martes, 14 de abril de 2020

"Aceptemos nuestras vulnerabilidades, interdependencias y ecodependencias, y fortalezcamos nuestros lazos comunitarios, en lugar de aislarnos en cuarentena autista, sorda, ciega, egoísta".

Un repaso a raíz del 
virus corona 2020
5 de marzo 2020

¿Qué es una pandemia?

Es la aparición repentina de una enfermedad, en general infectocontagiosa, que afecta a una gran cantidad de personas en un breve lapso de tiempo, y en múltiples lugares del planeta a la vez. Es decir, una epidemia generalizada desde el punto de vista geográfico.

La mayor pandemia de este siglo es la desigualdad social, que provoca que el 1% de la población tenga más del 50% de las riquezas (el concepto “riqueza” debe ser analizado) de la totalidad de la población, mientras el 99% tiene el resto del 50%.

Otra pandemia la constituye el antropocentrismo, propio del neoliberalismo en esta etapa extrema del capitalismo, que resulta en el inicio de la sexta extinción debido a su carácter biocida: la contradicción principal hoy es “capital vs. vida”.

La pandemia (o “infodemia”) de gripe actual que nos venden genera:

- en la población (sobre todo la televidente, la adicta a individuales pantallitas portátiles, la crédula por pereza intelectual, la ingenua por falta de ejercicio crítico, la cómoda por bienestar egoísta, la aburrida y abúlica pendiente de entretenimientos y espectacularización que nos venden los medios de desinformación masiva) genera pánico (compras exageradas para llenar los bunker domiciliarios de provisiones), discriminación (ahora contra los chinos), desconfianza (frente a quienes vuelven de países afectados) y disciplinamiento;

- en los comercios, buenas ventas de papel higiénico, pañuelitos de papel, barbijos, alcohol en gel y demás objetos contrafóbicos

- en la geopolítica mundial, caída de regímenes, boicots entre países, cercos y bloqueos internacionales, competencias tecnológicas, etc.

Surgen teorías conspiranoicas, fundadas en la experiencia de eventos previos, conocidos por quienes apelan a sus memorias o a fuentes históricas que muestran una vez más que la condición humana también incluye la capacidad perversa de manipular datos, mentir descaradamente, ocultar verdades y perpetrar crímenes de lesa vida.

Hay quienes se preguntan si este virus es tan peligroso (tiene un 2% de letalidad, y ésta se vincula a estados patológicos preexistentes en personas de la tercera edad fundamentalmente, frente a por ejemplo el 50% o más de letalidad del virus hanta que afecta a peones de campo), si es resultado de una mutación natural (tal vez un mecanismo de supervivencia de estos seres extraños que consisten en un pedacito de proteína que requiere de la infraestructura de células vivas para poder reproducirse) o de laboratorio (por accidente -léase mala praxis- o intención -léase decisión de una estrategia política y/o militar).

Un poco de historia

Cuando se generó la epidemia de gripe porcina, resultado del hacinamiento de cerdos en verdaderos campos de concentración llamados “criaderos”, lejos de denunciar las terribles condiciones en que sobrevivían animales considerados objetos de la industria “alimentaria” explotadora, la “ciencia” rápidamente cubrió esta enfermedad infectocontagiosa debida a “malapraxis especista” de un halo científico: bautizó la afección como “gripe por virus H1N1”. Y como la ciencia sigue siendo la religión del siglo XX, en la que amplias mayorías cree y confía, el nuevo nombre alejó a este virus del campo de concentración para trasladarlo a la placa de Petri. Lo relocalizó, lo descontextualizó, lo esterilizó.

Y como nominar es dominar, nos quedó la sensación de que la ciencia pudo atrapar entre sus tecnológicas manos al escurridizo y peligroso germen microscópico amenazador, causante de nuestro pánico.

Un ejemplo del poder de la palabra es la estrategia de la biotecnomedicina de cambiar la “definición de caso” (por ejemplo la sospecha de la aparición de un caso de sarampión constituye per se la declaración del inicio de una epidemia, aunque no haya confirmación de laboratorio) y de modificar los rangos de “normalidad” de determinado dosaje bioquímico para determinar que se trata de una enfermedad (por ejemplo ir descendiendo la cifra de colesterolemia límite que permite medicar cada vez a más personas… aun a riesgo de afectar su producción hormonal fisiológica por hipocolesterolemia… y producir además daño hepático). De este modo se patologizan estados transitorios que pueden revertir sin medicación.

La institución reconocida mundialmente como la que dicta recomendaciones a los países miembros, cuyos gobiernos pueden o no adherir a ellas, es la OMS, con un 70% de miembros activos que pertenecen a laboratorios de productos medicinales, incluidas las vacunas. Esto se riñe con la imparcialidad, con los intereses de las mayorías, con la verdadera salud colectiva.

La creencia en la ciencia, la confianza en sus dictados, es una emoción colectiva que luego justificamos con buenos argumentos racionales, con lo cual no deja de tener una base emocional… porque seguimos siendo vulnerables, confiades, necesitades de certezas en un mundo de incertidumbres.

El rol de las enfermedades

Si bien sabemos que todes iremos a morir, nos negamos rotundamente a considerar esta posibilidad. Estamos dotades de pensamiento, consciencia, raciocinio, y según los filósofos ésta sería la razón por la que -a sabiendas de nuestra finitud- filosofamos, nos angustiamos, nos hacemos preguntas que occidente reitera hace milenios acerca de la vida y de la muerte. Y que supuestamente nos diferencia de les demás animales.

Del mismo modo creemos que las enfermedades nos llegan desde afuera, por mala suerte, por castigo divino o por gérmenes malignos. No nos hacemos cargo de que son “made in myself”. Son consecuencia del modo en que vivimos y en que nos tomamos la vida. Son mensajes que nuestras almas envían a través de la materialidad de nuestros cuerpos. Son avisos de que debemos redireccionar nuestros caminos existenciales. Y son construcciones sociales: cada cultura tiene su propia mirada sobre los procesos de vida (de salud-enfermedad), de acuerdo a su cosmovisión.

Transitar los procesos de enfermedad en lugar de suprimirlos (como suele proponer la medicina alopática hegemónica, propia del sistema represivo que la generó, la sostiene, la pretender perpetuar y la perfecciona) da la oportunidad de “resetearnos”. Cuando somos niñes, expresamos a través de estados de malestar nuestros malestares emocionales, y convocamos a través de nuestros síntomas a nuestros seres responsables para que nos cuiden, protejan, acunen, seguricen y confirmen una vez más su amor. Cuando somos adultes, el reposo al que nos llaman estos estados permite hacer una pausa en nuestras agitadas vidas para reflexionar sobre ellas, y animarnos a cambiar rumbos.

El turismo

En un mundo globalizado -donde lo que se globalizó es el modelo capitalista neoliberal extractivo y biocida- parece no haber fronteras para las aspiraciones humanas de recorrer toda la geografía planetaria. Tal vez la insatisfacción existencial de sectores hastiados por el consumo ilimitado y las carencias afectivas -el malestar en la sociedad de la que hablaba Freud- empujen a sectores pudientes a buscar afuera lo que no hallan dentro de sí. La campaña mediática que señala a algunos países como peligrosos (China, Italia, por ahora) y a los cuales recomiendan no viajar, y desde los cuales no recibir turistas de regreso a sus lugares, tal vez nos sirva -ya no para discriminar y victimizar a las víctimas- para reflexionar acerca del efecto altamente contaminante, dañino y extractivo del turismo consumista.

Usamos cantidades exorbitantes de combustibles fósiles para viajar lejos y cumplir un sueño caprichoso y egoísta de costos desmedidos frente a la existencia de tanta gente con necesidades básicas no satisfechas, que sostienen nuestras vidas en sus pequeños espacios locales aportando alimentos, vestimentas y cuidados de modo anónimo. Hay un tema ético en ello.

Lo que ocurre en zonas que se han vuelto turísticas (y esto desde una mirada mercantil explotada comercialmente) es que la población local pierde sus espacios propios, ya no consigue alquilar viviendas porque están destinadas al turismo, deja de realizar sus tareas originales (cultivar, pescar, criar animales) para limpiar cabañas o piezas de hotel, lavar copas o atender máquinas tragamonedas, que dan dinero fácil y trastornan la cultura local.

El mapa de la contaminación ambiental china a un mes de la psicosis del coronavirus muestra que las medidas extremas de cuarentena han provocado una “limpieza ecosistémica” del territorio. Y si dejáramos de movilizarnos tanto por la geografía planetaria, si decreciéramos en consumos suntuarios e innecesarios, si dejáramos de explotar para volver a coexistir respetuosamente con nuestros entornos, que nos cuidan y a los que cuidamos? Obviamente Fidel tenía razón cuando dijo que sólo una catástrofe nos hará cambiar de rumbo y tomar conciencia. Pero tal vez sea tarde...

¿Qué hacer?

Cambiar el miedo por la confianza. Humberto Maturana sostiene que la biología muestra que la vida se sostiene en la confianza (la mariposa nace a la crisálida en la confianza de hallar néctar; les bebés mamíferes nacen en la confianza de hallar leche). Miedo y confianza son opuestos no complementarios.

Aceptemos nuestras vulnerabilidades, interdependencias y ecodependencias, y fortalezcamos nuestros lazos comunitarios, en lugar de aislarnos en cuarentena autista, sorda, ciega, egoísta.

Frente a los mensajes amenazadores, seamos desobedientes y cultivemos la ayuda mutua.

Pensemos juntes sobre los factores de riesgo reales: cuando nos dicen “calidad de vida”, se refieren a decisiones que tomamos en nuestros espacios inidviduales (inducides por las propagandas y buscando falsa satisfacción a nuestras necesidades que se originaron en nuestras carencias afectivas al inicio de la vida). Cuando decimos “condiciones de vida” consideramos los ecosistemas naturales, sociales, políticos en que nuestras vidas se desarrollan y que generan determinados estados de salud emocional y física.

Hagámosnos cargo de tomar nuestras vidas en nuestras manos: alimentación conscientemente saludable, ayunos periódicos, descanso, cariño, ternura, alegría, arte, silencios, compartencia generadora de endorfinas, celebración en comunidad.

Menos pantalla y más conversatorios en nuestros territorios existenciales, microsociales, comunitarios, para volver a zurcir la trama dañada en la que nuestras vidas vienen transcurriendo.

Recurramos a nuestras plantas amigas y nuestros alimentos sanadores: para mejorar nuestras defensas (jenjibre, tomillo, equinácea, hierba tulsi, marrubio), para protegernos de posibles virus (tomillo, salvia), para reducir el estres (albahaca sagrada, levadura de cerveza, kefir, garbanzos).

Y retomemos la vieja receta medieval del vinagre de los rateros o de los cuatro ladrones, para embeber nuestros pañuelos zapatistas en su líquido y protegernos la cara al salir al mundo: cocimiento de laurel, salvia, tomillo, romero, albahaca, orégano, alcanfor en vinagre.

Y una cebolla bajo la cama es más que un acto psicomágico: es un protector que nos acompaña en salud, lejos de la pretensión antibiótica del “arsenal terapéutico” con la que la medicina de visión bélica busca enfrentar a microbios que, en realidad, constituyen más del 50%, tal vez el 70%, de nuestras células corporales. ¡Porque somos virus y bacterias!

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