El pedido del vicepresidente de Bolivia.
"Permítanme
en nombre del presidente, en nombre mío, felicitarlos, celebrar este encuentro,
desearles y exigirles -de manera respetuosa y cariñosa- ¡luchen, luchen, luchen!
No nos dejen solos a otros pueblos que estamos luchando de manera aislada en
algunos lugares, en Siria, algo en España, en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia.
No, nos dejen solos, los necesitamos a Uds, más aun a una Europa que no
solamente vea a distancia lo que sucede en otras partes del mundo, sino una
Europa que vuelva nuevamente a alumbrar el destino del continente y el destino
del mundo".
Explicita estar de acuerdo con el progreso
de Europa que fue a costa de imponer aculturización, empobrecer
y hambrear a los pueblos tanto de África y Asia como de Nuestra América. Cuando,
como señala
Edgardo Lander
Leer
,
"en el pensamiento social latinoamericano, desde el continente y desde afuera de
éste -y sin llegar a constituirse en un cuerpo coherente- se ha producido una
amplia gama de búsquedas de formas alternativas del conocer, cuestionándose el
carácter colonial/eurocéntrico de los saberes sociales sobre el continente, el
régimen de separaciones que les sirven de fundamento, y la idea mismo de la
modernidad como modelo civilizatorio universal".
Aún
más,
Héctor Alimonda,
en la presentación de “Naturaleza colonizada…), nos sitúa
en la realidad de Nuestra América de ayer y hoy que nos interpela a
comprometernos con nuestra emancipación del capitalismo imperialismo:
(…) Durante siglos, los Andes han sido un vasto escenario
donde distintas culturas humanas fueron construyendo modos y estilos de
convivencia con la naturaleza, expresados en saberes, tecnologías, formas de
organización social y elaboraciones míticas y simbólicas. A partir de la
cuidadosa observación de la variedad de los diversos ecosistemas que componen la
inmensa región, de su flora, de su fauna, de sus variaciones climáticas y
ecológicas según fajas de altitud, de sus diferentes suelos y disponibilidad de
recursos hídricos, esas sociedades elaboraron sistemas complejos de
aprovechamiento de esos múltiples recursos, en una perspectiva que hoy
deberíamos calificar como “sustentable”. Y será bueno recordar, también, que esa
actitud “sustentable” en relación a la naturaleza no se limitaba a una
aceptación pasiva de sus determinaciones: a lo largo de miles de años (de la
misma forma que en Mesoamérica) se realizaron experiencias de investigación
biológica y agronómica sobre especies vegetales y animales, con el resultado de
nuevas variedades, se implementaron nuevas técnicas de cultivo y se efectuaron
notorias intervenciones sobre el medio físico, en la forma de obras de
irrigación y de grandes terracerías, por ejemplo.
Paradójicamente, estas
experiencias, que constituían un tesoro de la humanidad, fueron destruidas en
función de la implantación en esa región de una “economía de rapiña”, como la
denominó en 1910 el geógrafo francés Jean Brunhes, basada en el saqueo
extractivista. No es necesario recordar que sobre estas sociedades y estas
naturalezas se arrojó el aluvión de la conquista europea, que las sometió a
situaciones de colonialidad, recomponiéndolas en función de sus lógicas de
acumulación económica y de control político y social. Destacamos, apenas, que
fue el momento de aparición de una forma de explotación, inédita en la historia
en su escala y su crueldad: la gran minería.
A comienzos del siglo XXI,
pasados quinientos años, la intensidad renovada por la apropiación y explotación
de los recursos minerales se expresa en la multiplicación de mega proyectos de
extracción en todo el continente. Pero, a diferencia de épocas pasadas, las
condiciones tecnológicas permiten ahora prescindir de grandes contingentes de
fuerza de trabajo. Las poblaciones locales, entonces, se transforman en
víctimas de procesos de vaciamiento territorial que las excluyen de sus
lugares de pertenencia, al mismo tiempo en que destruyen a los ecosistemas con
los cuales han convivido, a veces, desde tiempo inmemorial. A pesar de los
prolijos catálogos de buenas prácticas para la gobernanza ambiental y de las
prescripciones de la responsabilidad socio-ambiental de las empresas, la
resistencia generalmente tiene como respuesta la criminalización, la represión,
los asesinatos por encargo: en el siglo XXI latinoamericano, la disputa por el
control de los recursos naturales es un tema álgido de derechos humanos. Con
significativa regularidad, estos procesos se multiplican dramáticamente en todos
los países de la región, independientemente de las orientaciones políticas
generales de sus gobiernos. En el caso específico del Perú, la profundización
del modelo extractivista minero se ha visto acompañada, especialmente durante el
gobierno de Alan García, por una ofensiva despiadada por la privatización y
mercantilización de los recursos naturales, implicando en la anulación de las
formas tradicionales de convivencia, con frecuencia ancestrales, que con ellos
mantienen comunidades campesinas y naciones indígenas. Esa desposesión ha
significado, inclusive, la modificación de regímenes legales de propiedad que
protegían esos derechos. No sorprende, entonces, que desde hace años los motivos
ambientales constituyan la mitad de las causas de los conflictos sociales en
el cómputo mensual que realiza la esforzada Defensoría del Pueblo del Perú.
Frente a este cuadro, el
proyecto colectivo del Grupo de Trabajo en Ecología Política de CLACSO consideró
imprescindible realizar una de sus reuniones en el Perú, dedicada a la temática
de los conflictos por la protección de la biodiversidad y a la resistencia en
contra de las concesiones y las operaciones de la gran minería. En Porto Alegre,
en una reunión del Foro Social Mundial, a través de Aníbal Quijano
tuvimos contacto con Teivo Teivanen, coordinador del Proyecto Democracia
y Transformación Global (PDTG), vinculado con la Unidad de Postgrado de Ciencias
Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), con quién
pudimos asociarnos en la organización de un evento. En el momento de su
realización, Teivo ya no estaba en Perú, y el PDTG era coordinado por Raphael
Hoetner, cuya dedicación y competencia fueron fundamentales para el éxito de
estas tareas.
Nos pusimos de acuerdo,
entonces, en realizar la reunión del GT Ecología Política a fines de junio de
2009, en Lima. Por el lado de CLACSO, aseguramos la participación de un conjunto
de investigadores e investigadoras de diferentes países de la región, que están
realizando aportes significativos al conocimiento y al análisis de este padrón
de conflictos, con frecuencia trabajando junto con los movimientos sociales. Por
el Perú, el PDTG aseguró la presencia no solamente de investigadores,
sino también de organizadores y de representantes de las vastas coaliciones que
en la costa, la sierra y la selva están protagonizando luchas de
resistencia contra la mercantilización y el saqueo de la naturaleza. Fue
entonces que el 5 de junio, 20 días antes de la reunión prevista, el prolongado
conflicto que enfrentaba a las organizaciones sociales de la región amazónica
con el gobierno de Alan García se precipitó en los trágicos enfrentamientos de
Bagua. En la llamada Curva del Diablo, la Policía Nacional cargó con el peso de
sus armas contra los pobladores que estaban cortando una ruta y, en represalia,
los nativos asesinaron a un grupo de policías que estaban retenidos como
rehenes en una estación de bombeo de Petroperú. Murieron 24 policías
y, oficialmente, nativos. Detonó una crisis política, y el gobierno
emitió órdenes de captura para una serie de dirigentes de la protesta
amazónica, varios de los cuales estaban invitados a nuestro seminario. Ante
estas circunstancias, decidimos constituir a nuestro evento en una instancia
pública donde hacer posible la presentación de denuncias, de testimonios y de
análisis de los hechos de Bagua. A pesar de la ausencia de los representantes de
las organizaciones amazónicas, el evento fue un éxito, con una participación
estimada de 150 asistentes. A continuación, decidimos aprovechar los testimonios
reunidos durante la reunión y, en pocas semanas, con Raphael Hoetner y Diego
Saavedra Celestino del PDTG, organizamos el libro
La Amazonia rebelde. Perú
2009, publicado
en coedición entre CLACSO, PDTG, Cooperacción, CONACAMI y la UNMSM. Reunimos
allí documentos, análisis, imágenes, participaciones en nuestro seminario,
declaraciones, una cronología preparada por el equipo del Instituto de Estudios
Peruanos, en fin, un conjunto de materiales que pretenden ser un registro de
esos trágicos acontecimientos, puesto a disposición de los militantes de los
movimientos sociales y de los investigadores de la región. En febrero de 2010
ese libro llegó a estar entre los 5 más vendidos en Lima, según el diario
La República. Es
una norma de CLACSO que las reuniones regulares de sus grupos de trabajo den
origen a libros, que son publicados en su colección homónima.(…)
En
consecuencia, es una falsedad que las luchas en Nuestra América se reduzcan a
las de Venezuela, Ecuador y Bolivia a no ser que estime sólo las conducidas por
los respectivos gobiernos o menosprecie las que se dan contra el modelo
extractivo pero en su discurso
Álvaro García
Linera
denuncia:(…)Esta
es una característica del moderno capitalismo -no cabe duda- y es a partir de
ello que uno tiene que tomar acciones.
Una segunda característica de los últimos veinte años, es una especie de regreso a una acumulación primitiva perpetua. Los textos de Karl Marx, que retrataba el origen del capitalismo en el siglo XVI, XVII, hoy se repiten y son textos del siglo XXI. Tenemos una permanente acumulación originaria que reproduce mecanismos de esclavitud, mecanismos de subordinación, de precariedad, de fragmentación, que lo retrató, excepcionalmente Carlos Marx. Sólo que el capitalismo moderno reactualiza la acumulación originaria. La reactualiza, la expande, la irradia a otros territorios para extraer más recursos y más dinero. Pero junto con esta acumulación primitiva perpetua – que va definir las características de las clases sociales contemporáneas, tanto en nuestros países como en el mundo, porque reorganiza la división del trabajo local, territorialmente, y la división del trabajo planetario-. Junto con eso tenemos una especie de neo acumulación por expropiación. Tenemos un capitalismo depredador, que acumula, en muchos casos produciendo en áreas estratégicas: conocimiento, telecomunicaciones, biotecnología, industria automovilística, pero en muchos de nuestros países, acumula por expropiación. Es decir, ocupando los espacios comunes: biodiversidad, agua, conocimientos ancestrales, bosques, recursos naturales… Esta es una acumulación por expropiación -no por generación de riqueza- sino por expropiación de riqueza común, que deviene en riqueza privada. Esa es la lógica neoliberal. Si criticamos tanto al neoliberalismo, es por su lógica depredatoria, y parasitaria. Más que un generador de riquezas, más que un desarrollador de fuerzas productivas, el neoliberalismo es un expropiador de fuerzas productivas capitalistas y no capitalistas, colectivas, locales, de sociedades.
Pero también
la tercera característica de la economía moderna, no es solamente acumulación
primitiva perpetua, acumulación por expropiación, sino también por subordinación
– Marx diría subsunción real del conocimiento y la ciencia a la acumulación
capitalista-. Lo que algunos sociólogos llaman sociedad del conocimiento. No
cabe duda, esa son las aéreas más potentes y de mayor despliegue de las
capacidades productivas de la sociedad moderna.(…)
Hay empresas que parecen ante ustedes los europeos como protectores de la naturaleza y con el aire limpio, pero esas mismas empresas nos llevan a nosotros a la Amazonía, nos llevan a América o a Africa, todos los desperdicios que aquí se generan. Aquí son depredadores o aquí son defensores y allí se vuelven depredadores. Han convertido la naturaleza en otro negocio. Y la preservación radical de la ecología no es un nuevo negocio, ni una nueva lógica empresarial. Hay que restituir una nueva relación. Que es siempre tensa. Porque la riqueza que va satisfacer necesidades requiere transformar la naturaleza y al transformar la naturaleza modificamos su existencia, modificamos el BIOS. Pero al modificar el BIOS, como contra finalidad muchas veces, destruimos al ser humano y también a la naturaleza. Al capitalismo no le importa porque eso es un negocio para él. Pero a nosotros sí, a la izquierda sí, a la humanidad sí, a la Historia de la humanidad si le importa. Necesitamos reivindicar una nueva lógica de relación… no diría armónica, pero si metabólica. Mutuamente beneficiosa, entre entorno vital natural y ser humano. Trabajo, necesidades.(…)Leer
Para
aclarar el posicionamiento de García Linera, recurramos a
Raúl Prada Alcoreza
(Rebelión)
que en
"Umbral y
horizonte político"
nos advierte:
(…)Sobre
las diferencias en la caracterización política
En varios
documentos y posicionamientos, sobre todo en nuestro debate con la izquierda
tradicional, se dejó claro que, no se pueden confundir los gobiernos
“progresistas” con los gobiernos neoliberales. Son distintos; emergen del bloque
popular, se vinculan con lo nacional-popular, entran en contradicciones
limitadas con el imperio. Esta diferencia, hace ver que no es lo mismo luchar
contra los gobiernos neoliberales que luchar en el marco de los gobiernos
“progresistas”. Además, dijimos que es diferente un contexto de otro, una
coyuntura de otra. Que lo que ocurre en Venezuela es un descomunal
enfrentamiento con una “derecha” fuerte, con convocatoria, apoyada por el
imperio. En cambio, lo que ocurre en Bolivia y Ecuador se puede resumir de la
manera siguiente: Una derecha derrotada, electoralmente, en Bolivia y Ecuador;
en Bolivia, política y militarmente, después de los acontecimientos del
Porvenir-Pando. Una clase burguesa, económicamente dominante, desplazada al
bando del gobierno de Evo Morales, del cual consiguieron grandes ventajas. En el
panorama político pervive una minúscula derecha política en el Congreso;
bastante descolocada, sin ligazón efectiva y concreta con la clase social que
supuestamente representa, pues no tiene apoyo de la burguesía, a la que
aparentemente encarna. Por lo tanto, podemos concluir, que los gobiernos son
diferenciables; empero, en la medida que expresa la cualidad operativa de la
forma Estado-nación, responden a la lógica de poder, estructurada en la
modernidad. En esa misma medida, reproducen la institucionalidad homogénea, la
mono-cultura dominante, la condición mono-nacional heredada. Los gobiernos
populares, por más vestidura o disfraz “progresista” que usen, forman parte de
la reproducción colonial y capitalista del poder.
No es un problema de personas, como pretende la teoría de la conspiración, como si la explicación de las contradicciones históricas se resolviera con suponer que hay “traidores” de la “revolución”. Los caudillos son mitos, son imaginarios construidos por los pueblos, viven también un drama, pues son arrastrados por las contradicciones de un proceso histórico, que requiere, para salir de sus trampas reiterativas, de movilización, de democracia participativa, de transferir las decisiones a los pueblos, a las naciones y pueblos indígenas, a las comunidades, a las organizaciones sociales. Esto es justamente lo que no se hace, es de esto de lo que se alejan los gobiernos “progresistas”, que prefieren optar por acrecentar la burocracia, recurrir al autoritarismo, desprender despotismo, descalificar la crítica y dividir, sino pueden destruir, a las organizaciones indígenas. Estos gobiernos contribuyen de esta manera a su propia descomposición. Cayendo en este itinerario a una ruptura ética y moral en todas las líneas.
Umbral
de las “revoluciones”
A estas
alturas de las historias políticas de las sociedades humanas, sobre todo de las
desplegadas durante la modernidad, creo que debemos tener claro que, el gran
problema histórico de las llamadas “revoluciones” es el poder, en tanto economía
política del poder. Mapa institucional que captura la potencia social, la fuerza
social, la dinámica molecular social; diagrama de fuerzas que diferencia poder
de potencia, usando la potencia capturada para la reproducción del poder; es
decir, de las dominaciones polimorfas. No creemos que sea problema de
velocidades, tampoco de aceleraciones o desaceleraciones, de los “procesos”
políticos, sino de la capacidad de desmantelar el poder y liberar la potencia
social.
Para nosotros es evidente que se deben concebir y desplegar transiciones, transiciones del Estado-nación al Estado plurinacional; estas transiciones pueden ser largas, medianas o cortas. Incluso, mejor dicho, estas transiciones pueden concebirse diferencialmente; en unos casos de una manera radical, en otros casos de una manera reformista. Todo depende del contexto, la correlación de fuerzas, de la institución en cuestión, también depende del tema y tópico de la problemática de referencia. Les dijimos a los oficialistas, “pragmáticos” y supuestamente partidarios del realismo político, que no se trata de renunciar a las reformas, a las transiciones largas, sino de que había que dar pasos, aunque cortos, de tal manera que impliquen avances, aunque mínimos, incluso imperceptibles. Después de A viene B, después de B viene C, y así sucesivamente. Aunque nosotros somos partidarios y creemos, como establece la Constitución, en la transformación pluralista, comunitaria, participativa e intercultural del Estado; es decir, consideramos preferible transformaciones radicales que reformas, se puede lograr, en todo caso, el consenso en reformas. El problema es que tampoco quieren esto; no quieren transformaciones radicales, que consideran utópicas; no quieren reformas conscientemente ejecutadas. Se contentan, cómplices de la representación teatral de la época, con la simulación, con el montaje, con la publicidad, con los escenarios del teatro político.
Se
prefiere apostar a la ficción, inclinándose a procedimientos ilusorios, a lograr
hacer creer a la gente, mediante la propaganda y la publicidad, que se dan
cambios, renunciando a ejecutar efectivamente los transformaciones. Este es el
problema, que el gobierno “progresista” ha caído en la ilusión de su propaganda,
mientras se embarca en la ruta destructiva del extractivismo; acompañando, esta
entrega colonial a las empresas trasnacionales, con prácticas prebendales y
clientelares, embarcándose en el derrumbe político de todo gobierno, de toda
gestión, que da vueltas en un círculo vicioso, cayendo degradantemente en la
práctica compulsiva de la corrupción. Este es el problema de fondo. Volver a
repetir, en otro contexto, en otro periodo, y en otra coyuntura, la triste
historia de la paradoja de las “revoluciones”. Las “revoluciones” cambian el
mundo; el mundo no va a volver a ser lo que era antes; empero, las
“revoluciones” se hunden en sus contradicciones.
Este no es solamente un tema boliviano, tampoco sudamericano, ha pasado con todas las “revoluciones”. Por eso es indispensable intentar cruzar este umbral de las “revoluciones”, cruzar el límite e ingresar a otro horizonte posible. Esta eventualidad se logra con la crítica, aprendiendo de las contradicciones, de los problemas, de los errores, no ocultándolas con apologías. Lo que menos se requiere es de estos cantos al fracaso, edulcorándolas, como si fuese victoria, lo que menos necesitamos son estas apologías, que lo único que hacen es debilitar las fuerzas vitales de los “procesos” emancipadores. Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178739
Este no es solamente un tema boliviano, tampoco sudamericano, ha pasado con todas las “revoluciones”. Por eso es indispensable intentar cruzar este umbral de las “revoluciones”, cruzar el límite e ingresar a otro horizonte posible. Esta eventualidad se logra con la crítica, aprendiendo de las contradicciones, de los problemas, de los errores, no ocultándolas con apologías. Lo que menos se requiere es de estos cantos al fracaso, edulcorándolas, como si fuese victoria, lo que menos necesitamos son estas apologías, que lo único que hacen es debilitar las fuerzas vitales de los “procesos” emancipadores. Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178739
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volvamos
a Héctor
Alimonda,
en la presentación de “Naturaleza colonizada…), nos
orienta hacia rumbos emancipadores:
"(…)Quiero comenzar por destacar el punto que me interesa desarrollar en este momento: la persistente colonialidad que afecta a la naturaleza latinoamericana. La misma, tanto como realidad biofísica (su flora, su fauna, sus habitantes humanos, la biodiversidad de sus ecosistemas) como su configuración territorial (la dinámica sociocultural que articula significativamente esos ecosistemas y paisajes) aparece ante el pensamiento hegemónico global y ante las elites dominantes de la región como un espacio subalterno, que puede ser explotado, arrasado, reconfigurado, según las necesidades de los regímenes de acumulación vigentes. A lo largo de cinco siglos, ecosistemas enteros fueron arrasados por la implantación de monocultivos de exportación. Fauna, flora, humanos, fueron víctimas de invasiones biológicas de competidores europeos o de enfermedades. Hoy es el turno de la hiperminería a cielo abierto, de los monocultivos de soja y agrocombustibles con insumos químicos que arrasan ambientes enteros –inclusive a los humanos–, de los grandes proyectos hidroeléctricos o de las vías de comunicación en la Amazonía, como infraestructura de nuevos ciclos exportadores. Hasta las orientaciones políticas “ecológicamente correctas” de los centros imperiales suponen opciones ambientalmente catastróficas para nuestra región: transferencia de industria contaminante, proyectos de basureros nucleares, mega-monocultivos de agrocombustibles, etc.
Una larga
historia de desarrollo desigual y combinado, una ruptura a nivel global del
metabolismo sociedad-naturaleza, que penaliza crecientemente a la naturaleza
latinoamericana y a los pueblos que en ella hacen su vida
(O´Connor, 2001).
La perspectiva de la
Modernidad/Colonialidad El
Programa de Investigación Modernidad/Colonialidad (M/C), como lo denomina el
antropólogo colombiano Arturo Escobar (2005b) consiste en una perspectiva
reciente del pensamiento latinoamericano y sobre América Latina, que fundamenta
un notable diálogo multidisciplinario y la constitución de un colectivo de
trabajo intelectual no institucionalizado. Integrado por investigadores
académicos residentes en América Latina y en Estados Unidos, tiene una
presencia emergente en Colombia, a juzgar por publicaciones recientes de
libros inscriptos en su perspectiva (Castro Gómez, 2005; Castro Gómez y Grosfoguel,
2007), y por la vitalidad de la revista Tabula Rasa, que también
incorpora estos puntos de vista. En diálogo activo con tendencias intelectuales
contemporáneas como el poscolonialismo, los estudios subalternos y la
perspectiva del sistema-mundo, desarrollada por Immanuel Wallerstein, el M/C se
diferencia de las mismas, suponiendo implícitamente (ya que eso a veces no es
demasiado explícito) una posición de continuidad con tradiciones del pensamiento
crítico latinoamericano.
Esencialmente, el M/C se organiza a partir de una crítica de base histórico-cultural y epistemológica de la modernidad, cuestionando las grandes narrativas interpretativas de la misma, a lo largo de cinco siglos. Esta magna operación supone, como paso previo, “desplazar” los orígenes de la modernidad de su cuna en la Europa del Norte, vinculada a la Reforma protestante, a los orígenes de la acumulación de capital, a la Ilustración o a la Revolución Francesa, y llamar la atención a la “primera modernidad” que protagonizan los reinos ibéricos, junto con su expansión y sus conquistas ultramarinas. Este movimiento resulta de una mayor importancia geo-epistemológica porque permite visualizar a América como la primera periferia del sistema colonial europeo, el lado oculto originario de la modernidad. Esta perspectiva implica también verificar: a) la racionalidad de las formas estatales y de las empresas coloniales ibéricas; b) la acumulación originaria de capital a las que dieron origen esas conquistas; c) la apropiación de la biodiversidad natural de los trópicos como fundamento de la modernidad (Coronil, 2000); d) la aparición de los principios de la misión evangelizadora y de la superioridad europea como articulaciones centrales del imaginario colonial eurocéntrico, como sentido común hegemónico que impulsa y justifica la empresa colonial, pero también como “pulsión identitaria” presente en cada sujeto individual de ese proyecto. Para esta crítica, las narrativas cuestionadas que dieron origen a toda la geopolítica epistemológica del mundo moderno (y como una consecuencia de ella, a la matriz genética de las ciencias humanas y sociales) desconocen la significación de la constitución del hecho colonial como fenómeno fundante de toda la experiencia histórica de la modernidad.
La modernidad constituiría así un
paradigma lineal de evolución histórica, instituyendo nociones de “procesos
civilizatorios”, “progreso” o “desarrollo”, que habrían sido una
experiencia única, patrimonio de algunos pueblos europeos (las narrativas
noreuropeas, por ejemplo, acostumbran excluir a los mediterráneos en general, y
a los ibéricos en especial, de esta experiencia). Por diferentes razones, que
incluyen frecuentemente la incapacidad biofísica de las razas no-europeas para
superar los condicionamientos naturales, el resto de la humanidad no fue capaz
de alcanzar este nivel de experiencia civilizatoria, y su destino fue ser
guiados y conducidos por los pueblos civilizados. Es lo que los teóricos del
Programa M/C denominan “eurocentrismo”, una interpretación de la historia que
atribuye a ciertos pueblos europeos una capacidad autónoma de evolución y
de construcción de una historia del conjunto de la humanidad.
Se establece así una vasta epistemología de raíces geopolíticas, una
verdadera “geografía imaginaria”3
que establece, en
realidad, relaciones ocultas de continuidad a lo largo de 5 siglos.
Paradójicamente, esa continuidad (el predominio geoestratégico de áreas
determinadas del planeta sobre el resto de regiones periféricas) resalta más
cuando el análisis intenta interpretar períodos o procesos históricos
determinados. El colonialismo clásico es, en general, excluido como carácter
explicativo de estas narrativas: ¿qué atención dedicaron los padres
fundadores de la sociología como el francés Durkheim o el alemán Weber a
los imperios coloniales que sus países habían formado en la época en
el continente africano?
Quién habla de colonialismo
suele ser la historia, pero para caracterizarlo como propio de una época
determinada, que acabara con la independencia política de las ex colonias. Otro
caso es el debate sobre globalización. En los años de oro neoliberales de la
década del noventa se acostumbraba a caracterizar a la globalización como un
Imperio sin centro, donde las determinaciones y las desigualdades nacionales
habrían dejado de existir, dando origen a un mundo “globalocéntrico” (Coronil,
2000). El “globalocentrismo”, por ejemplo, es el lugar habitual de enunciación
de la Iglesia Católica, desde las Cruzadas hasta la actualidad. En marzo de
2009, en visita a países africanos, el Papa invitó a la audiencia a abandonar
sus supersticiones y brujerías tribales, y adherir al mensaje universal de la
Iglesia. Partha Chatterjee, fundador del grupo de estudios subalternos en la
India, propone como el reverso necesario de la enunciación “globalocéntrica” lo
que él llama “la regla de la diferencia colonial” que, a continuación del
enunciado universal, excluye a los colonizados de sus beneficios. Dice
Chatterjee: Esta regla se aplica cuando se defiende que una proposición de
supuesta validez universal no se aplica a la colonia en razón de
alguna deficiencia moral inherente a esta última. Así, a pesar de que los
derechos del hombre hayan sido declarados en Paris en 1789, la revuelta de Santo
Domingo (hoy Haití) fue reprimida porque aquellos derechos no podían aplicarse a
los esclavos negros. John Stuart Mill expondría con gran elocuencia y precisión
sus argumentos que establecían el gobierno representativo como el mejor gobierno
posible, pero inmediatamente añadía que esto no se aplicaba a la India. La
excepción de los casos coloniales no invalida la universalidad de la
proposición. Al contrario, al especificar los presupuestos a través de los
cuales la humanidad universal debería ser reconocida como tal, la
proposición fortalece su poder moral. En el caso de las expediciones
portuguesas, la condición de inclusión venía dada por la religión. Más tarde,
sería proporcionada por las teorías biológicas sobre el carácter racial, o
por las teorías socioeconómicas sobre el desarrollo de las instituciones. En
cada caso, la colonia sería convertida en la frontera del universo moral de la
humanidad normal. Más allá de estas fronteras, las normas universales podían
mantenerse en suspenso (Chatterjee, 2008: 30-31). La perspectiva globalocéntrica
recupera los dispositivos discursivos del colonialismo, y proclama la modernidad
universal como un destino fatal, profetiza por ejemplo Anthony Giddens. Desde su
perspectiva, ya no se trata de un asunto de Occidente, dado que la modernidad
está en todas partes, el triunfo de lo moderno subyace precisamente en haber
devenido universal. Esto podría denominarse el ‘efecto Giddens’: desde ahora en
adelante, la modernidad es el único camino, en todas partes, hasta el final de
los tiempos. No sólo la alteridad radical es expulsada por siempre del ámbito de
posibilidades, sino que todas las culturas y sociedades del mundo son reducidas
a la manifestación de la historia y la cultura europeas (Escobar, 2005b: 68).
Según los teóricos del
Programa M/C éstas serían las líneas maestras y hegemónicas de interpretación de
los sentidos de la historia y de la evolución de las sociedades mundiales
elaboradas a partir de la perspectiva eurocéntrica, que atribuye a Europa el
carácter instituyente de la modernidad, y la erige en modelo
referencial explicativo-interpretativo de toda lógica histórica y social
válida. Esta perspectiva incluye a las ciencias sociales, cuyos
paradigmas fundamentales, establecidos en el siglo XIX, excluyeron cómoda mente
la consideración de los fenómenos vinculados con el colonialismo, plenamente
vigente en esa época (otros silencios sintomáticos fueron, por ejemplo, los
temas de género y la naturaleza). Y esta crítica continua vigente y se aplica,
según los autores del M/C, inclusive a las visiones más cuestionadoras,
elaboradas a partir de esa experiencia europea, como el marxismo clásico4,
el marxismo occidental y el posestructuralismo. El Programa M/C no se define
como opuesto a la modernidad, ni niega las potencialidades emancipatorias que la
misma podría contener. Su perspectiva es, en todo caso, “transmoderna” (Dussel,
2000), asumiendo un distanciamiento crítico en relación a las narrativas
consagradas y consagratorias. Al localizar su lugar de enunciación y de
fundamentación epistemológica “en los márgenes”, el M/C se presenta a sí mismo
como un pensamiento “de frontera”, que cuestiona a la modernidad nor-atlántica y
se interroga sobre caminos y lógicas alternativas. El aparato interpretativo del
Programa M/C reposa en una serie de operaciones que se derivan de su
caracterización de la colonialidad como el complemento necesario, opuesto y
sistemáticamente oculto de la modernidad. El carácter abominable (por usar una
única palabra) del colonialismo queda así separado de la modernidad, que pasa a
asumir un carácter casi angelical (algo así como el “Dios sin intestinos” del
que hablaba Kundera). Así, la operación impugnadora del Programa M/C se ubica en
un punto de ruptura equivalente al del capítulo XXIV de
El Capital cuando
Marx, atacando a las dulces fábulas de la Economía Política sobre el origen
natural de las categorías de la economía mercantil, introduce en su narrativa,
como una erupción, un análisis de perspectiva histórica sobre la acumulación
originaria, donde el capital nace y se constituye por medio de la violencia:
“sucio de sangre y de lodo”.
Asumiendo este punto de vista, es decir,
procesando el llamado “giro decolonial”, aflora una diversidad epistémica que
permite descubrir una pluralidad de lugares de enunciación, pasados y presentes,
en relación crítica o de resistencia con respecto a la modernidad colonial. Es
por eso que se habla de “epistemologías de frontera” (Mignolo, 2007) a partir de
las cuales se pueden constituir diversas impugnaciones (o, eventualmente,
recuperaciones parciales) de la modernidad y de la colonialidad.
Esto supone la reescritura de las narrativas de la modernidad desde otro lugar, revalorizando a las culturas y a los pueblos dominados y a sus historias de resistencia. De la misma forma, sería posible narrar nuevamente la historia del continente desde la perspectiva de las relaciones sociedad/naturaleza. Quizás sea oportuno destacar aquí que, dentro de la tradición teórica marxista, la aparición del tema de la colonialidad de los pueblos de la periferia y de la naturaleza se hace presente con la ruptura realizada por Rosa Luxemburgo. En las notas para su curso de Introducción a la Economía que dictaba en la escuela de cuadros del Partido Socialdemócrata alemán y en su libro La acumulación de capital, escrito en 1913, incorpora una amplia erudición, inusual en su época y ambiente, sobre lo que más tarde sería llamado el Tercer Mundo. Pero no sólo eso, sino que, en sintonía –lo que la constituye en una antecesora válida de la perspectiva contemporánea del Programa M/C– esa incorporación se expresa en una “epistemología de frontera” (y es tentador especular sobre si la posibilidad de descubrir un “punto de lectura otro” residía en su condición de género, que la hizo especialmente sensible a lecturas alternativas a las lógicas hegemónicas, blancas, civilizadas, masculinas). La colonialidad, dice Rosa, es parte constituyente de la acumulación de capital, es su reverso fundante y necesario.
A partir de ese
reconocimiento, Rosa cuestiona el modelo analítico del modo de producción
capitalista desarrollado por Marx en
El Capital,
que no incorpora a la subordinación colonial de pueblos y de naturalezas como
condición necesaria para la reproducción ampliada de ese régimen de producción.
Veamos sus palabras, en la última página del capítulo XXXI de
La acumulación de capital: Por
consiguiente, la acumulación capitalista tiene, como todo proceso histórico
concreto, dos aspectos distintos. De un lado, tiene lugar en los sitios de
producción de la plusvalía, en la fábrica, en la mina, en el fundo agrícola y en
el mercado de mercancías. Considerada así, la acumulación es un proceso
puramente económico, cuya fase más importante se realiza entre los capitalistas
y los trabajadores asalariados, pero que en ambas partes, en la fábrica como en
el mercado, se mueve exclusivamente dentro de los límites del cambio de
mercancías, del cambio de equivalencias. Paz, propiedad e igualdad reinan aquí
como formas, y era menester la dialéctica afilada de un análisis científico para
descubrir como en la acumulación el derecho de propiedad se convierte en
apropiación de propiedad ajena, el cambio de mercancías en explotación, la
igualdad en dominio de clases. El otro aspecto de la acumulación de capital se
realiza entre el capital y las formas de producción no capitalistas. Este
proceso se desarrolla en la escena mundial. Aquí reinan, como métodos, la
política colonial, el sistema de empréstitos internacionales, la política de
intereses privados, la guerra. Aparecen aquí, sin disimulo, la violencia, el
engaño, la opresión, la rapiña. […] Los dos aspectos de la acumulación del
capital se hallan ligados orgánicamente por las condiciones de reproducción del
capital mismo, y sólo de ambos reunidos sale el curso histórico del capital
(Luxemburgo, 1967: 351)6. Claramente, si se puede identificar al primer aspecto
como “modernidad” y al segundo como “colonialidad”, la perspectiva de Rosa
Luxemburgo constituye un antecedente pleno del Programa M/C. (…) Leer
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