¡Es el capitalismo!
7 de julio de 2018
Por
Gilberto López y Rivas
La Jornada
Sin duda, se vive un momento histórico del México contemporáneo,
porque por primera vez en muchas décadas se respetó la voluntad popular
expresada en las urnas; no se impuso un fraude de Estado, ni la caída del
sistema, ni el cínico “haiga sido como haiga sido” de Felipe Calderón; esta es
una conquista trascendente del pueblo mexicano que, sin disminuir ni
subestimar, es necesario analizar desde el pensamiento crítico y la lucha de
los pueblos originarios en defensa de los territorios, la madre tierra y la
vida.
Esta transición no se debe a una súbita
vocación democrática del régimen priísta, sino a tres factores
interrelacionados que impidieron la imposición del tradicional fraude de
Estado: 1) La extraordinaria participación ciudadana de más de 60 por ciento
del padrón electoral. 2) La fractura de la clase política de los principales
partidos, el PRI y el PAN, que fueron a la elección separados, y con conflictos
internos que se profundizaron durante la campaña. 3) El voto de castigo de
millones de electores que se pronunciaron por un cambio.
No obstante, destaca la capacidad del Estado
para reconstituirse: el triunfo de la masiva intervención de la ciudadanía, se
trastocó rápidamente en una “victoria de las instituciones” y el “sistema
democrático”. Atrás quedó la violencia desplegada a lo largo y durante el
proceso electoral, y muy pronto fueron olvidados los 132 candidatos asesinados.
El reconocimiento del candidato oficialista la noche de la
elección, y la tersa secuencia de eventos que culmina con el mensaje de Enrique
Peña Nieto y el discurso conciliador del candidato ganador, hace pensar en una
concertación a partir de la cual no habrá castigo por los crímenes de Estado y
lesa humanidad del gobierno saliente, ni litigio penal sobre el visible saqueo
del erario y la evidente complicidad de los tres niveles de gobierno con el
crimen organizado.
Asimismo, es significativo que en su primer discurso como
candidato ganador, López Obrador mande un mensaje a las corporaciones
capitalistas para tranquilizarlas de que no tomará medidas “radicales”, “se
respetarán los contratos”, “no habrá expropiaciones” y, en ese contexto, hay
que entender su lema preferido: “Por el bien de todos, primero los pobres”,
sobre el que cabe preguntar: ¿Quiénes son “todos”?
También, se reiteró la idea rectora-casi-única de toda la campaña
de que la corrupción es la matriz de todos los males del país, negando AMLO que
ésta sea inherente al capitalismo, cuya piedra angular es la expropiación del
trabajo de la clase trabajadora y la desposesión de territorios-recursos-naturales-estratégicos
por sus corporaciones. El presidente electo niega que la ley del
valor-explotación-plusvalía-lucha-de-clases aplique para México, insistiendo en
el factor de la corrupción. (https://www.facebook.com/morena.socialista
/videos/632778547067850/.)
Esta peculiar perspectiva de López Obrador,
que corrige a los “clásicos” del marxismo, es muy importante para el rumbo que
siga la resistencia de los pueblos originarios frente al proceso de
recolonización de los territorios por las trasnacionales capitalistas, la cual
es visibilizada por el Concejo Indígena de Gobierno (CIG) y su vocera,
Marichuy, durante toda la
campaña. Mineras , corredor transístmico, refinerías,
proyectos carreteros, trenes balas y una luna de miel con el empresariado, son
malas señales para los pueblos originarios.
Por su parte, dirigentes de organizaciones
indígenas en torno a AMLO presentaron un documento programático que, con la
fraseología del zapatismo, incluso con el uso del “mandar obedeciendo”,
propone, en suma, y como principal propuesta, un retorno al indigenismo ya
superado desde el diálogo de San Andrés, ahora bajo la conducción de una
burocracia indígena que conformaría una nueva secretaría de Estado.
Marichuy declaró que lo realmente
significativo vendrá ahora y que lo trascendente es organizarse si se desea
llevar al país hacia un cambio verdadero; se trata de resistir a las
corporaciones capitalistas y a los gobiernos que las protejan, actuando desde
donde se esté, en barrios, colonias, ciudades o pueblos indígenas.
El límite de la democracia representativa es
que la participación ciudadana se concentra en un sólo día, a partir del cual,
los asuntos públicos son monopolio de una clase de políticos profesionales que
se desentiende del electorado. El EZLN y el CIG, en cambio, proponen una
democracia de nuevo tipo, la democracia autonomista que se fundamenta en una
construcción de poder y ciudadanía desde abajo; como forma de vida cotidiana,
de control y ejercicio del poder desde el deber ser, esto es, con base en
términos éticos. No es un medio o procedimiento de reproducción de estamentos
burocráticos, sino un pacto social y político, un constituyente de todos los días
que opera unitariamente en todas las esferas y órdenes de la vida.
Por esta democracia, la lucha seguirá, hombro
con hombro con los pueblos, abajo y a la izquierda.
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