El IV
Congreso del Partido de la Izquierda Europea (PIE)
reunió 30 formaciones de izquierdas europeas en Madrid entre el 13 y el 15 de
diciembre, en busca de un discurso para unificar estrategias frente a las
políticas de austeridad y de sumisión de Bruselas al dictado de los mercados.
Este fue el discurso del invitado Vicepresidente del Estado Plurinacional de
Bolivia, Álvaro García Linera.
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En una interpretación de Gramsci, hecha a su conveniencia, el Vicepresidente de Bolivia sostiene: "(...) no cabe duda que necesitamos reivindicar la dimensión heroica de la política. Hegel veía la política en su dimensión heroica. Y siguiendo a Hegel supongo, Gramsci decía, que las sociedades modernas, la filosofía y un nuevo horizonte de vida, tienen que convertirse en fe, en la sociedad, o solamente puede existir como fe el interior de la sociedad. Esto significa que necesitamos reconstruir la esperanza. Que la izquierda tiene que ser la estructura organizativa, flexible, crecientemente unificada, que sea capaz de rehabilitar la esperanza en la gente. Un nuevo sentido común, una nueva fe –no en el sentido religioso del término- sino una nueva creencia generalizada por la que las personas apuestan heroicamente su tiempo, su esfuerzo, su espacio, su dedicación.
Yo saludo –
lo que comentaba mi compañera, cuando nos decía, hoy nos estamos reuniendo 30
organizaciones políticas- Excelente ! Quiere decir que es posible reunirse. Que
es posible de salir de los espacios estancos. La izquierda tan débil de hoy en
Europa, no puede darse el lujo de distanciarse de sus compañeros. Podrá haber
diferencias en 10 o 20 puntos, pero coincidimos en 100. Esos 100 que sean los
puntos de acuerdo, de cercanía, de trabajo. Y guardemos los otros 20 para
después. Somos demasiados débiles como para darnos el lujo de seguir en peleas
de capilla y de pequeños feudos, distanciándonos del resto. Hay que asumir una
lógica nuevamente gramsciana, unificar, articular, promover.
Hay que
tomar el poder del Estado, hay que luchar por el Estado, pero nunca olvidemos
que el Estado más que una máquina, es una relación. Más que materia es idea.
El Estado es fundamentalmente idea. Y un pedazo es materia. Es materia como
relaciones sociales, como fuerza, como presiones, como presupuestos, como
acuerdos, como reglamentos, como leyes. Pero es fundamentalmente idea, como
creencia de un orden común, de un sentido de comunidad. En el fondo la pelea por
el estado, es una pelea por una nueva manera de unificarnos, por un nuevo
universal. Por un tipo de universalismo que unifica voluntariamente a las
personas.
Pero eso requiere entonces, haber ganado previamente las creencias. Haber derrotado a los adversarios previamente en la palabra, en el sentido común. Haber derrotado previamente las concepciones dominantes de derecha en el discurso, en la percepción del mundo, en las percepciones morales que tenemos de las cosas. Y entonces eso requiere un trabajo muy arduo. La política no es solamente una cuestión de correlación de fuerzas, capacidad de movilización. Que en su momento lo será. Es fundamentalmente convencimiento, articulación, sentido común, creencia, idea compartida, juicio y prejuicio compartido respecto al orden del mundo.(...)".Leer
En
contraste a esta invocación a la vanguardia o a liderazgos,
Ana Esther Ceceña nos ayuda a concebir la
adquisición por los pueblos de protagonismo autoconciente en la dirección de
adueñarse del destino común. Descubrámoslo:
Sujetizando el objeto de
estudio o
de
la subversión epistemológica como emancipación1
Por
Ana Esther Ceceña
Hablar de emancipación hoy es
un signo revelador de que la vida trasmina todos los obstáculos. Después del
triunfo del supuesto fin de las utopías, que parecía irreversible, utopías
desbordadas transgreden la realidad imaginaria atisbando por las calles, por
las selvas, por los poros de las burocracias, por los suspiros atrapados en el
pensamiento colonizado, domesticado y vencido, dando nuevo sentido a las
relaciones humanas y a las palabras. Emancipación parecía, en pleno auge del
neoliberalismo, un concepto en desuso que había quedado relegado al rincón de
las nostalgias. No obstante, hoy reaparece cobrando nuevos sentidos y abriendo
nuevas –y viejas– esperanzas y, correlativamente, llamando a una sublevación del
pensamiento. La experiencia nos ha enseñado que las subversiones
epistemológicas son siempre difíciles de hacer y de asir no sólo por las
barreras con que las circunda el pensamiento conservador sino porque, como
corresponde, antes de ser atrapadas en los conceptos huyen provocando nuevas
subversiones. De cualquier manera,
la construcción de nuevos conceptos y nuevos
modos de mirar la vida es ineludible para permitirles salir de viejos
encierros. No hay subversión posible si no abarca el pensamiento, si no inventa
nuevos nombres y nuevas metodologías, si no transforma el sentido cósmico y el
sentido común que, como es evidente, se construyen en la interacción colectiva,
haciendo y rehaciendo socialidad.
(…)
1
Ceceña, Ana Esther 2006 “Sujetizando el objeto de estudio o de la subversión
epistemológica como emancipación” en Ceceña, Ana Esther (coord) Los desafíos de
las emancipaciones en un contexto militarizado (Buenos Aires: CLACSO). Leer
En
el proceso de reconocimiento y reconstrucción de socialidades, en la
resistencia y la lucha hay elaboración colectiva de nuevos sentidos y
politicidades.
Ana Esther Ceceña
lo desarrolla al terminar su artículo en el subtema:
Sentidos y
prácticas de las emancipaciones
La aparición de nuevas hegemonías, o la deconstrucción de la
hegemonía de un mundo organizado hegemónicamente como única opción, pasa por la
emanación de sentidos comunes no alienados, epistemológicamente distintos al
sentido dominante, provenientes de otros universos creativos. Sentidos comunes
creados colectivamente –y permanentemente vueltos a crear–, madurados en el
proceso de reconocimiento y reconstrucción de socialidades, en la resistencia y
la lucha. La negación de sentidos comunes producidos a través del sistema de
poderes sólo se constituye como ethos emancipatorio en el proceso de generación
de nuevos sentidos y realidades, que es, simultáneamente, el proceso de
creación de nuevas politicidades.
Una nueva politicidad y nuevos sentidos de vida, nuevas socialidades que, a pesar de ser inventadas surgen de la historia y del quehacer cotidiano, de las vivencias y visiones, de las historias heredadas, de las experimentadas y de las soñadas. Están hechas de tradiciones, de superación crítica de las historias vividas y de deseos. Los trabajos de E. P. Thompson muestran con gran elocuencia el conflicto entre los sentidos comunes del pueblo y las medidas o políticas adoptadas por la burguesía en ascenso en Inglaterra, que aparentemente van siendo asumidas por la sociedad hasta que llega un momento de saturación o de exceso en el que la multitud rompe la dinámica, haciendo valer sus convicciones morales (su economía moral), sus tradiciones y sus rechazos.Es un sentido colectivo con raíces múltiples, construido a lo largo del tiempo, que lleva a la multitud a movilizarse sin necesidad de planear sus acciones más allá de lo inmediato porque responden a un sentir compartido, con consensos implícitos.
La sobrevivencia en una
sociedad fragmentadora y contrainsurgente, como la capitalista, requiere de la
búsqueda de solidaridades familiares, vecinales y/o comunitarias, que permitan
armar algunas corazas de protección ante la vulnerabilidad casi absoluta a la
que son arrojados los sectores populares, los sectores de desposeídos de todo
tipo. El cuidado de los hijos durante el horario de trabajo, la defensa o
escape de la represión, de los usureros o mafiosos, el lavado de la ropa, el
acopio de agua y todas esas tareas sin las que es imposible organizar la vida
cotidiana en los barrios o localidades de los dominados –o de los oprimidos
pero no vencidos, como dice Silvia Ribero–, son el terreno donde se crean o
recrean las relaciones de socialidad de la que emanan las visiones y sentidos
de un mundo diferente al de los poderosos, porque crece sobre otros sedimentos
y mira desde otro lado. Con sus variantes, esto parece ser una realidad tanto
en el ámbito urbano como en el rural: El trabajo colectivo, el pensamiento
democrático, la sujeción al acuerdo de la mayoría, son más que una tradición en
zona indígena, han sido la única posibilidad de sobrevivencia, de resistencia,
de dignidad y de rebeldía (SIM, 1994: 62). Es decir, las costumbres colectivas
de antaño son reproducidas no tanto por tradición y cultura sino por estrategia
de sobrevivencia o, en todo caso, por ambas. No se trata de una acción planeada
ni de nostalgias del pasado, sino de urgencias de un presente difícil que sólo
así ofrece salidas a la degradación o extinción.
En este entorno de convivencia solidaria barrial o comunitaria, cuando ocurre, se construyen formas de trabajo compartido que garantizan el día a día, pero también se socializan problemas, rencores, visiones, creencias, esperanzas y dignidades, componentes todos del magma que contiene el sentido moral colectivo que el capitalismo –sobre todo en sus modalidades actuales– se ha empeñado en romper y confundir, como bien afirma la coordinadora de Defensa del Agua y de la Vida: Después de 15 años de neoliberalismo, luego de que creíamos todos que el modelo nos había arrebatado los valores más importantes de los seres humanos, como son la solidaridad, la fraternidad, la confianza en uno mismo y en los demás; cuando creíamos que ya éramos incapaces de perder el miedo, de tener la capacidad de organizarnos y de unirnos; cuando nos han ido imponiendo con mayor fuerza la cultura a obedecer, a ser mandados; cuando ya no creíamos en la posibilidad de ser capaces de ofrecer nuestras vidas y morir por nuestros sueños y esperanzas, por ser escuchados, por hacer posible que nuestra palabra sea tomada en cuenta, nuestro humilde, sencillo y laborioso pueblo trabajador, compuesto por hombres y mujeres, niños y ancianos, demuestra al país [Bolivia] y al mundo que esto aún es posible (CDAV, 2000).
El pueblo –la multitud de Thompson–, se transforma en
sujeto por el impulso de la indignación cuando se pretende arrebatarle el
agua. Lo mismo ocurre cuando se quiere expulsar poblaciones de la selva, en la
mayoría de los casos su último reducto, o cuando se dispone del territorio como
si no fuera parte de una historia crecida en el tiempo que encierra todos los
saberes. El pueblo se subleva, de diferentes maneras, cuando es empujado más
allá de su última frontera. Eso es lo que encontramos en las palabras y las
prácticas de las fuerzas libertarias, de los movimientos de emancipación que se
levantan en las tierras de América Latina y del mundo. Movimientos de
emancipación, por cierto, que no pueden ser circunscriptos ni en lo social, ni
en lo político porque se mueven en todos los ámbitos, planteando una
transformación de la totalidad que implica nuevos procedimientos y contenidos.
Y los pueblos en la fase neoliberal han sido efectivamente arrojados hasta las
últimas fronteras. Geográficamente se les niega la territorialidad y política o
culturalmente se les borra del imaginario social. La ambición de poder absoluto
que busca perseguir sin descanso al dominado, humillarlo y aplastarlo de manera
implacable e inhumana, que intenta arrebatarle toda dignidad, que es pilar de
la ideología y sentido común del pensamiento militarista de los dominadores, se
expresa elocuentemente en el comportamiento de las tropas estadounidenses en
cualquier parte del mundo –comportamiento criticado incluso por algunos
asesores del Pentágono porque contribuye a incrementar la inseguridad del
ejército frente a las poblaciones ocupadas.
La estrategia de la guerra
asimétrica que consiste en abarcarlo todo (espectro completo) para no dejar
resquicio al enemigo (Joint Chiefs of Staff, 2000) lleva la pretensión de
humillación hasta esos niveles en que desata la lucha por la recuperación de la
dignidad. Las sublevaciones populares que podemos observar por todos lados
tienen como sello ese carácter recuperador/recreador de la dignidad y los
sentidos, de las identidades; identidades nuevas, que aunque vienen cargadas de
tradiciones e historias, se están inventando en la lucha.
La mayoría de los
movimientos en la actualidad encuentran su sentido en el territorio y desde ahí
se sublevan. El territorio como espacio de inteligibilidad del complejo social
en el que la historia se traza desde el inframundo hasta el cosmos y abarca
todas las dimensiones del pensamiento, la sensibilidad y la acción. Lugar donde
reside la historia que viene de lejos para ayudarnos a encontrar los caminos
del horizonte. Desde ese lugar donde la tierra adquiere forma humana y toma
cuerpo en los hombres y mujeres de maíz, los del color de la tierra, o en los
hombres de mandioca, de trigo y arroz.
Desde el territorio cultural, desde el territorio complejo (Ceceña, 2000 y 2004[b]) donde se generan las prácticas y las utopías, los sentidos de la vida y de la muerte, los tiempos y los universos de comprensión. Es ahí donde se construye la esperanza y también donde se rompen los sueños cuando no se logra mantener. Es el que alimentó a Tupac Amaru, a Cuauhtémoc, a Emiliano Zapata, a Zumbí, a Atahualpa y a tantos otros que forman parte de esa historia a la que no vamos a renunciar. Y es ese territorio el que nos hizo conocer la dignidad y nos impide renunciar a ella. Y ¿qué es un proceso emancipatorio si no la sublevación de la dignidad de los pueblos? La dignidad que reclama la libertad de pensamiento y acción, la revaloración del pasado y la capacidad de autodeterminarse sin ningún tipo de mediación. La libertad para nombrarse, para moverse y relacionarse, la libertad para ser. Eso es lo que hace que los procesos insurreccionales que mueven hoy los escenarios mundiales no puedan ser calificados de sociales o políticos como pretenden algunos estudiosos, porque implican la disolución de todas las fronteras: son movimientos contra todo tipo de cercos que, por lo mismo, están operando una reinvención de la política que incorpora todos los aspectos de la vida y las relaciones sociales como espacio de la intersubjetividad en plenitud. Hoy que la batalla por el territorio y la autodeterminación de los pueblos tiene que ser ganada también en el ámbito de la construcción de sentidos, donde el poder trabaja para imponer una visión de impotencia en los dominados, la lucha nos incluye a todos. No sirve producir un nuevo y sensato sentido común que se impone desde la academia, la ciencia o los círculos del poder, es preciso que el sentido común se construya colectivamente en un proceso en el que las intersubjetividades en sí mismas, en su territorio real y simbólico, sean el principal sentido común libertario. Leer
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