jueves, 13 de febrero de 2020

Advirtamos que "es importante contar con un pensamiento comprometido con las prácticas, que sea parte de ellas pero que –a la vez‑tenga la suficiente capacidad para distanciarse y aportar un punto de vista crítico, es decir, reflexivo, que ponga de relieve lo que la experiencia arroja como enseñanzas, conceptos, propuestas, caminos… y nada de esto puede resultar de una labor individual ni monocultural. Construir pensamientos y saberes colectivos es la clave. Interculturalidad, descolonización, despatriarcalización resultan en este empeño ‑junto con la educación popular y la investigación participativa‑ postulados insoslayables, a la vez que posibilidad, concepción y herramientas".

Pistas para un pensamiento crítico situado, con pertenencia de clase
Epistemologías desde abajo
12 de febrero de 2020

Por Isabel Rauber (Rebelión)

II. Sacudirse el fantasma de la modernidad

III. Pensar con los sujetos y no para (ni por ) los sujetos




I.                    Salir del cerco de
la epistemología occidental
Elementos de partida

1.
Parecería un lugar común comenzar haciendo referencia a la crisis civilizatoria que nos atraviesa y por la que atravesamos. Pero es necesario recordarla para tener presente que –aunque muchos lo reconozcan teóricamente- es importante enfrentarla con la profundidad y multidimensionalidad que ella tiene e impone, es decir, desde la raíz para desde ahí buscar su superación.
La cualidad de “civilizatorio” indica que se trata de una crisis de los cimientos mismos del sistema - mundo dominante, hegemónico, del cual –en este caso‑ se buscaría “salir”, superar, ir “más allá”. Esto es: superar-reemplazar-abandonar el sistema de producción y reproducción que lo gestó, expandió y afianzó multidimesionalmente en sus modos de vida y en la existencia y espiritualidad humanas. No solo en lo económico, sino en lo político-institucional, en la educación, el conocimiento, la cultura, la ideología, la subjetividad, el lenguaje, la comunicación social y sus medios, las interrelaciones humanas, en la producción y reproducción de su hegemonía en todos los órdenes de la vida.
En tanto economía es sociedad, un modo de producción y reproducción económica es a la vez un modo de producción y reproducción social; define modos de vida, de interrelacionamiento humano y con la naturaleza, modos de pensar, de sentir, de soñar, desear y morir.
Hoy transitamos un tiempo de agotamiento civilizatorio integral y multidimensional: de un modo de producción, reproducción, distribución (intercambio), apropiación y acumulación económica, cultural, social y política capitalista que se ha desarrollado a tal punto que evidencia descarnadamente su irracionalidad creciente, situación que prácticamente ha anulado su inicial racionalidad [Hinkelammert]. Esta irracionalidad se expresa nítidamente en su irrefrenable destrucción de la vida; es un modo de no-vida que cínicamente los defensores del capital pretenden sostener y defender, disfrazándolo como una evolución “natural” de la sociedad y, por tanto, “irremediable” para la humanidad. Por eso resulta “saludable” no confiar en sus propuestas de soluciones a los problemas por ellos mismos creados, ni adoptar sus pretendidas alternativas de “superación” de los anteriores patrones de “desarrollo”, por ejemplo, la llamada “economía verde”.
Indagar una salida por fuera de esta civilización generada y sostenida por el capital requiere de la creación colectiva global del conjunto de sujetos sociales populares, para pensar y construir propuestas capaces salir del cerco económico-cultural del capital y poner fin a sus mecanismos de producción y reproducción, a sus preceptos ideológicos y a sus paradigmas justificatorios.
Se trata de buscar, crear y definir alternativas superadoras a esta locura de la muerte, lo que demanda un “pensamiento crítico” consciente de las exigencias del tiempo histórico en el que se desarrolla y de las realidades en las que los sujetos populares despliegan sus experiencias de resistencia, luchas y creaciones con grandes atrevimientos políticos, expresándolos con toda la riqueza de la diversidad de su existencia, sus identidades, culturas, cosmovisiones, cosmopercepciones, conocimientos, saberes, sabidurías, pensamientos y prácticas sociales y comunitarias (base para su articulación). Esta cualidad del pensamiento crítico es la que expreso con el concepto “pensamiento crítico situado”.
Implica asumir el desafío histórico de buscar, crear y construir una nueva civilización, basada en una cosmovisión abierta que ‑dando cabida a diversas cosmovisiones‑, promueva la armonía, el intercambio y la complementariedad entre los seres humanos y con la naturaleza, en búsqueda, creación y tránsito hacia un nuevo modo de producción, reproducción y acumulación sociales, que se haga cargo de promover y sostener la reproducción en equilibro con la naturaleza. Esto se expresará en un nuevo modo de vida.1
Una semblanza del modo de vida al que aspiramos resulta sintetizada, por ejemplo, en la propuesta de los pueblos indígenas originarios conocida como el vivir bien o buen vivir: en equilibrio, equidad entre los seres humanos y con la naturaleza de la cual somos parte; sin asimetrías de poder. Esto contrasta con las propuestas consumistas de bienestar y progreso individuales (e individualistas) alimentadas por la filosofía occidental moderna (capitalista). Se asienta en un principio civilizatorio para la vida que, en aras de ella, promueve y defiende el bien común: “No es posible vivir bien si los demás viven mal”. No resultan compatibles con él las guerras, ni el saqueo, ni las desigualdades extremas que provocan hambre, enfermedades, muertes… que destruyen nuestro hábitat y –con ello‑ nuestra humanidad. De ahí que su carácter civilizatorio para la vida, sea una de las claves para pensar crear un mundo nuevo.
2.
Cuando se hace referencia al “pensamiento crítico” se abre una dimensión de diversidad; hay mucho escrito, pensado, publicado. Acá quiero referirme particularmente a las corrientes cuyos representantes o referentes lo colocan (y se colocan) “afuera” de la historia, es decir, se refieren a un pensamiento no situado elaborado al margen de las realidades concretas del tiempo histórico de que se trate y de sus sujetos. Estas vertientes de pensamiento resultan incapaces de identificar claramente los problemas raizales que la crisis civilizatoria plantea a la sobrevivencia de la humanidad. Tampoco reconocen que tanto el origen como el desarrollo de los conceptos y paradigmas del “pensamiento crítico” que enarbolan fueron moldeados, de alguna manera, por la civilización que pretenden analizar críticamente, por lo que resultan también alcanzados por los cimbronazos (culturales e ideológicos) de su crisis.
En tanto pensamiento abstracto (atemporal, no contingente y sin sujetos concretos), esta corriente de “pensamiento crítico no situado” comulga con la concepción liberal y cientificista . Con ello pretendió dotarse de una objetividad no “contaminada” con las contradicciones de la vida real, pero ‑por esa vía‑, terminó desconectado de la realidad, sus acontecimientos y sus actores sociales. Resultó entonces, un pensamiento “crítico” dogmático, apriorístico, trascendental.
En tanto esta corriente se desarrolló y difundió con el apoyo de poderosas instituciones académicas, políticas y culturales (editoriales) a nivel mundial, en primer término la Academia de Ciencias del PCUS y el Instituto de Marxismo-Leninismo de la URSS, su influencia fue considerable también en el terreno de las actividades político‑sociales. En Indo-afro-latinoamérica su irradiación fue devastadora: negación o rechazo de las realidades socioeconómicas; de los sujetos realmente existentes y de sus realidades, identidades, culturas, etc., implantación de esquemas clasistas teóricos extrapolados, desconocimiento generalizado de las deformaciones de la dependencia multidimensional impuesta por el colonialismo, etcétera.
Adoptando la denominación de “marxismo” –transformado en doctrina‑, esta corriente de pensamiento ha sido –y aún es, en ciertos ámbitos‑, considerada como uno de los mayores exponentes del “pensamiento crítico” de izquierda, cualificación que muchos emplearon para descalificar otros aportes teóricos revolucionarios, como los de la educación popular, la teología de liberación, el feminismo.... Con tales actitudes, su difusión e instrumentación política se tradujo en intolerancia, desprecio, rechazo y marginación de lo diferente. Sus referentes intelectuales fueron (y muchos aún lo son) considerados poco menos que dioses a los que habría que reverenciar y seguir si se deseaba ser parte del cuerpo crítico “iluminado” o contar con su aprobación (para publicaciones, doctorados, becas, concursos, distinciones, premios...).
3.
Ese “pensamiento crítico” que adoptó posiciones supuestamente “objetivas e imparciales”, resultó un pensamiento sin sujetos, despojado de sus realidades, contradicciones y subjetividades (reducidas a “lo subjetivo”). Fue un pensamiento disecado, desposeído de la riqueza emergente de la diversidad de los sujetos, de sus sentimientos, saberes y sabidurías, de sus cosmovisiones y cosmopercepciones, negador de sus identidades y culturas... En síntesis, devino un pensamiento no situado (abstracto), ajeno a las contingencias de la historia y a los sujetos y sus subjetividades (y sus calamidades, luchas, resistencias…). Ello constituyó y constituye su deficiencia epistemológica de raíz. Y alcanza tanto a su matriz raizal como a sus contenidos, sus conceptos y paradigmas, sus lenguajes y formatos y, de conjunto, fundamentalmente, a su proyección práctica.
Muchos ejemplos dan cuenta de ello, pero vale recordar aquí a uno de sus resultados más negativos para el pensamiento y la acción sociopolítica de la izquierda en el mundo y, particularmente, en Asía, África y en este continente. Me refiero, en primer lugar, a la fragmentación del pensamiento revolucionario (de Marx, Engels y Lenin) en materialismo dialéctico y materialismo histórico. Con ello, sus promotores pretendían, tal vez, evitar una posible herencia idealista de Hegel (“corte epistemológico” althuseriano, por ejemplo), pero en realidad, al separar materialismo y dialéctica sepultaron la gran revolución epistemológica realizada por Marx en el pensamiento social. Sobre esa base hicieron posible la creación de un materialismo histórico sin sujetos y sin sus contingencias en la historia; es decir, sin atender tampoco a las transformaciones que ello exigiría en los contenidos de los conceptos, las categorías, las propuestas… La dogmatización se abría paso ocultándose tras una supuesta concepción “científica” que aislaba al “marxismo” de su fuente genealógica sine qua non: la concepción dialéctico‑materialista de la historia. Despojado de la dialéctica y de los sujetos, artífices, creadores y constructores de las dinámicas vivas, con sus luchas y pensamientos‑, ese “marxismo” solo podía ser doctrina muerta, vacía de contenido histórico social, su raíz y proyección revolucionaria.
Un referente importante de esta concepción fue Althusser, quien ‑aunque se pretendió anti-dogmático‑, definió al materialismo histórico como “ciencia de la historia”. Ella aborda temas relativos a la estructura social y a la superestructura. Las clases y la lucha de clases existen, pero estáticas, pues no modifican sustantivamente la realidad ni son modificadas por ella, ni pueden tampoco crear algo nuevo. Y aunque se afirma que la lucha de clases marca el curso de los acontecimientos, en realidad estos resultaban pautados apriorísticamente por esa supuesta “ciencia de la historia”, en virtud de su conocimiento de las leyes que rigen el movimiento histórico. Un galimatías que fue el adalid del “pensamiento crítico” de gran parte de la izquierda autodenominada marxista en el siglo XX. Para ella Mariátegui fue un “bicho raro”, un pensador “maligno” cuyos textos no había que leer, ni nombrar. Al igual que Gramsci, Lukács, Rosa Luxemburgo, Ernesto Che Guevara, Flora Tristán… junto a tantos otros y otras que pensaron, escribieron y lucharon en el mundo.
En nuestro continente esta variante del marxismo rígido, dogmatizado, antidialéctico y desconocedor de los sujetos reales hizo verdaderos estragos. El reconocimiento –esta expresión ya lo evidencia‑, de los pueblos indígenas originarios como integrantes del sujeto social y político, ha sido ‑y en muchos casos aún lo es‑, una carencia, una ausencia. Como así también a los peones rurales, a los trabajadores golondrinas temporarios, a los asalariados en condiciones de semi-esclavitud, a los afrodescendientes, mestizos, criollos y mulatos… Todos ellos fueron desconocidos y excluidos de los análisis sociopolíticos, pues no se ajustaban a la definición de clase social proveniente de los manuales.
Hoy esto parece estar cambiando significativamente y eso contribuye a la proliferación de lecturas sociológicas y políticas más ajustadas a las realidades y a la diversidad de sujetos sociopolíticos concretos. Pero hay mucho por hacer aún en este sentido. Porque no es un tema que pueda resolverse solo con declaraciones o escritos; es vital abrir el pensamiento y el corazón y reconocer las identidades, culturas, saberes, conocimientos y cosmovisiones de los sujetos diversos. Esto provoca un cortocircuito en los liderazgos político-ideológicos dentro del campo popular, tradicionalmente hegemonizados por una izquierda (intelectual y política) ilustrada y por ello –supuestamente‑ dueña de la verdad y, por tanto, del (verdadero) “pensamiento crítico”.
4.
Surgen entonces varias interrogantes, entre ellas: ¿Quiénes elaboran el pensamiento crítico? ¿De cuáles fuentes, realidades, sujetos, fuerzas o pensamientos se nutren? ¿Quiénes lo interpretan o “entienden”? ¿Quiénes le dan vida, lo “llevan a la práctica”, lo “concretan” o lo “aplican”?
Evidentemente, al asumir la condición de “científico” siguiendo los cánones liberales, la corriente de “pensamiento crítico no situado” lo (auto)constituyó en una cualidad propia de especialistas, expertos, académicos, élites iluminadas alejadas de las prácticas sociales populares.Sobre esa base, establecieron una brecha entre quienes elaboran pensamiento y quienes lo “aplican”. Es decir, entre los que saben (y piensan) y los que no saben (y ejecutan).
En el mundo universitario esto se expresó –tal vez de un modo más benévolo‑, particularmente en la distinción entre los saberes académicos y los saberes populares, brecha que desde hace algún tiempo se intenta acortar con el llamado “diálogo de saberes”, evidentemente por la presión que ejercen los movimientos sociales en la arena política y por la fuerte influencia cultural de la concepción de Paulo Freire con su defensa de los saberes de los oprimidos.
El “diálogo de saberes” resultó ciertamente una especie de puente ideológico y cultural entre dos categorías de saberes (y de sujetos) que, a la vez que los articula, los diferencia y distancia. Un claro ejemplo de ello es que, en décadas, el tan mentado “diálogo de saberes” no llegó a generar propuestas deselitizantes del saber. Hasta hoy no hay logros significativos en este sentido; no se ha conseguido, por ejemplo, que los currículos universitarios se abran e incorporen –institucionalmente‑, otros conocimientos, sabidurías, cosmovisiones...
Existen espacios como el de la llamada “extensión universitaria” con los que se busca poner parches a esta separación, pero esto ‑lejos de disminuir las distancias‑, las reafirma. En primer lugar porque en ese esquema, son los académicos los que “se acercan” a los espacios “no ilustrados”, pero los referentes de estos espacios no son recibidos con la misma amplitud en los espacios de la academia. Además, la concepción de la educación popular tampoco ha sido epistemológicamente comprendida e integrada a una profunda reforma pedagógica educativa; se mantiene en las orillas, construyendo otra epistemología, no para disputar espacios sino porque las realidades de este continente y sus sujetos así lo reclaman y lo producen en consecuencia. En resumen: la fractura epistemológica de saberes se mantiene y afianza.
Un diálogo de saberes requiere reconocimiento del otro, de la otra, respeto, preguntar y escuchar; estar abiertos a racionalidades diferentes, a no excluir, a sumar en actitud de articular; lo que en el pensamiento indígena se denomina complementar o completar (completitud en matemáticas). Y esto supone lo intercultural y, de conjunto, la descolonización. “Aquí es importante reflexionar y entender que forjar el respeto mutuo, entre civilizaciones, implica descubrir lo encubierto, dignificar lo marginado, excluido y colonizado, poner en condiciones de diálogo, luego recién viene el respeto mutuo entre las partes. Una vez logrado el descubrimiento de los valores ancestrales, haber dignificado, y forjado el respeto mutuo, viene el apthapi/complementario de saberes y conocimientos intercivilizatorios…” [Yampara, 2009: 21]. Y claro, esto habla de una relación no unívoca, que articula múltiples dimensiones de existencias e intereses. Ponerse con ello es, precisamente, parte de los desafíos.
5.
En tanto aceptamos que saber es poder, todo ensimismamiento del “pensamiento crítico” obstaculiza el reconocimiento y la comprensión de la dimensión destructiva raizal de la civilización del capital que actualmente carcome y desangra a la humanidad. Y esto –a su vez‑, limita sus posibilidades para buscar, identificar, definir y construir las respuestas de superación civilizatoria alternativa, tarea que no puede ser obra de un grupo de intelectuales sino elaborada entrelazadamente con los quehaceres, experiencias, conocimientos, saberes y propuestas de los actores-sujetos populares, tal como lo exigen la magnitud y los alcances de las amenazas dominantes que definen el tiempo actual.
La grieta histórico-cultural de saberes, conocimientos, sabidurías… condensa entonces, uno de los principales obstáculos epistemológicos, gnoseológicos, políticos e ideológicos del “pensamiento crítico” hasta ahora predominante, cuyo sostén impide su transformación en fuente de inspiración y guía del quehacer socio-transformador de los sujetos populares. Esto no puede lograrse desde afuera de las prácticas sociales de los sujetos, tampoco en el fragor de los hechos; es importante contar con un pensamiento comprometido con las prácticas, que sea parte de ellas pero que –a la vez‑tenga la suficiente capacidad para distanciarse y aportar un punto de vista crítico, es decir, reflexivo, que ponga de relieve lo que la experiencia arroja como enseñanzas, conceptos, propuestas, caminos… y nada de esto puede resultar de una labor individual ni monocultural. Construir pensamientos y saberes colectivos es la clave. Interculturalidad, descolonización, despatriarcalización resultan en este empeño ‑junto con la educación popular y la investigación participativa‑ postulados insoslayables, a la vez que posibilidad, concepción y herramientas.
6.
El “pensamiento crítico no situado” predominante en el siglo XX ‑aparte de dejar afuera a los sujetos, sus subjetividades y sus experiencias históricas‑, se constituyó en torno a una cientificidad a-histórica y quedó anclado a sus “rigores científicos”, correspondientes a las revoluciones industriales y sus exigencias socioculturales. Luego se fue acoplando –de diferentes maneras‑, con los descubrimientos de las ciencias y la tecnología: la física cuántica y nuclear, la robótica, la electrónica, la informática... De conjunto, esto se tradujo –no sin debates y contradicciones‑, en una suerte de aggiornamiento científico del “pensamiento crítico”, apoyado en lo que se ha dado en llamar “teoría de la complejidad”. Esta perspectiva le ha brindado a ciertas corrientes una mayor flexibilidad y apertura, pero ‑lejos de reencaminar al “pensamiento crítico” hacia una transformación raizal de sus cimientos‑, fortaleció, en general, sus tendencias al elitismo.
Es importante tener presente que toda producción de conocimiento parte de una base cultural y está también intercondicionada por ella, además de estarlo también por los instrumentos que emplea, por el “clima ambiental” donde se hacen los estudios... Todo esto influye e interviene en la creación de lo nuevo, en el desarrollo de nuevas miradas, nuevas lecturas, análisis, síntesis y en la elaboración de propuestas encaminadas a superar‑colocarse, desde la experiencia viva de sus procesos internos, “afuera” de la civilización del capital (occidental, moderna). Por eso es saludable promover siempre una actitud abierta, atenta a la pluralidad y diversidad de cosmovisiones, conocimientos, saberes… en búsqueda de posibilidades y nuevas herramientas para construir las convergencias hacia un horizonte compartido común. Lo común implicaría al menos, en tal caso, la creación de un ámbito para pensar colectivamente en clave intercultural, descolonizada y abierta a renovaciones y transformaciones constantes.
Llegado a este punto, entre las huellas más fuertes de los siglos XIX y XX que marcaron la pretendida cientificidad de la corriente predominante del “pensamiento crítico”, pueden subrayarse las siguientes:
·         Pensamiento lineal, cuantitativo-ascendente
·         Pensamiento binario
·         La historia como una sucesión lineal de hechos inconexos
·         Lo universal abstracto divorciado y contrapuesto a lo particular concreto y viceversa
·         Monoculturalidad, uniformidad y pensamiento único (verdad absoluta)
·         Posicionamiento liberal como sinónimo de independencia, objetividad (y racionalidad)
·         Predominio de lo cuantitativo (desarrollo como crecimiento, por ejemplo)
·         La naturaleza como objeto (y mercancía)
·         El capital como dinero
·         El mercado como “piso y techo” inevitable
·         Las clases y sus luchas como datos (no como raíz y motor)
·         La exacerbación de lo individual
·         La competencia como modalidad “natural” de las relaciones humanas
·         El conocimiento como un acto de erudición individual y no como práctica social colectiva
·         La sociedad y los sujetos como “objeto de estudio”
·         Los sujetos reales y su diversidad como “problemas”
·         Las mujeres como “objeto” de explotación a “liberar”
·         Los pobres como ignorantes e incompetentes por “naturaleza”
·         La enajenación como fenómeno externo
·         La subjetividad como un defecto
·         La conciencia como “un espacio vacío” a colonizar.
·         El adoctrinamiento como práctica “concientizadora”.
·         El fundamentalismo epistémico como sustrato
·         La soberbia como característica

·         La colonización cultural como alternativa

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