Venezuela:
los dilemas de octubre
Por Néstor Kohan - La Haine
27/9/2012
El imperialismo y sus burguesías serviles
quieren barrer completamente del mapa la insolencia de un militar
latinoamericano, mestizo y bolivariano, antimperialista
(para DEBATE
SOCIALISTA)
La derecha argentina viaja a Venezuela a empujar contra Chávez.
El PRO, partido liderado por el empresario Mauricio Macri, que aglutina
lo más rancio del viejo videlismo (referencia a la dictadura militar del
general Videla) junto con todo lo “nuevo” del empresariado capitalista que supo
promover el neoliberalismo de los últimos 20 años, se juega abiertamente a
voltear a Chávez.
¿Hacen mal? No! Hacen muy bien. De forma transparente admiten
públicamente que en Venezuela se juega una batalla internacional. La derecha es
nítida, definida y no se confunde. La izquierda del continente debería hacer
exactamente lo mismo en un sentido opuesto. No perder el rumbo ni paralizarse
ante lo borroso de la letra chica o confundirse con las limitaciones del
proceso bolivariano. La disyuntiva es clara y no es válido mirar para el
costado. Hay que apoyar a Chávez y el proceso bolivariano profundizando las
transformaciones en dirección al socialismo.
Pero la urgencia de las elecciones de octubre y la necesidad
imperiosa de la victoria electoral no deben confundirnos. El combate en
Venezuela no es sólo electoral. El imperialismo estadounidense (bajo el disfraz
sonriente y “multicultural” del presidente Obama, igual de guerrerista que los
anteriores mandatarios yanquis), la gran burguesía venezolana y sus
socios políticos están desplegando un plan extra-electoral destinado a
sabotear el proceso y/o desconocer los resultados. Planean desestabilizar
hasta lograr los mismos objetivos intervensionistas que en Libia o en Siria.
Por ello mismo, la solidaridad con la revolución bolivariana debe expresarse en
todos los escenarios de lucha hasta garantizar la derrota definitiva de
esos esfuerzos sediciosos y la profundización y extensión definitiva del
tránsito hacia el socialismo.
Los dilemas de octubre se inscriben en un condensado nudo
geopolítico. El imperialismo y sus burguesías serviles quieren barrer completamente
del mapa la insolencia de un militar latinoamericano, mestizo y bolivariano,
antimperialista y admirador del Che Guevara, que los desobedece y los desafía
desde hace dos décadas. Necesitan imperiosamente recuperar la renta petrolera y
“ordenar” el norte de Sudamérica, desplazando a Chávez, neutralizando y
desarmando de una buena vez a las FARC-EP y regando el continente de nuevas
bases militares que garanticen su monopolio sobre los recursos naturales.
Frente a esa ofensiva imperial, la geopolítica bolivariana no debería quedar
satisfecha con el UNASUR y la unidad institucional de los estados. A largo
plazo, lo que definirá la pulseada será la unidad de los pueblos (incluyendo a
sus expresiones sociales e insurgentes), no sólo los pactos entre los estados.
Los apretones de mano con Santos, presidente corrupto y asesino, no frenarán el
paramilitarismo y el lumpenaje de la burguesía colombiana ni garantizarán una
estabilidad duradera en la región mientras las fuerzas armadas colombianas
sigan manteniendo medio millón de soldados criollos —dirigidos en vivo y en
directo por generales yanquis y asesores israelíes— que amenazan con invadir
Venezuela si se profundiza el camino al socialismo. Que siga existiendo el
bolivarianismo de las FARC-EP como punta de lanza del movimiento popular
colombiano es la mejor garantía para que Venezuela no sea invadida por Estados
Unidos a través del vecino ejército colombiano.
La unidad continental de los pueblos es
la clave del triunfo bolivariano a escala internacional (ninguna revolución
puede triunfar aislada, en un solo país). En lo nacional, en cambio, la lucha
de clases se expresa en todos los terrenos, no sólo en lo electoral (sin duda
el más visible). La segura victoria de Chávez en octubre no debe hacernos
olvidar que al interior del proceso bolivariano también hay conflicto. Un
segmento que apoya al líder histórico de la revolución bolivariana, aun
manteniendo la retórica oficial, hace todo lo que puede (y más) para retardar o
esquivar la opción socialista. Día a día pretende “inventar” seudo
alternativas, siempre calificadas como “populares”, “autogestionarias” y
“bolivarianas” para no profundizar el camino al socialismo. Como si se pudiera
marchar al socialismo siendo amigo de todo el mundo y socializando sólo los márgenes
de la sociedad (aquellos que no molestan al mercado ni interesan a las grandes
empresas porque no son rentables). Como si se pudiera construir la transición
al socialismo sin confrontar con los millonarios de la burguesía y el
empresariado.
Uno de los grandes desafíos del presidente Chávez y de todo el
proceso bolivariano, posterior al seguro triunfo electoral de octubre, consiste
en apoyarse en la organización política de las clases populares, explotadas y
sulbalternas (su principal y más leal fuerza de lucha) e ir encontrando formas
concretas de gestión de la propiedad estatal o nacionalizada que debiliten
socialmente el enemigo escuálido y sienten las primeras bases económicas de la
transición socialista. Hay que golpear y debilitar a los escuálidos no sólo en
la retórica, en la comunicación, en las urnas y en la sensibilidad cultural
(algo fundamental e imprescindible) sino también en las columnas vertebrales
del mercado capitalista de la economía venezolana. Para vencer al tigre hay que
animarse a ponerle sal en la
cola. O se enfrenta a la burguesía debilitándola socialmente
o la burguesía terminará por devorarse al proceso bolivariano como le ocurrió a
la revolución sandinista en 1990. No se puede “civilizar a la burguesía”
(expresión poco feliz de Tomás Borge en 1986). ¡Hay que enfrentarla y
derrotarla!
Chávez lo puede hacer. Le sobra energía, proyecto, valentía y
decisión política. Incluso puso en riesgo su propia vida (recordemos el golpe
de estado y la digna actitud que entonces asumió, tan distinta de la
pusilanimidad y la cobardía de la mayor parte de la elite política de América
Latina). Su decisión personal no es lo único que aquí juega. La
revolución bolivariana se apoya en muchos logros que van más allá del liderazgo
carismático de un individuo:
* Internacionalizó la disputa política y cultural al punto de
involucrar a todo un continente en cada una de las peleas sociales internas de
Venezuela.
* Politizó completamente a la sociedad: hasta el más indiferente o
distraído hoy debe pronunciarse (a favor o en contra). Quedó atrás la era del
“pragmatismo eficientista” y la despolitización posmoderna de las masas
populares que recorrió no sólo Venezuela sino toda Nuestra América en los años
90.
* Recuperó una mirada histórica (bolivariana) de nuestra identidad
popular poniendo en crisis el individualismo cínico del posmodernismo que nos
invitaba tramposamente a desconfiar de “los grandes relatos” y a vivir al día,
pensando únicamente en consumir, sin ideales, sin historia y sin proyectos
colectivos.
* Relegitimó los símbolos, la cultura y la tradición política del
socialismo, que eran una mala palabra demoníaca en los años ’90.
* Redistribuyó la renta petrolera en los sectores populares y en
proyectos políticos regionales, cuando antes era un botín de guerra de la
burguesía venezolana destinado a su consumo frívolo y suntuario.
* Reinstaló una opción antimperialista a nivel regional y
continental, incluso diríamos mundial, estableciendo vínculos con muchos
pueblos y gobiernos del mundo (los “malos” en el lenguaje hollywoodense de las
administraciones norteamericanas), desde América Latina hasta África y Asia.
Por todo eso, resulta vital apoyar resueltamente la continuidad
del proyecto encarnado por Chávez al mismo tiempo que se torna impostergable la
profundización de la revolución bolivariana apuntando a la expropiación de las
grandes fortunas, las grandes firmas, los grandes bancos y las grandes empresas
(nacionales y extranjeras). Si la revolución bolivariana no marcha al
socialismo de una vez por todas —socializando en serio las grandes empresas,
nacionalizando las palancas fundamentales de la economía y estableciendo,
contra la regulación mercantil, una planificación socialista de gran escala,
más allá incluso del ámbito nacional hacia lo regional a través del ALBA—,
necesariamente retrocederá y será derrotada por sus enemigos históricos,
internos y externos.
No será tendiéndole la mano al presidente Santos, vecino perverso,
hipócrita y siniestro, ni poniendo nuevamente la mejilla a las amenazas
golpistas escuálidas de la derecha venezolana que amagan con patear el tablero
si no ganan las elecciones, como se profundizará la revolución. No es
hora de prestar la oreja a los mansos y tramposos socialdemócratas que en
nombre del «realismo» siempre aconsejan aminorar la marcha —como hicieron en
Chile en 1973, en Nicaragua en 1990 y así de seguido— para terminar,
invariablemente… en la
derrota. No. El comandante Chavez y la revolución bolivariana
deben aprovechar esta crisis mundial del capitalismo y la actual debilidad de
los EEUU y de Europa occidental para apretar el acelerador. No sólo el pueblo
venezolano sino todos los pueblos del mundo estamos atentos. Lo que se juega en
esta disputa tendrá sin duda repercusiones mucho más allá de la tierra natal de
Simón Bolívar.
26 de Setiembre de 2012
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