sábado, 1 de febrero de 2020

Observemos" que las decenas de asambleas territoriales levantadas desde el 18 de octubre se han presentado como un escenario ideal para disputar la conducción política. No ver esto es permanecer en la comodidad del nicho y en el ejercicio de la protesta como rito y no como acto político".

Chile. La revuelta popular en un territorio periférico: el caso de Pudahuel Sur

Christián Matamoros / Resumen Latinoamericano / 31 de enero de 2020
Esta radicalización es difícil de analizar por motivos obvios, relacionados con el tipo de repertorio de protesta, pero se pueden apreciar algunas características generales. En primer lugar, prácticamente todos los lugares atacados corresponden a territorios altamente populares, con presencia de narcotráfico, por ende de armas de fuego. Salvo en Peñalolén, no se aprecian vinculaciones con las tradicionales poblaciones “combativas” como para esbozar posibles conexiones con organizaciones revolucionarias o con las herencias de estas. Sin embargo, la vinculación al narcotráfico, como repite constantemente el gobierno, tiene una principal dificultad explicativa: la existencia de bombas molotov, las que se identifican con actores con experiencias organizativas y en protestas, por lo que la tesis criminalizadora del gobierno pierde sentido.
El día martes 7 de enero, mientras se realizaban manifestaciones contra la rendición de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), un joven fue atropellado por un radiopatrullas de Carabineros en las inmediaciones del Colegio Santiago Pudahuel. Lo que ocurrió en el sector sur de esta popular comuna podría haber pasado como un hecho más de los miles de actos represivos, pero se tornó una radical jornada de protesta de al menos una semana, inusual a nivel general, pero en sintonía con muchos actos radicalizados que vienen sucediéndose al interior de la diversa revuelta popular que sacude al país desde hace 3 meses. Analizar el contexto en el que se produjo esta protesta, la extensión y masividad de ella, es el objetivo del presente artículo.
El Territorio
La zona denominada Pudahuel Sur no corresponde al perfil clásico de las poblaciones “combativas”, formadas mayoritariamente en los años previos al golpe de Estado de 1973. No se asocia al mapa clásico de las protestas de los ´80, no aparece en el teatro de operaciones de la rebelión popular contra Pinochet. Pertenece si a la zona poniente de Santiago, bastión histórico de los sectores populares y las fuerzas de izquierda. Esto pues el territorio fue una zona agrícola perteneciente a la antigua Barrancas, comuna que representó un terreno especialmente fértil para la izquierda, por las tomas de terreno inauguradas con Herminda de la Victoria en 1967, ubicada en la actual Cerro Navia, con una fuerte presencia del Partido Comunista. Además, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) también tuvo una destacada presencia en el comando comunal Barrancas durante la Unidad Popular y en el paro comunal de Pudahuel en 1984.
Durante gran parte del siglo XX el territorio de lo que hoy es Pudahuel Sur fue parte del antiguo fundo Santa Corina, que se iniciaba en la Avenida San Pablo, donde estaba la casona patronal (actual Municipalidad de Pudahuel) y se extendía hasta el Canal Ortuzano, que actualmente divide Pudahuel de la comuna de Maipú. Durante los años de la Unidad Popular una parte del fundo fue tomada por “sin casa”, mientras que otra experimentó un proceso de reforma agraria. Los terrenos ubicados al sur de la ruta 68 continuó siendo parcelas hasta fines de los años ´80. Desde la mencionada ruta 68, hasta Américo Vespucio por el poniente, el canal Ortuzano por el sur y Av. Las Torres por el oriente es lo que hoy se conoce como Pudahuel Sur, territorio donde solo en 1989 comenzaron a aparecer las primeras poblaciones y hoy residen más de 120 mil personas.
Primeramente, se desarrollaron dos núcleos habitacionales que con el tiempo dieron vida a la construcción de viviendas en casi toda el área del territorio. Uno se ubicó hacia el oriente, al sur de Laguna Sur, donde se construyó la villa Pedro Prado (1990) y luego la Marta Brunet y la villa Pajaritos, entre otras. El otro núcleo se asentó hacia el poniente de Avenida La Estrella, donde se construyeron las villas Carrera Pinto, Comercio, Colón y Estrella del Sur, entre otras. Estas primeras poblaciones fueron representativas de la rápida expansión habitacional que se experimentó a inicios de los años ´90 sobre suelo hasta hace poco destinado a labores agrícolas. Estos primeros núcleos acogieron principalmente a población obrera y popular, identificada con los quintiles más precarizados (D y E). Nuevas villas se fueron sumando en los años siguientes, las que recibieron a una población con un componte de clase similar, aunque también otras que acogieron a familias trabajadoras de estratos medios bajos (C2 y C3), más similar a villas populares de comunas como Maipú o La Florida.
Todas las familias que llegaron al territorio debieron sosegar su felicidad por el acceso a una vivienda propia con condiciones deficientes, especialmente en lo referido a conexión vial. El territorio estaba encajonado, con escasa vinculación con la zona norte de la comuna y con severas dificultades para conectarse al centro de Santiago. Así, los habitantes de las poblaciones del sector suroriente preferían buscar conexión caminando hasta Avenida Pajaritos, mientras los del sector de Avenida La Estrella debían entablar una cruzada por Américo Vespucio que los dejaría en San Pablo y de ahí embarcarse a sus destinos finales. Con el correr de los años apareció el primer consultorio y en 1996 la subcomisaría, foco central de los enfrentamientos de los últimos días.
Esta fuerte explosión demográfica fue prácticamente única en la ex Barrancas pues las zonas de Pudahuel Norte y Lo Prado ya se encontraban altamente pobladas desde las décadas anteriores, mientras que en Cerro Navia las construcciones de los ´90 fueron muy minoritarias, misma situación de las comunas colindantes: Estación Central y Quinta Normal. La irrupción de Pudahuel Sur le entregaba un componente juvenil a este sector de la capital, el que había estado compuesto mayoritariamente por familias formadas a fines de los ´60. Al mismo tiempo, provocó que en pocos años la comuna casi duplicara su población, potenciada por la nueva normativa de densificación y el bajo valor del uso del suelo del lugar. Así, Pudahuel se transformó en la 4ta comuna de la región metropolitana con mayor número de proyectos de vivienda básica en la década de los noventa[1], prácticamente todos en Pudahuel Sur. Esto fue consecuencia de las políticas implementadas durante esos años, la de las casas COPEVA, y la nueva normativa de densificación que favoreció a empresarios habitacionales vinculados principalmente a la Democracia Cristiana, como Edmundo Pérez Yoma.
Todas estas características harían pensar que Pudahuel Sur siguió el camino de despolitización por la que transitaron la mayor parte de las poblaciones construidas en el Chile de los ´90, donde no se lograron reconstituir las experiencias organizativas de las décadas anteriores. Según Seguel, entre los principales factores que confluyeron durante la década y que permiten entender la relación entre la política y las nuevas poblaciones estuvo el consumismo que provocó des-ideologización y des-movilización, una conformidad con el modelo de desarrollo y el consenso respecto al manejo económico de los gobiernos de la Concertación[2]. Esto se ve reafirmado en la existencia de dos de esas características del periodo que si emergieron en el territorio de Pudahuel Sur. La primera fue la presencia del narcotráfico, el que no respondía a los tradicionales códigos del hampa, lo que reforzó los procesos de despolitización unido a una segunda característica, la construcción de redes clientelares entre organizaciones sociales y la institucionalidad, principalmente entre el alcalde, el socialista Johnny Carrasco, y las juntas de vecinos.
La presencia del narcotráfico en la zona ha sido algo bastante conocido y palpable, especialmente en las poblaciones ubicadas al sur de la comisaría. La presencia del poder de fuego del narco en ocasiones se combinó con los intentos por superar la despolitización, especialmente en protestas convocadas en fechas conmemorativas. El mayor resultado de esto se apreció la noche del 11 de septiembre de 2007, cuando la conmemoración dio paso a violentos enfrentamientos en la zona, los que provocaron la muerte del cabo Cristian Vera por un disparo en su cabeza. Todo esto en un contexto donde la hasta entonces subcomisaría gozaba de un creciente desprestigio entre la población, por su pasividad frente al reconocido actuar del narcotráfico y porque unas semanas antes otro carabinero de esa subcomisaría había asesinado a un niño en medio de una agresión sufrida por su hijo. Tras el asesinato del cabo Vera, la subcomisaría adoptó su nombre y adquirió el rango de comisaría, pero las cosas no cambiaron mucho.
No obstante, a pesar de lo descrito, Pudahuel Sur acogería desde sus orígenes algunas características distintivas, que le permitirían resistir la despolitización de los ´90 con la emergencia de diversas iniciativas de organizacións en el nuevo siglo.
Los sujetos
Si bien en algunos casos a las primeras poblaciones llegaron familias de sectores rurales, el poblamiento del sector más eminentemente popular del territorio, el que circunda a las intersecciones de Av. Laguna Sur con Av. La Estrella, tuvo tres características distintivas: en primer lugar, un grupo importante estaba compuesto por allegados de la ex Barrancas (Pudahuel Norte y Cerro Navia, principalmente); otros provenían de campamentos de diversos lugares, mientras que un tercer grupo, no necesariamente independiente de los anteriores, fueron familias obreras que se acogieron al Programa Especial de Trabajadores (PET), convenio sostenido por la CUT para que afiliados a sus sindicatos desde fines de los ´80 pudieran acceder a viviendas sociales mediante un subsidio del Estado que, sumado a su ahorro, les permitió adquirir sus viviendas con un crédito gestionado por la banca privada. Así por ejemplo, llegaron trabajadores afiliados al sindicato del Hospital del Profesor, a la metalúrgica Constramet y al sindicato de carteros de Correos de Chile, algunos de los cuales quedaron viviendo en los mismos pasajes, por lo que las redes sociales fueron mucho más expeditas y existía una cierta experiencia obrera, que se trasladaba desde el lugar de trabajo al lugar de vivienda. Esta experiencia, ya sea desde la zona de Barrancas o desde el mundo sindical permitió que a penas se conformaban las poblaciones, a inicios de los ´90, rápidamente se organizaban Juntas de Vecinos, se editaban boletines y se intentara resistir a las modas despolitizantes del periodo.
Esta experiencia se materializó en diversas luchas dadas desde los primeros años, entre las cuales estuvieron las que buscaron mejorar la locomoción, instalar un consultorio y habilitar un paso peatonal y vehicular por Av. La Estrella hacia el sector norte.
Con el correr de los años, la experiencia organizativa se expresó mediante la creación de diversos colectivos juveniles, sociales y políticos, centros culturales, preuniversitarios populares, carnavales, etc. Además, el territorio ha sido particularmente prolífico en el surgimiento de músicos cultores del hiphop como Excelencia Prehispánica, Movimiento Original y Luanko, iniciativas identificadas con la cultura de población periférica durante lo que va corrido de este siglo.
Sin embargo, esta experiencia organizativa se vio puesta en cuestión por la convivencia en el territorio con sectores de la clase trabajadora altamente aspiracionales, como son los sectores medio bajos, los que en muchas ocasiones basados en la aceptación de condiciones de ultra explotación laboral y de endeudamiento logran acceder a automóviles propios, colegios del centro para sus hijos o Universidades. Estos sectores han buscado diferenciarse del mundo obrero y popular, catalogándose como “Alto Pudahuel Sur”, cuestión que ha sido seriamente cuestionada de forma general en el territorio, siendo objeto de una reconocida parodia hace unos años con el video “No nos roben los Daewoo”[3].
Finalmente, la llegada del metro al territorio en 2011, con las estaciones Barrancas y Laguna Sur, terminó por consolidar una zona altamente poblada, la que convivía con algunos cuadrantes destinados a áreas empresariales (desde Travesía al norte, principalmente), pero donde en los últimos años, burlando todo tipo de racionalidad urbanística, también se han construido condominios de departamentos.
El territorio durante el levantamiento del 18 de octubre y la posterior revuelta popular
Si bien el estallido social emergió de forma robusta y maciza en la capital el viernes 18 de octubre, en Pudahuel Sur la cosa comenzó unos días antes. El llamado a evadir el metro realizado por los estudiantes secundarios había venido teniendo una importante acogida en las estaciones ubicadas en el centro de la capital, zonas donde el movimiento estudiantil ha sido particularmente activo, pero no en las periferias. En el territorio, el llamado motivó que los estudiantes del liceo técnico San Mateo (subvencionado) se convocaran para el miércoles 16 a evadir la estación Laguna Sur, ubicada a unas cuadras del establecimiento. No obstante, las cosas no salieron como se esperaban. La estación tiene una única vía de acceso, lo que posibilitó que los guardias se atrincheraran en esta y atacaran violentamente a los estudiantes, cuestión que fue grabada y difundida rápidamente en las redes sociales. Esto, mientras en las estaciones del centro los estudiantes comenzaban a recibir el amplio respaldo de los trabajadores que utilizan el metro. La difusión del video donde los guardias golpean a los estudiantes provocó que al día siguiente la estación fuera rodeada por cientos de pobladores, estudiantes, vecinos, familias, etc. que protestaron contra los guardias, lo que llevó a cerrar la estación y a una dura represión de fuerzas especiales en las afueras. El pueblo había salido a defender a sus hijos y no estaban dispuestos a aguatar estas arbitrariedades. Los estrechos pasajes del sector se llenaron de improvisadas barricadas. Era jueves 17 y el territorio ya había tenido su primer levantamiento popular y auguraba de alguna forma lo que ocurriría en los siguientes tres meses.
El viernes 18 la protesta volvió a concentrarse en el metro, pero durante la tarde se extendió hacia el norte por Teniente Cruz y el poniente por Laguna Sur, las que se colmaban por quienes habían debido realizar largas caminatas desde el centro para llegar al hogar. A eso de las 21 horas, el territorio estaba sembrado de barricadas y el caceroleo era masivo en cada esquina. Carabineros, miraba desde la distancia y lanzaba lacrimógenas, pero luego en el entorno del metro Laguna Sur se vivió una verdadera batalla campal, con detenidos, casas gaseadas y numerosos ataques a los carros represivos. Al día siguiente, la estación del metro fue remecida por las llamas que aparecieron en la mayor parte de las líneas de zonas periféricas del gran Santiago. La furia contra el metro no impidió que continuara siendo el epicentro de las manifestaciones, a pesar de que las autoridades han anunciado que por los daños será la última estación en ser reabierta.
Fueron alrededor de 3 mil personas las que se agruparon en los días siguientes en las afueras del metro, mientras los saqueos de los supermercados Acuenta y Mayorista 10 (posteriormente incendiado) persistieron durante varios días. Pero también aparecieron “chalecos amarillos”, principalmente en las villas más acomodadas y en los condominios de departamentos, aunque aquí también se caceroleó y se participó en las manifestaciones, especialmente durante los primeros días.
La masividad y persistencia lograda durante las primeras semanas fue resultado de la composición mixta del territorio, sectores populares y medio-bajos, en sintonía con la mayor transversalidad que adoptó a nivel general la protesta durante los primeros días, ejemplificadas en zonas como Plaza Ñuñoa. Esta mayor amplitud en la composición de clase de los primeros días se manifestó con las mismas características despolitizadas que en el centro: muchas banderas chilenas, mucha cerveza y falta de discursos políticos reconocidos (cantos, lienzos, oradores, etc.). Así, Pudahuel Sur se transformó en el territorio de la ex Barrancas donde las manifestaciones fueron más masivas, superando a los bastiones históricos de Pudahuel Norte y Cerro Navia.
Lo que fue espontáneo en un comienzo comenzó a volcarse organización, a pesar de que en la coyuntura las organizaciones populares existentes previamente en el sector no lograron ponerse a la cabeza de las manifestaciones. En cambio, antes de cumplirse una semana desde el 18 de octubre, se conformó la Asamblea Territorial Pudahuel Sur, la que buscó mantener viva la protesta, pero también darle conducción a lo espontáneo. Tras esto, las asambleas, actividades, denuncias, caceroleos, marchas al centro, marchas locales, marchas territoriales con el Cordón poniente se hicieron habituales, en un activismo que ya cumplió 3 meses. El ex metro fue escenario de persistentes barricadas, casi todos los días por lo menos el primer mes, ocasionales luego, pero que estuvieron presentes inclusive en la noche de Navidad y Año nuevo. Entre tanto aparecieron nuevos colectivos y organizaciones, se convocaron a masivas cicletadas, obras de teatro, talleres de mujeres, presentaciones de LasTesis, ferias de las pulgas, asambleas más locales, se crearon nuevas Juntas de Vecinos (en Villa El Sol y Estrella del Sur), etc. Si Chile despertó, Pudahuel Sur lo hizo heroica y creativamente.
El boicot a la PSU
El llamado realizado por la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) a boicotear la Prueba de Selección Universitaria (PSU) no auguraba un alto nivel de acatamiento en Pudahuel Sur. No obstante, en el territorio eran 4 los establecimientos donde se rendiría la prueba, dando muestras de la importante presencia juvenil en el sector, cuestión diferente a la zona norte de la comuna, más antigua, donde la menor presencia juvenil se tradujo en la existencia de un solo local para rendir la PSU. En la zona, la presencia de la ACES es nula, al igual como en la mayor parte de los establecimientos periféricos, donde los jóvenes concurrían sin muchas expectativas de éxito. Junto a esto, una parte de los estudiantes que habían sido activos en la movilización, aquellos que mayoritariamente habían logrado estudiar en colegios más céntricos, rechazaban el llamado al boicot, diferenciándose de la mayoría de los estudiantes que se había formado en los establecimientos de la zona, con pocas expectativas y muy poco que perder frente al boicot, pero sin gran experiencia organizativa como para acoplarse adecuadamente al llamado proveniente de los sectores más ilustrados. ACES y PSU estaban igual de lejos para los jóvenes de Pudahuel. Esto quedó reflejado en el intento de toma en el Liceo San Mateo el día anterior al inicio de la prueba, el que fracasó por no lograr burlar la presencia policial.
Por esto el primer día de rendición de la PSU se enfrentaron esas dos identidades de clase que conviven en el territorio. Los sectores aspiracionistas buscaron lograr instalar la normalidad. Las familias acompañaron a sus hijos e hijas, y mayoritariamente se posicionaron al lado de los carabineros y PDI que se instaló en los 4 colegios desde tempranas horas. Esto fue problemático para un sector de familias que sentía adhesión por las movilizaciones o inclusive que habían participado activamente. En la verdad de enfrente, los minoritarios sectores organizados de estudiantes secundarios de la zona buscaron hacer carne el llamado al boicot. La experiencia de la evasión en el metro había marcado un referente, con sus debilidades, pero también con sus fortalezas, aunque en esta ocasión las familias parecían asumir sus tradicionales roles conservadores. Finalmente, el primer día de PSU los intentos de boicot, principalmente en el Liceo San Mateo fueron poco fructíferos y en los otros establecimientos casi nulos. No obstante, tuvieron un potencial logro: demostrar a la mayoritaria gallá estudiantil, despolitizada y sin ningún tipo de expectativas frente a la desigual PSU, que existían posibilidades de hacer carne lo que habían compartido tantas veces en memes y wassaps: la prueba medía las diferencias entre ricos y pobres, ellos, solo podían a aspirar a un margen acotado de espacios en la educación universitaria, por lo que sus posibilidades eran ver quiénes eran los pocos que podían acceder a esos cupos. Ese día grabaron videos, gritaron (principalmente a los pacos) y se convencieron de que dar la prueba, o no darla, daba lo mismo. Si ingresaban a la educación superior sería a un Centro de Formación Técnica o a un Instituto Profesional, hasta a una Universidad Privada de bajo abolengo, si algún familiar quería emprender la noble cruzada de endeudarse y donde el puntaje PSU no fuera relevante.
El segundo día la cosa fue distinta. Los enfrentamientos en el San Mateo fueron escalando, producto de que los jóvenes que propiciaban el boicot contaban con mayor apoyo interno y externo, pues la presencia principalmente de policías de civil en el sector desde la madrugada alertó a numerosos familiares a estar presentes en el establecimiento para defender la vida, el cuerpo y la cuerpa de sus hijos. Esto llevó a suspender la realización de las pruebas de matemáticas e historia en ese establecimiento. Al poco rato, los enfrentamientos se trasladaron al municipal Liceo Monseñor Alvear. Allí, en plena Av. La Estrella, en el corazón del territorio, se comenzó a vivir una fuerte batalla directamente con las fuerzas policiales, cuando los estudiantes comenzaron a salir masivamente de las salas al son del “el que no salta es paco”. Las barricadas no tardaron en aparecer. En una avenida caracterizada por la presencia cotidiana de cerros de basura, cartones, sobras de la feria, etc., los pacos reprimieron a sus anchas a un grupo de jóvenes con deseos de protesta.
En el colegio Gerónimo de Alderete que había sido uno de los menos activos, el gas pimienta llegó hasta los facsímiles que estaban en el suelo, allí se detuvieron a varios estudiantes bajo fuertes golpizas. Mientras que a eso del mediodía los enfrentamientos emergieron en el Colegio Santiago Pudahuel ubicado en Av. Oceanía, al frente de la 55° comisaría. Allí la represión fue directa. Los pacos coparon el sector y detuvieron a algunos jóvenes. En todo el territorio los apoderados arribistas se comenzaron a desvanecer en el aire, pues ante la represión frente a los estudiantes, la solidaridad de los vecinos fue inmediata. Viejos obreros, curtidos en diversas luchas le cerraban las rejas de los pasajes a los policías en motos. Seguramente no tenían idea de las identidades de los jóvenes, pero sabían que ellos eran parte de su mismo pueblo, podían ser sus hijas, por lo que cerraron filas frente a quienes habían escogido el camino de ser parte de las fuerzas represivas.
No obstante, en los alrededores de la misma comisaria se vivió una situación que encendió aún más los ánimos. Una de las numerosas radiopatrullas que ya eran masivamente repelidas en diversos lugares, atropelló a una gran velocidad a un manifestante, lo cual fue grabado y difundido rápidamente por las redes sociales. Todo mientras la prueba de Historia, era suspendida en todos los locales de Pudahuel y momentos después se informaba que la suspensión era en todo el territorio nacional. En las horas siguientes las calles Oceanía y Laguna Sur comenzaron a llenarse de personas enfurecidas por la represión, su objetivo: la 55° comisaría de calle Oceanía, cuestión que no pudo ser revertida por las declaraciones de Carabineros y el municipio que condenaban el atropello, argumentando la situación, en el caso de los primeros, al complejo escenario causado por las protestas. La filtración, ese mismo día, de un video donde un carabinero grababa una situación de infidelidad por parte de su señora con otro “colega” (todos carabineros) llevaba la imagen de la institución a uno de sus peores momentos. En términos de guerra, los pacos estaban desmoralizados como fuerza beligerante.
Las protestas tras el atropello se comenzaron a hacer masivas. A eso de las 19 horas el ataque a la comisaría era persistente. No era un grupo aislado, tampoco era un ataque letal. Eran cientos de piedras frente a un piquete, dos zorrillos y dos guanacos, los que difícilmente podían hacer algo contra cerca de mil manifestantes enfurecidos. Esa rabia tenía aspectos contradictorios. No representaba a la vieja cultura política de izquierda, tristona, pesimista, titubeante. Eran jóvenes, y no tanto, sin miedo, que mientras puteaban a los policías se alegraban al escuchar a una manifestante que comenzó a tocar una trompeta. Nunca se había cantado en la zona tan fuerte el “ya vaannn a ver… las balas que nos tiraron van a volver”. Nunca una sola canción había logrado reflejar lo que se sintió esa tarde en esos estrechos pasajes de la villa Comercio. No era la esperanza de una alegría por venir. Estaban alegres, porque sentían que el momento defensivo se había acabado, era tiempo de terminar con el “poner la otra mejilla”. El atropello al manifestante había sido la síntesis de todos los atropellos vividos en estos tres meses y en tantos años de explotación. Esta ocasión no pasaría como cualquier otra. Ni los cientos de lacrimógenas lograron apagar las lágrimas de felicidad de los manifestantes, y tampoco lograron ocultar el miedo de los funcionarios de esa comisaría, que reflejaba los momentos por lo que atraviesa esa nefasta institución policial.
Los hijos de los barranquinos que vivieron el paro comunal de Pudahuel en 1984 y de los que emboscaron a la comitiva de Pinochet en Cerro Navia en 1988 ahora eran parte de este ataque y hostigamiento a la comisaría. Estaban haciendo historia, mientras la PSU de historia pasaba a ser parte de los recuerdos. Frente a esto ¿es posible pensar que aún no existe un “tejido social” reconstruido? Parece más bien que continuar planteando esta tarea es producto de que las teorías movimientistas pretenden limitar todo a lo social, satanizando lo político.
Los intentos del gobierno, el municipio y Carabineros por relacionar las protestas con la delincuencia y el narcotráfico tuvieron escasos resultados en el territorio. Desde el primer día aparecieron brigadas de primeros auxilios, muchas de las cuales se habían graduado con honores en Plaza Dignidad y ahora respondían rápidamente al llamado de la periferia. De inmediato se abrieron casas para que se atendieran a los numerosos heridos. Cuando las lacrimógenas caían en los techos de las casas y amenazaban con iniciar un incendio la solidaridad heredada por los nietos de barranquinos y sindicalistas emergía de inmediato. Rápidamente numerosos jóvenes trepaban a las casas y apagaban las bombas entre los aplausos de jóvenes anónimos, pero sin duda no delincuentes. Tras ese primer día los enfrentamientos se prolongaron durante las cuatro noches siguientes, donde a las piedras se le fueron sumando molotovs, disparos de armas de fuego y fuegos artificiales. La solidaridad de clase demostrada por los vecinos apoyando a los manifestantes fue puesta en cuestión por el malestar causado por los gases lanzados directamente en los pasajes, pero no logró hacerse parte de los intereses del gobierno y carabineros: identificar a las protestas con el narcotráfico. Los vecinos del sector saben muy bien que el pueblo que lucha no es delincuente.
El ataque a la 55° comisaría dentro del contexto general de la revuelta popular
La 55° comisaría fue atacada de forma persistente durante 5 días seguidos tras el atropello por parte de la patrulla de carabineros, volviendo a reaparecer en los días siguientes tras una tregua del día domingo. Las primeras piedras dieron paso a bombas motolovs, armas de fuego y fuegos artificiales. Estos últimos vienen siendo lanzados contra carabineros en los últimos años en diversas protestas, lo que es un componente nuevo en este tipo de enfrentamientos. No obstante, esta misma comisaría ya había sido atacada al menos en 5 oportunidades desde que comenzó la revuelta popular.
Pero estos ataques no hay sido atípicos. Según información publicada en www.latercera.com y en www.T13.cl desde el 18 de octubre han habido 359 ataques a locales de carabineros en todo el país. La subcomisaría de Padre Hurtado lleva la delantera con 34 ataques, le sigue Peñalolén con 33, Huechuraba con 29 y Puente Alto con 9. Los ataques han ocurrido mayoritariamente en la región Metropolitana, alcanzando el 61%. En otras regiones Antofagasta e Iquique lleva la delantera, mientras que también ha habido ataques en Los Ángeles, La Calera, Coquimbo, entre otros. Si durante el mes de octubre los ataques llegaron a 72, en noviembre se vivió el mayor número de estos alcanzando los 169 ataques, especialmente entre el 14 de noviembre (conmemoración asesinato de Camilo Catrillanca) y fines de ese mes. En diciembre continuaron los ataques de forma similar hasta la pascua, llegando a 82 eventos. En lo que va de enero los ataques alcanza a 36[4]. De esta forma podemos apreciar que los ataques tuvieron su mayor frecuencia entre el 14 de noviembre y el 24 de diciembre y no en las primeras semanas de la revuelta. Tras la tregua de las fiestas de fin de año, los ataques volvieron a aparecer en el contexto de la PSU y con posterioridad a esta.
Esta radicalización es difícil de analizar por motivos obvios, relacionados con el tipo de repertorio de protesta, pero se pueden apreciar algunas características generales. En primer lugar, prácticamente todos los lugares atacados corresponden a territorios altamente populares, con presencia de narcotráfico, por ende de armas de fuego. Salvo en Peñalolén, no se aprecian vinculaciones con las tradicionales poblaciones “combativas” como para esbozar posibles conexiones con organizaciones revolucionarias o con las herencias de estas. Sin embargo, la vinculación al narcotráfico, como repite constantemente el gobierno, tiene una principal dificultad explicativa: la existencia de bombas molotov, las que se identifican con actores con experiencias organizativas y en protestas, por lo que la tesis criminalizadora del gobierno pierde sentido. Este tema se refuerza al analizar algunos casos específicos que tienen aspectos similares a los de Pudahuel Sur. Así por ejemplo, en la mayoría de las ocasiones los ataques a las comisarias han sido respuestas populares a las agresiones irracionales de carabineros. En Padre Hurtado, donde han ocurrido la mayor cantidad de ataques, estos se han debido a la represión, golpes y detenciones de estudiantes. En Peñalolén los ataques recrudecieron tras una feroz represión a un comité de allegados que se tomó terrenos de la viña Cousiño. Además de esto, en varios puntos los ataques han logrado una masividad similar a la de Pudahuel Sur. Así por ejemplo en la subcomisaría norte de Antofagasta los ataques han sido provocados por hasta 600 personas, los que han sostenido luchas por más de 12 horas contra carabineros, con piedras, palos y molotov.
De esta forma, los ataques han estado presentes en territorios populares, con presencia de diversos medios para realizarlos, entre estos molotovs, en respuesta a violentos actos represivos y alcanzando una masividad nada despreciable. Estas características permiten poner en cuestión el discurso de la presencia de narcotraficantes, aunque no completamente. Además, y esto es mucho más interesante, los ataques dan cuenta de efectuarse en territorios ajenos a los rituales campos clásicos de enfrentamientos donde sectores revolucionarios y subversivos han tenido presencia: las poblaciones combativas. Salvo algunos casos de la zona oriente de Santiago (Peñalolén), la mayoría de los ataques se han vivido en zonas sin esa tradición, como Padre Hurtado, Quilicura, Pudahuel Sur, etc. Pero por otro lado, el bajo número de detenciones o heridos da cuenta de algún tipo de planificación que permite pensar en vinculaciones con experiencias organizativas revolucionarias, aunque de manera aislada más que orgánica. Esto último se debe en primer lugar a las debilidades organizativas de los sectores revolucionarios.
Pensar que las acciones radicales responden a una determinada fuerza política específica es erróneo, sólo posible en afiebradas acusaciones del gobierno. La protesta radical es múltiple, inorgánica, se nutre de experiencias, condiciones de clase, oportunidades, y, como es obvio, cambia con el tiempo. Análisis más generales que el caso específico aquí tratado son tareas pendientes y urgentes. Especialmente porque quienes piensan en revolución lo hacen repitiendo libros rojos y quienes no quieren revolución por lo general invisibilizan las protestas radicales. La diversidad de las manifestaciones sociales sigue teniendo como repertorio central a las acciones radicales, la adopción de estas de características más claramente políticas que desborden el puro acto son difíciles de subsanar al breve tiempo, pues las fuerzas políticas que se identifican con posiciones maximalistas siguen sin incidencia política.
¿Cómo puede interpretarse que estos repertorios de acción sigan siendo persistentes en el mes de enero? Sin duda que existen factores atribuibles a la extracción de clase de los participantes en la revuelta. Mientras en Plaza Dignidad los viernes siguen siendo controlados por la protesta y en Pudahuel Sur los ataques fueron reemplazados por una masiva y festiva feria de organizaciones, las asambleas de las comunas ilustradas y pequeñoburguesas decretaron el “cierre por vacaciones”, solo levantado para asistir al reciente encuentro de la Coordinadora de Asambleas Territoriales (CAT).
Esta situación presenta un dilema para las corrientes revolucionarias de izquierda, pues si bien la revuelta popular ha permitido una mayor vinculación de los sectores populares periféricos con los sectores de izquierda revolucionaria e ilustrada, esto no se traduce en avances orgánicos. La cultura de rebeldía de la juventud pudahuelina se queda empantanada en las discusiones entre lo social y lo político, el movimiento vs el partido. Las pésimas prácticas llevadas a cabo por la izquierda institucional y revolucionaria han reforzado este empate catastrófico, donde las debilidades de las organizaciones políticas llevan a que los activistas no militantes logren mejores resultados que los militantes. La comodidad del reducto ideológico representa un desprecio por el trabajo de masas, a pesar de que las decenas de asambleas territoriales levantadas desde el 18 de octubre se han presentado como un escenario ideal para disputar la conducción política. No ver esto es permanecer en la comodidad del nicho y en el ejercicio de la protesta como rito y no como acto político.
[1] Felipe Seguel, Ciudad en post-dictadura: Políticas públicas de vivienda y urbanización en Santiago. 1990-2005, Tesis para optar al grado académico de Magíster en Historia, mención Historia de América. Universidad de Santiago de Chile, 2015, p. 85.
[2] Ibid.

Fuente: http://www.resumenlatinoamericano.org/2020/01/31/chile-la-revuelta-popular-en-un-territorio-periferico-el-caso-de-pudahuel-sur/

No hay comentarios:

Publicar un comentario