lunes, 3 de diciembre de 2018

Debemos reivindicar la Declaración Universal de los Derechos Humanos como "referencia normativa del orden civilizado y humano, contra los mercaderes del templo del Estado democrático, social y de derecho, los mismos que la quieren reducir a la irrelevancia porque en su articulado está el suelo de la dignidad que invita a llamar al expolio masivo por su nombre: un crimen económico contra la humanidad. La impunidad de que han gozado hasta ahora los responsables del daño es parte del botín, de la captura".

Ochenta (1938), cuarenta y cinco (1973) y diez años (2008) 
después de las grandes operaciones económicas y políticas
Sangre, saña y saqueo (II)

1 de diciembre de 2018

Por Martín Alonso Zarza
CTXT
A la memoria de Orlando Letelier.
A Clara Valverde y Ángel Martínez, en su combate.
“No se comprenderá cabalmente el Holocausto mientras no sea estudiado como la operación 
más determinada de latrocinio criminal de la historia moderna”. 
Götz Aly (2007: 285).
“Los mayores mentirosos de este siglo ganaron los premios nobel de economía”. 
Boaventura de Sousa Santos, El País, 05/11/2018.
“[…] el poder, la codicia y la gloria de Wall Street”. 
Who’s who and what’s what on Wall Street , 1998, p. ix.


Primera parte de Sangre, saña y saqueo
2008. Oscurantismo y expolio en el catecismo neoliberal
“Vivimos en un periodo histórico en el que, por primera vez según mi conocimiento, ningún país importante desafía el sistema internacional”, exultaba H. Kissinger al plenario de la Comisión Trilateral (CTL) en Tokio, medio año después del colapso de Lehman Brothers. La figura da un nuevo motivo para la conexión. No sabemos qué habría sido de Kissinger de no haber huido de Alemania antes de los años malos –trece familiares suyos figuran entre los desaparecidos–. Ni diez kilómetros separan a Fürth, donde nació Heinz Alfred luego Henry Kissinger (1923), de Núremberg, el escenario de los desfiles nazis inmortalizados por Leni Riefenstahl. Pero algo nos dice sobre la naturaleza del éxito proclamado en Tokio este testimonio de una compatriota judía exiliada como él pero en el Reino Unido y que, a raíz del clima creado por el Brexit, ha decidido hacer el camino inverso al de hace 75 años: “Ciertamente, son ahora tiempos oscuros en Gran Bretaña, que no se habían percibido antes. Pocos días después de rellenar mi solicitud de ciudadanía alemana leí un comentario en la web de The Times […] en el que un lector pedía que los migrantes ilegales fueran pasados por cámaras de gas" 1 . El motivo del éxito sirve para una nueva interconexión entre los dos polos de nuestro campo magnético que formula con claridad F. D'Almeida: “Las liturgias de la extrema derecha se han asociado desde entonces [el nazismo] a la fantasía del éxito, la opulencia y la fuerza”.
LAS LITURGIAS DE LA EXTREMA DERECHA SE HAN ASOCIADO DESDE EL NAZISMO
A LA FANTASÍA DEL ÉXITO, LA OPULENCIA Y LA FUERZA
¿Qué tienen en común el éxito, la opulencia y la fuerza? Definen relaciones de suma cero, es decir, se consiguen a costa de alguien o al precio de algo. A costa de lo que enunciaron Kissinger y los Chicago Boys en Chile. Por eso el hombre de la caída de Lehman Brothers en España, Luis de Guindos, calificó unos presupuestos de “agresivos”, y una colega de partido hija de un condenado por fraude fiscal y miembro de una saga centenaria de caciques eructó en el Congreso aquel “¡Que se jodan!” para peraltar el anuncio de una tanda de recortes a los parados. No es una particularidad hispánica: los ricos de Europa decían cosas parecidas sobre los PIGS y la troika se ensañaba con la regla. La captura tuvo un momento paradigmático en España con la modificación exprés del artículo 135 de una Constitución española que ha ido progresivamente viendo erosionados los derechos sociales a partir de la Reforma Laboral y con la colaboración de la Ley Mordaza. En Grecia una cadena interminable de atropellos y de eructos, algunos desde este mismo sur hispánico que abría las aletas de la nariz solo porque otros lo pasaban peor. Insolidaridad. Quien lo formuló con más claridad fue el jefe de las finanzas de la potencia europea, Wolfgang Schäuble. En un momento de las negociaciones leoninas sobre la austeridad en Grecia, dijo el superministro que “quizás sería mejor para los griegos no hacer elecciones”.
Sus palabras sugiriendo que sería preferible sacrificar la democracia griega con objeto de forzar al Gobierno a aceptar la disciplina financiera u ortodoxia presupuestaria suenan familiares. Solo que esta vez no hacían falta tanques. Cuenta esto un pormenorizado estudio de Adam Tooze, de nuevo él 2 . Recordando la conexión entre degradación de condiciones de vida para las clases populares, hostilidad hacia las élites y crecimiento del ultranacionalismo. Para Tooze la supervivencia exitosa del neoliberalismo es una entre varias ironías interconectadas. ¿Dónde está la principal? Es una continuación del modo Pinochet. La ortodoxia neoliberal predicaba –es la palabra– que los mercados prosperaban cuando los Estados no se inmiscuían y se abstenían de regularlos. La paradoja superpuesta a la ironía es que, empezando por la reserva federal de Bernanke, los Estados promovieron una batería de medidas a una escala sin precedentes para apuntalar el andamiaje de una estructura privada que según la ortodoxia no necesitaba al Estado (No puedo entrar aquí en el papel que jugó el enorme gasto en la guerra de Irak para la implementación de medidas destinadas a abaratar el dinero). Del mercado libre de injerencias políticas, al mercado disciplinador de la política, al mercado proxeneta de la política. ¿Cómo pudo ocurrir?, para citar una frase aplicada a contextos negros. El Estado había sido capturado por las corporaciones. Hay que leer a Tooze para seguir la pista de las enormes sumas que fluyeron desde las arcas públicas a las entidades corporativas, empezando por los bancos, como bien conocemos por estos pagos.
La multiplicación de la desigualdad en sus diferentes dimensiones (cúpula/base estructural, privado/público, Norte/Sur) fue la consecuencia de estas medidas y la causa de un daño colateral enorme: la corrupción estructural desde sus formas blandas o toleradas (paraísos fiscales, fraude, mercado negro, privatizaciones subvencionadas) a las más prototípicas (Odebrecht, tarjetas Black, Dieselgate, Gürtel, escándalo Cum-Ex…), con esa iluminación especial que arrojan los vertidos del súperpolicía Villarejo (los Jaguar invisibles, los áticos fantasmas, los maletines que circulan desde los corredores hasta los altillos).
La corrupción es una dimensión estructural, inherente a la lógica extractiva/depredadora del evangelio neoliberal. “Atajar la corrupción sumaría más de 10.000 millones al PIB cada año”, dice un titular que pasa sin pena ni gloria (El País, 27/10/2018); “la fractura del fraude fiscal en España asciende a más de 26.000 millones”, dice otro (Diario Montañés, 04/11/18). Según un informe de la Fundación BBVA y el IVIE, en España atajar la corrupción sumaría más de 10.000 millones anuales, es decir, unos 16 puntos porcentuales de PIB en 15 años 3 . Mientras escribo, el grupo de periodismo de investigación alemán Correctiv desvela que una banda de banqueros y abogados ha saqueado las arcas públicas de once países europeos. “El daño estimado de lo que se sabe hasta ahora: más de 55 mil millones de euros. Cum-Ex es el mayor escándalo fiscal de la historia. La respuesta a esta incursión de los banqueros que afecta a al menos 11 países solo puede estar en una Europa más fuerte capaz de proteger a sus ciudadanos" 4 . También aquí los reguladores y los gobiernos han estado muy por debajo no solo de sus posibilidades sino de sus obligaciones.
LA CORRUPCIÓN ES UNA DIMENSIÓN ESTRUCTURAL,
INHERENTE A LA LÓGICA DEPREDADORA DEL EVANGELIO NEOLIBERAL
Pero la corrupción no tiene sólo costes económicos 5 . La prostitución de la democracia va en el lote. Como, en general, el ataque a lo público. Seguramente no hay mejor expresión de ello y del grado en que ha sido socialmente aceptada como convención razonable que la lucha contra los impuestos. El sistema fiscal es inseparable de la definición de la democracia, es la forma materializada de asegurar la igualdad. La estigmatización de los impuestos es uno de los éxitos más sonados de este paradigma pseudocientífico. Que el ataque a la fiscalidad se haya convertido en el arma definitiva del populismo ilustra bien, de nuevo, la funcionalidad de las puertas giratorias que conectan doctrina económica y mística identitaria. Y aquí encontramos una vez más, al menos en la escena francesa, la paradoja que desafía la racionalidad –y que hemos visto en el Brexit o en la eurofobia de Polonia o Hungría–: mientras que los más desfavorecidos son los que más se benefician de la redistribución, son ellos también los más críticos hacia los impuestos 6.
Esta tendencia es la contraria de la que mostraban los años 50. No es difícil hacer la conexión con el caladero de votos del ultrapopulismo. Ello obedece, por un lado, a una suerte de analfabetismo ciudadano –se consideran las prestaciones como derechos intangibles y no como vinculadas a la dimensión redistributiva–, y por otro, a los efectos de las recetas neoliberales. Las reformas que han reducido la progresividad y desplazado el peso impositivo hacia abajo han alejado a las clases populares del Estado de forma proporcional a la erosión de su dimensión social 7 . Es una obviedad, asimismo, que las oportunidades de evasión son mucho menores en las clases populares, pongamos las cajas B. La cruzada neoliberal Esperanza Aguirre se escandalizó porque por 90.000 euros no se debería ir a la cárcel; le faltó decir que sólo se debería poder por debajo de esa cifra. (Los presos de las Black están en la zona vip de las prisiones, en las celdas de respeto –El País, 04/11/2018–). La desafección hacia la democracia tiene aquí una de sus claves, estrechamente vinculada a la ortodoxia económica –y política– dominante. Recordemos aquella frase sublime de un socialista que un año después llegaría a presidente: “Bajar impuestos es de izquierdas”. Por no recordar la propia trayectoria biográfica de algunos eminentes colegas de hace 15 años: Schröeder, Blair, Durao Barroso, Narcís Serra, Solchaga…; o de algunos de los usuarios de las Black. Unas trayectorias que ilustran el poder corrosivo del dinero (Solo la identidad puede competir en poder maléfico: véanse como ejemplo las figuras de San Suu Kyi, Albin Kurdi, Lluis Llach…).
QUE EL ATAQUE A LA FISCALIDAD SE HAYA CONVERTIDO EN EL ARMA DEFINITIVA DEL POPULISMO ILUSTRA BIEN, DE NUEVO, LA FUNCIONALIDAD DE LAS PUERTAS GIRATORIAS QUE CONECTAN DOCTRINA ECONÓMICA Y MÍSTICA IDENTITARIA
Estas biografías abducidas dan cuenta de otras abducciones más peligrosas porque afectan al corazón del Estado: la compra de los reguladores –recordemos la trayectoria de personajes como Greenspan o MAFO–. Y no lejos de allí, el poder omnímodo de esas figuras nunca previstas por los tratadistas políticos: las agencias de calificación, de titularidad privada, el mejor ejemplo de la captura del Estado.
La fórmula clásica establece la amoralidad del Estado. Su apoteosis actual le ha hecho bascular del lado no solo de la inmoralidad sino de políticas criminales y patógenas. Como muestra, la proliferación de sociedades instrumentales –tanto que ya se prescinde de las comillas–. La democracia descansa en un sistema de controles y contrapesos, el mercado ha eliminado a unos y debilitado a otros, empezando por los sindicatos. La distancia entre el big money –mi corrector inteligente quiere escribir la palabra con mayúscula: qué metáfora– y el dark money (Jane Mayer) es corta. El interés del libro de Mayer reside en que traza la conexión entre los supermillonarios y el ascenso de la derecha radical, la simbiosis que hizo sus pruebas en el Cono Sur. Según señala René Villareal en un trabajo solvente, “pese a lo que los ideólogos de estas corrientes pudieran creer, la implantación, en los años setenta, del neoliberalismo que impulsan Friedman y el mismo Hayek en los pueblos del Cono Sur de América Latina es precisamente una de las causas directas del fascismo que padecen” 8 .
Pero el daño social producido por las doctrinas monetaristas no acaba en las instituciones. Ha creado una cultura del egoísmo y la codicia, de narcisismo e insaciabilidad. Que en su extremo superior nunca satisface a los expoliadores de modo que estos pueden presentarse como víctimas. O sin llegar a ello, eliminar todos los motivos del resentimiento. Es la misma normalización de lo inmoral que D'Almeida (pp. 348-349) observó en el nazismo: “Lo que distingue al régimen no es la existencia de obsequios personales, de exenciones fiscales, de múltiples formas de corrupción, de reparto de ventajas sociales o de nepotismo, sino el hecho de que integra estos elementos en su trabajo burocrático y pretende racionalizarlos al servicio de la nueva fórmula que el Estado ha concebido”. Esta rutinización burocrática del expolio es la que explica la ausencia total de remordimiento (ibídem, p. 340) que reconocemos hoy en el victimismo que alegan los vampiros forzosamente insatisfechos por insaciables. La misma rutinización tecnocrática es el resultado de la aceptación generalizada del imaginario managerial. Un buen ejemplo de ello es la propia figura del máster y un ejemplo todavía más consumado el tráfico de influencias con ellos como ha ocurrido en los casos de la Universidad Rey Juan Carlos.
La colusión público-privado, el caciquismo departamental, la simbiosis de política y negocio, los mecanismos de ocultación… Todo eso cuando hay un sistema enormemente oneroso en papeleo de las instancias de calificación universitaria. Tan pendientes de las formalidades y tan ciegas a los desfalcos. El caso de los másteres tiene un flanco adicional en cuanto que supone una enmienda a la totalidad del cimiento de la legitimación capitalista, la meritocracia. Se compran títulos como se compraban ejecutorias de nobleza. No hay límites a lo que el dinero y la influencia –intercambiables– pueden conseguir, como ha observado Michael Sandel. El éxtasis de la maximización consiste en haber externalizado la crisis del capitalismo en crisis de la democracia.
Dos ejemplos más para ampliar el espectro de la corrupción. Para la política: el caso Cambridge Analytica y su interferencia en el santuario de la democracia, precisamente las más altas instancias de sofisticación puestas al servicio de las fuerzas antidemocráticas y la instrumentalización de los algoritmos –¿los nuevos tanques?– para conquistar urnas. El marketing del big data al servicio del populismo. Otra vez la alianza aciaga. Para el plano social: la manifestación de los trabajadores de Navantia para protestar por el anuncio de la suspensión de la venta de bombas a Arabia Saudí en sintonía con el gobierno andaluz y el alcalde podemita de Cádiz. Aquí fue la presión sindical y popular la que, a diferencia de lo que ocurrió con el artículo 135, torció el fiel de la balanza contra el platillo de los derechos humanos. Lo cual ilustra el cambio sufrido en la cultura obrera desde su tradición de solidaridad y pacifismo. Que esto mismo no haya suscitado escándalo –como las explicaciones incalificables de los miembros del Gobierno para explicar el cambio, y todo ello en paralelo al caso Khashoggi– muestra el daño que esta cultura de “nosotros primero” ha provocado en los estratos profundos de la civilidad. Hasta en sus extremos más chuscos: Jon Gnarr, un cómico local al frente de una formación improvisada, el Best Party, ganó la alcaldía de Reikiavik con un programa en el que prometía un oso polar en el zoo y toallas gratis en las piscinas.
Podemos observar para confirmarlo la diferente respuesta a tres supuestos a partir de una misma metáfora: rescate de los bancos –solidaridad ascendente obligada, eufemismo de la depredación–, hundimiento de las instituciones democráticas, naufragio de las personas que huyen del horror y de la miseria. (Por cierto, fuente para un nuevo nicho de negocios relacionado con la seguridad de las fronteras, por no hablar del tráfico). Y como colofón de esta inversión de valores, la criminalización de la solidaridad con los inmigrantes. Setenta años después de Auschwitz. La figura de la inversión a partir de Auschwitz justifica una referencia a dos instancias estrechamente dependientes de ese colapso de la humanidad: Israel y Europa.
La creación del Estado de Israel es una consecuencia directa del nazismo. Es una desoladora ironía que el país de los perseguidos por Hitler se haya convertido hoy en paradigma de esa infausta alianza de emprendedurismo start up y ultranacionalismo, de tiburones y halcones, de competitividad, colonialismo y apartheid, de millonarismo y milenarismo. Llama la atención también que se obvie a Israel cuando se hace la lista de los populismos, mientras que sabemos la afinidad electiva de Netanyahu con Trump, Orbán o Bolsonaro –la particularidad de este: conecta directamente con el apartado anterior y por los dos lados, por el militar con las dictaduras del Cono Sur en cuanto exmiembro del ejército y por el civil con el protagonismo de Paulo Guedes vinculado a los Chicago Boys–, también su devoción a la ortodoxia neoliberal. Fue Israel, el país donde los colonos son los señores de la tierra, donde nuestros neoliberales tomaron el concepto de “marca España”, síntoma explícito del rebranding o restyling de un país (Estado). Marca y marketing. El país que tiene en el éxodo el relato fundacional por partida doble reivindica hoy una identidad cerrada que la ministra Miri Regev ha formulado en esa versión suave de la Gleichschaltungque es la lealtad cultural, a la vez que cierra las puertas a los refugiados.
ES UNA DESOLADORA IRONÍA QUE EL PAÍS DE LOS PERSEGUIDOS POR HITLER SE HAYA CONVERTIDO EN PARADIGMA DE ESA INFAUSTA ALIANZA DE EMPRENDEDURISMO Y ULTRANACIONALISMO, DE COMPETITIVIDAD, COLONIALISMO Y APARTHEID
Pero el caso más dramático es de la propia Europa, cuya idea nace de las mismas cenizas de Auschwitz con el cometido de tomarse en serio el “nunca más” de un enfrentamiento entre países europeos alimentado por los nacionalismos. Es una lección amarga que el siglo acabara como empezó, con la sangría de los Balcanes y con un genocidio, el de Srebrenica, que un superviviente del nazismo, Marek Edelman, consideró como una victoria póstuma de Hitler. Pero el propio núcleo de la UE se ha visto afectado, el núcleo geográfico, donde la llegada de AfD al Bundestag significa el fin de la excepcionalidad alemana, y el núcleo conceptual (ontológico), pues la idea normativa de Europa ha sido vaciada de sentido por la tecnocracia managerial. La eurofobia y el euroescepticismo tienen elementos cocinados pero otros son realistas. En el primer rótulo encontramos el repertorio habitual de la xenofobia, la necesidad de un enemigo/chivo expiatorio. Fuera los otros es la forma convencional en que el nativismo convierte a los distintos inferiores en amenaza, de ahí el uso instrumental de la inmigración. Fuera de los otros es el modo en que operan las zonas ricas que quieren irse para evitar el lastre: “Europa nos roba” (Brexit), “Roma nos roba” (Liga Norte), “España nos roba” (secesionistas catalanes)… Brexit, Italexit, Catalexit están inspirados por la misma lógica: los ricos preferimos decidir por nosotros mismos. Plutocracia y etnocracia se trenzan. La destrucción moral de la idea de Europa ha sido la consecuencia de su adopción de aquella lógica económica que precisamente no fue derrotada en el nazismo. Por eso no hay hoy tarea más urgente que la de reinventar la Europa social, porque de otro modo las derechas extremas consumarán su designio de destruir Europa y nos devolverán a los tiempos del reñidero de los odios nacionales. Con la guerra como desenlace previsible. Desenlace previsible en un plano más general a la vista de la creciente testosterona en algunos de los líderes de las grandes potencias. Aquí la reversión es regresión, rebobinado. Europa se descompone porque, aunque su creación es fruto de la musa del escarmiento, la fórmula que se ha impuesto ha entronizado el principio tecnoburocrático que impulsó la casta nazi: la desigualdad entre los elegidos y los demás.
EUROPA SE DESCOMPONE PORQUE LA FÓRMULA QUE SE HA IMPUESTO HA ENTRONIZADO EL PRINCIPIO TECNOBUROCRÁTICO QUE IMPULSÓ LA CASTA NAZI: LA DESIGUALDAD ENTRE LOS ELEGIDOS Y LOS DEMÁS
De nuevo se superponen aquí hebras de la doble hélice apocalíptica. La ortodoxia neoliberal es suicida cuando ampliamos la escala del tiempo y del espacio, como lo muestra el deterioro de la calidad de vida en el planeta, el impacto del cambio climático –que producirá nuevos inmigrantes, que serán instrumentalizados por nuevos populistas– y ese dato tan elocuente de la desaparición del 60% de los vertebrados en los últimos 45 años. Eso sí que es vivir por encima de nuestras posibilidades, siendo nuestro el sujeto de referencia planetario. La lógica neoliberal es planeticida lo mismo que politicida. La otra hebra, la identitaria, vehicula la misma destructividad a través de una lógica saturnal que va dibujando perímetros cada vez más estrechos del nosotros para convertir en enemigos o traidores a los que quedan fuera. Es una reacción en cadena. En los Balcanes, sectores cívicos que se opusieron a las guerras son hoy blanco de los fundamentalistas étnicos que las incendiaron. Será una reacción en cadena el Brexit, en una geografía tan alejada del denostado imaginario balcánico.
Una dificultad añadida es que quienes tendrían que alentar las transformaciones en esa dirección están no solo incapacitados para ello sino que por estar enfeudados con los intereses corporativos son un obstáculo principal. La abdicación de las élites intelectuales respecto al latrocinio es tan crítica como la seducción identitaria de ciertas izquierdas. Otra alianza infausta. Hay que decir algo respecto a la dimisión de las élites intelectuales.
Es obligado comenzar por la disciplina que ha producido el universo simbólico de legitimación: la economía. Para ser más precisos, aquella variante de la disciplina que se ha constituido en hegemónica y configurado la doctrina oficial, la ortodoxia neoliberal. Hay dos críticas recurrentes al quehacer convencional: su alejamiento del horizonte normativo de una ciencia social y sus fallos epistémicos, ilustrados por la incapacidad para predecir la crisis, como la reina madre espetó a las luminarias de la London School of Economics 9 . El sector económico-financiero-managerial ha construido una jerga que se ha convertido en lingua franca en el debate político. Y más que en eso en una escolástica, una estructura de legitimación de alcance universal. En el pensamiento clásico la teodicea se ocupó durante mucho tiempo de explicar el mal apelando a Dios –como hacía la escolástica–; actualmente se utiliza el término sociodicea para la versión laica. Pues bien, el neoliberalismo es una sociodicea en el sentido de que justifica y legitima el daño social causado por sus políticas económicas. La asociación no es tan disparatada como podría parecer: “Hago el trabajo de Dios”, declaró convencido el CEO de Goldman Sachs, Lloyd Blankfein (Times, 08/11/2009), el mismo que a principios de 2010 decía que tenía un objetivo social después de defender el reparto de bonificaciones récord. Como en el caso de su antecesora, la sociodicea necesita una estructura compleja para instalar mentalmente sus concepciones en la ciudadanía. Es muy vertical y tiene su expresión más acendrada en las Business Schools, que son, a la vez y no por casualidad, un lugar de reclutamiento que proporciona un alto estatus. En ellas se opera ya el tráfico entre la academia y la política. Una de las estrategias de las escuelas de negocios de postín es fichar a políticos para dar caché a los centros y atraer alumnos. “Los centros que contratan a famosos necesitan notoriedad para vender más. Hacen un análisis de coste-beneficio y pagan sueldos muy relevantes [sic] porque obtienen retorno”, reconoce un alto cargo de una escuela de negocios (El País, 04/11/2018). ¿Dónde están aquí los criterios científicos? ¿Y la meritocracia? Bien se ve, el único criterio es el beneficio. Los políticos famosos se venden por un sueldo galáctico, para ayudar a vender la escuela, que forma alumnos que nos venden la doctrina económica que nos dice que tenemos que adaptar las decisiones de la vida colectiva a la doctrina que allí fabrican para sacar beneficio… ¿Quién compra y quién paga?
Descendiendo en la escala, estos contenidos, tan ideológicamente connotados desde su apariencia de neutralidad, llegan a la escuela –donde obviamente debe haber un espacio para el estudio de la economía dentro del marco de las ciencias sociales–. Fue sintomático que un ministro tan afín a esta sensibilidad como Wert prefiriera que los alumnos se familiarizan con el emprendedurismo antes que con la educación para la ciudadanía. De modo que, paradójicamente, el oscurantismo empieza haciendo su camino en la escuela donde extrañamente no conoce los reparos que suscitan el creacionismo o el negacionismo climático. Sin embargo, opera, aún más que ellos, como punta de lanza de la contrarreforma neoconservadora. Es una variable de racionalidad irracional del estilo de aquel modernismo reaccionario con que Jeffrey Herf definió al nazismo.
El núcleo moral, si puede decirse así, de La fábula de las abejas se ha extendido hasta crear una ecología de vampiros, donde el fetichismo del beneficio y una insaciable voracidad hacen risible cualquier pretensión de autorregulación; la desigualdad es la consecuencia. Una manera simple de definir una ecología de vampiros es: acumulación por desposesión o depredación, una fórmula que nos devuelve a las primeras páginas. El desahucio como práctica estructural del esquema, el sufrimiento social como peaje necesario. Estos atropellos se llevan a cabo envueltos en una mistificación tecnocrática del lenguaje. Decía Primo Levi que donde se maltrata al hombre se maltrata también al lenguaje. Pues bien, la escolástica neoliberal ha distorsionado palabras con referentes meliorativos: reformas, seguridad jurídica, o el –tómese nota del nombre– Center for the Study of Public Choice, fundado por el nobel James Buchanan y financiado por figuras tan connotadas como Charles Koch y la familia Scaife para formar gurús que justifiquen intelectualmente el expolio. 10 Y ha dado lustre a otras de consecuencias nada lustrosas: privatización, desregulación, liberalización –la trinidad neoliberal entronizada en el Consenso de Washington–. De modo que se presenta como receta técnica un programa cabal de desposesión, de latrocinio. La crisis es el desastre productivo que ha servido de justificación y de trampantojo.
ESA CRISIS HA VENIDO A CONSOLIDAR LOS CAMBIOS, ESTOS SÍ ESTRUCTURALES, QUE SE HABÍAN PRODUCIDO EN EL FUNCIONAMIENTO DE LAS DEMOCRACIAS Y QUE RESUME EL TÉRMINO CAPTURA
Esa crisis ha venido a consolidar los cambios, estos sí estructurales, que se habían producido en el funcionamiento de las democracias y que resume el término captura. Así se reflejaba en un medio tan poco sospechoso de plutofobia como el Wall Street Journal: “No son electos, y acaso usted no conozca a ninguno de ellos […] Pero los grandes inversores mundiales pueden ejercer ahora un poder sin precedentes —acaso hasta de veto— sobre la política económica de EE.UU.” 11 . Si pueden sobre EE.UU., qué no podrán sobre Estados menos poderosos. La fiabilidad de esta apreciación queda patente en esta declaración de un experto en lo que entonces se llamaba el Nuevo Orden Mundial (NWO), Will Banyan, diez años más tarde: “Puede decirse con toda solvencia que, […] la contribución de David [Rockefeller] al Nuevo Orden Mundial ha sido sustancial, incluso esencial. No sólo ha sido su arquitecto jefe, sino que ha actuado como su constructor jefe. […] David utilizó de facto su poderosa posición, aun sin ser electo ni tener obligación de rendir cuentas, para convertir sus palabras en acción de gobierno” 12 . La crisis financiera ha proporcionado el pretexto para llevar estas “reformas estructurales” a su culminación. Pero la dinámica estaba en marcha, como reconocía un especialista a principios de siglo: “El beneficio mayor que la élite transnacional obtiene de la liberalización de cuentas del capital no es económico sino político: su poder de ‘disciplinar a los gobiernos nacionales’; la expresión ‘disciplina de mercado’ debe entenderse en su literalidad. Las políticas insanas serán castigadas con un incremento de capital especulativo y un aumento de los tipos de interés, administrado por las agencias de calificación” 13 . Es esta variante la que ha permitido comparar la acción de los mercados a la magia negra vudú.
A resultas de esta diálisis operada en la sustancia democrática los expertos han buscado nuevas denominaciones para este estado de cosas: dictocracia, dictaduras con legitimidad democrática, posdemocracia… Por mi parte he propuesto el de plutoklatura, que combina el poder del dinero con el de una élite privilegiada, como en la nomenklatura soviética. El ingrediente populista y su versión digital podrían justificar el calificativo de plebiscitaria o virtualmente plebiscitaria. Esta nueva geometría de la política había sido prevista y anatematizada por los clásicos. Así en Las leyes (libro IX, 856b) de Platón, leemos: “De cualquiera que esclavizare las leyes poniéndolas bajo el imperio de los hombres, sometiere la ciudad a una facción y, despertando la discordia civil, infringiere las leyes, hay que pensar que es el peor enemigo de la ciudad”. Y en otro lugar adelantaba las consecuencias previsibles (libro IV, 715d): “En efecto, en la [ciudad] en la que la ley esté eventualmente dominada y no tenga poder, vemos ya su pronta destrucción”.
Si no vemos esta destrucción es porque el fundamentalismo del mercado se envuelve en la mística nativista racial de la sangre, recuperando la fórmula nazi. De modo que lo que llama la atención, lo que moviliza, son las utopías regresivas, la nostalgia de Ruritania, las exaltación tribal, la afiliación corta, el mesianismo y las emociones de bajo coste al paradigma PPP, pronombres personales y posesivos. Mientras asistimos, en paralelo, a un proceso acelerado de desaprendizaje o regresión civilizatoria –piénsese en los avatares del caso Kavanaugh– que anticipó Norbert Elias y que sirvió a Philippe Burrin para definir la ordalía nazi.
Querría terminar con otra efeméride: este diciembre la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) cumple 70 años, nació apenas diez después de nuestro primer hito, el mitin de Darré. Su vigencia es inversamente proporcional al auge del etnopopulismo nativista, en las antípodas del universalismo. Natasha Walter, ciudadana judía alemana expulsada de su exilio en el Reino Unido por los odios recientes a la que ya he citado, escribe: “Si quiero que mi hija tenga un conocimiento cabal del pasado, no es con el objeto de que pueda entonar el nunca más en las ceremonias conmemorativas del Holocausto mientras cierra los ojos a la realidad del presente. Es para que pueda ver lo que ocurre cuando negamos la humanidad de cualquier individuo, sea ciudadano o apátrida”.
ESTE 70º ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS SERÍA UNA BUENA OCASIÓN PARA PLANTEARSE UN NÚREMBERG PARA WALL STREET Y LAS CORPORACIONES FINANCIERAS
La negación de la humanidad es el envoltorio ideológico, el chivo expiatorio, que necesita la nueva élite extractiva para consumar sus designios, siguiendo precisamente la fórmula de Auschwitz. Conviene recordar el artículo 28 de la DUDH: “Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan efectivos”. Esta formulación nos invita –y nos obliga– a mirar la sociodicea economicista con otros ojos, unos ojos que muestran que esta nueva forma de oscurantismo ha provocado un daño social a una escala desconocida. El daño social es el correlato de lo que el historiador Gérard Noiriel llama violencia suave o blanda (douce). Desde luego hay que mantener claras las diferencias; pero admitir la diferencia de escala no significa convalidar estas nuevas formas de violencia; como esta que conocemos, que no banaliza sino que normaliza y racionaliza el mal en la forma de daño social. Los estudios sobre la memoria se han centrado hasta ahora en las víctimas pero cada vez más se reclama la atención de los productores de víctimas, de los verdugos… Este 70º aniversario de la DUDH sería una buena ocasión para plantearse esta cuestión pendiente, la de un Núremberg para Wall Street y el sanedrín de las corporaciones financieras que concentran la mayor parte de los recursos y condenan a la indigencia a lo mayoría desposeída, que dividen el mundo entre opulentos y supervivientes 14 . Y para estos nuevos gurús –la palabra viene al pelo– que como Carl Schmitt han cocinado una teología económica como sociodicea del expolio.

Coincidiendo con el comienzo de la crisis, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos fue galardonada con el récord mundial Guinness por haber recopilado, traducido y difundido la Declaración Universal de los Derechos Humanos en más de 300 idiomas y dialectos, haciendo de ella, por tanto, el documento más traducido, el más “universal” en el mundo. Piense el lector sin embargo cuándo es la última vez que ha oído hablar de ella. Su influencia ha ido menguando desde entonces en paralelo al auge del populismo y los estragos del neoliberalismo. No creo que nunca se la oigamos mentar a Trump. Pero si ese documento es la referencia normativa del orden civilizado y humano, hay que reivindicarla contra los mercaderes del templo del Estado democrático, social y de derecho, los mismos que la quieren reducir a la irrelevancia porque en su articulado está el suelo de la dignidad que invita a llamar al expolio masivo por su nombre: un crimen económico contra la humanidad. La impunidad de que han gozado hasta ahora los responsables del daño es parte del botín, de la captura. Por eso nada parece más pedagógico y estimulante ahora que recordar los párrafos iniciales de la DUDH, nacida ella misma del socavón moral de Auschwitz, de la indignación del nunca más:

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad […].
Notas:
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=249646

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