Juicio
a los envenenadores
Por: Silvana Melo (APE)
Niños
impregnados de veneno. Pueblos desalojados. Bosques exterminados. Muertes
lentas. Malformaciones y trastornos neurológicos. Cáncer y leucemia. 190
millones de litros de agrotóxicos se derraman anualmente sobre los sembrados.
Pero también sobre la piel, el agua y el alimento de la gente. Las malezas caen
casi instantáneamente. Y los pájaros. Y los peces. Y la gente, que también es
una mala hierba que entorpece el negocio.
Sólo
crece, lo único que crece, es la soja mutante. Preparada en los laboratorios
para resistirlo todo, engendro impredecible creado para saciar la voracidad
implacable del modelo agroexportador. Muchos muertos, mucho terror, mucha
enfermedad como castigo divino debió soportar el Barrio Ituzaingó Anexo de
Córdoba, ninguneado durante años por los poderes político y económico. Para
quienes es más viable la renta que la vida. La lluvia de endosulfán y glifosato durante
años diezmó el barrio. Y la resistencia de las Madres de Ituzaingó pudo llevar
a juicio a un puñado de productores y a un fumigador. Perejiles de un sistema
que, sin embargo, se ve interpelado desde este lunes. Con una tímida
visibilidad que los grandes medios
se ven obligados a conceder.
*****
Pasaron
cuatro años desde que Medardo Avila Vázquez vio la lluvia tóxica que caía sobre
las casitas de Ituzaingó. Era el subsecretario de Salud de la Municipalidad de
Córdoba. Su denuncia por “envenenamiento” y la presencia de endosulfán y
glifosato en los patios, motorizaron una investigación ardua y compleja que
terminó este lunes en Tribunales.
Cincuenta
millones de toneladas de soja cosechadas por año en diecinueve millones de
hectáreas (en 2003 eran doce) necesitan de 190 millones de litros de
agrotóxico. Que hacen factible el perfil agropecuario rabioso, cimentado en el
imperio de la soja transgénica –que ocupa el 56% de la superficie cultivada- y
que se vuelve ciego e impiadoso ante sus consecuencias sociales, sanitarias y
ambientales.
Todos
saben que dos productores y un aeroaplicador son los peones de un sistema de
extrema crueldad, sostenido por las multinacionales y avalado por los gobiernos
disciplinados que conniven y complacen. Pero confían en que, al menos
simbólicamente, se desnudará su responsabilidad básica. Y un desprecio por la
vida que se llevó a José Rivero (cuatro años), Nicolás Arévalo (cuatro años) en
Lavalle, Corrientes; los tres primitos Portillo en El Tala, Entre Ríos;
Ezequiel, en el establecimiento Nuestra Huella, Pilar. Y centenares que
murieron por cánceres y leucemias que nadie quiso explicar, que nacieron sin
dedos, con trastornos cognitivos, con riñones que no filtran, que tienen los
pulmones como una piedra pómez y la garganta cerrada. Y los pájaros envenenados
con semillas de soja. Y los perros y las vacas que cayeron días antes que José
y Nicolás. Y la tierra que agoniza, la tierra descartable, agotada por el
monocultivo, rasurada de montes, arrasada por la sequía y la inundación.
*****
El 28 de
febrero –recuerda Darío Aranda en ComAmbiental- “la Presidenta anunció que
investigadores de la
Universidad Nacional del Litoral (UNL), del Conicet y la empresa Bioceres
habían logrado una semilla resistente a la sequía y que lograba `altos
rendimientos´, lo que posibilitaría el avance sobre regiones en la actualidad
hostiles al monocultivo”.
La
frontera agropecuaria se extenderá aún más y más, encerrando en los rincones
del descarte a pueblos, campesinos, montes, pájaros y toda forma de vida en
rebelión que intente resistir a la nueva transgénesis. Que pondrá su lluvia
envenenada para matar la heterogénea maleza que la rodee. Y quede sola,
imperial, en la base de sustentación del modelo económico de la década y en la
brutal concentración de riquezas que desiguala y destierra.
El
endosulfán es mortífero y barato. Por eso su uso masivo en el país, a pesar de
que el Convenio de Estocolmo sobre Compuestos Orgánicos Persistentes –del que
la Argentina es suscriptora- lo prohibió por su “extrema peligrosidad”. La Red
de Acción sobre Plaguicidas –600 organizaciones de 90 países– describe sus
efectos: “deformidades congénitas, desórdenes hormonales, parálisis cerebral,
epilepsia, cáncer y problemas de la piel, vista, oído y vías respiratorias”. El
glifosato es el agrotóxico estrella del planeta sojero. El célebre Roundup de
Monsanto, que se esparce de a diez litros por hectárea. Su publicidad reconoce
en letra ilegible o en aceleradísimo discurso inaudible que “su uso inadecuado
puede ser peligroso para la salud”. Donde pasa el Roundup nada queda. Salvo la
soja transgénica, que, como las cucarachas del Carbonífero Inferior, sobrevive
a diluvios y glaciaciones.
*****
Un día la
vida empezó a cambiar en el barrio Ituzaingó Anexo, en los arrabales de
Córdoba. A nadie le faltó un vecino enfermo de cáncer. Los niños nacían con
malformaciones. La garganta y los ojos picaban a determinada hora del día.
Había que hacer fuerza para respirar. La gente tranquila despertó. Y vio los
plantíos que abrazaban el barrio. La soja aparecía en la vereda de enfrente.
Apenas separada por una calle moribunda. Los aviones en descontrol les llovían
de veneno los techos y las cabezas, las huertas y la piel, el tanque de agua
mal cerrado y la tierra que amasan los chicos. Diez años pasaron la madres del
Barrio Ituzaingó en pie de grito. Hace seis, analizaron la sangre de 30 chicos.
23 tenían pesticidas.
La
desregulación aluvional de los 90 concentró la explotación agropecuaria en
cuatro manos poderosas. Y arrasó con lógica de topadora la pequeña agricultura,
los montes y la vida tranquila de la gente sin nombre. “Nuestro pueblito se
está cayendo a pedacitos. No quiero que esto se vuelva a repetir y que a nadie
le pase lo que nos pasó a nosotros y a los Arévalo. Que la gente tome
conciencia, acá no hay política, sí una criatura que murió y fue enterrada”.
José Rivero se llamaba como su niño muerto. No habla del barrio Ituzaingó.
Habla de Lavalle. La misma tierra ahogada por el mismo veneno.
El juicio
que comenzó el lunes es una luciérnaga en la noche.
El poder
es un criminal impune.
Pero teme que amanezca. Y un día, en los días del tiempo,
un día amanecerá.
Fuente: http://www.argenpress.info/2012/06/juicio-los-envenenadores.html
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