Las venas abiertas de
Nicaragua
7 de julio de 2018
Por Boaventura
de Sousa Santos
La Tizza
Pertenezco a la
generación de los que en los años 1980 vibraron con la Revolución sandinista y
la apoyaron activamente. El impulso progresista reanimado por la Revolución
cubana de 1959 se había estancado en gran medida por la intervención
imperialista de Estados Unidos. La imposición de la dictadura militar en Brasil
en 1964 y en Argentina en 1976, la muerte del Che Guevara en 1967 en Bolivia y
el golpe de Augusto Pinochet en Chile contra Salvador Allende en 1973 fueron
los signos más sobresalientes de que el subcontinente americano estaba
condenado a ser el patio trasero de Estados Unidos, sometido a la dominación de
las grandes empresas multinacionales y de las élites nacionales conniventes con
ellas. Estaba, en síntesis, impedido de pensarse como conjunto de sociedades
inclusivas centradas en los intereses de las grandes mayorías empobrecidas.
La Revolución
sandinista significaba el surgimiento de una contracorriente auspiciosa. Su
significado resultaba no solo de las transformaciones concretas que
protagonizaba (participación popular sin precedentes, reforma agraria, campaña
de alfabetización que mereció el premio de la UNESCO, revolución cultural,
creación de servicio público de salud, etc.), sino también del hecho de que
todo esto se realizó en condiciones difíciles debido al cerco extremadamente
agresivo de los Estados Unidos de Ronald Reagan, que supuso el embargo
económico y la infame financiación de los “contras” nicaragüenses (la guerrilla
contrarrevolucionaria) y el fomento de la guerra civil. Igualmente
significativo fue el hecho de que el Gobierno sandinista mantuviera el régimen
democrático, lo que en 1990 dictó el fin de la revolución con la victoria del
bloque opositor, del que, además, formaba parte el Partido Comunista de
Nicaragua.
En los años
siguientes, el Frente Sandinista, siempre liderado por Daniel Ortega, perdió
tres elecciones, hasta que en 2006 reconquistó el poder, manteniéndolo hasta
hoy. Sin embargo, Nicaragua, como por lo demás toda Centroamérica, estuvo fuera
del radar de la opinión pública internacional y de la propia izquierda
latinoamericana. Hasta que el pasado abril las protestas sociales y la violenta
represión llamaron la atención del mundo. Pueden contarse ya muchas decenas de
muertes causadas por las fuerzas policiales y por milicias adeptas al partido
del Gobierno. Las protestas, protagonizadas inicialmente por estudiantes
universitarios, apuntaban a la displicencia del Gobierno ante la catástrofe
ecológica en la
Reserva Biológica Indio-Maíz causada por el incendio y por la
deforestación e invasión ilegales. Se sucedieron después las protestas contra
la reforma del sistema de seguridad social, que imponía recortes drásticos en
las pensiones y gravámenes adicionales impuestos a los trabajadores y los
patrones. A los estudiantes se unieron los sindicatos y demás organizaciones de
la sociedad civil.
Ante las protestas, el
Gobierno retiró la propuesta, pero el país estaba ya incendiado por la
indignación contra la violencia y la represión y por la repulsa causada por
muchas otras facetas sombrías del Gobierno sandinista, que entretanto empezaron
a ser más conocidas y abiertamente criticadas.
La Iglesia católica,
que desde 2003 se “reconcilió” con el sandinismo, volvió a tomar sus distancias
y aceptó mediar en el conflicto social y político bajo condiciones. El mismo
distanciamiento ocurrió con la burguesía empresarial nicaragüense, a quien
Ortega ofreció sustanciosos negocios y condiciones privilegiadas de actuación a
cambio de lealtad política.
El futuro es incierto y no puede excluirse la posibilidad de que
este país, tan masacrado por la violencia, vuelva a sufrir un baño de sangre.
La oposición al
orteguismo cubre todo el espectro político y, tal como ha ocurrido en otros
países (Venezuela y Brasil), solo muestra unidad para derribar el régimen, pero
no para crear una alternativa democrática. Todo lleva a creer que no habrá
solución pacífica sin la renuncia de la pareja presidencial Ortega-Murillo y la
convocatoria de elecciones anticipadas libres y transparentes.
Los demócratas en
general, y las fuerzas políticas de izquierda en particular, tienen razones
para estar perplejos. Pero tienen sobre todo el deber de reexaminar las
opciones recientes de gobiernos considerados de izquierda en muchos países del
continente y de cuestionar su silencio ante tanto atropello de ideales
políticos durante tanto tiempo. Por esta razón, este texto no deja de ser, en
parte, una autocrítica.
¿Qué lecciones se pueden extraer de lo que pasa en Nicaragua?
Ponderar las duras lecciones que a continuación enumero será la mejor forma de
solidarizarse con el pueblo nicaragüense y de manifestarle respeto por su
dignidad.
Primera lección: espontaneidad y organización. Durante mucho tiempo las
protestas sociales y la represión violenta ocurrieron en las zonas rurales sin
que la opinión pública nacional e internacional se manifestara. Cuando las
protestas irrumpieron en Managua, la sorpresa fue general. El movimiento era
espontáneo y recurría a las redes sociales que el Gobierno había promovido con
el acceso gratuito a internet en los parques del país. Los jóvenes
universitarios, nietos de la Revolución sandinista, que hasta hace poco
parecían alienados y políticamente apáticos, se movilizaron para reclamar
justicia y democracia. La alianza entre el campo y la ciudad, hasta entonces
impensable, surgió casi naturalmente y la revolución cívica salió a la calle
asentada en marchas pacíficas y barricadas que llegaron a alcanzar el 70% de
las carreteras del país.
¿Cómo es que las tensiones sociales se
acumulan sin que se noten y su explosión repentina toma a todos por sorpresa?
Ciertamente, no por las mismas razones por las que los volcanes no avisan.
¿Puede esperarse que las fuerzas conservadoras nacionales e internacionales no
se aprovechen de los errores cometidos por los gobiernos de izquierda? ¿Cuál
será el punto de explosión de las tensiones sociales en otros países del
continente causadas por gobiernos de derecha, por ejemplo, en Brasil y
Argentina?
Segunda lección: los límites del pragmatismo político y de las alianzas con
la derecha. El
Frente Sandinista perdió tres elecciones después de haber
sido derrotado en 1990. Una facción del Frente, liderada por Ortega, entendió
que la única manera de retornar al poder era haciendo alianzas con sus
adversarios, incluso con aquellos que más visceralmente habían hostilizado al
sandinismo, como la Iglesia católica y los grandes empresarios. Respecto a la
Iglesia católica, la aproximación comenzó a principios de la década de 2000. El
cardenal Obando y Bravo fue durante buena parte del período revolucionario un
opositor agresivo al Gobierno sandinista y activo aliado de los contras,
apodando a Ortega como “víbora moribunda” durante toda la década del noventa.
Pese a ello, Ortega no tuvo pudor en aproximarse al cardenal al punto de
pedirle en 2005 que oficiase el matrimonio con su compañera de muchos años,
Rosario Murillo, actual vicepresidenta del país.
Entre muchas otras
concesiones a la Iglesia, una de las primeras leyes del nuevo Gobierno
sandinista, todavía en 2006, fue aprobar la ley de prohibición total del
aborto, incluso en casos de violación o de peligro para la vida de la mujer. Esto , en un
país con alta incidencia de violencia contra mujeres y niños.
Por otra parte, la
aproximación a las elites económicas se produjo por la sumisión del programa
sandinista al neoliberalismo, con la desregulación de la economía, la suscripción
de tratados de libre comercio y la creación de sociedades público-privadas que
garantizaban jugosos negocios al sector privado capitalista a costa del erario
público. Se produjo también un acuerdo con el expresidente Arnoldo Alemán,
considerado uno de los jefes de Estado más corruptos del mundo.
Estas alianzas
garantizaron cierta paz social. Y debe destacarse también que en 2006 el país
estaba al borde de la quiebra y las políticas adoptadas por Ortega permitieron
el crecimiento económico. Se trató, sin embargo, del crecimiento típico de la receta
neoliberal: gran concentración de riqueza, total dependencia de los precios
internacionales de los productos de exportación (en particular café y carne),
autoritarismo creciente ante el conflicto social causado por la extensión de la
frontera agrícola y por los megaproyectos (por ejemplo, el gran canal interoceánico,
con financiamiento chino), aumento desordenado de la corrupción, empezando por
la elite política en el Gobierno.
La crisis social solo
fue atenuada debido a la generosa ayuda de Venezuela (donaciones e inversiones)
que llegó a ser una parte importante del presupuesto del Estado y permitió
algunas políticas sociales compensatorias. La situación tendría que estallar
cuando los precios internacionales bajasen, hubiese cambio de política
económica en el principal destino de las exportaciones (Estados Unidos) o se
evaporase el apoyo de Venezuela. Todo eso ocurrió en los últimos dos años.
Mientras tanto, terminada la orgía de favores, las élites económicas tomaron
sus distancias y Ortega quedó cada vez más aislado.
¿Puede un Gobierno continuar denominándose de
izquierda (y hasta revolucionario) a pesar de seguir todo el ideario del
capitalismo neoliberal con las condiciones que este impone y las consecuencias
que genera? ¿Hasta qué punto las alianzas tácticas con el “enemigo” se
transforman en la segunda naturaleza de quien las protagoniza? ¿Por qué las
alianzas con las diferentes fuerzas de izquierda parecen siempre más difíciles
que las alianzas entre la izquierda hegemónica y las fuerzas de derecha?
Tercera lección: autoritarismo político, corrupción y
"desdemocratización". Las políticas adoptadas por Daniel Ortega y su
facción crearon divisiones importantes en el seno del Frente Sandinista, y
oposición en otras fuerzas políticas y en las organizaciones de la sociedad
civil que habían encontrado en el sandinismo de los años 1980 su matriz
ideológica y social y su voluntad de resistencia. Las organizaciones de mujeres
tuvieron un protagonismo especial.
Es sabido que el
neoliberalismo, al agravar las desigualdades sociales y generar privilegios
injustos, solo se puede mantener por la vía autoritaria y represiva. Fue eso lo
que hizo Ortega. Por todos los medios ,
incluyendo cooptación, supresión de la oposición interna y externa,
monopolización de los medios
masivos, reformas constitucionales que garantizan la reelección indefinida,
instrumentalización del sistema judicial y creación de fuerzas represivas
paramilitares. Las elecciones de 2016 fueron el claro retrato de todo esto, y
la victoria del eslogan “una Nicaragua cristian a,
socialista y solidaria” encubría mal las profundas fracturas en la sociedad.
De un modo casi
patético, pero quizás previsible, el autoritarismo político fue acompañado por
la creciente patrimonialización del Estado. La familia Ortega
acumuló riqueza y mostró su deseo de perpetuarse en el poder.
¿La tentación autoritaria y la corrupción son una desviación o son
constitutivas de los gobiernos de matriz económica neoliberal? ¿Qué intereses
imperiales explican la ambigüedad de la OEA frente al orteguismo, en contraste
con su radical oposición al chavismo? ¿Por qué buena parte de la izquierda
latinoamericana y mundial mantuvo (y continúa haciéndolo) el mismo silencio
cómplice? ¿Por cuánto tiempo la memoria de las conquistas revolucionarias opaca
la capacidad de denunciar las perversiones que les siguen al punto de que la
denuncia llega casi siempre demasiado tarde?
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=243828
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