8 de agosto de 2019
Por Marcelo Colussi (Rebelión)
Estados
Unidos, autoproclamado campeón de la libertad y de la democracia, lo que menos
tiene es, justamente, libertad y democracia. El espinoso tema de los migrantes
indocumentados lo deja ver con palmaria evidencia.
No es ninguna
novedad que Latinoamérica representa su “patio trasero”, su supuestamente
natural resguardo geoestratégico, proveedor de materias primas a precios
regalados y obligado cliente para sus productos. Pero además de todo ello:
fuente inagotable de mano de obra barata. Muchos de los trabajos realizados en
Estados Unidos son efecto de los millones de latinoamericanos que residen en su
territorio, en muy buena medida, en calidad irregular en términos migratorios.
La economía
del imperio conoce a la perfección ese carácter “ilegal” (en términos
administrativos) de buena parte de la masa trabajadora, y se aprovecha. Siempre
ha habido persecución de los inmigrantes irregulares, con lo que se consuma un
descarado chantaje: esos trabajadores, huyendo de sus países de origen por la
precarias condiciones socio-económicas en que sobreviven, son aprovechados por
el capital norteamericano para, chantaje mediante, pagarle sueldos muy bajos en
relación a la media estadounidense. Pero pese a que esos ingresos son bajos en
términos comparativos, para los latinoamericanos llegados a aquel país, tales
salarios representan una “salvación”. Aun viviendo en condiciones indignas, se
permiten ahorrar y enviar remesas a sus familiares en América Latina y el
Caribe, con lo que se atenúa un poco la grave situación en los países
expulsores.
Todo el mundo
sabe esto: autoridades estadounidenses y latinoamericanas. Pero estas últimas
prefieren ignorar las condiciones paupérrimas y de sobreexplotación de esa masa
de gente, y más aún, el calvario que deben atravesar para llegar a suelo
norteamericano, por cuanto esos dólares enviados a su territorio ayudan a
soportar mejor la pobreza local. De hecho, en muchos países de la región, las
remesas representan entre un 15
a 20% del PIB, llegando en algunos casos hasta un tercio
de su economía global. Sin dudas, ningún gobierno de la zona desea perder esa
suerte de subsidio; de ahí su silencio cómplice con la desdicha de sus
conciudadanos.
Por otro lado,
los capitales estadounidenses sacan provecho de esa enorme masa de inmigrantes
indocumentados. En una nota del The New York Times firmada por Eduardo Porter,
se afirma sin vergüenza que “mientras más trabajadores crucen la frontera,
inevitablemente se reducirá el costo del trabajo. Su mano de obra barata aumenta
la producción económica y reduce los costos.” (…) “Ocho de los quince empleos
que tendrán el crecimiento más rápido entre 2014 y 2024 -asistentes para cuidar
a enfermos en el hogar, preparadores de comida, conserjes en edificios
comerciales y otros trabajos similares- no requieren de ninguna preparación”,
por lo que el aprovechamiento (explotación despiadada) de inmigrantes hispanos
está asegurado.
¿Por qué
ahora, desde la llegada a la
Casa Blanca del presidente Donald Trump, se da esta lucha
frontal contra los inmigrantes irregulares?
Hay en todo
ello un inmoral y despreciable doble rasero: se dice una cosa, y se hace
exactamente lo contrario. Ello se evidencia en varios aspectos. Por ejemplo:
son denigrados y detenidos/deportados inmigrantes mexicanos y centroamericanos,
pero se pone el grito en el cielo -golpes de pecho incluidos- con la población
que sale de la “narco-dictadura sangrienta” de Venezuela. Habría inmigrantes
“buenos” y “malos” entonces.
Como mínimo,
se podrían apuntar tres causas para comprender este endurecimiento de la actual
política migratoria del presidente Trump y de su equipo ultra conservador y de
derecha radical.
1. Tiene un
carácter electoral. Dada la gradual pérdida de pujanza de la economía
estadounidense (luego de la Segunda Guerra Mundial aportaba el 52% del
producto mundial, ahora no llega al 20%; la pobreza crece entre sus
ciudadanos), el mensaje proselitista de Trump buscó encender pasiones en la
clase trabajadora de su país, buscando una explicación sencilla, mecánica,
efectista. La apelación a un chivo expiatorio como los “migrantes que roban
puestos de trabajo” es un buen expediente. Ante una situación de crisis que no
cesa, la masa ciudadana estadounidense puede “dejarse” convencer con facilidad
con esa pseudo-explicación. De hecho, evidentemente, pudo votar a favor de ese
discurso xenófobo, y no sería improbable que pueda volver a hacerlo en las
próximas elecciones. De todos modos, la causa de la pérdida de dinamismo de esa
economía no son los extranjeros indocumentados: es la crisis general del
capitalismo y la recomposición a nivel global del sistema, con nuevos polos que
empiezan a destronar a Estados Unidos.
2. Racismo y
xenofobia extremos. El llamado a levantar muros inexpugnables se fundamenta en
un racismo visceral que atraviesa buena parte de la cultura media
estadounidense (ver video inicial), de la cual Donald Trump
es un claro exponente. En algunos de sus ya famosos mensajes por redes
sociales, en el 2018 dijo que los migrantes latinoamericanos son “muy malos”, y
no son personas, sino animales; y los lugares de donde provienen son “países de
mierda”. De ahí la necesidad de defenderse a muerte de esa “invasión”. Como lo
dicen Lajtman y Romano, en esa lucha contra los presuntos “invasores” “Algunas
medidas concretas son la instalación de brigadas de seguridad privada, drones,
sistemas de geolocalización, cámaras de vigilancia en los trenes y puntos
estratégicos; construcción de bardas y equipos de alarma y movimiento alrededor
de las vías.” Por lo pronto el gobierno federal tolera grupos civiles armados
(no autorizados legalmente) que se constituyen en “cazadores” de inmigrantes
que cruzan la frontera, matándolos a sangre fría. Todo ello es el telón de
fondo que permitió/incitó a un asesino como el citado en el epígrafe a
aniquilar “invasores hispanos”. Aunque luego de esa matanza Washington se vio
obligado a “condenar el racismo, la intolerancia y la supremacía blanca (…)
pues “el odio no tiene lugar en Estados Unidos”, el verdadero mensaje lanzado
por el presidente, y aceptado por buena parte de la población, es de chovinismo
extremo. De ahí estos grupos supremacistas blancos de “cacería de mojados”. Así
nació el nazismo en los años 30 del pasado siglo en Alemania. Lo que se está
viviendo en el Estados Unidos actual, azuzado por un presidente blanco
supremacista que ve con buenos ojos al Ku Klux Klan, no es muy distinto.
3. El chantaje
económico que persiste. Es absolutamente mentira que los latinoamericanos y
caribeños que llegan en condiciones paupérrimas al “sueño americano” disputan
puestos de trabajo con ciudadanos estadounidenses. Eso es una ignominiosa
falacia. El endurecimiento de las condiciones migratorias, además de los
motivos antes señalados, sigue siendo un buen mecanismo para el capital, a modo
de mantener en su nivel más bajo posible los salarios. Se podría decir:
“ejército de reserva industrial” a nivel global. Una buena masa de
desocupados/desesperados proveniente de países empobrecidos sirve para ser
chantajeada ya en suelo norteamericano, azuzándola con el fantasma de la “Migra ” y las posibles
deportaciones. Es decir: se le fuerza a trabajar en las peores y más insanas
condiciones, so pretexto de ser deportada. ¿Dónde quedan las tan cacareadas
libertad y democracia entonces?
Definitivamente
el acuciante problema de las migraciones irregulares cada vez más masivas, que
se dan tanto hacia Estados Unidos (provenientes de América Latina) como en
Europa (proveniente de África y de Medio Oriente), es una muestra evidente del
agotamiento del sistema capitalista.
La solución no
puede ser nunca levantar muros o impulsar políticas y sentimientos xenofóbicos;
la única solución es atacar de raíz las causas por las que 1,000 personas
diarias llegan huyendo de la pobreza a estas supuestas islas de salvación. Y
está visto que el capitalismo no quiere ni puede ofrecer esas soluciones.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=259116
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