Declaración de Yvapuruvu - Leyes de semillas:
resistiendo al despojo
Las semillas son obra y
parte de la historia de los pueblos. Ellas fueron criadas mediante el trabajo,
la creatividad, la experimentación y el cuidado colectivo. A su vez, ellas
fueron criando a los pueblos, permitiendo sus formas específicas de
alimentación, de cultivar, de compartir y de desarrollar sus visiones de mundo.
Están, por lo tanto, íntimamente ligadas a normas comunitarias,
responsabilidades, obligaciones y derechos.
Las semillas nos
imponen responsabilidades que son incluso anteriores a nuestro derecho a
utilizarlas.
Las semillas son la
base fundamental del sustento. Si hoy podemos nutrirnos de la agricultura en el
mundo entero, gozar de los sabores y formas de alimentación, sustentarnos y
sustentar a la humanidad, es porque los pueblos las han cuidado, llevado
consigo y permitido su circulación. Esa base del sustento y de la existencia
está hoy bajo ataque. El objetivo de este ataque es acabar con la agricultura
campesina e indígena y especialmente con la producción independiente de
alimentos, intentando cerrarle el futuro a la soberanía alimentaria, para
convertirnos en una población sin territorio, que sólo puede ser mano de obra
barata y dependiente. Es un ataque que se despliega de diversas formas y
mediante mecanismos múltiples. Necesitamos enfrentar la agresión de manera
integral.
Al centro más visible
del ataque a las semillas y todo lo que ellas significan está la propiedad
intelectual, cuya forma más común son hoy las llamadas leyes de derechos de
obtentor o leyes UPOV, pero que también incluye las leyes de certificación, los
registros de variedades y las leyes de comercialización. Son leyes y
reglamentos que legalizan el abuso y el despojo.
Específicamente:
1. Permiten que las
empresas se apropien de las semillas campesinas.
2. Prohíben y
convierten en delito el uso, la conservación, el manejo, el intercambio y la
reproducción de semillas campesinas.
3. Permiten la
confiscación y la destrucción de nuestras semillas, cultivos y cosechas.
4. Nos obligan a
aceptar el allanamiento de nuestras tierras, bodegas y casas, incluso con
intervención militar.
5. Nos imponen multas y
penas de cárcel mediante procedimientos que ni siquiera nos permiten una
defensa adecuada, ya que parten del supuesto de que somos culpables.
Son leyes que impiden
que las semillas caminen con la gente, congelan su transformación y adaptación
a los diversos territorios y las condenan a morir.
La privatización y el
despojo se apoyan también en otras normas que hoy nos imponen. Por ejemplo, las
normas de inocuidad alimentaria, las normas de certificación de productores y
de ecosistemas, las mal llamadas buenas prácticas agrícolas, las nuevas oleadas
de la revolución verde, los paquetes de agroquímicos, las normas fitosanitarias,
los programas de servicios ambientales, los programas de desarrollo y
financiamiento agrícola, la introducción de nuevas tecnologías y especialmente
de los transgénicos y la amenaza de la introducción de cultivos Terminator, los
encadenamientos productivos, la agricultura bajo contrato, los planes de
ordenamiento territorial, la asociatividad con grandes empresarios, etc.
Hay un conjunto de
mitos y mentiras que han utilizado las empresas, los gobiernos y organismos
internacionales para justificar estas leyes. La primera y más vergonzosa es que
con estas leyes tendremos acceso a semillas industriales de mejor calidad. Con
ello desconocen las amplias evidencias de que las semillas campesinas son las
mejor adaptadas a las condiciones reales de cultivo y garantizan una producción
estable, diversa y adecuada. También desconocen que las leyes de privatización,
lejos de garantizar calidad, dan poderes a las empresas para que nos aten a
semillas tóxicas, no confiables.
En realidad, es una
guerra contra el sustento de los pueblos. Quieren que nuestras posibilidades de
resistir se debiliten, que abandonemos nuestros oficios, nuestras tierras y
nuestros territorios, para dejar el campo libre y apropiarse de los
ecosistemas, instalar sumideros de desechos urbanos y tóxicos, apropiarse de
todas las fuentes de agua y del sistema agroalimentario además de expandir el
extractivismo del agronegocio, los agrocombustibles, la minería, la explotación
de los bosques, los monocultivos de árboles, de las represas, del turismo, del
campo como refugio exclusivo de las clases poderosas.
Frente a ello, los
pueblos del campo tenemos el deber y el derecho colectivo e histórico de
recuperar, fortalecer y mantener el cuidado y la protección de las semillas y
de nuestras formas de vida y producción. Es una responsabilidad que hemos
asumido sin dudar: en todo el continente se multiplican las luchas sociales, y
la defensa de las semillas en manos de los pueblos ha estado en el centro de
muchas de ellas. Nuestras organizaciones y nuestras semillas están hoy en
resistencia contra el despojo que viene de toda forma de propiedad intelectual
o cualquier otra forma de privatización. Seguiremos cuidando las semillas,
seguiremos intercambiando semillas y saberes, seguiremos sembrando nuestras
semillas y enseñando a nuevas generaciones cómo cultivarlas y mantenerlas.
Seguiremos construyendo soberanía alimentaria, resistiremos al agronegocio, a
la cultura de homogenización, privatización y muerte que busca imponerse.
Lucharemos hasta que las leyes de privatización de semillas, en cualquiera de
sus formas, desaparezcan y sean sólo un mal recuerdo. Necesitamos que esa
resistencia se amplifique y multiplique; trabajaremos distintas formas de
concientización y articulación a fin de que se unan a nuestra lucha los más
amplios sectores, porque la defensa de las semillas, y de la agricultura
campesina e indígena es la defensa de la alimentación y del futuro de la
humanidad.
Junto con reafirmar
nuestros compromisos, saludamos con alegría y orgullo las diferentes luchas que
se despliegan en nuestra región, desde la amplia movilización en defensa del
maíz en México contra la invasión de los transgénicos y la criminalización de
las semillas, las luchas de Honduras por recuperar la tierra, las luchas en
Costa Rica que han logrado que el 77 por ciento de municipios se hayan
declarado libres de transgénicos; el Paro Agrario, la derogatoria de UPOV 91
por parte de la
Corte Constitucional y la resistencia a los decomisos de
semillas en Colombia; la movilización amplia contra las leyes UPOV en Chile y
Argentina, y las movilizaciones contra el agronegocio y la soja en Brasil,
Uruguay, Paraguay y Argentina incluyendo el bloqueo a la planta de Monsanto en
el Barrio Malvinas Argentinas de la ciudad de Córdoba por parte de los vecinos
y las Madres de Ituzaingó; la demanda en Uruguay para que las autoridades
competentes tomen las medidas necesarias para evitar que el maíz criollo siga
siendo contaminado con maíz transgénico. Al mismo tiempo reconocemos los años
de campaña y lucha contra UPOV en Costa Rica desde 1999, especialmente durante
los años de resistencia contra el TLC con Estados Unidos (2004-2008).
Repudiamos las
tentativas del congreso brasileño de autorizar el empleo de las tecnologías
genéticas de restricción de uso (GURTs), conocidas como tecnologías Terminator,
por presentar riesgos para la biodiversidad y la soberanía alimentaria y por la
violación que implica a los derechos de los pueblos indígenas y campesinos. De
hacerlo, Brasil estaría violando unilateralmente un acuerdo internacional de
Naciones Unidas y abriendo así las puertas para que otros países sean también
presionados para liberar esta tecnología.
Impactados y conmovidos
por la realidad de Paraguay, donde el agronegocio ha demostrado su capacidad de
destrucción y dominación, nos solidarizamos con la lucha y la resistencia del
pueblo paraguayo y nos comprometemos a seguir acompañando su camino y a llevar
sus voces y su ejemplo a cada rincón de nuestros territorios.
Hoy damos nuestra lucha
en un entorno que ha sido despolitizado desde los ámbitos del poder, que ha
impuesto el desprecio por lo rural, campesino o indígena, que ha ignorado los
saberes y aportes de los pueblos y comunidades rurales, mientras nos presenta
el gran capital, la globalización y al agronegocio como únicas alternativas.
Por lo mismo, incluso muchas de las soluciones que se proponen nos
invisibilizan y destruyen o ignoran el vínculo indisoluble e irreemplazable
entre pueblos, comunidades y semillas: la única base real de toda posibilidad
efectiva de protegerlas y garantizar su futuro. No podemos permitir que se
olvide que el cuidado de las semillas es una de las estrategias más antiguas de
la humanidad, sin la cual el futuro queda en entredicho. Las semillas son
patrimonio de los pueblos; nos hemos criado mutuamente y no son entes que
flotan en el vacío social. Las semillas no son cosas, ni mercancías, ni
programas de computación. No pueden circular sin el cuidado y resguardo de
pueblos y comunidades, no son un recurso abierto al primero que acceda a ellas.
En otras palabras, las semillas no pueden ser libres en abstracto. Su libertad
sólo es posible gracias a los pueblos y comunidades que las defienden y
mantienen para cuidarlas y gozar de los bienes que nos brindan.
Paraguay, 17 y 18 de
octubre de 2013
Granja Educativa
Yvapuruvu, Altos, Paraguay
Alianza Biodiversidad,
Red por una América Latina Libre de Transgénicos y
Campaña Mundial de la Semilla Vía Campesina
Miembros de la Alianza Biodiversidad :
REDES-Amigos de la
Tierra, Uruguay. GRAIN, Chile, Argentina y México. Grupo ETC México. Campaña
Mundial de las Semilla de Vía Campesina, Chile. Grupo Semillas, Colombia.
Acción Ecológica, Ecuador. Red de Coordinación en Biodiversidad de Costa Rica.
Acción por la Biodiversidad, Argentina. SOBREVIVENCIA, Amigos de la Tierra Paraguay Centro
Ecológico, Brasil. CLOC-Vía Campesina
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