lunes, 5 de agosto de 2019

Preguntémonos dónde está el otro capitalismo:"hoy la Unión Europea es el primer experimento de ingeniería social a escala regional o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras financieras de dominación. Supone en sí un cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de trabajo (lo que significa la paulatina destrucción de los derechos y conquistas laborales) y de las condiciones de ciudadanía, que se dota de todo un conjunto de disposiciones y requisitos para hacerse irreformable. Se trata también de una construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su 'hinterland' centroeuropeo)"

Capitalismo en derrumbe. Geoestrategia del caos 

(Parte III)

Publicado por Observatorio internacional de la crisis 27 de julio de 2019

Andrés Piqueras, sociólogo investigador del Observatorio Internacional de la Crisis
PARTE III
·             El desgarro de la UE
La decadencia de la UE ya es un claro testimonio del declive democrático liberal, pues se concibió para puentear los parlamentos y las instituciones locales, sustrayendo las decisiones e intereses del Gran Capital a las luchas de clase a escala estatal que forjaron las distintas expresiones nacionales de la correlación de fuerzas entre el Capital y el Trabajo.
Si la “Europa socialdemócrata” fue la mayor manifestación del reformismo capitalista cuando éste todavía impulsaba con vigor el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy la Unión Europea es el primer experimento de ingeniería social a escala regional o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras financieras de dominación. Supone en sí un cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de trabajo (lo que significa la paulatina destrucción de los derechos y conquistas laborales) y de las condiciones de ciudadanía, que se dota de todo un conjunto de disposiciones y requisitos para hacerse irreformable.
Se trata también de una construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su “hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo de la moneda única. Constituye el mayor ejemplo mundial de institucionalización del neoliberalismo a escala de un continente entero.
El proyecto de lanzar la Gran Alemania a través de la UE tuvo como primer objetivo posibilitar la reestructuración productiva germana con miras a la exportación. En las últimas décadas la vieja industria alemana se reconvirtió, renovando su perfil hasta hacerse una “arrolladora máquina de generar excedentes” (las ventas externas pasaron del 20% del PIB en 1990 al 47% en 2009).
Pero ese proceso fue acompañado de una dinámica de financiarización de la economía alemana. Con la irrupción neoliberal, la desregulada estructura financiera mundial proporcionó a su clase capitalista la posibilidad de conseguir crédito fuera de la economía productiva. Esas masas de capitales “liberados” de los ciclos manufactureros locales quedaban listas para invertirse en los mercados financieros, donde se pueden hacer ingentes beneficios sin producir la menor riqueza, y eran destinadas fundamentalmente a:
1.        Prestar a la Banca de las formaciones periféricas europeas (la Europa del Sur), a fin de generar un ciclo de demanda de los productos alemanes. Cuando, en plena crisis, los Bancos privados tuvieron que satisfacer la deuda alemana y no pudieron, fueron los Estados (es decir, el conjunto de la población) los que la asumieron (“socialización de pérdidas”).
2.        Invertir especulativamente en el sector inmobiliario de ciertas de esas formaciones y también en el de EE.UU., contribuyendo a provocar sus enormes burbujas.
3.        Invertir en la Europa del Este para la apropiación por desposesión y la explotación de una fuerza de trabajo que se había depreciado substancialmente con la terapia de “shock” que previamente habían aplicado en esas formaciones estatales la UE y el FMI. Esto serviría también para lanzar un ataque feroz contra la fuerza de trabajo alemana para extender su precarización (Alemania es la única formación de la OCDE en la que los salarios reales cayeron ininterrumpidamente entre 2000 y 20007).
Además, para competir con Asia oriental y especialmente con China, la Gran Alemania y la clase capitalista europea utilizan a la UE como herramienta para rebajar las condiciones laborales y salariales de la fuerza de trabajo en Europa.
No olvidemos que el macro-Estado (la UE, en el caso europeo) es una de las expresiones rectoras del capitalismo oligopólico de ámbito global en el que estamos inmersos (que tiene que recurrir a esas estructuras intermedias ante su incapacidad para conseguir un Estado mundial). Es la vía que el Capital transnacionalizado tiene hoy de destruir las conquistas que el Trabajo logró en el ámbito del Estado, que ha sido el elemento rector-coordinador de la acumulación capitalista hasta ahora. Eso pasa por un sistemático debilitamiento de las capacidades de regulación social expresadas a través del Estado, para debilitar todas las opciones democráticas que las poblaciones pudieran conseguir para defenderse. La des-substanciación de las instituciones de representación popular está garantizada desde el momento en que las decisiones parlamentarias estatales quedan subordinadas a los marcos dictatoriales dados por la UE sobre inflación, déficit presupuestario, deuda pública o tipos de interés, por ejemplo. A través de ellos desarrolla todo un abanico de intervenciones contra las posibilidades de soberanía de los países y sobre todo de las poblaciones.
Así por ejemplo en Grecia el primer préstamo y su consiguiente Memorandum supuso la renuncia firmada a la soberanía del país heleno. El Derecho según el cual fueron redactados los acuerdos relativos a la deuda fue el de Gran Bretaña. No se preocuparon ni de disimularlo, pues fueron redactados en inglés. El Parlamento griego los tuvo que aprobar sin debate previo, también en inglés. La jurisdicción exclusiva para la aplicación de los acuerdos recae sobre los tribunales del Gran Ducado de Luxemburgo. Los representantes de la Troika tienen un despacho en los nuevos ministerios, para asegurarse de que ninguna decisión política en ese Estado se toma sin la autorización previa de los acreedores. Las empresas extranjeras, sobre todo alemanas, se apropian del conjunto del país: puertos, aeropuertos, telecomunicaciones, electricidad, ferrocarriles, correos…todo está en venta. Todo está comprado. Hay territorios del Estado que han sido declarados Zonas Especiales Económicas, susceptibles quién sabe, de ser desmembradas del resto.
Hasta hace no mucho tiempo si una potencia extranjera pretendía el conjunto de la riqueza de otro país tenía que invadirlo militarmente. Hoy ya no hace falta. El capitalismo de rapiña financiero y la complicidad de las élites locales (que eso sí, se dicen “nacionalistas” y algunas incluso “de izquierdas”) se bastan. La subordinación del Derecho nacional al “derecho internacional” a imagen estadounidense sirve también para frenar cualquier intervención social en favor de las grandes mayorías. En el Reino de España, lo estamos viendo, el Gobierno está utilizando al Constitucional para ilegalizar los procesos soberanistas. Recientemente, además, ese tribunal ha paralizado medidas del Parlamento catalán contra la pobreza energética y contra los abusos hipotecarios. Los ejemplos a escala europea se multiplican.
El actual capitalismo degenerativo necesita el poder judicial fuera de la influencia y de la elección directa de los ciudadanos, para blindar en lo posible la forma neoliberal de acumulación a través del saqueo. Lejos de ser instrumento contra las corrupciones del poder ejecutivo, ese poder se convierte demasiado a menudo en ariete de las clases dominantes contra el legislativo cuando éste intenta cambios que afecten la estructura de ese saqueo. Y por supuesto es una muralla imponente contra las luchas y transformaciones sociales (incluida a menudo la propia protección de las mujeres ante la violencia machista). En definitiva, una vía para hacer de la más mínima democratización y participación de la política algo inoperante[1].
En el caso de Europa, también, la moneda única, el euro, es una eficaz forma de sustraer el valor del dinero a la lucha de clases. Un potentísimo disciplinador de la fuerza de trabajo. Dispositivo sin igual para (ante la imposibilidad de realizar devaluaciones competitivas, de moneda), establecer devaluaciones internas: reducción del salario directo, indirecto (servicios sociales) y diferido (pensiones). También para ajustar a favor del Capital los mercados laborales.
En la UE, la delegación de soberanía política sucede a la monetaria. Los Estados, impotentes para realizar políticas monetarias y fiscales propias, se excusan mutuamente por verse obligados a seguir lo que dicta Bruselas. Las instituciones europeas están concebidas para estar a salvo de posibles cambios desde abajo. Lo que se vote en cada país vale tanto como que usted y yo le pidamos a la OTAN que deje de bombardear a la gente.
Por eso, hoy, ser europeísta, en contra de lo que proclaman los medios del Capital y las izquierdas integradas, pasa necesariamente por estar contra la UE y romper con su ariete en su guerra de clase: el euro. Ser europeísta, suponiendo que eso tenga algún sentido no exclusivo frente a otros pueblos, pasaría por construir una auténtica “unión europea”, frente a la UE que es en realidad la unión de las oligarquías de los distintos países europeos contra sus poblaciones. Eso pasa necesariamente por la desarticulación de los intereses de las clases dominantes a escala de cada Estado y por romper con las disposiciones y marcos normativos de la institucionalidad de la UE, y muy especialmente sus mecanismos de acreencia y “estabilidad” (en realidad, ajuste o agresión social).
Pero las izquierdas integradas devenidas izquierdas del sistema, con el eurocomunismo tardío en declive de acompañante estelar, siguen obcecadas en rescatar a la UE realmente existente (léase, reformarla). No importa el descuartizamiento social que realice en casa, ni las intervenciones militares, golpes de Estado y bombardeos de países que lleven a cabo sus miembros (Yugoeslavia, Libia, Ucrania, Siria…), sembrando de desposeídos, muertos y refugiados el mundo, a los que luego abandona a su suerte, dejándoles morir sin más en el Mediterráneo, por ejemplo (y persiguiendo a quien intenta salvarles).
Sólo las expresiones más recalcitrantes del Capital (las ultraderechas), han abierto el campo del antieuropeísmo, por lo cual tienen crecientes posibilidades de volver a ganar la partida populista a las izquierdas integradas.
Romper con el euro no es ni fácil ni indoloro. Lleva costes económicos e impactos sociales muy altos, y generará un tremendo “shock” humano. No se puede engañar sobre ello. Pero seguir en el euro conlleva a corto término la catástrofe. Sin embargo, hoy se abriría un nuevo escenario de posibilidad para unas hipotéticas fuerzas sociales capaces de concebir la Política en grande, mediante la incidencia en todos los ámbitos del metabolismo capitalista. En estos momentos la UE se encuentra seriamente tensionada internamente (el euro y la falta de mecanismos de compensación fiscales y de hacienda están destrozando a los países deficitarios, entre los que comienza a encontrarse la propia Francia), al tiempo que enfrenta una muy difícil redefinición de sus relaciones con EE.UU. por las nuevas sanciones de Washington contra Irán y las medidas contra China y Rusia, que desatarán potenciales guerras y crisis económicas, financieras y monetarias muy perjudiciales para los intereses europeos (los cuales EE.UU. ha despreciado manifiestamente).
Europa pierde peso en el mundo a pasos agigantados, pero su posición geoestratégica y geoeconómica todavía le permiten ser un actor clave en el equilibrio de fuerzas mundial. Hacia dónde se incline podrá decidir la balanza de fuerzas final. Por el momento y aceleradamente, los planes de EE.UU. pasan por enfrentarla a Rusia y que Europa vuelva a ser el campo de batalla mundial, lejos de las costas norteamericanas. Los Estados sin soberanía que componen la UE, se ven supeditados a lo que decida Alemania en adelante. La clase capitalista de este país se encuentra desgarrada entre sus compromisos de seguridad (militar, económica y de inversiones) con el Eje Anglosajón o Eje del Caos, y los intereses reales que la llevan a estrechar lazos con el mundo asiático emergente. El despliegue militar de EE.UU. en Europa oriental (poniendo ahora nuevo énfasis en Polonia) y la guerra económica contra Rusia, van destinados a disuadir a la clase capitalista alemana de escoger la segunda opción: para EE.UU. el giro de Europa hacia el Este sería sin duda el detonante de su fase de implosión.
Por ahora, el perjuicio económico para el conjunto de la UE es ya evidente. Ésta no saldrá de su crisis económico-política (por no hablar de sus atolladeros energéticos) mientras no establezca buenas relaciones con Rusia, como un país también europeo que más que amenazar puede contribuir a su seguridad energética y militar (especialmente, teniendo en cuenta que en estos momentos Rusia parece tener superioridad militar sobre la OTAN[2], lo que en caso de conflicto bélico dejaría a Europa en una situación muy comprometida, por lo que ésta en realidad no tiene más alternativa a corto plazo que entenderse con Rusia). Por eso, el “aliado” norteamericano que empobrece y pone de nuevo en un riesgo atroz a Europa, puede empezar a desvelarse cada vez más para las propias poblaciones europeas como un “amigo” peligroso.
¿Es por ello que la UE ha comenzado a desplazar al dólar por el euro en sus compraventas con Rusia? ¿Es por ello que Europa en su conjunto puede haber empezado una desdolarización de su economía y que Alemania, Francia y Gran Bretaña han anunciado un mecanismo especial para negociar por fuera del Sistema SWIFT del dólar, denominado Instrumento de Soporte de Intercambio Comercial (INSTEX por sus siglas en inglés)? ¿Es por ello que distintos países europeos están comenzando a emitir parte de su deuda pública en yuanes?[3]
Hay ya señales de cambio incluso en algunos de los países más subalternos, como Italia (no así en España, cuya subordinación a USA sigue, nunca mejor dicho, “a prueba de bombas”), que ha comprendido la importancia de su localización geográfica para la Ruta de la Seda en Europa. También Austria y algunos de los países del Este empiezan a mirar con más interés a Rusia. La propia Gran Bretaña no ha dudado en dejar ver su disponibilidad para aprovechar las ventajas que China pueda traer al continente (¿se deshace el Eje Anglosajón?).
En suma, de Europa depende que la emergencia de Asia sea en realidad la de Eurasia.
Para las izquierdas europeas debería quedar patentemente claro que mientras EE.UU. funja como hegemón y continúe con sus políticas globales de muerte, destrucción, desposesión colectiva y, en suma, desarrollando la expresión más cruenta del “capitalismo salvaje”, no habrá posibilidades de construir nada nuevo.
En medio de todo el marasmo mundial ocasionado por ese país, hay hoy dos formaciones estatales que han comenzado a dar los pasos para la recuperación de su soberanía y el emprendimiento de otras relaciones mundiales. China (con el apoyo de Rusia)[4] muestra un camino posible de salida del capitalismo, a pesar de que sea incierto, lleno de dificultades y contradicciones, sujeto, a fin de cuentas, a las luchas de clase internas que se desarrollan y se desarrollarán en el futuro inmediato en su seno. Pero con todas esas dudas es, hoy por hoy, el único camino con alguna factibilidad o verosimilitud de abrir algún futuro mínimamente aceptable para la humanidad y darle alguna posibilidad a las sociedades e incluso al ecosistema planetario.
·             Europa: hábitat de las izquierdas integradas. Podemos e IU en el Reino de España
Pero la mayor parte de las izquierdas europeas, integradas plenamente en el metabolismo del capital, están todavía ampliamente ajenas a todo ello. Hagamos un breve repaso histórico para entenderlo.
En marzo de 1977, en su encuentro en Madrid para la legalización del PCE, Santiago Carrillo, Georges Marchais y Enrico Berlinguer (secretarios generales de los partidos comunistas español, francés e italiano, respectivamente) dieron carta de constitución a lo que venía siendo un hecho consumado: el eurocomunismo. Con este término-concepto querían indicar la independencia de los PC respecto de la URSS y la aceptación de la vía “democrático-parlamentaria” para competir por el poder institucional (es decir, el poder con minúsculas). También lo que ellos pensaban que era una ruptura con el leninismo: el descarte de la insurrección revolucionaria.
Sin embargo, lo que realmente entrañaba aquel proceso era una ruptura con Marx: a partir de ese momento no se trataba ya de llevar a cabo la “lucha de clases” con el fin de abolir la explotación humana y la opresión. Se descartaba la meta de superar el capitalismo o se la desplazaba a un tiempo indefinido en el largo futuro. Se daba, en suma, carta de recibo y legitimidad a la integración en el orden del capital que unas y otras izquierdas, como crecientes partes de las propias poblaciones, habían ido experimentando con el “Bienestar” del Estado keynesiano que comenzó a erigirse tras la Segunda Gran Guerra. En adelante se trataba de aprovechar las oportunidades que el sistema brindaba para mejorar las propias posiciones electorales. Con ello se daba prioridad también a la política pequeña, con minúsculas (la que se agota en los ámbitos institucionales).
Se rompía, además, con la milenaria tradición republicano-democrática, que siempre abogó por la igualdad como base de la democracia, y la soberanía económica (sin depender de tener que trabajar para otros) como elemento imprescindible de la libertad y la autonomía.
En lo sucesivo, la mayor parte de los PC europeos aceptaban el Estado Social capitalista como una muestra inobjetable de las posibilidades del reformismo, que se apresuraban a abrazar contra los pecados del “comunismo leninista”. Las libertades, la democracia, el consumo permanente y masivo, los derechos humanos, que eran supuestamente intrínsecos a ese Estado Social, se asumían también como compatibles con la explotación del ser humano por el ser humano, con la extracción de plusvalía y la dictadura de la tasa de ganancia, con el poder no democrático de las transnacionales, con la división sexual del trabajo y con la depredación del hábitat[5].
Los cambios experimentados en la estructura de clases, ese nuevo “capitalismo de Estado” (con sus vías fuertes de integración de la población a través de la seguridad social) y el programado descrédito del Bloque Soviético en la población europea occidental habían ido preparando el terreno, a su vez, contra las “viejas” formaciones partidistas o más en general, contra las “viejas” formas de organizarse y hacer política.
Frente al obrerismo propio del capitalismo industrial-fordista, se abrió paso el movimientismo ciudadano como rechazo a ello y como forma predominante de contestación social en el capitalismo de consumo keynesiano. Recuperada de las aún más viejas luchas del pre o proto-proletariado europeo, esta forma de intervención social se expandió pronto por las formaciones centrales del sistema en su conjunto. Las reivindicaciones se habían hecho parciales, los campos de conflicto e intervención dejaron atrás lo universal para irse haciendo, por lo general, cada vez más reducidos, más sectoriales, más locales. Los logros, por tanto, también menguaron. Y unas y otros quedaban convenientemente dentro del sistema, un sistema que supuestamente lo admitía todo y era capaz de reformarse a sí mismo, con la ayuda de la ciudadanía, indefinidamente, hasta poder llegar a conseguirse a través de él cotas cada vez más altas de justicia e igualdad. Las sociedades europeas habían interiorizado la identificación del capitalismo con “bienestar”, con “democracia” y con “crecimiento”.
Pero la descomposición de los Grandes Sujetos (clases, movimiento obrero, organizaciones de masas, naciones…) que habían ido surgiendo del capitalismo “pre-democrático” de la Primera y Segunda Revolución Industriales, se extremó con el capitalismo “post-democrático” propio del nuevo modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado. Según se fue agotando la dinámica del valor y la consecución de una aceptable tasa media de ganancia, las vías de “integración” de la población se fueron haciendo también más “blandas”, ya no a través de la seguridad social, sino del consumo a crédito y del endeudamiento masivo, de la (pretendida) revalorización financiera de los bienes inmuebles (una suerte de keynesianismo de precio de activos) que, además de “democratizar” la especulación para más capas sociales, hacía seguir manteniendo la ficción del consumo y de “clase media” de la población trabajadora, ayudada aquella ficción también inestimablemente por la entrada masiva de productos chinos ultra-baratos.
Así hasta que llegó la debacle de este modelo de crecimiento. Todos los palos de su sombrajo empezaron a caerse: crédito, deuda, solvencia, consumo, empleo, vivienda… El destrozo de la “seguridad” social ha traído una vuelta acelerada al mundo de las inseguridades: inseguridad de empleo y por tanto de vivienda, inseguridad de acceso al consumo, al crédito y a los bienes… Inseguridad del presente y todavía más del futuro.
El capitalismo empezaba a mostrar, de nuevo, sus colmillos también en el “mundo desarrollado”. Y hora que su profunda y muy probablemente irreversible crisis se está llevando por medio las condiciones que posibilitaron el Estado Social, y está poniendo en un brete la legitimidad de este modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado (que no todavía la del capitalismo en sí mismo), la primera víctima suya ha sido, no obstante, la propia izquierda integrada. El declive de la opción reformista en el capitalismo realmente existente, deja fuera de juego y sin razón histórica a las distintas versiones partidistas de la socialdemocracia y, en general, arrastra consigo a esas izquierdas bienpensantes, moderadas y racionales que a la postre asistieron impasibles a la trasmutación del sistema: de keynesiano a fridmaniano.
El fin del reformismo se llevó también, como no podía ser de otra forma, al eurocomunismo.Sin embargo, estas izquierdas integradas han realizado el (que pudiera ser) último intento de salvarse a sí mismas y salvando al menos un reformismo ‘light’. Su última pirueta: la populista.
·             Mutilando a Gramsci. La hegemonía débil.
Son muchos los militantes que en medio de la barbarie neoliberal propugnaban la necesidad de un “populismo de izquierdas” capaz de hacer frente a través de esquemas, consignas y convocatorias simples, a todo el aparataje ideológico-mediático-cultural capitalista que destrozaba las conciencias y empobrecía las vidas de una generación tras otra de “ciudadanos”.
Parecía increíble, pero al final se consiguió. Nació el populismo de izquierdas. Y pareció extenderse como un reguero por toda Europa. Así, entre los más famosos ejemplos, Die Linke, La France Insoumise, buena parte de lo que terminó siendo Syriza, y en el Reino de España, Podemos
El proyecto de ingeniería social populista se repite por doquier. Ha pretendido construir una hegemonía débil, es decir, sin albergar un proyecto social y económico-productivo propio, ni presentar, por tanto, una alternativa sistémica en el campo ideológico. Se trata de una búsqueda de “hegemonía” para competir en la política pequeña, en la contienda electoral.
Los procesos populistas se diferencian de los populares, entre otros puntos, en que estos últimos son construidos desde los propios sujetos de emancipación y por tanto se co-implican con una mayor autonomía de los mismos. En los procesos populistas la heteronomía (o construcción externa a esos sujetos) es la nota dominante.
 “Al aprovechar, controlar, limitar y, en el fondo, obstaculizar cualquier despliegue de participación, de conquista de espacios de ejercicio de autodeterminación, de conformación de poder popular o de contrapoderes desde abajo –u otras denominaciones que se prefieran– se estaría no sólo negando un elemento substancial de cualquier hipótesis emancipatoria sino además debilitando la posible continuidad de iniciativas de reformas –ni hablar de una radicalización en clave revolucionaria– en la medida en que se desperfilaría o sencillamente desaparecería de la escena un recurso político fundamental para la historia de las clases subalternas: la iniciativa desde abajo, la capacidad de organización, de movilización y de lucha.”[6]
Y eso no puede ser de otra forma, pues “con un sujeto político que alberga intereses sociales no definidos que pueden llegar a ser contradictorios, no es posible poner en marcha un frente común con objetivos claros destinado a la movilización y la conquista popular de derechos. “Lo que cuadra con un espacio político populista es la indefinición, la ambigüedad del discurso y la reducción de los antagonismos de clase en su seno (…) Lo que se puede hacer con un sujeto político así es utilizarlo para el voto y desactivarlo como elemento autónomo de incidencia social.”[7] “No es hora de luchar, es hora de votar”, proclamará el principal líder de Podemos en varios de sus mítines.
Bueno, se dirá, pero todo eso servirá para ganar las elecciones, el poder institucional, y a partir de allí empezar un “programa fuerte” de reformas.
Pues no, porque en realidad con ello se difunde un discurso donde el objetivo a enfrentar no es el sistema socio-económico capitalista, sino una entidad ontológica trans-clasista (los políticos, los banqueros, los administradores corruptos, etc., a quien se puede sintetizar con una sola designación, por ejemplo, la casta), cuya expulsión del sistema restablecerá los buenos principios haciendo que todo vuelva a funcionar. Esto es, en suma, lo malo no es el sistema ni las instituciones sobre las que se levanta, sino los sujetos que las ocupan, pervirtiéndolas. Esto se conoce en la teoría marxista como personificación de las cosas, (que se acompaña siempre de una cosificación de las relaciones de producción y de sostenimiento de la vida), elemento nodal del fetichismo de la sociedad capitalista.
Por eso la llamada a enfrentar esa “personificación” de las relaciones intrínsecas de explotación y opresión capitalistas hace que éstas se sustraigan a la atención pública, mantengan su invisibilidad. De ahí que esa llamada se exprese principalmente a través del electoralismo y se dirija a un sujeto también amorfo, indefinido. Multitudes o 99%, más allá de las clases, de la izquierda y la derecha, de la ideología y de la propia Política. Como si todo ese entramado de interpelaciones políticas heredadas no estuviera sujeto a las propias luchas, y no existiera por tanto la posibilidad de contender también en torno al peso social construido, sociológico, histórico y estructural que contienen esas “etiquetas”, sino que fueran meramente superables, por arte de birlibirloque, desde su mera nominación o no.
Así hemos podido ver cosas tan lamentables como la de Syriza, aceptando la demolición de Grecia, en contra de lo que decidió en referéndum su propia población (esto prueba también la nula consideración democrática de las instituciones europeas y a la vez el hundimiento de las “izquierdas” que no se atreven a enfrentarlas); la integración de la “izquierda verde” en los gobiernos de brutal agresión social alemanes, o la lucha de los chalecos amarillos abandonada a sí misma por la “izquierda integrada” francesa, que prefiere “apoyarla” de lejos sin implicarse en encender Francia entera con aquellas luchas sociales.
Priorizar la intervención en lo institucional necesita no sólo canalizar las energías sociales hacia la micropolítica, sino succionar a los elementos más destacados de la movilización social, esto es, absorber cuadros, reclutar líderes, atraer personas organizadas. Y eso significa descabezar y desarticular movimientos[8]. Eso hicieron estos neopopulismos.
Todo esto en un momento histórico en que ya no se pueden aplicar programas socialdemócratas. La tasa de ganancia capitalista está seriamente obstruida en las formaciones centrales, con tendencia a decaer también en las periféricas emergentes en un plazo relativamente breve. Cuando eso ocurra el sistema entrará en modo colapso, el cual puede ser más o menos duradero, pero letal para el conjunto de la humanidad (más cuanto más dure la agonía del sistema). Por ahora lo que estamos viendo es que si decae seriamente la masa de ganancia no hay ni inversión productiva ni por tanto productividad, ni en consecuencia aumento de la “riqueza social” cuantitativa. Y sin ello el sistema no redistribuye, no hay posibilidad de mantener el “compromiso de clases”, mientras que el propio empleo y las condiciones de vida se resienten gravemente[9].
El resultado de estas tendencias es irónico. Cuanto más nuestras izquierdas integradas pugnan por ser más y más respetables dentro del sistema y por reformarlo desde las instituciones prometiéndonos que es posible volver atrás, al keynesianismo, el sistema nos aboca cada vez más a una dinámica de todo o nada, en la que la clase capitalista se apropia de todo lo colectivo y extrae ganancia del conjunto de actividades que las personas realizan para sostener la vida en común, con lo que las sociedades van destruyéndose a pasos rápidos.
Todo ello es consecuencia de esa aséptica ingeniería social que tiende a hacer creer a las gentes que instituciones y poderes sistémicos son “democráticos” y dejarán llevar a cabo las grandes transformaciones sin presentar batalla. Basta con votar y salir a la calle con globos y silbatos, o bien será suficiente con conseguir “microespacios” del común, más allá de la política.
El creciente vuelco de las tendencias idealistas actuales bien hacia el ámbito “pre-político” o bien al “post-político”, ensalzando el espontaneísmo, el movimientismo y el democratismo[10], tienden a centrar toda su confianza en el contagio para que el conjunto de la población se vaya sumando a las corrientes de cambio (descartándose casi siempre la transformación radical). El movimientopasa a ocupar el primer plano de los objetivos (propio de la propuesta bersteniana de que “el movimiento lo es todo”), dado que aparentemente por sí sólo resolverá los problemas humanos, sin mediaciones ni transiciones, como si el “homo solidaris” surgiera espontáneamente del marasmo individualista y alienante que provocan las dinámicas del capital.
Estas concepciones, tanto las políticas como sobre todo las apolíticas, postulan cierta autonomía preestablecida de las relaciones humanas, cierta disposición originaria inhibida del sujeto social, de modo que para alcanzar la emancipación sólo hace falta cambiar o en su caso despojarse de las instituciones que, roussoneanamente, estropean la bondad natural, esto es, el “comunismo” espontáneo de las masas.
Es la misma suerte de ingenuidad suicida o ingenuismo funcional al capital que lleva a pensar que se pueden conseguir unas relaciones internacionales de igualdad, un mundo de justicia, un compromiso con el hábitat planetario, unos logros de desarrollo humano… sin construir fuerzas sociales organizadas y capaces de defenderse, despreciando la estrategia, apelando sólo a la voluntad, a las ganas de hacer, a los movimientos, a la democracia. Lo mismo que pensar que el capital nos permitirá hacer transformaciones radicales, ‘desbordamientos masivos’ sin contar con los medios de socialización, formación y comunicación que tienen hoy los Estados, y sin tener nada con lo que defenderte de sus guerras sociales y militares… (las sociedades catalana y vasca, por ejemplo, han aprendido bien lo que significa enfrentarse a un Estado desprovistas de esas fuerzas).
¿Acaso los agentes del gran capital global tienen que demostrar más veces que no se detienen ni se detendrán ante nada, que están dispuestos a masacrar sociedades enteras o incluso a buena parte de la Humanidad? ¿Las destrucciones de Irak, Libia, Siria, Venezuela, Yugoeslavia… no nos enseñan nada?
Cada vez que la correlación de fuerzas le empezó a ser desfavorable, cada vez que las masas sociales han conseguido algún avance significativo de cara a dar la vuelta al orden de las cosas, el Capital como clase global ha respondido con toda su furia y crueldad, con sus versiones más brutales y sanguinarias:
·             comenzando por los termidores o el “terror blanco” para acabar con las revoluciones (la Francesa, 1848, Haití, Comuna de París…),
·             le siguieron levantamientos militares, golpes de Estado y exterminio político de quienes emprendieron proyectos de transformación (República española, Grecia, Indonesia, Paraguay, Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Guatemala, República Dominicana, El Salvador…),
·             la guerra total y sin descanso a las experiencias exitosas que se asentaron (URSS, Vietnam…),
·             contrarrevoluciones asesinas a aquéllas que recién se instalaban (Nicaragua sandinista, Angola, Mozambique…),
·             el asedio y el bloqueo económico permanente a las que no tiene facilidad de atacar militarmente (Cuba, Venezuela, Corea…)[11],
·             y unas u otras formas de fascismo descarnado cuando las sociedades, a través de sus movimientos y organizaciones sociales y políticas, consiguieron una fuerza significativa (Alemania, Italia…),
·             también el fascismo confesional apenas disfrazado de religión de Estado (Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes, Bahreim…).
En todas ellas se da el asesinato sistemático de las poblaciones que protestan, que se organizan (México y Colombia han venido siendo ejemplos paradigmáticos de ello). Cualquier experiencia de transformación histórica, como la soviética o la cubana, no han conocido ni un solo día, ni un solo minuto de respiro; han sido asediadas militar, económica, política, cultural, ideológicamente, desde el primer instante, sin tregua. Como hoy Venezuela. No importan los millones de muertos y de pérdidas sociales que eso cause.
Es decir, siempre que ha hecho falta, el Capital ha mostrado su expresión más monstruosa, ha desplegado todo su poder de sabotaje social y de aniquilación humana. Dejando bien claro que cualquier proyecto social “bonito” está obligado a construirse en condiciones aberrantes, infernales.
Las mismas condiciones que después han hecho que las mentes puras y las “izquierdas divinas” les den la espalda. Y aquí hay que distinguir muy claramente entre criticar procesos de lucha y transformación, y oponerse a ellos, que es al final de cuentas quedarse en el mismo lado de la trinchera que el Capital. Y es que la colonización de las conciencias pasa incluso por la construcción de desiderata en su expresión sine qua non, los cuales llevan a despreciar crecientemente las experiencias de transformación de lo dado, porque no se ajustan con lo que “debería ser”. Ese ilusionismo de levantar mundos mejores sólo con ideas, acciones siempre puras y buenos deseos, deja a las poblaciones desprotegidas material e ideológicamente. Más aún cuando su desprecio afecta a la misma posibilidad de alcanzar la hegemonía.
El populismo que lleva a la “hegemonía débil” parece la clave para ganarse sectores de todos los bandos, pero a la postre lo que consigue es perder el apoyo y el seguimiento de los decaídos movimientos sociales, de la parte más concienciada y luchadora de la sociedad, cuando se alcanza el nivel institucional y apenas puede cambiarse algo. Pierden también la propia posibilidad de apoyo popular amplio, cuando las medidas económicas, político-jurídicas y represivas del Capital comienzan a golpear más. Porque lo que olvidan o no quieren mostrar los “populismos de izquierda”, es que el Poder del capital no está contenido en las instituciones, sino que las desborda ampliamente extendiéndose por todo su metabolismo (en la esfera productiva, en el moldeamiento de la propia sociedad, infraestructuras, dispositivos jurídicos, administrativos, de conciencia, de cosmovisión, en la construcción de determinados tipos de individuos, en la esfera de la circulación y reproducción social, en el mercado, en la monetarización de todas las actividades humanas, en la división social y sexual del trabajo, etc., etc.). De ahí la necesidad de la Política en grande, que llegue a lo institucional sólo después de haber dado la batalla en el metabolismo social. Sólo así, como resultado de un gran sumatorio de fuerzas, se podrán ganar también verdaderamente las instituciones. Pues no hay separación real entre lo político y lo social.
Porque la hegemonía no es una opción que nos parezca más o menos adecuada cuando se enfrenta a los enemigos de clase, despiadados y certeros: es una necesidad. Y en una sociedad de clases fuertemente dividida,ésta no radica solamente en la suma de mayorías y pactos, ni aún menos se trata de ver quién es más ingenioso para lograr sumas de adeptos, sino que consiste en ser capaz de articular fuerzas, concitar diferentes sectores de clase en torno a un proyecto o un modo de entender y construir el mundo, y eso a la postre tienen muchas más posibilidades de hacerlo los sujetos que tienen una incidencia-proyecto holístico, que salen de, y enfrentan, los antagonismos fundamentales del sistema(y dentro de ellos, por supuesto, la clase capitalista, que de dominante ha sabido hacerse hegemónica en buena parte del mundo); no por ninguna cuestión ontológica, sino porque ahí radican las claves de las que dependen las condiciones de vida de las grandes mayorías. La hegemonía para la emancipación (o contra-hegemonía) es tan necesaria para la calidad de vida de las clases subalternas como el aire que respiran, paso imprescindible para lograr emprender cualquier proyecto emancipatorio[12].
Ningún movimiento, ninguna organización social o política ha podido ni podrá transformar la realidad sin tocar las bases estructurales e infraestructurales del sistema y al menos anular sus centros de mando. Los plazos para lograrlo pasan por los tiempos largos o muy largos de formación de la conciencia colectiva (elemento altamente inestable, por otra parte). Los plazos que la barbarie capitalista nos deja son, en cambio, extremadamente cortos.
Se trata cada vez más de una perentoria cuestión de supervivencia, por lo que es imprescindible levantar proyectos claros, con objetivos a corto, medio y largo plazo coherentes entre sí, es decir, mediados por la estrategia. Necesario acertar en las alianzas y apoyos, saber con quién tenemos alguna oportunidad de avanzar y con quién ocurrirá todo lo contrario; lo que lleva a plantearse irremediablemente con qué fuerzas y cómo vamos a levantar mundos distintos en medio del caos.
Esto implica necesariamente también la realización de análisis científico-políticos rigurosos y acertados (más allá de las ilusiones que esparce el capital). No olvidemos que en términos sociales la verdadera verificación de la Teoría pasa por su capacidad de anticipar procesos y de ser efectiva en la resolución de los problemas de las grandes mayorías. Hoy apenas nos queda margen de error.
Las partes I y II de este trabajo se encuentran en esta misma web

NOTAS

[1] La separación de poderes, y muy especialmente del poder judicial, fue fijada por la burguesía tras 

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