Una izquierda más
allá del progresismo
Por Eduardo Gudynas
(Semanario Brecha)
En América del Sur, allí donde existen gobiernos
progresistas, las izquierdas que no participan de esas administraciones han
navegado casi en solitario. Pero poco a poco se están reorganizando,
alimentadas por las contradicciones de esos gobiernos. En Ecuador ese proceso
se está acelerando, y una coordinadora de partidos y grupos de izquierda logró
unificarse para presentar un candidato presidencial único para las próximas
elecciones. Los gobiernos progresistas sudamericanos son un conjunto muy
heterogéneo: van desde la impronta bolivariana de Hugo Chávez en Venezuela,
hasta la moderación institucionalizada uruguaya. Todos ellos se han presentado
como promotores de cambios, en unos casos revolucionarios –de acuerdo a las
versiones de Bolivia, Ecuador y Venezuela–, y en otros más modestos, como el
“protosocialismo” que defienden algunos integrantes del Frente Amplio.
En ese contexto, los grupos de izquierda que no integraron
inicialmente esos gobiernos quedaron muy relegados, con un bajo perfil y en
muchos casos con escasa adhesión electoral. Pero a medida que los años se
sucedieron, acumularon contradicciones, sumaron unas cuantas desilusiones, y
esa izquierda que estaba fuera de los gobiernos comenzó a reorganizarse. Este
viene siendo un proceso lento y trabajoso, por ejemplo en Argentina y Brasil,
pero ha cobrado un fuerte ímpetu en Ecuador.
Tensiones y desilusiones
Mirando la situación ecuatoriana con ojos uruguayos
parecería que en ese país está en marcha un gobierno mucho más volcado a la
izquierda.
El actual gobierno ecuatoriano es liderado por Rafael
Correa, quien asumió inicialmente en 2008 tras un período de profunda crisis
política y económica. Después de la caída de Lucio Gutiérrez, un grupo de
líderes políticos y ciudadanos que durante años venía pujando por una
renovación de la política partidaria conformó el movimiento Patria Altiva i
Soberana [sic] (pais), desde donde catapultaron a Correa. Éste exhibió una gran
capacidad para desempeñarse como candidato, con buenas dosis de carisma,
complementando su formación como economista. Ya en el gobierno, logró avances
iniciales significativos en varios frentes: lanzó con éxito la redacción de una
nueva Constitución, fortaleció a un aparato estatal muy debilitado, aumentó su
control sobre los recursos petroleros, redujo la pobreza, instaló programas de
asistencia a los más pobres por medio de pagos mensuales, fortaleció la obra
pública, y el país apareció como un destacado promotor de la integración
latinoamericana. La retórica del gobierno es por momentos muy fuerte, en
comparación con las escalas uruguayas, dados los repetidos llamados a la
“revolución ciudadana” o el “socialismo del siglo xxi”.
Se hicieron muchas cosas, y en un lapso corto. Pero con el
paso del tiempo la administración de Correa también comenzó a mostrar tensiones
y no pocas contradicciones. Se mantuvieron estructuras económicas
tradicionales, la reducción de la pobreza se enlenteció y se cayó en
discutibles batallas contra el periodismo. El papel del país como exportador de
materias primas se reforzó, y Correa se lanzó a promover la minería a gran
escala a cielo abierto.
Reclamos y protestas ciudadanas comenzaron a volverse más frecuentes. La
respuesta de Correa fue, en unos casos, burlarse de ellas, tratándolas de
infantilismos de izquierda; en otros las criticó duramente, y más recientemente
se enfrascó en judicializarlas y criminalizarlas.
Si se repasan estas y otras particularidades de la
situación ecuatoriana, sin duda hay muchas diferencias con Uruguay, pero
también aparecen unas cuantas similitudes, como el reforzamiento de una
economía exportadora de materias primas o la insistencia en la minería.
Entre esos avances y retrocesos, distintos actores de la izquierda ecuatoriana
que inicialmente fueron apoyos clave para el gobierno comenzaron a
desilusionarse, y poco a poco abandonaron el gobierno, o quedaron en posiciones
contrarias.
Es cierto que este fenómeno de la “desilusión” es una sombra que está presente
en otras izquierdas gobernantes. Ocurre allí donde muchos actores políticos
consideran que la marcha gubernamental no cumple con las expectativas de lo que
podría llamarse un “espíritu de izquierda”. Esto puede deberse a muy distintos
motivos; por ejemplo, que unos esperaban reformas económicas más profundas,
mientras que otros consideran que su propio sueño de la revolución no se
concretó.
Paralelamente, el progresismo gobernante alimenta esta
situación al presentarse a sí mismo como la única opción viable de cambio, como
la verdadera representación de la izquierda, y cerrando prácticamente todas las
puertas al debate y la renovación ideológica. Esto hace que muchos militantes
abandonen las cuestiones políticas.
Ese humor estuvo muy presente, para poner un caso, en Brasil durante la campaña
de reelección de Lula da Silva en 2006, y es ahora muy claro en Bolivia, frente
a la marcha del gobierno de Evo Morales. En este terreno hay similitudes con
Uruguay, donde también se palpa una mezcla melancólica de desilusión y
desinterés de una porción de la izquierda frente al gobierno de José Mujica.
De todos modos, muchos de los que se colocaron por fuera
de los apoyos o participación en estos gobiernos en una primera etapa parecen
evitar el debate público. Para varios de ellos la razón es muy simple: más allá
de sus diferencias con esos gobiernos, entienden que la oposición conservadora
es mucho peor, y no desean que sus cuestionamientos puedan fortalecerla. Esto
sin duda está presente en Bolivia, donde la derecha política defiende ideas muy
conservadoras, sigue añorando las reformas neoliberales y tiene unos cuantos
reflejos autoritarios. En Brasil, en cambio, la situación es mucho más
compleja, ya que parte de esos sectores conservadores son aliados del Partido
de los Trabajadores en la coalición que sostiene al gobierno.
Pero esas actitudes no duran para siempre. La postura de muchos desilusionados
cambia, regresan sus ánimos militantes, entienden que su número es cada vez
mayor y por lo tanto ven posible el retorno a la militancia, renace la
discusión ideológica, y se tejen nuevas alianzas con los movimientos sociales.
Parecería que en algún momento se cruza un umbral, y muchos de esos actores
desencantados o retraídos comienzan a reorganizarse, reaparece la pasión y
retornan a la arena política. Eso es lo que estaría pasando en Ecuador.
Reorganización
Los distintos partidos de izquierda y movimientos sociales
que no participan del gobierno de Correa iniciaron un proceso de acercamiento.
Su primera meta fue lograr la unidad, lo que no siempre es sencillo. Ese
esfuerzo fructificó en la Coordinadora Plurinacional por la Unidad de las
Izquierdas, con una composición mixta. Por un lado la integran partidos
consolidados, como el Movimiento Popular Democrático (mpd) o el Pachakutik (que
es la expresión de las organizaciones indígenas), grupos políticos (que
provienen por ejemplo del socialismo), y por otro lado movimientos como
Montecristi Vive.
Ante la necesidad de comenzar a prepararse para las elecciones presidenciales
de 2013, esta coordinadora apeló a una práctica novedosa: seis precandidatos
presidenciales recorrieron el país conjuntamente para presentar sus propuestas.
El proceso finalizó el 1 de setiembre, en una convención con unos 5 mil
participantes, donde se eligió a Alberto Acosta como candidato presidencial.
Acosta es un economista nacido en Quito en 1948 y con más
de tres décadas de militancia junto a los movimientos sociales y las izquierdas
ecuatorianas. En esto se diferencia de Correa, quien es un recién llegado a la política. Pero a la
vez, Acosta estuvo muy cerca de Correa, ya que fue uno de los ideólogos clave
de la conformación inicial del movimiento pais, fue ministro de Energía y Minas
en el primer gobierno del actual jefe de Estado, seguidamente fue el candidato
más votado a la
Asamblea Constituyente, de la que fue designado presidente.
En los trabajos de esa Constituyente, a inicios de 2008, se acentuaron las
contradicciones entre Acosta y Correa, y entre una izquierda renovada y un
progresismo convencional. Mientras que Acosta deseaba profundizar el esquema de
derechos y garantías de la nueva Constitución, Correa buscaba acelerar las
deliberaciones para poder retomar su campaña política. En aquellas
circunstancias, Acosta renunció a la presidencia de la Asamblea Constituyente. A
partir de ese momento se acentuó el perfil de Correa volcado al progresismo
extractivista, calificó a quienes lo critican por izquierda como “infantiles”,
indicó que la nueva
Constitución tiene demasiadas garantías, y aplicó medidas de
judicialización contra sus críticos (según algunos análisis hay más de 200
líderes ciudadanos con causas judiciales abiertas).
A pesar de sus antecedentes, Acosta no es un político
clásico. Algunos dirían que es casi uruguayo: es sobrio, no canta ni baila en
los actos políticos, algo que otros candidatos han vuelto tan común. Es uno de
los economistas más respetados de Ecuador, ha sido docente universitario pero
también acompañó a los movimientos sociales, por ejemplo aquellos que
denunciaban la deuda externa. Mantiene relaciones estrechas con los movimientos
indígenas, defiende posturas de pluralidad cultural, y es también un defensor
de los derechos de la
naturaleza. Estos rasgos son muy difíciles de encontrar en
Uruguay, donde los más encumbrados economistas en el gobierno han dejado de
discutir algunos temas de la izquierda clásica, como el endeudamiento
extranjero, y ahora celebran a las calificadoras de riesgo. Y por cierto, están
muy lejos del ambientalismo.
Todo esto hace que la candidatura de Acosta posiblemente
represente uno de los primeros ejemplos de una divergencia entre izquierda y
progresismo. La primera mirada busca una renovación de los compromisos con la
justicia social y ambiental, desde una visión crítica del desarrollo
contemporáneo, mientras que la segunda se mantiene enfocada en lograr el
crecimiento económico y asegurar la inversión extranjera como ingredientes
clave para una justicia muy recostada en la redistribución económica. Fuente: http://www.dariovive.org/?p=4099