hacemos con el terrorismo del mercado, que está castigando a
la inmensa mayoría de la humanidad? ¿O no son terroristas los métodos de los
altos organismos internacionales, que en escala planetaria dirigen las
finanzas, el comercio y todo lo demás? ¿Acaso no practican la extorsión y el
crimen, aunque maten por asfixia y hambre y no por bomba? ¿No están haciendo
saltar en pedazos los derechos de los trabajadores? ¿No están asesinando la
soberanía nacional, la industria nacional, la cultura nacional?
La
Argentina era la alumna más cumplida del Fondo Monetario, del Banco Mundial y
de la
Organización Mundial del Comercio. Así le fue.
Damas y
caballeros: primeros son los banqueros. Y donde manda capitán, no manda
marinero. Palabras más, palabras menos, éste ha sido el primer mensaje que el
presidente George W. Bush ha enviado a la Argentina. Desde
la ciudad de Washington, capital de los Estados Unidos y del mundo, Bush
declaró que el nuevo Gobierno argentino debe «proteger» a sus acreedores y al
Fondo Monetario Internacional y llevar adelante una política de «más
austeridad».
Mientras
tanto, el nuevo presidente provisional argentino, que sustituye a De la Rúa
hasta las próximas elecciones, metió la pata en su primera respuesta a la prensa. Un periodista
le preguntó qué iba a priorizar, la deuda o la gente, y él contestó: "La
deuda". Sigmund Freud sonrió desde su tumba, pero Rodríguez Saá corrigió
de inmediato su respuesta. Y poco después, anunció que suspenderá los pagos de
la deuda y destinará ese dinero a crear trabajo para las legiones de
desocupados.
La deuda
o la gente, ésa es la
cuestión. Y ahora la gente, la invisible, exige y vigila.
Hace cosa
de un siglo, don José Batlle y Ordóñez, presidente del Uruguay, estaba
presenciando un partido de fútbol. Y comentó:
¡Qué lindo sería si
hubiera 22 espectadores y 10.000 jugadores!
Quizá se
refería a la educación física, que él promovió. O estaba hablando, más bien, de
la democracia que quería.
Un siglo
después, en la Argentina, el país vecino, muchos de los manifestantes llevaban
la camiseta de su selección nacional de fútbol, su entrañable señal de
identidad, su alegre certeza de patria: con la camiseta puesta, invadieron las
calles. La gente, harta de ser espectadora de su humillación, invadió la cancha. No va a ser
fácil desalojarla.
Fuente:
http://www.anred.org/spip.php?article9040
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