En el segundo aniversario de la muerte de Mariano Ferreyra, algunas reflexiones sobre una vida de militancia que fue interrumpida por la burocracia sindical.
Por Diego Rojas.
Fue mediante un
mensajito de texto. Decía: “Una patota de la Unión Ferroviaria
mató a un compañero del partido. Hay heridos de bala”. Así me enteré, mientras
llegaba a la
revista Veintitrés –donde trabajaba–, del asesinato de
Mariano Ferreyra. Me lo había enviado un amigo que había conocido durante mi
tiempo de militancia el en Partido Obrero unos años atrás. Recuerdo cierta
estupefacción: ¿Una patota, del sindicato, balas, muertos, heridos? Una rara
confusión mientras caminaba por el pasillo. Ingresé a la redacción. Los
títulos en la pantalla del televisor plasma que presidía una de sus paredes
confirmaban la noticia: “Matan a militante del PO en Barracas”. De esta manera
comenzaba –era una tarde de sol tibio aquel 20 de octubre de hace dos años– una
jornada agobiante, tempestuosa.
La Argentina se sumió
en un estado de conmoción social generalizada. Ferreyra, un militante de
veintitrés años que participaba de una protesta laboral, había sido asesinado,
caído su cuerpo sobre el asfalto de un barrio del sur porteño debido a las
balas de plomo disparadas por la burocracia sindical. Cinco días habían pasado
desde que los dirigentes gremiales liderados por Hugo Moyano sellaran su
sociedad con la presidenta Cristina Fernández en un acto en el
estadio de River Plate. Allí había estado la Unión Ferroviaria
–luego se sabría que Cristian Favale, uno de los matadores, también había
estado–. “Lo mataron porque defendían un negocio”, se dijo en la improvisada
conferencia de prensa que diversas organizaciones de lucha realizaron en la
intersección de Callao y Corrientes esa misma tarde. Tercerización,
precarización, negocios, patota fueron vocablos que se conjugaban con Pedraza,
Ugofe, ferrocarril para empezar a cristalizar los significados de esa muerte.
Los hechos señalaban que el objetivo gremial de acallar a los manifestantes
tercerizados se había cobrado una vida y dejado gravemente herida a Elsa
Rodríguez, también militante del PO, que había recibido un balazo en la cabeza
y se encontraba en coma. Había dos heridos de bala más. Esos eran los hechos.
A medida que pasaba la
tarde, una pregunta se me aparecía, recurrente: “¿Cómo irá a tratar la prensa
kirchnerista este crimen político? ¿Cómo lo hará la revista en la que
trabajo?”. Había silencio. Esas primeras horas que siguieron al crimen estaban
dominadas por el silencio. En las redes sociales los militantes kirchneristas,
asiduos participantes, estaban callados. Esperaban un pronunciamiento oficial,
algo. Recuerdo un tuit, pasadas varias horas, de uno de ellos que pedía: “Es
necesario que alguien del gobierno diga algo sobre lo que pasó, esto nos hace
mal a nosotros”. Había silencio. El miércoles era el día de cierre de la
edición de Veintitrés. Se decidía la
tapa. A pesar de la magnitud del hecho político, se mantuvo
la decisión de que una entrevista a la abuela de Plaza de Mayo Chicha Mariani
ocupara ese lugar. El crimen de Barracas obtuvo un friso en tapa que prometía
explicar las razones de una “interna gremial” que se había cobrado una víctima.
La operación se repetiría: basta recordar a 678 realizando proponiendo la
culpabilidad de Duhalde, quien se habría reunido con Pedraza nueve días antes
del homicidio. Todo era falso.
Al día siguiente, como
miembro de la comisión interna de Veintitrés, me reuní junto a otro delegado
con Sergio Szpolski, quien nos planteó que su grupo mediático haría todo lo
posible por que se alcance justicia (en ese mismo instante CN23 apostaba por la
pista falsa del duhaldismo) pero que no le daría espacio ni permitiría que
aparezca la voz de dirigentes del Partido Obrero, planteo que su grupo cumplió
en toda la línea. La
misma orden había sido bajada en Radio Nacional, donde no se permitía referirse
a Ferreyra como militante, sino como “manifestante”. El día de su asesinato me
habían encargado que realice una columna contando quién había sido Mariano
Ferreyra. De ese modo tuve un primer acercamiento a su persona mediante el
relato de sus compañeros, a través de su página de Facebook –que me pasó Pablo
Rabey, el mismo amigo que me había enviado el mensajito de texto anunciando su
muerte–. Recuerdo que al final de la columna escribía una referencia a su temprana
militancia socialista que había sido cercenada por la burocracia sindical. Esas
líneas desaparecieron del texto que se publicó.
A dos años del crimen
la investigación sobre los acontecimientos no deja lugar a dudas: hoy, en el
banquillo de los acusados de Comodoro Py, donde funciona el tribunal, se juzga
a los culpables del asesinato de Ferreyra. Los miembros de la patota, los
matadores, su jefe, la policía que liberó la zona y –en un hecho histórico– los
autores intelectuales del ataque armado y escarmentador contra los
tercerizados. Es cierto que faltan los empresarios y funcionarios como el ex
subsecretario de Transporte Antonio Guillermo Luna, pero no está dicha la
última palabra sobre esta cuestión. Cada día de sesión, los testimonios aportan
datos que terminan de armar el rompecabezas que forma la imagen de la
culpabilidad de los imputados. Los acusados –todos– permanecen en silencio. Un
silencio que los hunde. Se juzga a los criminales, a los asesinos, pero también
se juzga una forma de hacer sindicalismo. Pedraza no es una excepción en el
arco sindical: es la
norma. Dirigentes gremiales devenidos en empresarios que usan
patotas para reprimir a los trabajadores de sus propios sindicatos abundan.
Basta pensar en
Gerardo Martínez quien, a pesar de haber sido servicio de inteligencia bajo la
dictadura, se sienta a la derecha de la presidenta Cristina
Fernández en cada reunión, o Andrés Rodríguez, criador de
caballos de raza y sindicalista, para dar solo dos ejemplos de la CGT Balcarce ,
oficialista. Basta pensar en Hugo Moyano, quien vive en una mansión en Parque
Leloir y rige empresas en las que extrae beneficios a los afiliados a su
sindicato, Amadeo Genta, un derechista que está desde hace décadas en el gremio
municipal, o el vergonzoso ruralista Gerónimo Venegas, por mencionar algunos de
los ex socios del gobierno kirchnerista. Si la noción de que se juzga a toda la
burocracia sindical en la figura de Pedraza se cristaliza en la clase
trabajadora y el resto de la sociedad –y se concluye, entonces, con que hay que
barrer con esa casta parasitaria–, se podrá pensar que el tiempo transcurrido
desde el crimen no ha pasado en vano, que la justicia podría materializarse
dentro y fuera del tribunal.
Una extraña emotividad
me persigue desde que asesinaron, hace dos años, a Mariano Ferreyra. Quizás
comenzó en ese momento, en el cementerio de Avellaneda, cuando vi a decenas de
sus compañeros llorando, abrazándose, consolándose por haber perdido a uno de
los suyos, porque se los habían quitado. Una rara sensibilidad que surge cuando
una circunstancia se conjuga con su imagen en una pared de alguna calle
porteña. O al ver los videos que su recuerdo inspiró; o al constatar la
memoria, amor y convicción de su familia; o al percibir los sentidos que
produce entre sus camaradas. Ferreyra podría haber sido cualquier otro chico
que viva en este país –pero no se podría omitir que era un cuadro
revolucionario, que esa era su tarea–. La última imagen de su militancia –y de
su vida– lo muestra ahí, codo a codo con sus compañeros, atravesando todo el
ancho de una calle en Barracas, formando un cordón de seguridad para permitir
la retirada a salvo de las mujeres y los más chicos y los ancianos. Esperando
allí la llegada de la patota, firme, diciéndole a un compañero que le había manifestado
un poco de temor: “Tranquilo, no pasa nada”. Con su metro setenta y pico y
menos de sesenta kilos de peso, flaquito como había sido siempre, dispuesto a
no retroceder para evitar el ataque de la patota. Decidido.
Luego cayó.
Mariano Ferreyra fue
asesinado por una burocracia sindical.
También es cierto que
el olvido no se posará sobre la memoria de su vida.
* El sábado 20 de
octubre, a dos años del crimen de Barracas, se realizará una movilización a las
15 horas que partirá desde Congreso y se dirigirá hacia Plaza de Mayo
reclamando “Justicia por Mariano Ferreyra. Perpetua para Pedraza. Fuera sus
patotas y los empresarios del ferrocarril”.
Por Diego Rojas (@zonarojas), para Plaza
de Mayo.com
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