La construcción del imperio económico:
la centralidad de la corrupción(Rebelión, 28/11/06)
Por James Petra
Traducido del inglés para Rebelión por S. Seguí
La
construcción de su imperio económico constituye la fuerza motriz de la economía
de Estados Unidos y ha tomado un papel preponderante en los últimos cinco años.
Más que nunca en la historia económica de Estados Unidos, los principales
bancos, empresas petroleras, industrias, firmas de inversión y fondos de
pensiones dependen de la explotación de otras naciones y pueblos para seguir
obteniendo sus altas tasas de beneficio. Cada vez más, la mayor parte de los
beneficios bancarios y corporativos provienen del saqueo de otros países.
A medida que la construcción del imperio económico toma un papel
central en la viabilidad de toda la economía de Estados Unidos, se intensifica
la competencia con Europa y Asia por unas lucrativas tasas de inversión y por
los recursos económicos. Debido a la creciente competencia, y a la crucial
importancia de los beneficios realizados en el extranjero, la corrupción
corporativa se ha convertido en
un factor decisivo a la hora de determinar qué empresas transnacionales y qué
bancos de los centros imperiales se hacen con las empresas, los recursos y las
posiciones financieras que generan mayores beneficios.
La centralidad de la corrupción en la expansión imperial y en la
consecución de posiciones de privilegio en el mercado mundial ejemplifica la creciente
importancia de las políticas, en particular las relaciones interestatales en la
nueva división imperial del mundo. La denominada globalización es un eufemismo
para designar la creciente importancia de las intenciones de los imperios
competidores por conseguir una nueva división del mundo. La corrupción de
gobernantes extranjeros es un elemento central para garantizar un acceso
privilegiado a recursos, mercados y empresas lucrativos..
La
centralidad de la construcción del imperio económico
En cualquier dirección que miremos, el dato fundamental de los
informes corporativos y bancarios anuales es la necesidad esencial de una
estrategia de expansión internacional con el fin de mantener la tasa de
beneficios. Citicorp, el mayor banco del mundo, ha anunciado un programa masivo
de expansión internacional con el objetivo de aumentar sus beneficios en un
75%. “Los inversores institucionales y minoristas de Estados Unidos se dirigen
a ultramar en busca de más altos beneficios”, escribe el Financial Times. En el año anterior al
4 de octubre de 2006, de los 124.000 millones de dólares ingresados por los
fondos de inversión estadounidenses, 110.000 millones correspondieron a fondos
invertidos en empresas extranjeras. En los ocho primeros meses de 2006, el 87% de
los flujos totales de capital se dirigieron a ultramar.
La búsqueda de los beneficios procedentes de ultramar no es una
preferencia momentánea sino que se trata de una tendencia secular. Esta
tendencia continuará a largo plazo debido a las más altas tasas de beneficio y
al convencimiento de que el dólar seguirá debilitándose debido a los déficit
fiscal y comercial de Estados Unidos. Las empresas petroleras y energéticas
registran unos beneficios récord. Exon Mobil consiguió un crecimiento del 26%
en 2006 respecto al año anterior, en su mayor parte proveniente de sus
explotaciones en el extranjero. IBM ha trasladado una parte sustancial de sus
centros de investigación y diseño de Nueva York a China, manteniendo siempre el
control financiero y las decisiones estratégicas en Estados Unidos. Más del 60%
de las exportaciones de China las realizan empresas estadounidenses o
subcontratadas. Ford y General Motors compensan en parte sus pérdidas
multimillonarias en Estados Unidos gracias a sus beneficios exteriores, especialmente
en América Latina y Asia.
La victoria del estado imperial estadounidense en la Guerra Fría y el
subsiguiente ascenso de gobiernos satélite en la antigua Unión Soviética ,
Europa del Este y los estados bálticos y balcánicos, así como la conversión de
China e Indochina al capitalismo, han doblado el número de trabajadores en la
economía capitalista mundial, que ha pasado de 1.500 a 3.000 millones.
Este crecimiento de una reserva de más de 1.000 millones de campesinos
desplazados y trabajadores industriales ha conducido a un declive sin
precedentes del 40% en la relación capital-trabajo. El crecimiento masivo de
asalariados en el mundo (en particular en los países ex comunistas) ha sido
explotado exhaustivamente por las compañías transnacionales, por una parte para
incrementar sus beneficios en el extranjero y por otra con los inmigrantes en
su propio mercado nacional. Adam Smith estimaba que los excedentes de mano de
obra de los países pobres de reciente industrialización serían absorbidos y que
la competencia por conseguir trabajadores impulsaría al alza el nivel de vida.
La actual tendencia presenta un incremento de los salarios monetarios y una
reducción de los salarios sociales en los países llamados emergentes, y una
reducción tanto del salario monetario como del salario social en los centros
del imperio. En la medida en que el número de puestos de trabajo, incluso para
trabajadores altamente cualificados, está sujeto a una competencia mundial,
hasta los trabajadores mejor pagados tienen que hacer frente a una reducción de
sus niveles de vida.
El hecho significativo del flujo de capital estadounidense
dirigido al extranjero es que esta salida tiene lugar a pesar de una fase al
alza de la economía interna. En otras palabras, los mejores resultados del
mercado bursátil y la economía interior de Estados Unidos no han conseguido
revertir la expansión internacional impulsada por los beneficios del imperio
estadounidense.
Los principales nuevos objetivos de las transnacionales, los
bancos, los fondos de pensiones y los inversores institucionales son los países
BRIC (Brasil, Rusia, India y China). El atractivo de Rusia reside en sus
enormes recursos de petróleo y gas, y su mercado de transportes y bienes de
lujo, todo lo cual proporciona altas tasas de beneficio. Brasil es el paraíso
del inversor por sus tipos de interés –un récord mundial—, sus materias primas
y los bajos costes laborales de su industria, en particular del sector del
automóvil. China atrae inversión a sus sectores de la manufactura y el consumo
debido a los bajos costes laborales; además, China sirve como centro intermedio
de montaje y procesamiento de las exportaciones provenientes de otros países
asiáticos, antes de su exportación a Occidente por mediación de las
transnacionales estadounidenses y europeas. India por su parte atrae capitales
a sus centros por el bajo coste de sus industrias subsidiarias especializadas
en las tecnologías de la información, servicios y actividades conexas.
Lo más sorprendente de los países BRIC y de su creciente atractivo
para las transnacionales estadounidenses y europeas es la extremadamente baja
calificación que reciben en materia de corrupción. Hay una correlación
importante entre el atractivo de los países BRIC y la facilidad de hacer
negocio y acceder a empresas y sectores económicas altamente lucrativas tras untar debidamente
a sus líderes políticos.
La construcción del imperio está yendo mucho más allá de las
tradicionales conquistas de materias primas y explotación de mano de obra
barata. Los constructores del imperio están explotando al máximo los nuevos
sectores, extremadamente lucrativos, de las finanzas, los seguros y la construcción. El
sector más dinámico de inversión en China y Rusia es el inmobiliario, con unos
precios que aumentan en un 40% cada año en la mayor parte de los centros
metropolitanos de crecimiento alto. Los sectores de los seguros y finanzas en
China y de la banca y las finanzas en Brasil han rendido miles de millones de
dólares en los pasados cuatro años. Los bancos estadounidenses y las
transnacionales estadounidenses han subcontratado por valor de miles de
millones de dólares en contratos de tecnologías de la información y servicios a
los nuevos magnates empresariales indios, que a su vez subcontratan a otros
empresarios locales menores.
Hoy, más de la mitad de las 500 mayores transnacionales
estadounidenses obtienen un porcentaje superior al 50% de sus beneficios en sus
operaciones en el extranjero. De ellas, una minoría sustancial obtiene más del
75% de sus beneficios en sus imperios de ultramar. Esta tendencia no hará sino
acentuarse a medida que las transnacionales estadounidenses deslocalicen casi
todas sus operaciones, entre otras la fabricación, el diseño y la ejecución. Para
conseguir ventajas competitivas y altas tasas de beneficio, utilizarán
empleados tanto de alto nivel de cualificación como de bajo nivel.
La
centralidad de la corrupción
Mientras que los economistas ortodoxos partidarios del libre
mercado hacen hincapié en el papel de la innovación, la profesionalización de
la gestión, el liderazgo y la organización a la hora de conseguir ventajas
competitivas y mayores tasas de beneficio (fuerzas del mercado), en la vida
real estos factores ocupan con frecuencia un lugar secundario detrás de los
factores políticos, es decir, de las múltiples formas de corrupción que
permiten conseguir ventajas económicas. Con arreglo a una encuesta realizada
entre 150 grandes empresas, publicada por la firma de abogados Control Risks
and Simmons and Simmons, una tercera parte de las empresas internacionales
consideran que han perdido nuevos negocios en el curso del último año debido al
uso de sobornos por parte de sus competidores (Financial Times, 9.10.2006, p.
15). Además, gran parte de las transnacionales y los bancos practican la corrupción
con ayuda de intermediarios. Si sumamos las formas directas e indirectas de
corrupción, el resultado es que en algunos países nueve de cada diez empresas
realizan prácticas corruptas. Según la citada encuesta, unas tres cuartas
partes de las empresas, incluyendo el 94% en Alemania y el 90% en Gran Bretaña,
estiman que en sus países las empresas utilizan agentes con el fin de superar
las barreras anticorrupción (Financial Times, 9.10.2006, p. 15).
La fuerza del mercado depende en gran medida de las relaciones
políticas con el Estado, a través de una serie de complejas redes de
intermediarios que negocian sobornos monetarios y de otros tipos a cambio de
una serie de concesiones altamente provechosas. La empresa transnacional
constituye la unidad básica de negocios e inversión de la economía mundial. Al
engrasar los mecanismos de las transacciones económicas por medio de la
corrupción política, convierten en una pantomima todo lo que los economistas
ortodoxos nos cuentan sobre la expansión global.
Es la corrupción política, no la eficiencia económica, la fuerza
motriz de la construcción del imperio económico. Su éxito es evidente a juzgar
por las enormes transferencias de riqueza –del orden de los billones de
dólares— provenientes de las empresas y los recursos del sector estatal de
Rusia, Europa oriental, los Balcanes, los países bálticos y el Cáucaso desde la
caída del socialismo y que han llenado a las arcas de las transnacionales
europeas y estadounidenses. La escala y el alcance del pillaje occidental de
los países orientales no tiene precedentes en la historia reciente del mundo.
En su conquista de Europa, ni Stalin ni Hitler se apropiaron o se aprovecharon
de tantas empresas como las transnacionales occidentales en estas pasadas dos
décadas. Peor aún, el pillaje inicial ha puesto en marcha un sistema político
basado en un mercado pro occidental cleptocrático que ha creado un marco
legislativo que facilita altas tasas de beneficio. Por ejemplo, la legislación
relativa a la reducción de salarios, pensiones, estabilidad del empleo,
seguridad y sanidad en el lugar de trabajo, así como la relativa a las
políticas de ordenación del territorio en los países ex comunistas, ha sido
elaborada con el objetivo de atraer los beneficios de las transnacionales estadounidenses
y europeas. El pillaje y la corrupción política han creado una masa de
trabajadores mal pagados, precarios, subempleados y desempleados que están
disponibles para su explotación por las corporaciones multinacionales
estadounidenses y sus socios y los inversores institucionales extranjeros en
busca de altas tasas de beneficio.
La corrupción es especialmente predominante en algunos sectores de
las operaciones de las transnacionales en el extranjero. La venta de armas, por
un monto de miles de millones de dólares anuales, es un sector completamente
corrompido en el que las empresas del complejo militar-industrial compran a
funcionarios estatales para que les adquieran su armamento. Las adquisiciones
militares, la mayor parte de las cuales no aportan ninguna seguridad real,
vacían las haciendas locales a la vez que elevan los márgenes de beneficio de
las industrias de armamento y los inversores institucionales que participan en
las inversiones en el extranjero.
Las empresas petroleras y energéticas consiguieron, en los años
90, amarrar por medio de la corrupción derechos de explotación mediante la
compra de ministerios completos en Rusia, Nigeria, Angola, Bolivia y Venezuela.
Para conseguir poner el pie en cualquier sector económico de China
y así explotar la barata fuerza de trabajo, una multinacional debe comprar a un
pequeño ejército de funcionarios gubernamentales. Esta inversión se ve más que
compensada por el régimen de fuerza de trabajo barata que pone a su disposición
el Gobierno chino, la represión del descontento laboral y la imposición de
sindicatos favorables a las empresas y controlados por el Gobierno.
Las compañías
transnacionales corrompen de muchas maneras: mediante sobornos directos a
cargos políticos; puestos empresariales ofrecidos a los funcionarios, los
miembros de sus familias, y amigos o conocidos; viajes pagados; partenariados;
invitaciones a universidades de prestigio y becas para sus hijos, etc. Lo
significativo es que estos sobornos funcionan, porque de lo contrario no los
utilizarían con tanta amplitud y tan repetidamente.
Además, la corrupción que producen las empresas transnacionales
casi siempre tiene efectos perjudiciales para los países que la reciben. Por una
parte, reduce la legitimidad y la confianza del gobierno a los ojos de su
pueblo. Asimismo, representa un trasvase de riqueza en detrimento de su uso
público y nacional y en beneficio de los intereses extranjeros, debilita la
capacidad de maniobra de las autoridades públicas en las diferentes políticas e
incrementa el poder de decisión de las compañías transnacionales. Transfiere
suculentos recursos a manos extranjeras y amplía y profundiza las desigualdades
de clase internas a la vez que socava la buena gobernanza. Por último, crea una
cultura de la corrupción que absorbe recursos públicos destinados a servicios
sociales e inversión productiva en beneficio de las fortunas individuales.
Esta persistente corrupción de las transnacionales no podría tener
lugar sin el conocimiento del estado imperial. A pesar de la legislación
anticorrupción, la corrupción es endémica y se convierte en la norma en la
expansión de transnacionales que compiten entre sí. Cada vez más, la corrupción
se considera, por parte de las élites corporativas como el lubricante que mantiene en funcionamiento las
ruedas de la globalización.
Si la anexión de los antiguos países comunistas abrió nuevas
oportunidades a la redistribución imperial del mundo, y el pillaje de los
países postcomunistas produjo caudalosos flujos de acumulación de capital, la
actual y creciente corrupción se ha convertido en el mecanismo mediante el cual
capitales rivales compiten por la dominación mundial. La construcción del
imperio económico no puede entenderse solamente como resultado del
funcionamiento de las fuerzas del mercado, por cuanto las transacciones
comerciales vienen precedidas por la corrupción política, se acompañan de la
influencia política y culminan en un nuevo alineamiento del poder político.
Conclusión
Quien aborde hoy el estudio de la economía mundial, necesariamente
debe tener en cuenta el aspecto más destacado de esa realidad: la aceleración
de la construcción de imperios económicos. Una red de empresas transnacionales
cubre el mundo y crea conjuntos políticos y económicos por medio de líderes
políticos corruptos, y con ello constituye la base de los imperios económicos
contemporáneos.
El proceso general de construcción imperial comenzó con la
privatización de la propiedad pública y sus recursos, bancos y empresas
productivas. Continúa con la desregulación de los mercados financieros, se
legitima mediante la elección (y la reelección) de políticos complacientes, y
todo ello lo da como resultado la creación de enormes reservas de fuerza de
trabajo barato y la eliminación de la legislación laboral y social de protección.
Este conjunto en su totalidad se basa la corrupción política cada uno de los
niveles, en todos y cada uno de los países, entre otros los estados imperiales.
Las políticas electorales, la moralizante retórica anticorrupción,
las lecciones de ética y responsabilidad corporativa no impiden, sin embargo,
que la corrupción se extienda a través de las fronteras y en todas la escala de
la estructura social, subordinando las naciones y los trabajadores a los
imperios económicos emergentes.
Los laboristas ingleses, los demócrata-cristianos alemanes, los
comunistas chinos, los funcionarios del Partido del Trabajo de Brasil, los
demócratas y republicanos de Estados Unidos provienen aparentemente de
tradiciones ideológicas diferente; no obstante, todos están implicados en la
expansión a largo plazo y gran escala de las transnacionales mediante la corrupción. Fomentan
que sus propias transnacionales consigan mercados y riqueza por todos los
medios necesarios, incluyendo la corrupción sistemática.
A pesar de unos mercados laborales rigurosos y de grandes
beneficios, productividad creciente y crecimiento económico, el nivel de vida
de los trabajadores de los países occidentales sigue reduciéndose, en contra de
lo que afirma la teoría económica clásica. Ello es debido en gran parte a una
intervención política basada en relaciones corruptas entre el capital de las
corporaciones y el Estado, tanto en los países imperiales como en los de
ultramar. La oferta y la demanda de trabajo no ha tenido prácticamente ningún
efecto en el precio de éste, por cuanto ha sido desactivada por el Estado
intervencionista corrupto, la represión del mundo del trabajo, la cooptación de
los dirigentes sindicales y el establecimiento de salarios inferiores a los que
pudieran conseguirse por medio de un movimiento laboral sindical libre.
La corrupción corporativa forma parte integrante de la
construcción del interior en forma de inversiones exteriores, adquisiciones y
penetración del mercado. No se trata de un factor fortuito y aislado que tenga
que ver con fallos en el sistema de ética corporativa. Se trata de un factor
sistémico incorporado a las condiciones de competencia extremadamente rigurosas
de la actual construcción de imperios. A medida que se absorban los nuevos
mercados, y se reduzcan las reservas de mano de obra y los recursos energéticos
rebasen su punto óptimo, la competencia interior se intensificará y la
corrupción se profundizará.
Las reformas parciales no han funcionado y no lo harán nunca. El
Convenio anticorrupción de la OCDE, que entró en vigor en 1999, no ha tenido
ningún efecto. Prácticamente más de la mitad de las empresas transnacionales
aseguran desconocer totalmente la legislación anticorrupción en el extranjero
de su propio país (Financial Times, 9.10.2006, p. 15). La otra mitad
simplemente hace caso omiso de la legislación mediante la utilización de
intermediarios (Ibid.)
Únicamente el derrocamiento de los estados imperiales y el final de la
competencia imperial y de la nueva división del mundo pueden ser la base sobre
la que crear un mundo sin corrupción, pillaje ni explotación.
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