martes, 17 de julio de 2018

"¿No necesitamos trabajar pacientemente pero sin descanso por una confluencia de todo el pueblo trabajador movilizado, con sus organizaciones y colectivos, en un gran movimiento socialista, feminista, libertario y por una patria Nuestroamericana liberada?

Crisis económica, feminismo y lucha popular: algunas claves para repensar la pelea contra el macrismo y por el cambio social


10 de julio de 2018

P   Por Sergio Zeta
El color verde tiño a la Argentina. Por un lado la gigantesca ola verde por el aborto legal, seguro y gratuito. Por el otro la corrida del dólar como rostro más visible de una crisis que, junto con la masividad con que el pueblo aprovechó la convocatoria al paro por parte de la CGT, constituyen rostros diferentes de una misma realidad.
A la crisis económica se la suele analizar con sus propios parámetros. Que la tasa de interés en los EE.UU., que el déficit fiscal, que el endeudamiento o las Lebac. Todo esto influye y tiene su importancia. Pero son verdades a medias y con ellas, como con un árbol, es posible ocultar un bosque. El bosque oculto es la trama de relaciones sociales contradictorias y antagónicas -es decir, la lucha de clases y sectores de clase en un país capitalista dependiente como el nuestro- que empujan a la Argentina a crisis recurrentes.
Es palpable el malestar y una atmósfera que suele preceder a furiosos estallidos. La reciente quema del edificio de Edesur en Cañuelas por parte de lxs vecinxs es apenas un emergente más de estos tiempos impredecibles. La misma experiencia de cómo el “que se vayan todos” del 2001 se canalizó hacia el sostenimiento del repudiado régimen político opera como uno de los factores retardantes. Pero los pueblos aprendemos y, cuando superemos la fragmentación y desorientación política, no será tan fácil para los de “arriba” quedarse. El pueblo, más temprano que tarde, sabrá barrer con la inmundicia que nos gobierna.
No se trata de futurismo, la insumisión de las mujeres está anunciando el futuro conmoviendo el presente, así como brinda claves para ensayar rumbos alternativos para evitar que, una vez más, sean otros quienes recojan los frutos de la lucha mientras el pueblo sea quien expone su vida. Las izquierdas y organizaciones populares tenemos una gran responsabilidad en aprender y aportar para imaginar y planificar colectivamente otro desenlace.

No escasean dólares, sobran capitalismo y dependencia

Los motivos de fondo de la crisis ya habían comenzado a manifestarse durante el kirchnerismo, incipientemente desde el 2008 y más claramente desde el 2012. Esto no tiene nada que ver con la “pesada herencia” que supuestamente dejó. Porque no se trata de desbarajustes ni de bolsones, aunque los hubo, sino de los factores estructurales de las crisis en la Argentina capitalista dependiente que permanecieron incólumes. Si hasta el 2008 parecieron desaparecer fue por la excepcionalidad del enorme salto en la tasa de ganancia empresaria por la devaluación que golpeó los salarios tras la crisis del 2001 y del fenómeno inédito en más de un siglo de que los términos de intercambio entre los productos primarios y los industrializados favorecieran a los primeros.
Agotadas las condiciones excepcionales, al kirchnerismo le resultó imposible seguir compatibilizando que el capital “se la siga llevando con pala” y el otorgamiento de concesiones al pueblo. La “sintonía fina” y los parches aplicados desde entonces-acuerdos con Chevrón y el Club de París, devaluación y cepo al dólar, veto al 82% móvil para los jubilados y a la ley de glaciares, achatamiento salarial, relanzamiento represivo con Berni, designación de un candidato neoliberal como Scioli- no evitaron una inflación creciente y el estancamiento económico, alargando una agonía que la alejó de las clases dominantes que reclaman enfrentar decididamente al pueblo, al tiempo que minaba las expectativas de sectores populares que pasaron a esperar un “cambio”.
El macrismo asumió para aplicar esas transformaciones de fondo que necesita / exige el conjunto de la cúpula empresarial para superar los límites con que se topa periódicamente el capital en Argentina: una recurrente escasez de divisas y una tasa de ganancia que se niega a crecer ante un pueblo que no se deja explotar como quisieran. El desastre al que nos condujo no se debe a la estupidez del “mejor equipo de los últimos 50 años” (aunque resulta arriesgado negarlo) sino a las limitaciones de la clase capitalista argentina y al odio de clase que contuvieron tanto tiempo.
Ofrecen una mirada parcial quienes buscan las causas de la crisis en que el macrismo estaría gobernando para la especulación financiera y para CEO’s que acumulan para sus empresas. Porque con todo lo que esto tiene de real –Panamá papers, blanqueo, endeudamiento, multiplicación de instrumentos financieros- el gobierno asume y representa los intereses y necesidades del conjunto de la clase capitalista argentina. Las miradas parciales solo abonan a crear expectativas en un supuesto “capital productivo”, facilitando la aparición de supuestas “oposiciones” que devienen en continuidades.
El capital “productivo” –amén del alto grado de movilidad y de integración hoy existente entre todas las formas del capital- apoya y promueva los intentos del gobierno por bajar los salarios y flexibilizar ampliamente el empleo, así como la generación de nuevos ámbitos de extracción de ganancias en lo que debieran ser derechos comunes, como la salud, la educación, el transporte o la energía. La devaluación beneficia al conjunto del capital al achicar el salario aunque golpee el consumo o provoque heridos en su propio seno. Si el capital nunca tuvo patria, en el capitalismo globalizado menos aún ya que puede extraer su plusvalía donde le convenga y realizarla en otra zona del planeta.
Tampoco el capital especulativo es el único responsable de la falta de dólares que en la Argentina es tan recurrente que ha recibido nombre y apellido: “restricción externa”. Ya con el proceso de sustitución de importaciones, la industrialización deformada y dependiente agravó la “restricción externa” a través de la remesa de ganancias, el pago  de patentes, la compra de insumos y de tecnología obsoleta a las casas matrices, los subsidios y exención de impuestos, la fuga de divisas. Se agravó cuando en la fase neoliberal del capitalismo, las grandes empresas que controlan la economía argentina dejaron de necesitar consumidores locales para requerir mano de obra barata para exportar hacia los nichos de alto consumo, integrando en los ’90 a gran parte de la mediana y pequeña empresa a sus redes, como en el caso de la Federación Agraria, integrada al circuito sojero. Los pequeños panaderos y comerciantes que cotidianamente aparecen en los medios contando sus penurias, no son parte de ese alabado “capital productivo” sino parte del pueblo trabajador.
Es entonces en nombre del conjunto de la cúpula empresarial que el macrismo vino a intentar cambiar la relación de fuerzas entre las clases y a insertar la Argentina en la geopolítica de los EE.UU., abaratando y flexibilizando al máximo la mano de obra, acordando con el FMI,  profundizando la especialización del país en la exportación de bienes primarios (minería, agro, petróleo) o limitadamente industrializados. Y no menor, una transformación educativa y cultural profunda, junto con el desarrollo de un gran aparato represivo adiestrado por fuerzas militares yanquis e israelíes, para intentar lo que ningún gobierno logró por mucho tiempo: terminar con la combatividad del pueblo argentino que no abandona la lucha y viene desgastando al gobierno macrista.
La crisis desatada en los últimos meses tiene más que ver con que el macrismo no pudo revertir esa relación de fuerzas, con el diciembre y marzo calientes, con las luchas moleculares a lo largo y ancho del país, con las peleas de lxs estatales y de los pueblos originarios en las provincias, con las multitudes movilizadas por los derechos humanos y por las reivindicaciones de las mujeres, que con un alza de las tasas de interés en los EE.UU., o el renovado proteccionismo en la economía mundial, aunque hayan sido la gota que rebalsó el vaso.
Así como el temor que la rebelión del 2001/2002 despertó en el empresariado le abrió a Néstor Kirchner la posibilidad de mediar entre ellos para relanzar la acumulación de capital del conjunto, el actual desgaste que el movimiento popular le ocasiona al macrismo –por el que ya pocos se atreven a pronosticar su reelección y se duda de su continuidad- le dificulta encontrar una salida a la crisis ya que desata una pelea entre los intereses capitalistas en la que todos quieren ganar (como evidencian el rechazo de las patronales agrarias a retrasar la rebaja de las retenciones, las peleas del gabinete o la corrida del dólar). La misma clase social que se apoyó en el Estado para apaciguar y canalizar a un pueblo rebelado en el 2001, recurre ahora a los acuerdos con el FMI para intentar disciplinarlo y que sea quien pague los costos.
La derecha en el gobierno despolitiza la crisis como si fuera sólo una cuestión económica, de un mercado al que habría que “tranquilizar” (eufemismo por asegurar al empresariado que ganarán a costillas nuestras) para “desarrollar el país y crear trabajo digno”. Oculta que es falso que sea el capital el que crea el trabajo, sino que es el trabajo junto con los bienes de la naturaleza –expropiados ambos por el empresariado- quienes crean el capital.
La brutalidad del acuerdo con el FMI coloca en blanco sobre negro la disyuntiva de esta lucha: o el gobierno y el gran capital derrotan al pueblo o es éste quien les impone una derrota.


Las organizaciones populares y las izquierdas estamos impelidas a ser parte de esta pelea y debatir las diversas miradas, las alternativas y unidades necesarias para impulsar la lucha y la acumulación de poder popular. Habrá quienes supongan que levantar un proyecto de país y de sociedad que trascienda al capitalismo patriarcal es un lujo para este momento de ofensiva del capital. Pero sin una propuesta más allá de la reacción a contragolpe, indefectiblemente terminará por imponerse la aceptación resignada del ajuste como alternativa al caos. (...) Leer

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