Precisiones sobre los “ni-ni”
La categoría “ni-ni” es otra forma amenazante de presentar a los
jóvenes. Como es un concepto con “gancho”, se difundió rápidamente. Pero, al
generalizarse, se sobresignificó, esto es, pasó a implicar y decir mucho más
que lo que su construcción incluye. Conceptualmente, son jóvenes que no
trabajan ni estudian, en tramos de edad de 15 a 24 años.
La apropiación del término por el
sentido común sirve para construir un “grupo emisario” en el que la sociedad
deposita sus fantasmas, construyendo una visión social de la juventud
desvalorizada y peligrosa: chicas y muchachos que, si son pobres, pasan su
tiempo en la barra de la esquina y, si son menos pobres, frente a sus
computadoras y sus previas alcohólicas. A esa inactividad se le atribuye
delincuencia, violencia social, drogadicción y alcoholismo. La reciente
discusión sobre la disminución de la edad de imputabilidad es un daño colateral
de este enfoque. Y esto no quiere decir que no haya problemas. Pero analizar
los “ni-ni” sin incluir el contexto los convierte de víctimas en victimarios.
En la Conferencia
de Población de América latina y el Caribe que tuvo lugar recientemente en
Montevideo, una de las redes de jóvenes presentes hizo notar la profunda
injusticia de estos estereotipos sobre sus condiciones de vida. Señalaron que
los y las jóvenes de la región que no trabajan ni estudian, lejos de estar
mirando todo el día el techo o la televisión, son piezas fundamentales en las
estrategias de los arreglos domésticos de sus hogares, donde despliegan gran
número de actividades que van desde el cuidado de menores y ancianos, la
atención de las tareas domésticas que los adultos no pueden realizar y la
articulación del mundo de los viejos con el nuevo mundo de los jóvenes.
Describir ese despliegue cotidiano de
actividades, sobre el que hay poca información, es una deuda pendiente porque,
si no, a su frustración objetiva se puede sumar una frustración subjetiva,
resultado de que al nombrarlos “ni-ni” se los convierta en no personas, o
personas definidas más por la vida que no tienen que por la vida que tienen.
Las distinciones de
género se suman a las de los grupos sociales. Si son mujeres, merodean por una
maternidad social, cuidando a los chicos de otros, o en torno de su propia
maternidad temprana. Es conocido que un componente clave del embarazo
adolescente es que implica la búsqueda de uno de los pocos proyectos de vida
posible, tal vez en la misma medida que el desconocimiento o la falta de acceso
a insumos y servicios de salud reproductiva. Por su parte, los varones desarrollan
tareas de cuidado de las viviendas y exploraciones para constituir su
masculinidad. Una de las actividades de los grupos de edad más joven, “estar
juntos” o “hangear”, es una forma de producir los espacios de socialización que
no tienen en la escuela o en el trabajo.
No vamos a discutir
el número de nini en nuestro país. Veamos más bien quiénes son. Desde el punto
de vista del trabajo, las personas pueden ser inactivas –que no trabajan ni
buscan empleo– o activas, esto es, que trabajan o buscan empleo –y si no lo
tienen son desocupadas pero activas–. Desde el punto de vista de la educación
pueden estar estudiando o no. La noción de “ni-ni” oscurece la relación con el
mundo del trabajo, pues al decir que no trabajan no aclara si son activos o
inactivos, y se suma esa situación a la condición de si asisten o no a algún
servicio educativo. Así se forma un híbrido, ya que esta categoría no informa
cuántos de los “ni-ni” están buscando empleo activamente o son inactivos. Si lo
son, hay que preguntarse qué pasó para que el trabajo no fuese un valor en su
proyecto de vida. Tampoco sabemos cuántos de los desocupados no estudian por
falta de recursos o por ausencia de ofertas educativas atractivas y que miren
al futuro. Esto, para varones como para mujeres. En el caso de las mujeres,
incorporar la variable reproductiva oscurece más el análisis e incorpora el
sexismo. Que una joven que no trabaja ni estudia sea mamá no es una nueva
dimensión para el análisis de la situación de los “ni-ni” y cuidar a sus hijos
con los ingresos provenientes de la AUH no cambia lo central. La pregunta debe
ser qué provisión de servicios de cuidado existe –jardines, guarderías,
acompañantes de tareas, subsidios– como para que, si quisiera trabajar, pudiera
superar el modelo tradicional de división sexual del trabajo y conciliar sus
roles maternales y sociales.
Educación y trabajo
son derechos. El uso del rótulo “ni-ni” en el debate debe servir más como un
llamado de atención sobre las tareas pendientes que sobre los jóvenes en la
construcción de sus proyectos de vida. No se trata de lo que no son, se trata
de los derechos a los que no acceden.
* Universidad
Pedagógica (Unipe).
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-232833-2013-11-04.html
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