Capitalismo en derrumbe. Geoestrategia del caos
(Parte III)
Publicado por Observatorio
internacional de la crisis 27 de julio de 2019
Andrés Piqueras,
sociólogo investigador del Observatorio Internacional de la Crisis
PARTE III
·
El desgarro de la UE
La decadencia de la UE ya es un
claro testimonio del declive democrático liberal, pues se concibió para
puentear los parlamentos y las instituciones locales, sustrayendo las
decisiones e intereses del Gran Capital a las luchas de clase a escala estatal
que forjaron las distintas expresiones nacionales de la correlación de fuerzas
entre el Capital y el Trabajo.
Si la “Europa socialdemócrata”
fue la mayor manifestación del reformismo capitalista cuando éste todavía
impulsaba con vigor el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy la Unión Europea es el
primer experimento de ingeniería social a escala regional o supraestatal en
favor de la institucionalidad de las estructuras financieras de dominación.
Supone en sí un cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de
trabajo (lo que significa la paulatina destrucción de los derechos y conquistas
laborales) y de las condiciones de ciudadanía, que se dota de todo un conjunto
de disposiciones y requisitos para hacerse irreformable.
Se trata también de una construcción
supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes,
un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva
de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su
“hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo de la moneda
única. Constituye el mayor ejemplo mundial de institucionalización del
neoliberalismo a escala de un continente entero.
El proyecto de lanzar la Gran Alemania a
través de la UE tuvo como primer objetivo posibilitar la reestructuración
productiva germana con miras a la exportación. En las últimas décadas la vieja
industria alemana se reconvirtió, renovando su perfil hasta hacerse una
“arrolladora máquina de generar excedentes” (las ventas externas pasaron del
20% del PIB en 1990 al 47% en 2009).
Pero ese proceso fue acompañado
de una dinámica de financiarización de la economía alemana. Con la irrupción
neoliberal, la desregulada estructura financiera mundial proporcionó a su clase
capitalista la posibilidad de conseguir crédito fuera de la economía
productiva. Esas masas de capitales “liberados” de los ciclos manufactureros
locales quedaban listas para invertirse en los mercados financieros, donde se
pueden hacer ingentes beneficios sin producir la menor riqueza, y eran
destinadas fundamentalmente a:
1.
Prestar a la Banca de las formaciones periféricas
europeas (la Europa del Sur), a fin de generar un ciclo de demanda de los
productos alemanes. Cuando, en plena crisis, los Bancos privados tuvieron que
satisfacer la deuda alemana y no pudieron, fueron los Estados (es decir, el
conjunto de la población) los que la asumieron (“socialización de pérdidas”).
2.
Invertir especulativamente en el sector inmobiliario
de ciertas de esas formaciones y también en el de EE.UU., contribuyendo a
provocar sus enormes burbujas.
3.
Invertir en la Europa del Este para la apropiación
por desposesión y la explotación de una fuerza de trabajo que se había
depreciado substancialmente con la terapia de “shock” que previamente habían
aplicado en esas formaciones estatales la UE y el FMI. Esto serviría también
para lanzar un ataque feroz contra la fuerza de trabajo alemana para extender
su precarización (Alemania es la única formación de la OCDE en la que los
salarios reales cayeron ininterrumpidamente entre 2000 y 20007).
Además, para competir con Asia
oriental y especialmente con China, la Gran Alemania y la clase capitalista europea
utilizan a la UE como herramienta para rebajar las condiciones laborales y
salariales de la fuerza de trabajo en Europa.
No olvidemos que el macro-Estado
(la UE, en el caso europeo) es una de las expresiones rectoras del capitalismo
oligopólico de ámbito global en el que estamos inmersos (que tiene que recurrir
a esas estructuras intermedias ante su incapacidad para conseguir un Estado
mundial). Es la vía que el Capital transnacionalizado tiene hoy de destruir las
conquistas que el Trabajo logró en el ámbito del Estado, que ha sido el
elemento rector-coordinador de la acumulación capitalista hasta ahora. Eso pasa
por un sistemático debilitamiento de las capacidades de regulación social
expresadas a través del Estado, para debilitar todas las opciones democráticas
que las poblaciones pudieran conseguir para defenderse. La des-substanciación
de las instituciones de representación popular está garantizada desde el
momento en que las decisiones parlamentarias estatales quedan subordinadas a
los marcos dictatoriales dados por la UE sobre inflación, déficit
presupuestario, deuda pública o tipos de interés, por ejemplo. A través de
ellos desarrolla todo un abanico de intervenciones contra las posibilidades de
soberanía de los países y sobre todo de las poblaciones.
Así por ejemplo en Grecia el
primer préstamo y su consiguiente Memorandum supuso la renuncia firmada a la
soberanía del país heleno. El Derecho según el cual fueron redactados los
acuerdos relativos a la deuda fue el de Gran Bretaña. No se preocuparon ni de
disimularlo, pues fueron redactados en inglés. El Parlamento griego los tuvo
que aprobar sin debate previo, también en inglés. La jurisdicción exclusiva
para la aplicación de los acuerdos recae sobre los tribunales del Gran Ducado
de Luxemburgo. Los representantes de la Troika tienen un despacho en los nuevos
ministerios, para asegurarse de que ninguna decisión política en ese Estado se
toma sin la autorización previa de los acreedores. Las empresas extranjeras,
sobre todo alemanas, se apropian del conjunto del país: puertos, aeropuertos,
telecomunicaciones, electricidad, ferrocarriles, correos…todo está en venta.
Todo está comprado. Hay territorios del Estado que han sido declarados Zonas
Especiales Económicas, susceptibles quién sabe, de ser desmembradas del resto.
Hasta hace no mucho tiempo si
una potencia extranjera pretendía el conjunto de la riqueza de otro país tenía
que invadirlo militarmente. Hoy ya no hace falta. El capitalismo de rapiña
financiero y la complicidad de las élites locales (que eso sí, se dicen
“nacionalistas” y algunas incluso “de izquierdas”) se bastan. La subordinación
del Derecho nacional al “derecho internacional” a imagen estadounidense sirve
también para frenar cualquier intervención social en favor de las grandes
mayorías. En el Reino de España, lo estamos viendo, el Gobierno está utilizando
al Constitucional para ilegalizar los procesos soberanistas. Recientemente,
además, ese tribunal ha paralizado medidas del Parlamento catalán contra la
pobreza energética y contra los abusos hipotecarios. Los ejemplos a escala
europea se multiplican.
El actual capitalismo
degenerativo necesita el poder judicial fuera de la influencia y de la elección
directa de los ciudadanos, para blindar en lo posible la forma neoliberal de
acumulación a través del saqueo. Lejos de ser instrumento contra las
corrupciones del poder ejecutivo, ese poder se convierte demasiado a menudo en
ariete de las clases dominantes contra el legislativo cuando éste intenta
cambios que afecten la estructura de ese saqueo. Y por supuesto es una muralla
imponente contra las luchas y transformaciones sociales (incluida a menudo la
propia protección de las mujeres ante la violencia machista). En definitiva,
una vía para hacer de la más mínima democratización y participación de la
política algo inoperante[1].
En el caso de Europa, también,
la moneda única, el euro, es una eficaz forma de sustraer el valor del dinero a
la lucha de clases. Un potentísimo disciplinador de la fuerza de trabajo.
Dispositivo sin igual para (ante la imposibilidad de realizar devaluaciones
competitivas, de moneda), establecer devaluaciones internas: reducción del
salario directo, indirecto (servicios sociales) y diferido (pensiones). También
para ajustar a favor del Capital los mercados laborales.
En la UE, la delegación de
soberanía política sucede a la monetaria. Los Estados ,
impotentes para realizar políticas monetarias y fiscales propias, se excusan
mutuamente por verse obligados a seguir lo que dicta Bruselas. Las
instituciones europeas están concebidas para estar a salvo de posibles cambios
desde abajo. Lo que se vote en cada país vale tanto como que usted y yo le
pidamos a la OTAN que deje de bombardear a la gente.
Por eso, hoy, ser europeísta, en
contra de lo que proclaman los medios del Capital y las izquierdas integradas,
pasa necesariamente por estar contra la UE y romper con su ariete en su guerra
de clase: el euro. Ser europeísta, suponiendo que eso tenga algún sentido no
exclusivo frente a otros pueblos, pasaría por construir una auténtica “unión
europea”, frente a la UE que es en realidad la unión de las oligarquías de los
distintos países europeos contra sus poblaciones. Eso pasa necesariamente por
la desarticulación de los intereses de las clases dominantes a escala de cada
Estado y por romper con las disposiciones y marcos normativos de la
institucionalidad de la UE, y muy especialmente sus mecanismos de acreencia y
“estabilidad” (en realidad, ajuste o agresión social).
Pero las izquierdas integradas devenidas izquierdas del sistema, con el eurocomunismo tardío
en declive de acompañante estelar, siguen obcecadas en rescatar a la UE
realmente existente (léase, reformarla). No importa el descuartizamiento social
que realice en casa, ni las intervenciones militares, golpes de Estado y
bombardeos de países que lleven a cabo sus miembros (Yugoeslavia, Libia,
Ucrania, Siria…), sembrando de desposeídos, muertos y refugiados el mundo, a
los que luego abandona a su suerte, dejándoles morir sin más en el
Mediterráneo, por ejemplo (y persiguiendo a quien intenta salvarles).
Sólo las expresiones más
recalcitrantes del Capital (las ultraderechas), han abierto el campo del
antieuropeísmo, por lo cual tienen crecientes posibilidades de volver a ganar
la partida populista a las izquierdas integradas.
Romper con el euro no es ni
fácil ni indoloro. Lleva costes económicos e impactos sociales muy altos, y
generará un tremendo “shock” humano. No se puede engañar sobre ello. Pero
seguir en el euro conlleva a corto término la catástrofe. Sin
embargo, hoy se abriría un nuevo escenario de posibilidad para unas hipotéticas
fuerzas sociales capaces de concebir la Política en grande, mediante la
incidencia en todos los ámbitos del metabolismo capitalista. En estos momentos
la UE se encuentra seriamente tensionada internamente (el euro y la falta de
mecanismos de compensación fiscales y de hacienda están destrozando a los
países deficitarios, entre los que comienza a encontrarse la propia Francia ), al
tiempo que enfrenta una muy difícil redefinición de sus relaciones con EE.UU.
por las nuevas sanciones de Washington contra Irán y las medidas contra China y
Rusia, que desatarán potenciales guerras y crisis económicas, financieras y
monetarias muy perjudiciales para los intereses europeos (los cuales EE.UU. ha
despreciado manifiestamente).
Europa pierde peso en el mundo a
pasos agigantados, pero su posición geoestratégica y geoeconómica todavía le
permiten ser un actor clave en el equilibrio de fuerzas mundial. Hacia dónde se
incline podrá decidir la balanza de fuerzas final. Por el momento y
aceleradamente, los planes de EE.UU. pasan por enfrentarla a Rusia y que Europa
vuelva a ser el campo de batalla mundial, lejos de las costas norteamericanas.
Los Estados sin soberanía que componen la UE, se ven supeditados a lo que
decida Alemania en adelante. La clase capitalista de este país se encuentra
desgarrada entre sus compromisos de seguridad (militar, económica y de
inversiones) con el Eje Anglosajón o Eje del Caos, y los intereses reales que
la llevan a estrechar lazos con el mundo asiático emergente. El despliegue
militar de EE.UU. en Europa oriental (poniendo ahora nuevo énfasis en Polonia)
y la guerra económica contra Rusia, van destinados a disuadir a la clase
capitalista alemana de escoger la segunda opción: para EE.UU. el giro de Europa
hacia el Este sería sin duda el detonante de su fase de implosión.
Por ahora, el perjuicio
económico para el conjunto de la UE es ya evidente. Ésta no saldrá de su crisis
económico-política (por no hablar de sus atolladeros energéticos) mientras no
establezca buenas relaciones con Rusia, como un país también europeo que más
que amenazar puede contribuir a su seguridad energética y militar
(especialmente, teniendo en cuenta que en estos momentos Rusia parece tener
superioridad militar sobre la OTAN[2], lo que en caso de conflicto bélico dejaría
a Europa en una situación muy comprometida, por lo que ésta en realidad no
tiene más alternativa a corto plazo que entenderse con Rusia). Por eso, el
“aliado” norteamericano que empobrece y pone de nuevo en un riesgo atroz a
Europa, puede empezar a desvelarse cada vez más para las propias poblaciones
europeas como un “amigo” peligroso.
¿Es por ello que la UE ha
comenzado a desplazar al dólar por el euro en sus compraventas con Rusia? ¿Es
por ello que Europa en su conjunto puede haber empezado una desdolarización de
su economía y que Alemania, Francia y Gran Bretaña han anunciado un mecanismo
especial para negociar por fuera del Sistema SWIFT del dólar, denominado
Instrumento de Soporte de Intercambio Comercial (INSTEX por sus siglas en
inglés)? ¿Es por ello que distintos países europeos están comenzando a emitir
parte de su deuda pública en yuanes?[3]
Hay ya señales de cambio incluso
en algunos de los países más subalternos, como Italia (no así en España, cuya
subordinación a USA sigue, nunca mejor dicho, “a prueba de bombas”), que ha
comprendido la importancia de su localización geográfica para la Ruta de la
Seda en Europa. También Austria y algunos de los países del Este empiezan a
mirar con más interés a Rusia. La propia Gran Bretaña
no ha dudado en dejar ver su disponibilidad para aprovechar las ventajas que China
pueda traer al continente (¿se deshace el Eje Anglosajón?).
En suma, de Europa depende que
la emergencia de Asia sea en realidad la de Eurasia.
Para las izquierdas europeas
debería quedar patentemente claro que mientras EE.UU. funja como hegemón y continúe
con sus políticas globales de muerte, destrucción, desposesión colectiva y, en
suma, desarrollando la expresión más cruenta del “capitalismo salvaje”, no
habrá posibilidades de construir nada nuevo.
En medio de todo el marasmo
mundial ocasionado por ese país, hay hoy dos formaciones estatales que han
comenzado a dar los pasos para la recuperación de su soberanía y el
emprendimiento de otras relaciones mundiales. China (con el apoyo de Rusia)[4] muestra
un camino posible de salida del capitalismo, a pesar de que sea incierto, lleno
de dificultades y contradicciones, sujeto, a fin de cuentas, a las luchas de
clase internas que se desarrollan y se desarrollarán en el futuro inmediato en
su seno. Pero con todas esas dudas es, hoy por hoy, el único camino con alguna
factibilidad o verosimilitud de abrir algún futuro mínimamente aceptable para
la humanidad y darle alguna posibilidad a las sociedades e incluso al
ecosistema planetario.
·
Europa: hábitat de las
izquierdas integradas. Podemos e IU en el Reino de España
Pero la mayor parte de las
izquierdas europeas, integradas plenamente en el metabolismo del
capital, están todavía ampliamente ajenas a todo ello. Hagamos un breve repaso
histórico para entenderlo.
En marzo de 1977, en su
encuentro en Madrid para la legalización del PCE, Santiago Carrillo, Georges
Marchais y Enrico Berlinguer (secretarios generales de los partidos comunistas
español, francés e italiano, respectivamente) dieron carta de constitución a lo
que venía siendo un hecho consumado: el eurocomunismo. Con este
término-concepto querían indicar la independencia de los PC respecto de la URSS
y la aceptación de la vía “democrático-parlamentaria” para competir por el
poder institucional (es decir, el poder con minúsculas). También lo que ellos
pensaban que era una ruptura con el leninismo: el descarte de la insurrección
revolucionaria.
Sin embargo, lo que realmente
entrañaba aquel proceso era una ruptura con Marx: a partir de ese momento no se
trataba ya de llevar a cabo la “lucha de clases” con el fin de abolir la
explotación humana y la
opresión. Se descartaba la meta de superar el capitalismo o
se la desplazaba a un tiempo indefinido en el largo futuro. Se daba, en suma,
carta de recibo y legitimidad a la integración en el orden del capital que unas
y otras izquierdas, como crecientes partes de las propias poblaciones, habían
ido experimentando con el “Bienestar” del Estado keynesiano que comenzó a
erigirse tras la
Segunda Gran Guerra. En adelante se trataba de aprovechar las
oportunidades que el sistema brindaba para mejorar las propias posiciones
electorales. Con ello se daba prioridad también a la política pequeña, con
minúsculas (la que se agota en los ámbitos institucionales).
Se rompía, además, con la
milenaria tradición republicano-democrática, que siempre abogó por la igualdad
como base de la democracia, y la soberanía económica (sin depender de tener que
trabajar para otros) como elemento imprescindible de la libertad y la
autonomía.
En lo sucesivo, la mayor parte
de los PC europeos aceptaban el Estado Social capitalista como una muestra
inobjetable de las posibilidades del reformismo, que se apresuraban a abrazar
contra los pecados del “comunismo leninista”. Las libertades, la democracia, el
consumo permanente y masivo, los derechos humanos, que eran supuestamente
intrínsecos a ese Estado Social, se asumían también como compatibles con la
explotación del ser humano por el ser humano, con la extracción de plusvalía y
la dictadura de la tasa de ganancia, con el poder no democrático de las
transnacionales, con la división sexual del trabajo y con la depredación del
hábitat[5].
Los cambios experimentados en la
estructura de clases, ese nuevo “capitalismo de Estado” (con sus vías fuertes
de integración de la población a través de la seguridad social) y el
programado descrédito del Bloque Soviético en la población europea occidental
habían ido preparando el terreno, a su vez, contra las “viejas” formaciones
partidistas o más en general, contra las “viejas” formas de organizarse y hacer
política.
Frente al obrerismo propio del
capitalismo industrial-fordista, se abrió paso el movimientismo
ciudadano como rechazo a ello y como forma predominante de
contestación social en el capitalismo de consumo keynesiano. Recuperada de las
aún más viejas luchas del pre o proto-proletariado europeo, esta forma de
intervención social se expandió pronto por las formaciones centrales del
sistema en su conjunto. Las reivindicaciones se habían hecho parciales, los
campos de conflicto e intervención dejaron atrás lo universal para irse haciendo,
por lo general, cada vez más reducidos, más sectoriales, más locales. Los
logros, por tanto, también menguaron. Y unas y otros quedaban
convenientemente dentro del sistema, un sistema que supuestamente
lo admitía todo y era capaz de reformarse a sí mismo, con la ayuda de la
ciudadanía, indefinidamente, hasta poder llegar a conseguirse a través de él
cotas cada vez más altas de justicia e igualdad. Las sociedades europeas habían
interiorizado la identificación del capitalismo con “bienestar”, con “democracia”
y con “crecimiento”.
Pero la descomposición de los
Grandes Sujetos (clases, movimiento obrero, organizaciones de masas, naciones…)
que habían ido surgiendo del capitalismo “pre-democrático” de la Primera y
Segunda Revolución Industriales, se extremó con el capitalismo
“post-democrático” propio del nuevo modelo de crecimiento
neoliberal-financiarizado. Según se fue agotando la dinámica del valor y la
consecución de una aceptable tasa media de ganancia, las vías de “integración”
de la población se fueron haciendo también más “blandas”, ya no a través de la
seguridad social, sino del consumo a crédito y del endeudamiento masivo, de la
(pretendida) revalorización financiera de los bienes inmuebles (una suerte de
keynesianismo de precio de activos) que, además de “democratizar” la
especulación para más capas sociales, hacía seguir manteniendo la ficción del
consumo y de “clase media” de la población trabajadora, ayudada aquella ficción
también inestimablemente por la entrada masiva de productos chinos ultra-baratos.
Así hasta que llegó la debacle
de este modelo de crecimiento. Todos los palos de su sombrajo empezaron a
caerse: crédito, deuda, solvencia, consumo, empleo, vivienda… El destrozo de la
“seguridad” social ha traído una vuelta acelerada al mundo de las
inseguridades: inseguridad de empleo y por tanto de vivienda, inseguridad de
acceso al consumo, al crédito y a los bienes… Inseguridad del presente y
todavía más del futuro.
El capitalismo empezaba a
mostrar, de nuevo, sus colmillos también en el “mundo desarrollado”. Y hora que
su profunda y muy probablemente irreversible crisis se está llevando por medio
las condiciones que posibilitaron el Estado Social, y está poniendo en un brete
la legitimidad de este modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado (que no
todavía la del capitalismo en sí mismo), la primera víctima suya ha sido, no
obstante, la propia izquierda integrada. El declive de la opción
reformista en el capitalismo realmente existente, deja fuera
de juego y sin razón histórica a las distintas versiones partidistas de la
socialdemocracia y, en general, arrastra consigo a esas izquierdas
bienpensantes, moderadas y racionales que a la postre asistieron impasibles a
la trasmutación del sistema: de keynesiano a fridmaniano.
El fin del reformismo se llevó
también, como no podía ser de otra forma, al eurocomunismo.Sin embargo,
estas izquierdas
integradas han realizado el (que pudiera ser) último intento
de salvarse a sí mismas y salvando al menos un reformismo ‘light’. Su última
pirueta: la populista.
·
Mutilando a Gramsci. La
hegemonía débil.
Son muchos los militantes que en
medio de la barbarie neoliberal propugnaban la necesidad de un “populismo de
izquierdas” capaz de hacer frente a través de esquemas, consignas y
convocatorias simples, a todo el aparataje ideológico-mediático-cultural
capitalista que destrozaba las conciencias y empobrecía las vidas de una
generación tras otra de “ciudadanos”.
Parecía increíble, pero al final
se consiguió. Nació el populismo de izquierdas. Y pareció extenderse como un
reguero por toda Europa. Así, entre los más famosos ejemplos, Die Linke, La France Insoumise ,
buena parte de lo que terminó siendo Syriza, y en el Reino de España, Podemos…
El proyecto de ingeniería social
populista se repite por doquier. Ha pretendido construir una hegemonía débil,
es decir, sin albergar un proyecto social y económico-productivo propio, ni
presentar, por tanto, una alternativa sistémica en el campo ideológico. Se
trata de una búsqueda de “hegemonía” para competir en la política pequeña, en
la contienda electoral.
Los procesos populistas se
diferencian de los populares, entre otros puntos, en que estos últimos son
construidos desde los propios sujetos de emancipación y por tanto se
co-implican con una mayor autonomía de los mismos. En los procesos populistas la
heteronomía (o construcción externa a esos sujetos) es la nota dominante.
“Al aprovechar, controlar,
limitar y, en el fondo, obstaculizar cualquier despliegue de participación, de
conquista de espacios de ejercicio de autodeterminación, de conformación de
poder popular o de contrapoderes desde abajo –u otras denominaciones que se
prefieran– se estaría no sólo negando un elemento substancial de cualquier
hipótesis emancipatoria sino además debilitando la posible continuidad de iniciativas
de reformas –ni hablar de una radicalización en clave revolucionaria– en la
medida en que se desperfilaría o sencillamente desaparecería de la escena un
recurso político fundamental para la historia de las clases subalternas: la
iniciativa desde abajo, la capacidad de organización, de movilización y de
lucha.”[6]
Y eso no puede ser de otra
forma, pues “con un sujeto político que alberga intereses sociales no definidos
que pueden llegar a ser contradictorios, no es posible poner en marcha un
frente común con objetivos claros destinado a la movilización y la conquista
popular de derechos. “Lo que cuadra con un espacio político populista es la
indefinición, la ambigüedad del discurso y la reducción de los antagonismos de
clase en su seno (…) Lo que se puede hacer con un sujeto político así es
utilizarlo para el voto y desactivarlo como elemento autónomo de incidencia
social.”[7] “No
es hora de luchar, es hora de votar”, proclamará el principal líder de Podemos en varios de sus mítines.
Bueno, se dirá, pero todo eso
servirá para ganar las elecciones, el poder institucional, y a partir de allí
empezar un “programa fuerte” de reformas.
Pues no, porque en realidad con
ello se difunde un discurso donde el objetivo a enfrentar no es el sistema
socio-económico capitalista, sino una entidad ontológica trans-clasista (los
políticos, los banqueros, los administradores corruptos, etc., a quien se puede
sintetizar con una sola designación, por ejemplo, la casta), cuya expulsión del
sistema restablecerá los buenos principios haciendo que todo vuelva a
funcionar. Esto es, en suma, lo malo no es el sistema ni las instituciones
sobre las que se levanta, sino los sujetos que las ocupan, pervirtiéndolas.
Esto se conoce en la teoría marxista como personificación de
las cosas, (que se acompaña siempre de una cosificación de las
relaciones de producción y de sostenimiento de la vida), elemento nodal del
fetichismo de la sociedad capitalista.
Por eso la llamada a enfrentar
esa “personificación” de las relaciones intrínsecas de explotación y opresión capitalistas
hace que éstas se sustraigan a la atención pública, mantengan su invisibilidad.
De ahí que esa llamada se exprese principalmente a través del electoralismo y
se dirija a un sujeto también amorfo, indefinido. Multitudes o 99%, más allá de las clases,
de la izquierda y la derecha, de la ideología y de la propia Política. Como
si todo ese entramado de interpelaciones políticas heredadas no estuviera
sujeto a las propias luchas, y no existiera por tanto la posibilidad de
contender también en torno al peso social construido, sociológico, histórico y
estructural que contienen esas “etiquetas”, sino que fueran meramente
superables, por arte de birlibirloque, desde su mera nominación o no.
Así hemos podido ver cosas tan
lamentables como la de
Syriza , aceptando la demolición de Grecia, en contra de lo
que decidió en referéndum su propia población (esto prueba también la nula
consideración democrática de las instituciones europeas y a la vez el
hundimiento de las “izquierdas” que no se atreven a enfrentarlas); la
integración de la “izquierda verde” en los gobiernos de brutal agresión social
alemanes, o la lucha de los chalecos amarillos abandonada a sí misma por la
“izquierda integrada” francesa, que prefiere “apoyarla” de lejos sin implicarse
en encender Francia entera con aquellas luchas sociales.
Priorizar la intervención en lo
institucional necesita no sólo canalizar las energías sociales hacia la
micropolítica, sino succionar a los elementos más destacados de la movilización
social, esto es, absorber cuadros, reclutar líderes, atraer personas
organizadas. Y eso significa descabezar y desarticular movimientos[8]. Eso hicieron estos neopopulismos.
Todo esto en un momento
histórico en que ya no se pueden aplicar programas socialdemócratas. La tasa de
ganancia capitalista está seriamente obstruida en las formaciones centrales,
con tendencia a decaer también en las periféricas emergentes en un plazo
relativamente breve. Cuando eso ocurra el sistema entrará en modo colapso, el
cual puede ser más o menos duradero, pero letal para el conjunto de la
humanidad (más cuanto más dure la agonía del sistema). Por ahora lo que estamos
viendo es que si decae seriamente la masa de ganancia no hay ni inversión
productiva ni por tanto productividad, ni en consecuencia aumento de la
“riqueza social” cuantitativa. Y sin ello el sistema no redistribuye, no hay
posibilidad de mantener el “compromiso de clases”, mientras que el propio
empleo y las condiciones de vida se resienten gravemente[9].
El resultado de estas tendencias
es irónico. Cuanto más nuestras izquierdas
integradas pugnan por
ser más y más respetables dentro del sistema y por reformarlo desde las
instituciones prometiéndonos que es posible volver atrás, al keynesianismo, el
sistema nos aboca cada vez más a una dinámica de todo o nada, en la que la
clase capitalista se apropia de todo lo colectivo y extrae ganancia del
conjunto de actividades que las personas realizan para sostener la vida en
común, con lo que las sociedades van destruyéndose a pasos rápidos.
Todo ello es consecuencia de esa
aséptica ingeniería social que tiende a hacer creer a las gentes que
instituciones y poderes sistémicos son “democráticos” y dejarán llevar a cabo
las grandes transformaciones sin presentar batalla. Basta con votar y salir a
la calle con globos y silbatos, o bien será suficiente con conseguir
“microespacios” del común, más allá de la política.
El creciente vuelco de las
tendencias idealistas actuales bien hacia el ámbito “pre-político” o bien al
“post-político”, ensalzando el espontaneísmo, el movimientismo y el
democratismo[10], tienden a centrar toda su confianza en el contagio para que el conjunto de la población
se vaya sumando a las corrientes de cambio (descartándose casi siempre la
transformación radical). El movimientopasa
a ocupar el primer plano de los objetivos (propio de la propuesta bersteniana
de que “el movimiento lo es todo”), dado que aparentemente por sí sólo
resolverá los problemas humanos, sin mediaciones ni transiciones, como si el
“homo solidaris” surgiera espontáneamente del marasmo individualista y
alienante que provocan las dinámicas del capital.
Estas concepciones, tanto las
políticas como sobre todo las apolíticas, postulan cierta autonomía
preestablecida de las relaciones humanas, cierta disposición originaria
inhibida del sujeto social, de modo que para alcanzar la emancipación sólo hace
falta cambiar o en su caso despojarse de las instituciones que, roussoneanamente,
estropean la bondad natural, esto es, el “comunismo” espontáneo de las masas.
Es la misma suerte de ingenuidad
suicida o ingenuismo
funcional al capital
que lleva a pensar que se pueden conseguir unas relaciones internacionales de
igualdad, un mundo de justicia, un compromiso con el hábitat planetario, unos
logros de desarrollo humano… sin construir fuerzas sociales organizadas y
capaces de defenderse, despreciando la estrategia, apelando sólo a la voluntad,
a las ganas de hacer, a los movimientos, a la democracia. Lo
mismo que pensar que el capital nos permitirá hacer transformaciones radicales,
‘desbordamientos masivos’ sin contar con los medios de socialización, formación
y comunicación que tienen hoy los Estados, y sin tener nada con lo que defenderte
de sus guerras sociales y militares… (las sociedades catalana y vasca, por
ejemplo, han aprendido bien lo que significa enfrentarse a un Estado
desprovistas de esas fuerzas).
¿Acaso los agentes del gran capital
global tienen que demostrar más veces que no se detienen ni se detendrán ante
nada, que están dispuestos a masacrar sociedades enteras o incluso a buena
parte de la Humanidad? ¿Las destrucciones de Irak, Libia, Siria, Venezuela,
Yugoeslavia… no nos enseñan nada?
Cada vez que la correlación de fuerzas
le empezó a ser desfavorable, cada vez que las masas sociales han conseguido
algún avance significativo de cara a dar la vuelta al orden de las cosas, el Capital como clase global ha respondido con
toda su furia y crueldad, con sus versiones más brutales y sanguinarias:
·
comenzando por los termidores o el “terror blanco”
para acabar con las revoluciones (la Francesa, 1848, Haití, Comuna de París…),
·
le siguieron levantamientos militares, golpes de
Estado y exterminio político de quienes emprendieron proyectos de
transformación (República española, Grecia, Indonesia, Paraguay, Chile,
Argentina, Brasil, Uruguay, Guatemala, República Dominicana, El Salvador…),
·
la guerra total y sin descanso a las experiencias
exitosas que se asentaron (URSS, Vietnam…),
·
contrarrevoluciones asesinas a aquéllas que recién se
instalaban (Nicaragua sandinista, Angola, Mozambique…),
·
el asedio y el bloqueo económico permanente a las que
no tiene facilidad de atacar militarmente (Cuba, Venezuela, Corea…)[11],
·
y unas u otras formas de fascismo descarnado cuando
las sociedades, a través de sus movimientos y organizaciones sociales y
políticas, consiguieron una fuerza significativa (Alemania, Italia…),
·
también el fascismo confesional apenas disfrazado de
religión de Estado (Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes, Bahreim…).
En todas ellas se da el
asesinato sistemático de las poblaciones que protestan, que se organizan
(México y Colombia han venido siendo ejemplos paradigmáticos de ello).
Cualquier experiencia de transformación histórica, como la soviética o la
cubana, no han conocido ni un solo día, ni un solo minuto de respiro; han sido
asediadas militar, económica, política, cultural, ideológicamente, desde el
primer instante, sin tregua. Como hoy Venezuela. No importan los millones de
muertos y de pérdidas sociales que eso cause.
Es decir, siempre que ha hecho
falta, el Capital ha mostrado su expresión más monstruosa,
ha desplegado todo su poder de sabotaje social y de aniquilación humana.
Dejando bien claro que cualquier proyecto social “bonito” está obligado a
construirse en condiciones aberrantes, infernales.
Las mismas condiciones que
después han hecho que las mentes puras y las “izquierdas divinas” les den la espalda. Y aquí hay que
distinguir muy claramente entre criticar procesos de lucha y transformación, y oponerse a ellos, que es al final de
cuentas quedarse en el mismo lado de la trinchera que el Capital. Y es que la
colonización de las conciencias pasa incluso por la construcción de desiderata
en su expresión sine qua non,
los cuales llevan a despreciar crecientemente las experiencias de
transformación de lo dado, porque no se ajustan con lo que “debería ser”. Ese
ilusionismo de levantar mundos mejores sólo con ideas, acciones siempre puras y
buenos deseos, deja a las poblaciones desprotegidas material e ideológicamente.
Más aún cuando su desprecio afecta a la misma posibilidad de alcanzar la hegemonía.
El populismo que lleva a la
“hegemonía débil” parece la clave para ganarse sectores de todos los bandos,
pero a la postre lo que consigue es perder el apoyo y el seguimiento de los
decaídos movimientos sociales, de la parte más concienciada y luchadora de la sociedad,
cuando se alcanza el nivel institucional y apenas puede cambiarse algo. Pierden
también la propia posibilidad de apoyo popular amplio, cuando las medidas
económicas, político-jurídicas y represivas del Capital comienzan a golpear
más. Porque lo que olvidan o no quieren mostrar los “populismos de izquierda”,
es que el Poder del capital no está contenido en las instituciones, sino que
las desborda ampliamente extendiéndose por todo su metabolismo (en la esfera
productiva, en el moldeamiento de la propia sociedad, infraestructuras,
dispositivos jurídicos, administrativos, de conciencia, de cosmovisión, en la
construcción de determinados tipos de individuos, en la esfera de la
circulación y reproducción social, en el mercado, en la monetarización de todas
las actividades humanas, en la división social y sexual del trabajo, etc.,
etc.). De ahí la necesidad de la Política en grande, que llegue a lo
institucional sólo después de haber dado la batalla en el metabolismo social.
Sólo así, como resultado de un gran sumatorio de fuerzas, se podrán ganar también verdaderamente las
instituciones. Pues no hay separación real entre lo político y lo social.
Porque la hegemonía no es una opción que nos parezca más o
menos adecuada cuando se enfrenta a los enemigos de clase, despiadados y
certeros: es una necesidad. Y en una sociedad de clases
fuertemente dividida,ésta no radica solamente en la suma de
mayorías y pactos, ni aún menos se trata de ver quién es más ingenioso para
lograr sumas de adeptos, sino que consiste en ser
capaz de articular fuerzas, concitar diferentes sectores de clase en torno a un
proyecto o un modo de entender y construir el mundo, y eso a la postre tienen
muchas más posibilidades de hacerlo los sujetos que tienen una
incidencia-proyecto holístico, que salen de, y enfrentan, los antagonismos
fundamentales del sistema(y dentro de ellos, por supuesto, la clase
capitalista, que de dominante ha sabido hacerse hegemónica en buena parte del
mundo); no por ninguna cuestión ontológica, sino porque ahí radican las claves
de las que dependen las condiciones de vida de las grandes mayorías. La hegemonía para la emancipación (o
contra-hegemonía) es tan necesaria para la calidad de vida de las clases
subalternas como el aire que respiran, paso imprescindible para lograr
emprender cualquier proyecto emancipatorio[12].
Ningún movimiento, ninguna
organización social o política ha podido ni podrá transformar la realidad sin
tocar las bases estructurales e infraestructurales del sistema y al menos
anular sus centros de mando. Los plazos para lograrlo pasan por los tiempos
largos o muy largos de formación de la conciencia colectiva (elemento altamente
inestable, por otra parte). Los plazos que la barbarie capitalista nos deja
son, en cambio, extremadamente cortos.
Se trata cada vez más de una
perentoria cuestión de supervivencia, por lo que es imprescindible levantar
proyectos claros, con objetivos a corto, medio y largo plazo coherentes entre
sí, es decir, mediados por la estrategia.
Necesario acertar en las alianzas y apoyos, saber con quién tenemos alguna
oportunidad de avanzar y con quién ocurrirá todo lo contrario; lo que lleva a
plantearse irremediablemente con qué fuerzas y cómo vamos a levantar mundos
distintos en medio del caos.
Esto implica necesariamente
también la realización de análisis científico-políticos rigurosos y acertados
(más allá de las ilusiones que esparce el capital). No olvidemos que en
términos sociales la verdadera verificación de la Teoría pasa por su capacidad
de anticipar procesos y de ser efectiva en la resolución de los problemas de
las grandes mayorías. Hoy apenas nos queda margen de error.
Las partes I y II de este trabajo
se encuentran en esta misma web
NOTAS
[1] La
separación de poderes, y muy especialmente del poder judicial, fue fijada por
la burguesía tras
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