HIJOS LA
PLATA SIEMPRE EN UN MISMO CAMINO
Desde la
Agrupación HIJOS La Plata queremos exponer nuestra posición
sobre lo ocurrido en la movilización y acto de los 39 años del Golpe Genocida
en la ciudad de La Plata.
En primer término aclaramos que la realización, montaje y quema de
los DOS muñecos incinerados en la plaza, Milani abrazado a Hebe, es nuestra
exclusiva acción y responsabilidad.
Por ello, deslindamos las responsabilidades de TODAS las
agrupaciones y personas que fueron parte de la organización de la marcha y el
acto del pasado 23 de marzo. Con ello incluimos a María Laura Bretal, Susana
Grau, al PTS, al Partido Obrero, Correpi, la Federación Universitaria
de la Plata, Patria Grande y los organismos de derechos humanos y
organizaciones sociales, políticas y estudiantiles nucleados en la Multisectorial La Plata ,
Berisso y Ensenada.
A su vez, como hace años venimos expresando, creemos que el
movimiento de Derechos Humanos en Argentina está atravesando una de sus peores
crisis históricas, que si bien no es la única, esta vez muestra una profundidad
política inusitada.
Durante los peores años de la dictadura y desde la recuperación de
la institucionalidad democrática, los organismos más antiguos tuvieron sendos
acuerdos sobre cómo luchar por la aparición con vida de los compañeros, sobre
la gran respuesta que la sociedad organizada debía dar a los intentos de
eternizar el olvido y la
impunidad. Pero también hubo grandes divergencias sobre cómo
calificar al plan genocida, sobre la utilidad de participar de procesos
judiciales fragmentados, parciales y perezosos, y sobre si reivindicar a los
desaparecidos como simples víctimas o como luchadores revolucionarios.
En los ’90, el surgimiento de nuevas organizaciones, entre ellas
HIJOS, aportó aires generacionales renovadores en los modos de expresar la
resistencia y de reconstruir las herramientas de la lucha por Justicia. En esos
momentos, en la ciudad de La Plata, la figura de Hebe de Bonafini era un
ejemplo ético, una enseñanza permanente en la práctica de lucha y un norte
coherente en las posiciones de independencia e intransigencia respecto del
Estado y los gobiernos. Con ella hemos compartido la calle en la batalla contra
la represión a los estudiantes, contra los intentos de legislar la impunidad,
denunciando en sus guaridas a los genocidas impunes, y hasta presenciando cómo
Hebe le arrancaba de las garras policiales a jóvenes detenidos por luchar. Cabe
preguntarse qué cosas sucedieron entre la justeza de aquellas posturas y los
negociados que hoy denunciamos sobre los organismos cooptados. Sobre esto somos
claros: nada de nuestra historia nos exime de la responsabilidad sobre
los hechos que producimos, y desde el “caso
Meldorek-Schoklender”, nos permitimos visualizar la esencia de la respuesta a
aquella pregunta. Gobiernos como el de los Kirchner generan, no sin saberlo,
fracturas que debilitan al campo popular, vía las políticas de doble discurso
en materia de Derechos Humanos y la cooptación política para repartir
prebendas. Algunos de los que hace unos años estaban juntos en la calle, que
luchaban por juicio y castigo a todos los genocidas y no por juicios
recortados, que fueron parte de las gloriosas jornadas del 19 y 20 de
diciembre, se ven hoy como si estuvieran a años luz de la lucha.
Estamos convencidos de que es imposible que esta administración K,
con su política meramente testimonial, haga florecer en la realidad el país con
el que soñamos, con el que soñaban los 30.000 compañeros detenidos
desaparecidos y todos los caídos en la lucha. Principalmente
porque no creemos que el proyecto K sea la construcción que torcerá los
destinos de la historia, ya que hoy mismo continúa vigente en ella la lógica de
responder con todo el “peso de la legalidad” a la legitimidad incontestable de
los reclamos populares, porque la pugna distributiva continúa inclinando el
contrapeso de la balanza hacia los que más tienen, y porque las mayorías
estaremos de una u otra manera allí cuando el paso transformador se construya
genuinamente en serio.
Este año HIJOS cumple 20 años como organización independiente del
Estado y los gobiernos. Estos años nos han hecho madurar como organización y
han servido para reafirmar nuestra posición sobre el rol que debe tener un
organismo de Derechos Humanos en la contienda social. Y como el único que puede
violar los Derechos humanos es el Estado, que ejerce el monopolio de la fuerza
legal y administra el andamiaje legal a través de una gestión de gobierno, sabremos que ninguna organización que nace para denunciar esos
atropellos puede trabajar ni con un gobierno ni desde el Estado, sin caer en
una contradicción fundante sobre sus propios objetivos. Mantener la
independencia para poder seguir denunciando la impunidad de la represión
estatal es una premisa básica de la sociedad dividida en clases que no todos
parecen aceptar.
Mucho más cuando de lo que estamos hablando, y lo que quisimos
representar en la
plaza San Martín de La Plata, es la afronta
a la lucha de todos estos años que significa haber visto a Hebe Pastor de
Bonafini abrazada, reporteando, sosteniendo y justificando al genocida César
Milani, partícipe del Genocidio en el caso del colimba Alberto Ledo, en el
Operativo Independencia, en el caso de los Olivera (padre e hijo) y en tantos
otros casos que están surgiendo y que lo muestran como activo partícipe del
plan genocida.
El sostenimiento del represor Milani al frente del Ejército no
hubiera sido posible sin esta operación política de reconciliación con las
Fuerzas Armadas.
Que Hebe Pastor de Bonafini y su Asociación, quienes nos decían
hace años que “quien cobra la indemnización del Estado se prostituye”, quienes
vaciaron su “Universidad Popular” de los mejores intelectuales de izquierda
cuando viraron a la derecha, y quienes entraron a la Plaza este 24 en un
colectivo estrechados en un hipócrita abrazo con Aníbal Fernández y Carlos
Tomada, sean los que hoy se sientan horrorizados porque mostramos en un acto
simbólico lo que TODA la sociedad sabe, nos mueve a proponer un debate que,
lamentamos, deba darse sólo por la quema de un muñeco. A los cuatro vientos, y
de derecha a izquierda, hace años venimos denunciando la cooptación, así como
hoy denunciamos el intento de reconciliación. Así que no aceptamos que nos
demonizen, de izquierda a derecha, cuando lo que estamos queriendo hacer es promover
el debate.
¿El pañuelo blanco, por más símbolo de lucha que efectivamente sea,
otorga inmunidad para abrazarse con los verdugos de nuestro pueblo?
No creemos en la sacralidad abstracta del pañuelo blanco, mucho
menos cuando lo vemos al lado del verde oliva del Ejército genocida de ayer y
de hoy. Sí respetamos la lucha de las Madres y
las Abuelas, pero de aquellas que no han transado a sus principios fundantes,
como Chicha Mariani, Nora Cortiñas, Mirta Baravalle, Elia Espen, Rosaria
Isabella Valenzi, María Esther Tello y tantas otras compañeras de lucha a las
que hoy seguimos reivindicando por su coherencia a través de los años.
Y si la sociedad no está dispuesta a reconocer esta posición,
invitamos a debatirla.
El discurso de los DD.HH., que ha calado profundo en la población,
ha sido muy útil para lograr esa conciliación de la sociedad con el Estado,
produciendo un relato en el que no se cuestionan las instituciones sino algunos
de sus miembros. Esta manera de pensar torna caótica e ininteligible la razón
de ser de la inédita violencia desatada antes, durante y después de la última
dictadura militar. Violencia organizada desde el Estado que tiene un solo
nombre: Represión. Y que está indisolublemente ligada a una necesidad del
capital: disciplinar a quienes trabajan.
El discurso oficial de los Derechos Humanos esconde la extensión y
la profundidad de los fines que busca concretar la violencia desatada como
medio. Los centros clandestinos de detención, la desaparición de personas, las
torturas de todo tipo, parecen permanecer (hasta con la quema de un miserable
muñeco de papel) en el plano de lo moral individual, evadiendo y ocultando la
dimensión social y política de la cuestión: el sometimiento de la producción
social a la explotación capitalista, la acumulación incesante del capital a
expensas del trabajo, el genocidio de nuestros jóvenes a quienes solo se les
ofrece estar delante o detrás de una bala policial, como víctima o victimario.
Queda en evidencia con esto la profunda maleabilidad de la Memoria. Parece
que un muñeco de papel ardiendo es más grave, de derecha a izquierda, que
abrazarse con los asesinos de nuestro pueblo. Por debajo de esta polémica de
baja estofa, queda oculta la dimensión fundamental de los DD.HH. oficialistas:
la operación de abstracción que encubre bajo el velo liberal la explotación
capitalista. Por eso puede entenderse por qué
asistimos simultáneamente a la reactivación de los procesos judiciales contra
los genocidas mientras se promueven políticas de impunidad, la desaparición de
Julio Lopez, el asesinato Silvia Suppo, los más de 4300 asesinados a manos del
aparato represivo del Estado desde 1983, la naturalización de las más de 200
desapariciones forzadas en “democracia”, el espionaje a los que luchan, la
criminalización de la pobreza y la eliminación de todo aquel que no entra en
los estrechos cánones del “Proyecto Nacional” de crecimiento con exclusión.
Por todo esto, el debate sobre las tareas del movimiento de DDHH
no escapa a su planteamiento en términos antagónicos: o se legitima a la clase
dominante, que retribuye generosamente con cargos y prebendas, o se sostiene
una crítica del orden establecido. Pero la crítica no se hace desde los
despachos ministeriales, ni respondiendo con un pequeño comunicado escrito a
las apuradas, sino que emerge desde la exploración teórica y práctica de cómo
inscribirse en el campo de la liberación humana. Aquella liberación que no
puede ser contenida en los estrechos marcos de la caricatura de la realidad en
que la obsecuencia kirchnerista pretende encerrar a los luchadores sociales.
Aunque arda en la Plaza y en nuestros pechos.
HIJOS La Plata
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?breve10577
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