Colombia - Capitalismo criminal y
organización mafiosa de la sociedad.
25/03/2008
Por Jairo Estrada Álvarez*
Los escándalos en torno a la mal llamada parapolítica se han
acompañado de una incesante producción de comunicación que tiene como propósito
principal interiorizar en la opinión pública la idea de que el fenómeno aludido
no es más que un asunto de individuos. (...)
Éstos, si bien han generado una mayor atención en los ámbitos
académicos y en algunos sectores políticos, particularmente a raíz de los
"escándalos" recientes, siguen sin ocupar el lugar que merecen: se
trata de componentes orgánicos, estructurales, de la actual fase capitalista;
en momento alguno de fenómenos episódicos.
Dada su maduración, con el gobierno de Uribe se pretende
justamente su institucionalización. Se trata de un producto histórico,
expresivo de varias décadas de transformaciones capitalistas, tanto en la
tendencia de la acumulación de capital, como en las configuraciones del régimen
político.
La tendencia histórica de la acumulación
capitalista
Junto con la
tendencia a la financiarización del capital, que ha sido señalada en múltiples
trabajos como el principal rasgo de la actual fase de la acumulación
capitalista, debe señalarse que ésta se caracteriza igualmente por una
articulación creciente entre formas legales e ilegales de acumulación; la
economía capitalista actual tiene una fuerte presencia criminal. Si bien
este no es un fenómeno nuevo, pues en principio acumulación y crimen van de la
mano, es evidente que en el marco de la mundialización capitalista éste ha
adquirido nuevas dimensiones. Ideólogos del establecimiento transnacional, como
Moisés Naím, señalan incluso que "las actividades delictivas globales
están transformando el sistema internacional, invirtiendo las reglas, creando
nuevos agentes y reconfigurando el poder en la política y la economía
internacionales". Desde luego que el interés de Naím no se
encuentra en desvelar el carácter consustancial al capitalismo de esas actividades.
Su preocupación se encuentra más bien en los impactos sobre la estabilidad de
la institucionalidad transnacional de capitalismo. No obstante, la sola
constatación del fenómeno resulta importante. Los problemas de la
acumulación capitalista, notorios en la década de 1970, fueron resueltos
históricamente con el despliegue de nuevas formas de rentabilidad del capital.
Se trató:
a) de los procesos de reestructuración económica y productiva
para actualizar tecnológicamente el modo de producción;
b) de la activación del potencial especulativo del capital-dinero, en dirección a lo que ha dado en caracterizarse como la financiarización;
c) de la promoción de economías ilegales con altísimas tasas de ganancia (armas, drogas, seres humanos, propiedad intelectual y dinero); y
d), como un rasgo particular de la nueva fase capitalista, de la fuerte y creciente imbricación entre a) y b) con c), para dar lugar a la irrupción de un nuevo tipo de acumulación, que se muestra como legal, pero se origina en actividades ilegales.
b) de la activación del potencial especulativo del capital-dinero, en dirección a lo que ha dado en caracterizarse como la financiarización;
c) de la promoción de economías ilegales con altísimas tasas de ganancia (armas, drogas, seres humanos, propiedad intelectual y dinero); y
d), como un rasgo particular de la nueva fase capitalista, de la fuerte y creciente imbricación entre a) y b) con c), para dar lugar a la irrupción de un nuevo tipo de acumulación, que se muestra como legal, pero se origina en actividades ilegales.
Esa "zona gris" de la acumulación
capitalista actual, constituida sobre "operaciones transnacionales de
lavado de dinero" es muy difícil de cuantificar; a lo sumo, se encuentran
estimaciones sobre el conjunto de la economía ilegal, que registran una
equivalencia con más del 10% del comercio mundial. La nueva fase
capitalista se caracterizará por la importancia creciente de una nueva
modalidad de empresas transnacionales: las transnacionales del capitalismo
criminal (ETCC). Por otra parte, no cabe la menor duda de que las
políticas de liberalización de la economía y de desregulación estatal,
propiciadas por el proyecto político-económico neoliberal, se constituyeron en
el terreno abonado para el florecimiento sin precedentes de esas transnacionales
del capitalismo criminal. (No hay nada que se le parezca más a la especulación
financiera que la economía ilegal). Así mismo, las dimensiones culturales
del proyecto neoliberal (individualismo, competencia, meritocracia,
enriquecimiento extremo, consumo suntuario) alentarían la aparición de nuevas
subjetividades en esa misma dirección.
Las ETCC se acompañaron del
surgimiento de un verdadero sistema de poder trasnacional. Naím lo caracteriza
así: Las redes ilícitas no sólo se hallan estrechamente interrelacionadas
con las actividades lícitas del sector privado, sino que se hallan también
profundamente implicadas en el sector público y en el sistema político. Y una
vez se han extendido a las empresas privadas legales, los partidos políticos,
los parlamentos, las administraciones locales, los grupos mediáticos, los
tribunales, el ejército y las entidades sin ánimo de lucro, las redes de
tráfico llegan a adquirir una poderosa influencia -en algunos países sin
parangón- en los asuntos de Estado. Ese sistema de poder asume los
rasgos propios de una estructura mafiosa cuando se persigue el doble objetivo
de "asumir el control total de un territorio y sustituir la autoridad
legal del Estado con la propia autoridad y la propia mediación social. Esto ocurre
con la penetración en la política y en las instituciones y, sobre todo, con el
ejercicio (…) de la violencia". Lo que debe quedar claro es que
esa estructura mafiosa cumple siempre una función de acumulación. "La
mafia, señala Forgione, es siempre una empresa capitalista, con un fuerte
factor adicional: la fuerza intimidatoria de la violencia. Pero su
esencia es y será la de ser una empresa criminal encaminada a la acumulación de
capital".
La irrupción del paraestado
Estos referentes de análisis me permiten un
acercamiento a la problemática colombiana desde la perspectiva señalada para
este ensayo. Nuestro punto de partida consiste en abordar las transformaciones
del capitalismo colombiano como parte de las transformaciones mundiales del
capitalismo; en aquel se expresan la tendencia general, y también las
especificidades propias. En el caso colombiano, la articulación de las
formas legales con las formas ilegales de la acumulación capitalista se remonta
a la segunda mitad de la década del setenta y se inscribe dentro de la
transición del régimen de acumulación basado en la industrialización dirigida
por el Estado hacia el régimen actual de financiarización del capital. Sin
temor a la exageración, se podría aseverar que esa transición no hubiera sido
exitosa sin el surgimiento de un nuevo empresariado vinculado a los circuitos
transnacionales de la acumulación: el empresariado de la cocaína.
No es actualmente medible -y probablemente
nunca lo será-, la potencia desplegada para la acumulación de capital por la
articulación de las formas legales con las formas ilegales. Si bien hay
cuantificaciones sobre el tráfico de cocaína, no las hay -con la objetividad
requerida- sobre el impacto de sus capitales en el conjunto de la economía. La
tecnocracia neoliberal y los voceros oficiales siempre se han empeñado en
minimizarla. Pero lo cierto es que la pregonada estabilidad macroeconómica
colombiana y la relativa excepcionalidad frente a las profundas crisis
económicas latinoamericanas han descansado sobre el colchón de los capitales
ilegales; así mismo, la persistente prosperidad de buena parte de los grandes
negocios capitalistas privados en el sector financiero y el mercado de
capitales, la industria, la construcción, la hotelería, el turismo, el comercio
(incluido el de importación y de exportación), los servicios, el
entretenimiento, la salud, la educación; también, ciertos "milagros
económicos" (transitorios) regionales.
La articulación entre las formas legales
con las formas ilegales de la acumulación capitalista contribuyó hacia finales
de la década de 1980 a
la formación de un nuevo consenso a favor de las (contra) reformas
estructurales y de la reestructuración neoliberal del Estado, y produjo una
reconfiguración en el bloque dominante de poder, la cual se anunciaba ya desde
la década de los setenta con el surgimiento de nuevos "grupos
económicos" y la influencia creciente del capital financiero. Sólo
que ahora se agregaba una alianza "no santa" -construida a lo largo
de la década de los ochenta- entre sectores capitalistas legales con los
empresarios de la cocaína.
Se fortalecían así los rasgos criminales de la economía.
Las estructuras mafiosas habían permeado
igualmente las instituciones del Estado (todos los poderes públicos), incluidas
las fuerza armadas, los partidos políticos tradicionales y los políticos
profesionales, y sectores de la
iglesia. Se consolidaba así la estructura mafiosa de la
formación socioeconómica.
No es casual que sectores de la
intelectualidad de izquierda anunciaran la irrupción del paraestado. Al
respecto señalaban Palacio y Rojas en 1989: "(…) el paraestado no
sólo tenía una fracción del capital que empezaba a ser predominante, sino que
los empresarios de la cocaína, aliados con otras fracciones del capital,
empezaron a tener control territorial y bases sociales populares en algunas
regiones del país" [10]. Y agregaban: "(…) estamos
frente a una especie de "paraestado". Incluye una poderosa fracción
capitalista; un aparato represivo militar; gastos en bienestar social; control
territorial regional y un restringido pero eficaz apoyo popular" [11]. Empresarios
de la cocaína, estructuras mafiosas y paramilitarismo se constituyeron en las
formas criminales, en piezas del nuevo rompecabezas de la acumulación de
capital en Colombia, basada ahora en la creciente articulación entre sus formas
legales y sus formas ilegales. En ese sentido, una explicación esencial
del paramilitarismo consiste en su entendimiento como el "otro brazado
armado", junto con las Fuerzas Militares del Estado, de esa nueva fase de
acumulación capitalista; contrario a la idea de sectores de la intelectualidad
del establecimiento que desean explicarlo simplemente como una reacción contra
la violencia guerrillera. La función de acumulación no se ha limitado a la
expansión del negocio de la cocaína o a la articulación con negocios legales
existentes.
A mi juicio, el paraestado ha desempeñado dos
funciones adicionales del mayor significado: a) ha propiciado una profunda
transformación de las relaciones de propiedad, y b) ha incidido sobre la
redefinición de las relaciones entre el capital y el trabajo. En el primer
caso no se trata sólo de las transformaciones intercapitalistas; se trata
igualmente de los nuevos ciclos de acumulación originaria que ha desatado
regionalmente, de la expropiación violenta de tierras, del acceso a los dineros
públicos. El paraestado se ha mostrado igualmente como parte de una
estrategia transnacional de resignificación de la tierra como fuente de
valorización capitalista (biodiversidad, recursos hídricos), de promoción de
megaproyectos infraestructurales y energéticos; y de un nuevo tipo de
agricultura de plantación. En el segundo caso se trata de la flexibilización y
desregulación violenta del mundo del trabajo, del exterminio de dirigentes
políticos y sindicales, del desplazamiento forzado de cerca de tres millones de
colombianos, que engrosan las filas de la informalidad y contribuyen a la
depresión de los salarios urbanos.
La función de acumulación no debe reducirse
a un entendimiento en términos exclusivamente económicos. El paraestado es
expresivo igualmente de las configuraciones del régimen político. La tesis de
Palacio y Rojas consiste en concederle un carácter flexible al régimen, para
con ello querer mostrar que en la combinación de los mecanismos
"democrático formales" con los "represivos autoritarios",
se encuentra la explicación a la relativa estabilidad del régimen político
colombiano. En ese aspecto, la irrupción del paraestado se
comprendería en términos de solución de los problemas de estabilidad del
régimen que no pueden ser resueltos por la vía democrático formal. La apelación
a un brazo armado paramilitar para exterminar fuerzas políticas opositoras, o
liquidar las más diversas formas de organización social y popular, se
constituye en componente clave de una estrategia de control social y político
para afianzar la dominación y la tendencia de la acumulación capitalista.
El paraestado que se gestó y nació en la década de 1980, que se extendió y profundizó a lo largo de los noventa y principios de este siglo, en esa alianza entre empresarios de la cocaína y sectores capitalistas legales, debe ser reincorporado a
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