lunes, 24 de junio de 2019

I. Generalicemos instalar la agenda pública sobre problemas fundamentales y enfoques como el anterior en vez de la electoralista.

Las condiciones para un triunfo
9 de mayo de 2019

 

Por Alejandro Grimson
Le Monde Diplomatique


La historia del peronismo revela algunas regularidades: cuando el peronismo se siente ganador, como ocurrió en 1983 y 2015, pierde; y cuando percibe que puede perder, como en 1946 y 1989, deja de lado sus diferencias, se une y gana. ¿Qué pasará en las elecciones de octubre? 

La pregunta acerca del futuro del peronismo es uno de los modos de interrogarse sobre el destino de Argentina. El gran sociólogo catalán Manuel Castells dijo: “Lo único que pueden pronosticar las Ciencias Sociales es el pasado”. El premio consuelo es que esos pronósticos suelen ser tan vaporosos como los meteorológicos, incluso más. Y producen un daño, sobre todo cuando uno se deja arrastrar por las propias expresiones de deseos, que suelen informar más sobre quien las dice que sobre la realidad social que en teoría pretenden anticipar. Para evitar pronósticos fallidos, observaremos algunas escenas de la historia que nos permitan generar algunas hipótesis plausibles acerca del presente y el futuro del peronismo, que a su vez nos permiten detectar dos regularidades: una (la persistencia) puede alimentar el optimismo de los peronistas; la otra (las dificultades para lograr la unidad cuando se siente ganador) llama en cambio a la extrema cautela.
La intensa persistencia del peronismo
Para explicar la persistencia de la identidad peronista durante ya 74 años es necesario comprender dos procesos sólo aparentemente contradictorios. El primero, muy conocido, es la ampliación de derechos sociales y políticos del peronismo clásico (1945-1955), que incluyeron, entre otras cosas, la legislación laboral, los derechos sociales, la redistribución del ingreso y el sufragio universal (al incluir el sufragio femenino).
Pero tan decisivo como eso fueron las implicancias para los trabajadores y amplios sectores de las clases medias de las políticas de los gobiernos de los antiperonismos realmente existentes que emergieron como contracara del peronismo. La idea de lo “realmente existente” fue creada para comparar las utopías marxistas con los socialismos tal como eran, con sus complejidades y contradicciones. Y en este sentido los antiperonismos guardan, desde 1945, una regularidad: prometen la democracia y la libertad política (“Unión Democrática”, “Revolución Libertadora”), pero luego se muestran absolutamente autoritarios. Pedro Eugenio Aramburu prohibió por decreto mencionar la palabra “Perón” e impuso la proscripción del peronismo que se extendió hasta 1973.
Aunque las grandes celebraciones de quienes apoyaron el golpe de 1955 incluían ilusiones sumamente contradictorias, la llegada al poder de Aramburu implicó la hegemonía del sector más violento y recalcitrante del antiperonismo. Ya en 1956 el sociólogo antiperonista Gino Germani explicaba que sólo sería posible avanzar en un proceso de “desperonización” si los trabajadores encontraban un gobierno que los beneficiara más, y no menos, que el anterior. Pero esto nunca ocurrió, y los gobiernos antiperonistas que siguieron al de Aramburu terminaron siendo fábricas de peronismo, tal como se hizo patente con la peronización de capas medias en los tempranos años 70. En síntesis, el peronismo persistió no sólo por los logros del gobierno de Perón sino por los efectos negativos que produjeron en amplias mayorías sociales los gobiernos de Aramburu y Onganía. Por eso la principal ilusión para las mayorías populares era el regreso del peronismo y de Perón.
La gran excepción respecto del autoritarismo y la regresión social de los gobiernos no peronistas fue Raúl Alfonsín, que respetó los derechos de sus adversarios y condenó a los jefes de la dictadura. A diferencia de 1955, Alfonsín no llegó al gobierno con la idea de aplicar un plan de ajuste, pero el contexto nacional e internacional hizo que, más allá de esas intenciones, su gestión terminara marcada por la “economía de guerra” y la hiperinflación.
Sin embargo, la persistencia del peronismo no es un proceso lineal. Entre la muerte de Perón en 1974 y el 2001, el peronismo se debilitó. Si la identidad logró perdurar, su pregnancia, sus reverberancias, el alcance de sus significaciones, estuvieron siempre vinculados a los procesos políticos. Después de la serie Isabel-López Rega-Luder-Herminio-Saadi, y después del menemismo, se vivieron los años de menor intensidad de la identidad peronista en estos 74 años. En los 90 hubo peronistas que dijeron que ya no podían seguir siéndolo, mientras otros disputaron el “significante” considerando a Menem como traidor. Durante varios años, para los peronistas antimenemistas el trabajo político se hacía cuesta arriba: el peronismo no era carta de presentación clara y, menos aun, ganadora.
Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia, durante varios años no colocó el énfasis en la identidad peronista. Apostó a una transversalidad que en la práctica no funcionó por diferentes razones. Fue a partir de las ofensivas de sus adversarios que apareció la necesidad de respaldarse en el Partido Justicialista y que los términos kirchnerismo y peronismo se identificaron e intensificaron. Hay un paralelismo entre el período 1945-1955 y 2003-2015: el crecimiento de la identidad peronista como resultado de la ampliación de derechos y las ofensivas de sus adversarios.
El actual gobierno antiperonista, liderado por Mauricio Macri, llegó al poder de manera democrática. Para evitar falsas polémicas señalemos que, a diferencia del golpismo de 1955, Cambiemos ganó dos veces las elecciones. No hay paralelismo allí, pero sí en las consecuencias económicas para los trabajadores y las clases medias de sus políticas. Y en este sentido la percepción acerca del actual presidente y de Cambiemos ha cambiado vertiginosamente después de su triunfo legislativo en 2017. No es sólo la realidad económica sino también el listado de promesas de fabulosos “segundos semestres” que ya han colmado la paciencia de amplios sectores sociales.
Teniendo en cuenta estos elementos históricos y la actual crisis económica, todo parecería indicar que el peronismo marcha inexorable a su próxima victoria. Pero las cosas son siempre más complejas.
Los peronismos y sus disputas
Con su enorme diversidad, el peronismo es hoy la identidad más multitudinaria de Argentina. Sin embargo, no constituye una mayoría electoral automática. Los peronistas, y no sólo los peronistas, creyeron eso hasta 1983, cuando sufrieron la gran derrota electoral de su historia. Sin embargo, si hacemos un repaso por la historia podemos constatar que cada vez que el peronismo está seguro de ganar, pierde; y que cuando se siente ganador, termina derrotado.
En los meses previos a las elecciones de 1946 nadie podía dar por seguro el resultado. El propio Perón llegó a pensar que, cuando lo detuvieron y trasladaron a la Isla Martín García, debía resignarse al retiro. El Partido Laborista se creó una semana después del 17 de octubre de 1945. Las disputas políticas entre los radicales de Hortensio Quijano que acompañaban a Perón, los conservadurismos populares de algunas provincias y los laboristas sólo fueron reguladas y moderadas ante el riesgo de perder las elecciones. De hecho, la Unión Democrática estaba tan segura de haber triunfado el 24 de febrero de 1946 que al día siguiente felicitaron a las Fuerzas Armadas por la transparencia del comicio, cuyo escrutinio definitivo demoró varias semanas. En las semanas previas a la elección, Estados Unidos había publicado un Libro Azul “demostrando” los vínculos entre Perón y el Eje. De esa operación surgió la lúcida consigna “Braden o Perón”, un magistral contraataque sin el cual no sabemos cómo hubieran terminado las cosas. Ante el riesgo cierto de su derrota, los seguidores de Perón se vieron obligados a unificarse.
El regreso de Perón tras 18 años de exilio, en cambio, fue la antesala de una derrota. Perón presidente, el mito realizado, produjo la convicción de que el peronismo había regresado al poder para siempre. Resulta sorprendente que en las intensas controversias y disputas entre el peronismo ortodoxo y la Tendencia Revolucionaria la posibilidad de un golpe de Estado como el de 1976 estaba totalmente ausente. Por el contrario, dando por descontado que el peronismo regresaba al gobierno se intensificaron las tensiones, con Ezeiza como momento más dramático. Más allá de que las responsabilidades han sido establecidas, en el mismo acto en que Perón se reencontraría con su pueblo la pretensión de control y copamiento destruyó la escena política planeada.
En otras palabras, en 1973 los peronismos perdieron de vista la posibilidad de una nueva y mucho más violenta dictadura y permitieron que se difuminaran sus alteridades políticas. Disuelto el “otro”, la disputa se concentró al interior del “nosotros”. A esto se puede agregar un rasgo recurrente de las formas que pueden adquirir las disputas al interior del peronismo. A quien piensa diferente se le adjudica un carácter moral: infiltrado o traidor. Y aunque se supone que con alguien que tiene esa catadura moral el reencuentro es imposible, esto no se verifica en los hechos.
Frente a las elecciones de 1983, la convicción de muchos dirigentes de que los comicios eran un simple trámite llevaron a que el peronismo incluyera candidatos impresentables, desplegara un discurso conciliador para garantizar la impunidad de los genocidas y protagonizara episodios memorables de autodestrucción electoral. Pero ganar no era un trámite.
Perón habla
Como decíamos al inicio de este artículo, hay razones históricas que alimentan el optimismo del peronismo. La persistencia de la identidad y su articulación (compleja) con el kirchnerismo sugiere que cuenta con chances de imponerse en los comicios de octubre. Tanto en la comparación con el antiperonismo histórico como con el antiperonismo actual, la frase de Perón –“No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores”– se verifica.
Pero eso no llevará mecánicamente a un triunfo del peronismo. Muy dividido durante todo el gobierno de Macri, ha habido un persistente problema para construir una alteridad política única. Mientras que para el kirchnerismo y otros sectores su otro político es el gobierno actual, otras vertientes del peronismo apostaron a que estallara una renovación. Hubo algunas apuestas y algunos intentos. Pero tan cerca del cierre de listas ningún dirigente le podría ganar una interna a Cristina.
La otra frase célebre de Perón –“Los peronistas somos como los gatos: cuando parece que nos peleamos nos estamos reproduciendo”– no se verifica. No se verificó en 1973-74, cuando el peronismo no percibió la posibilidad de un golpe, ni en 1983-1985. Y más cerca en el tiempo tampoco, cuando muchos daban por descontada la victoria frente a Macri en 2015 las peleas llevaron nuevamente a una inmensa derrota electoral (y cuando todos daban por descontadísimo el triunfo en 2015 en la provincia de Buenos Aires sufrió su segunda derrota electoral allí en 74 años).
Las fricciones y disputas son parte de la política. Sin embargo, es clave comprender que sólo llevan a la “reproducción”, al crecimiento político, cuando se verifican dos condiciones. La primera es la construcción de una alteridad clara: Braden, la dictadura, el neoliberalismo. La segunda es la construcción de un discurso y una práctica donde predominen la ilusión, la fiesta, “un proyecto que pueda enamorar”. ¿Podrá hacerlo de nuevo el peronismo? 
Alejandro Grimson. Antropólogo (UNSAM-CONICET). Su último libro, ¿Qué es el peronismo?, acaba de ser publicado por Siglo XXI editores. 

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=255749

No hay comentarios:

Publicar un comentario